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Seguir a Jesús

6/28/2013

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Lectura del santo Evangelio según San Lucas (9, 51-62)

Como ya se acercaba el tiempo en que debía salir del mundo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén.  Había mandado mensajeros delante de él, los cuales, caminando, entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento.  Pero los samaritanos no lo quisieron recibir, porque iba a Jerusalén.  Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?"  Pero Jesús los reprendió, y pasaron a otra aldea.  Cuando iban de camino, alguien le dijo: "Te seguiré a dondequiera que vayas".  Jesús le respondió: "Los zorros tienen madrigueras y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde descansar la cabeza".  A otro le dijo: "Sígueme".  Éste le contestó: "Permíteme ir primero a enterrar a mi padre".  Pero Jesús le dijo: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú anda a anunciar el Reino de Dios".  Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme que me despida de los míos".  Jesús entonces le contestó: "Todo el que pone la mano al arado y mira para atrás, no sirve para el 
Reino de Dios".

Palabra del Señor.

Seguir a Jesús

Ser discípulos de Jesús no es simplemente el tener un conocimiento de sus enseñanzas y adherirse a ellas.  El cristianismo no es una filosofía de vida, una forma de entender la vida.  El seguir a Jesús conlleva un conocimiento de su enseñanza pero además es una aceptación de la persona de Cristo y un deseo de vivir según Él vivió.  El cristianismo es una forma de vida.

El conocer a Jesús, su Palabra, su Evangelio, debe mover al hombre a pensar de una manera distinta que a su vez se traduce en una forma de vida distinta.  Como se diría en el Nuevo Testamento:  vivir en el mundo sin ser del mundo.  El cristiano tiene que vivir imitando a Cristo: primero en su Amor al Padre y segundo en su obediencia plena al Padre - mi alimento es hacer la voluntad del Padre.  Ciertamente esta exigencia del evangelio es lo que hace difícil el seguimiento de Cristo pues requiere que el hombre viva de forma concreta y específica: viviendo el amor a los hermanos, sobre todo en las obras de misericordia.

El hombre cuando decide seguir a Cristo (poner las manos sobre el arado) no puede añorar las cosas que hacía en el pasado (mirar atrás).  El cristiano ha de poner sus ojos en Dios y avanzar hacia Él, siendo consciente que ha de encontrar piedras en el camino que le harán difícil el avanzar pero que esto no le debe detener en el deseo de seguir a Cristo y ser fiel a su Palabra.

Habla, Señor, que tu siervo escucha; tú tienes palabras de vida eterna. (1S 3, 9; Jn 6, 68)

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¿Quién es Jesús?

6/20/2013

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Lectura del santo Evangelio según San Lucas (9, 18-24)

Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar,  les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". Él les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?  Respondió Pedro: "El Mesías de Dios".  El les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.  Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".  Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: "Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga.  En efecto, el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierde su vida por causa mía, la asegurará".

Palabra del Señor.

¿Quién es Jesús?

A lo largo de los evangelios, sobre todo en sus comienzos, hay una constante: el secreto mesiánico.  El mejor exponente de ésto es San Marcos.  En su evangelio se prohíbe, en un comienzo hasta a los espíritus que son expulsados por Jesús, llamarlo Mesías.  La razón es clara: Jesús desea que los hombres descubran por sus palabras y obras que Él es el Hijo de Dios.  No tan solo eso, sino que Él desea que sus discípulos conozcan la realidad verdadera del mesianismo.  Es por esta razón que le pregunta a los discípulos: "¿Quién soy yo?"  La respuesta denota lo que se cree de Él y lo que se espera de Él.

No es lo mismo reconocer en Jesús a un profeta- hombre que habla en nombre de Dios- o a un justo - hombre que cumple la voluntad de Dios- que reconocer en Él al Hijo de Dios.  Jesús es Dios mismo, la segunda persona de la Trinidad que ha bajado al mundo para rescatar al hombre que se había extraviado de Dios.  Al ser Dios, sus acciones toman un valor distinto.  Las obras de los hombres son finitas, son limitadas.  Las obras de Dios son infinitas, no tienen límite.  Es por eso que, cuando los discípulos contestan adecuadamente la pregunta sobre su persona, Él pasa a hablar sobre su obra redentora. Quien muere en la cruz es el Hijo de Dios; quien salva a los hombres es Dios. Por eso la redención tiene un valor universal.

Saber quién es Jesús no solo da valor a su obra sino que marca la forma como los hombres debemos relacionarnos con Él y cómo hemos de recibirle en nuestra vida. Jesús es el Hijo de Dios: ábrele tu corazón y deja que viva en tí.
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El encuentro con Jesús

6/14/2013

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Santo Evangelio según San Lucas (7, 36-38)

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él.  Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa.  Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.

Palabra del Señor.

El encuentro con Jesús

Jesús, el Hijo de Dios encarnado, vino a buscar a los que se habían extraviado, a los que habían perdido el camino y se habían apartado de Dios.  En esta tarea de acercar al pecador a Dios, Jesús le hace a los hombres el trabajo fácil, pues sale a nuestro encuentro,  se hace cercano y a la vez actúa con misericordia.

El episodio de la mujer pecadora nos revela la aceptación que Dios tiene del pecador arrepentido. Él no mira los muchos pecados de esta mujer, no mira lo que a los ojos de los hombres ella es. No, Jesús mira en el corazón de la mujer y desde allí él actúa.  Deberíamos imitar a esta mujer que se acerca a Jesús.  Sí, imitar:

Primero: Su humildad - No va de frente a Jesús sino que se coloca a sus pies.  Reconoce su pequeñez ante
Dios.  Ella es consciente de no merecer el estar junto a Jesús.

Segundo: Está arrepentida - Ella llora abundantemente a causa de su pecado.  Sabe que ha obrado en contra de la voluntad de Dios.

Tercero: Busca a Dios - Sabe dónde esta Jesús y sale a su encuentro.  Se pone en movimiento hacia Dios.  Le da un giro a su vida: de estar de espaldas a Dios ahora lo sigue por eso se coloca detrás de Jesús.  De ahora en adelante Jesús irá delante de ella, y ella lo seguirá.

Esta pecadora nos enseña cómo hay que acoger a Jesús en nuestra casa, en nuestra alma.  Nuestra vida será diferente si acogemos en ella a Jesús, nuestro salvador.

Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer?  Cuando entré a tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos. Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies.  Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado.  En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor".  

Jesús dijo después a la mujer: "Tus pecados te quedan perdonados".  Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: "¿Así que ahora pretende perdonar pecados? Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer:  "Tu fe te ha salvado, vete en paz".
                                                                                                                                               

Evangelio según San Lucas (7, 44-50)

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La viuda de Naím

6/7/2013

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Lectura del santo Evangelio según San Lucas (7, 11-17)

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a un pueblo llamado Naím y con él iban sus discípulos y bastante gente.  Pues bien, cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un hijo único cuya madre era viuda.  Una buena parte de la población seguía el funeral.  Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: "No llores". Después se acercó hasta tocar el ataúd.  Los que lo llevaban se detuvieron.  Dijo Jesús entonces: "Joven, te mando: levántate".  Y el muerto se sentó y se puso a hablar.  Y Jesús se lo devolvió a la madre.  El temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo: "Un gran profeta ha aparecido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo".  Con este hecho, la fama de Jesús se extendió por toda Judea y por las regiones vecinas.

Palabra del Señor.


La viuda de Naím

En el evangelio de esta semana Jesús encuentra a una viuda que va a enterrar a su hijo único.  Es una mujer que se encuentra en la peor de las situaciones: no tiene marido y su hijo, que sería su ayuda y sostén, ha muerto.  Ella ha quedado desprovista de toda ayuda.  Cuando esta mujer avanza totalmente destruida,  Jesús le sale al paso.

El encuentro de Jesús con esta mujer es conmovedor.  Él se compadece de ella, se identifica con su dolor y desgracia.  Él no pasa de largo ante el sufrimiento de esta mujer, no, Él se detiene y actúa.  Su gran amor le lleva a darle a esta mujer lo que ella menos esperaba: la vida de su hijo. Este pasaje evangélico nos muestra el corazón compasivo y misericordioso de Dios.  Él sale en ayuda del necesitado, no es un Dios que se queda con los brazos cruzados viendo lo que pasa, no, Él actúa a favor del hombre.

Como hijos de Dios hemos de ser conscientes del gran amor que Dios nos tiene.  Él cuida de sus hijos, tenemos que confiar más en su mano providente, en su auxilio.  Dios nunca deja que sus hijos se vayan con las manos vacías.  Como a la viuda, Dios te dará más de lo que tu esperas. Ponte en camino hacia Él y lo encontrarás, pídele y te dará mucho más de lo que esperas.


Yo se lo digo: ¡Levántense!

Y ésta no es sólo una frase bonita de Cristo. En la Comunión, Cristo - que es el que nos invita hoy a levantarnos- nos ofrece la fuerza que necesitamos para ello, porque nos da a comer su Cuerpo, que venció a la muerte en la Resurrección, y con este alimento suyo podemos levantarnos de todas estas situaciones de muerte.


Transcrito de:
 Actualidad Litúrgica Mayo- Junio 2013.  Boletín de la Comisión Episcopal para la Pastoral Litúrgica de México.


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Corpus Christi

6/1/2013

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Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios (11, 23-26)

Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido:  que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía".  Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la Nueva Alianza que se sella con mi sangre.  Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él". Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.

Corpus Christi
La fiesta del Corpus Christi surge en el siglo XIII como una respuesta de fe ante la negación de la presencia real de Cristo en las especies consagradas.  El misterio eucarístico solo se puede mirar desde la fe, pues es ésta la que tiene que venir en auxilio de nuestros sentidos.  Es más, es la fe la que tiene que iluminarlos para que puedan descubrir la verdad que se encierra detrás de un trozo de pan y un poco de vino consagrados por el sacerdote.

Cuando el sacerdote toma entre sus manos el pan y el vino y dice las palabras de la consagración, ahí, en ese momento, sucede el más hermoso milagro que todos podemos ver: una cosa con muy poco valor, sin vida, se convierte en Jesús, el Dios todopoderoso, El Señor de la vida. Cristo Vivo se hace presente ante nuestros ojos; Cristo Vivo viene a su Iglesia; Cristo Vivo se vuelve a entregar a los hombres.  Cristo se pone en nuestras manos, se pone al servicio del hombre, se nos da.

¡Que grande este sacramento! ¡Que bondad la de Dios para con nosotros! Dios sale a nuestro encuentro, se nos hace cercano y todo esto para nuestro bien.  Jesús, el Cristo Vivo, está en la Eucaristía; allí espera por sus discípulos.  Cada eucaristía es una invitación que Dios nos hace a salir a su encuentro.  Es una invitación a llenarnos de Él, es una invitación a fortalecer nuestra vida con su vida.  La Eucaristía es un gran tesoro que tenemos los cristianos pero estamos ciegos, le hemos perdido el gusto a este alimento celestial.  Tenemos que pedir aumento de  fe, aumento de amor hacia Jesús eucaristía.  El hombre sin aire para respirar se muere.  El cristiano sin el alimento eucarístico está destinado a morir también.

Te invito a vivir la Eucaristía semanal, no faltes a la Misa.  Jesús te espera...


Secuencia

He aquí el Pan de los Ángeles hecho viático nuestro; verdadero Pan de los hijos, no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron; Isaac fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres.
Buen Pastor, Pan verdadero, ¡oh Jesús!, ten piedad. Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes. Tú, que todo lo sabes y puedes, que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos allí tus comensales, coherederos y compañeros de los santos ciudadanos. Amén.
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