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DIBUJANDO EL ROSTRO DE LA IGLESIA DE JESÚS

9/26/2021

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Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
https://www.ciudadredonda.org

    Jesús había comenzado una especie de «cursillo intensivo» para ayudar a madurar a sus discípulos y aclarar cómo ha de ser el rostro de su Comunidad. Ya meditamos el domingo pasado los primeros «temas» de ese cursillo.  Hoy se presenta uno de los Zebedeos contando un «incidente» a propósito de alguien que andaba expulsando demonios en el nombre de Jesús y «se lo hemos querido impedir». ¡Ay qué pronto empezamos con prohibiciones, impedimentos y controles! ¿Y cuál es la razón para semejante «iniciativa»? 

              El  problema es que “no es de los nuestros”. No forma parte de nuestro grupo, dice el apóstol. Literalmente traducido: «no nos sigue a nosotros». Así que lo que les inquieta no es si “está o no con Jesús”, sino que “no está con nosotros”. Tampoco importa que “haga milagros”, “eche demonios”, “luche por la liberación de los demás”. Todo eso tiene poco valor para ellos. Lo que les importa es que “no es de nuestro equipo”, “no es de nuestro partido”, “no es de nuestra mentalidad”, “no habla nuestra lengua”, “no es de nuestro color”, “no es de nuestra clase social”, “no tiene nuestra religión”...

            El grupo de los discípulos ha ocupado el lugar de Jesús, se sienten «dueños» de él. Aquel exorcista “no es de los nuestros”. El punto de referencia no es Jesús, sino “nosotros”. No importa si hace el bien, lo que importa es que “no es de los nuestros”. La comunidad apostólica aparece intolerante y sectaria, preocupada por su expansión y por el éxito del grupo. Juan personifica la actitud natural del que se preocupa de conquistar adeptos y de reforzar el propio grupo eclesial. No parece preocuparles la salud de la gente, sino su prestigio grupal. La queja  del Zebedeo pone de manifiesto los celos del grupo ante el extraño, y deja entrever que la autoridad que Jesús les había concebido la han interpretado no en clave de servicio, sino como privilegio y esclusividad.

               El reproche de Jesús quiere corregir la mirada de los suyos para que se fijen, no tanto en «quién» tiene esa autoridad, quién hace exorcismos, quién usa su nombre... cuanto en el servicio y el bien que se realiza con ella. Lo primero y más importante no es que crezca el pequeño grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo. Lo primero es liberar al ser humano de aquello que lo destruye y hace desdichado. Lo primero no es si tiene permiso, si está bautizado, si es creyente, si practica, si su vida está conforme a las prescripciones religiosas.... sino QUE HACE EL BIEN.
          Una falsa interpretación del mensaje de Jesús nos ha conducido a veces a identificar el Reino de Dios con la Iglesia. Según esta concepción, el reino de Dios se realizaría dentro de la Iglesia, y crecería y se extendería en la medida en que crece y se extiende la Iglesia. Pues no.

En su recientísimo viaje a Bratislava, decía el Papa Francisco:
La Iglesia no es una fortaleza, no es una potencia, un castillo situado en alto que mira el mundo con distancia y suficiencia, sino más bien es la comunidad que desea atraer hacia Cristo con la alegría del Evangelio. El centro de la Iglesia no es ella misma.  Salgamos de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por nuestras estructuras, por cómo nos mira la sociedad… Adentrémonos en cambio en la vida real, la vida real de la gente. A las nuevas generaciones no les atrae una propuesta de fe que no les deje su libertad interior, no les atrae una Iglesia en la que sea necesario que todos piensen del mismo modo y obedezcan ciegamente.

            Estas cosas nos ocurren demasiado. En la tremenda polarización desatada en este tiempo, resulta que si el partido que gobierna no es de los nuestros... no hará nada bien. Siempre miente, siempre tiene ocultas intenciones, se equivoca de objetivos, es «el enemigo" que hay que derribar como sea... ¿De verdad que «el otro» no hace nada bien? ¿De verdad que no podemos encontrar puntos de encuentro y colaboración? ¿Sólo «los míos» lo harían mejor? ¿La actividad política no consiste en buscar consensos, acuerdos, unir fuerzas...?

         Y lo mismo ocurre en el ámbito religioso: si no es de nuestro grupo-movimiento-parroquia, si no es de los nuestros... mejor no arrimarse ni mezclarse. Es como si dijeran «nosotros tenemos la verdad y correcta interpretación del Evangelio». No lo dicen, pero es como si lo dijeran. Sólo nuestros curas, nuestras celebraciones, nuestros cursillos, nuestros retiros, nuestras ideas, nuestros... Recuerda uno aquello que decía Machado: «¿Tú verdad? no, la verdad;  y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela». Cuando no queremos escuchar la opinión del otro y dialogar con él, es que no nos interesa la verdad, sino la seguridad que me proporciona «mi» verdad. El buscador y defensor de la verdad y el bien no le cierra la boca al que tiene otras ideas, ni lo convierte en enemigo, ni le prohíbe seguir pensando, investigando o expresándose, ni intenta controlar sus obras...

       Y el grupo de Jesús es el que tiende puentes, el que crea comunión, el que sabe apreciar el bien venga de donde venga, el que suma fuerzas, el que se alegra de la riqueza de lo diferente, sin pretender uniformar, imponer, silenciar, excluir... «Católico» significa espíritu universal, que sabe descubrir lo valioso en los otros, siempre en búsqueda de la Verdad (1ª lectura), dialogando, porque de los otros siempre hay algo que aprender.

         Otra advertencia importante de Jesús tiene que ver con el «escándalo». En la Biblia el «escándalo» no indica un mal ejemplo o un hecho indignante, sino una «trampa», algo que hace tropezar. A Jesús lo tacharon de escándalo sus adversarios, porque sus enseñanzas les descolocaban, les hacían dudar, les perturbaban. Aquí Jesús piensa en los que obstaculizan la fidelidad a él y a su palabra, hacen caer en el pecado, apartan a alguien de la fe, no le dejan «entrar en la vida».  Los “pequeños” que creen en Jesús, son los miembros más débiles de la comunidad. Y también lo que a uno mismo le hace tropezar, caer, perderse.

Con frases muy duras, propias de la cultura judía, Jesús menciona la mano, el pie, el ojo. 
  • La mano: simboliza la actividad, lo que hacemos. Si nuestras obras nos hacen tropezar, es conveniente cortar con ellas por lo sano, para no acabar en el basurero. El mal obrar, el actuar con intenciones perversas o equivocadas, nos lleva al tropiezo, nos separa del Reino.

 • El pie hace relación al camino, pues los senderos (metas) determinan a dónde vamos, como también  a quién seguimos (modelos). El «camino» es, en la cultura semita y en muchas otras, simboliza el modo de vivir. Si nuestro estilo de vida nos hace tropezar, nos aparta de los caminos de Dios... es conveniente una buena poda.
 • El ojo: Varias citas del Antiguo Testamento relacionan el ojo con un estilo de vida altanero, egoísta y aferrado a las riquezas.  El ojo es símbolo de la relación con los bienes materiales; un ojo bueno/sano no es avaro ni envidioso; un ojo malo/enfermo es el que codicia y retiene para sí, desea desordenadamente. Si nuestra relación con las riquezas o bienes nos hace tropezar, si existimos para acumular y no compartir, si nuestras ambiciones y deseos no son adecuados...  acabaremos en el «basurero», y perderemos el Reino, que es plenitud de la vida compartida.

          Es decir:  “Si tu manera de actuar (mano) te pone en peligro –te hace vivir desde y para la ambición-, cámbiala. Si vas por un camino equivocado (pie), que no lleva a la entrega y al servicio, modifica el rumbo. Si tus deseos (ojo) no van en esa misma línea de amor servicial a todos, transfórmalos”.

          Escandaliza todo aquel que, con su actuación, obstaculiza o hace más difícil la vida digna y humana de los demás. Aunque la advertencia va para todos, especialmente tiene que ver con los que tienen responsabilidades, por ejemplo, en este sistema económico tan injusto, con la mala gestión política y la corrupción, con malos ejemplos de vida... deshumanizadores. Hemos escuchado la advertencia del Apóstol Santiago: "Mirad el jornal de vuestros obreros... Habéis vivido con lujo sobre la tierra"... Y también, claro, los que tienen responsabilidades pastorales, educativas...
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     En fin. Como decía Moisés: «¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!». ¡Ojalá que nadie del Pueblo del Señor escandalizara! ¡Ojalá que el centro de la Iglesia (y de la sociedad) fueran siempre las necesidades de los más pequeños!.
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«El Hijo del hombre será entregado (...); le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará»

9/18/2021

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Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz
(El Montanyà, Barcelona, España)
Tomado de: 
https://evangeli.net/evangelio​

Hoy, nos cuenta el Evangelio que Jesús marchaba con sus discípulos, sorteando poblaciones, por una gran llanura. Para conocerse, nada mejor que caminar y viajar en compañía. Surge entonces con facilidad la confidencia. Y la confidencia es confianza. Y la confianza es comunicar amor. El amor deslumbra y asombra al descubrirnos el misterio que se alberga en lo más íntimo del corazón humano. Con emoción, el Maestro habla a sus discípulos del misterio que roe su interior. Unas veces es ilusión; otras, al pensarlo, siente miedo; la mayoría de las veces sabe que no le entenderán. Pero ellos son sus amigos, todo lo que recibió del Padre debe comunicárselo y hasta ahora así ha venido haciéndolo. No le entienden pero sintonizan con la emoción con que les habla, que es aprecio, prueba de que ellos cuentan con Él, aunque sean tan poca cosa, para lograr que sus proyectos tengan éxito. Será entregado, lo matarán, pero resucitará a los tres días (cf. Mc 9,31).


Muerte y resurrección. Para unos serán conceptos enigmáticos; para otros, axiomas inaceptables. Él ha venido a revelarlo, a gritar que ha llegado la suerte gozosa para el género humano, aunque para que así sea le tocará a Él, el amigo, el hermano mayor, el Hijo del Padre, pasar por crueles sufrimientos. Pero, ¡Oh triste paradoja!: mientras vive esta tragedia interior, ellos discuten sobre quien subirá más alto en el podio de los campeones, cuando llegue el final de la carrera hacia su Reino. ¿Obramos nosotros de manera diferente? Quien esté libre de ambición, que tire la primera piedra.

Jesús proclama nuevos valores. Lo importante no es triunfar, sino servir; así lo demostrará el día culminante de su quehacer evangelizador lavándoles los pies. La grandeza no está en la erudición del sabio, sino en la ingenuidad del niño. «Aun cuando supieras de memoria la Biblia entera y las sentencias de todos los filósofos, ¿de qué te serviría todo eso sin caridad y gracia de Dios?» (Tomás de Kempis). Saludando al sabio satisfacemos nuestra vanidad, abrazando al pequeñuelo estrujamos a Dios y de Él nos contagiamos, divinizándonos.
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“El drama de los medios nos han dejado sordos a la Palabra de Dios”

9/4/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo

“Effetá, que significa ábrete. Y a momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad” (Mc 7, 34). El mundo de hoy esta saturado por el ruido del pecado. Este murmullo lo contemplamos de manera clara en los medios de comunicación y la propaganda que las ideologías han impulsado. El susurro de estos medios nos ha dejado sordos a la escucha de la voz de la razón y ha atrofiado nuestras palabras para hablar sobre las injusticias que vivimos en nuestros días. El producto de este constante bombardeo es una sociedad manipulable de conciencias vulnerables. La consecuencia de ello es un mundo sin capacidad de escucha a la Palabra de Dios.

El pecado atrofia el corazón y lo sumerge en el miedo. Es precisamente lo que el profeta Isaías denuncia en la primera lectura. El pueblo de Israel por estar sumergido en el pecado se volvió ciego, sordo y mudo a la palabra de Dios. Aquel pueblo se dejo atrofiar por los dioses paganos y su propaganda. Tanto así que el mismo pueblo en tiempos del profeta Samuel pedían ser “iguales a los otros pueblos” (cfr. 1 Sam 8, 5). El Señor nos promete la libertad, pero nosotros, seducidos por el pecado, preferimos la ironía de la esclavitud. Como el pueblo de Israel también nosotros hemos llegado a preferir los pensamientos y dioses mundanos. Queremos que la Iglesia se ajuste al mundo hasta el punto de volverse mundana. Esto ha traído un endurecimiento del corazón que no nos permite escuchar la voz de Dios ni anunciar su Palabra.  

Los medios de comunicación seculares han venido a tapar los oídos a las personas; han vendido un mundo de fantasía e ideologías que atentan contra la dignidad humana. La parcialización de los medios seculares también intenta acallar la voz del Señor. Cada vez que un obispo levanta su voz contra la ideología de género, contra alguna injusticia contra la familia o contra la persona humana los medios se encargan de acallar o atenuar el problema. Fichan a la Iglesia de retrograda y pasada de moda. Con ese sello presentan a la Iglesia al mundo de hoy para desvirtuar el mensaje del Evangelio y cultivan el prejuicio en los jóvenes.

¿Cómo quitaremos este sello que se le ha impuesto a la Iglesia? Ante todo, fortaleciendo nuestro corazón. Ya le decía el profeta Isaías a los israelitas “decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temías” (Is 35, 4). Ante los bombardeos de los medios seculares el Señor nos fortalece el corazón y abre nuestros sentidos a su Palabra. Somos fortalecidos por los sacramentos, la Sagrada Escritura, la oración y el testimonio de una vida auténticamente cristiana. Por eso Jesús ante aquel sordomudo abre sus sentidos a la obra de Dios, no solo para que escuche su Palabra, sino también para que de testimonio de ella. Ya lo decía el Señor a sus discípulos “cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deben decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes” (Mt 10, 19-20). Pidamos al Señor la gracia de abrir nuestros sentidos a su Palabra. Que nos ayude a enmudecer el ruido del Pecado con la acción de su gracia.  


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