Parroquia San Miguel Arcangel- Cabo Rojo P.R.
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Entrega Creíble En Favor De Los Heridos Por La Vida

6/22/2019

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Por José María Martín OSA
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1.- Jesús nos da el pan de vida. Celebramos la fiesta de Corpus Christi. El relato evangélico de hoy tiene un significado profundamente eucarístico. Después de alimentarse del "pan de la Palabra", la multitud se alimenta del "pan de la Eucaristía". El hambre de verdad y plenitud sólo puede saciarla Dios. Él nos da el pan de vida eterna. La Eucaristía más que una obligación es una necesidad. Aquí venimos a saciar nuestra hambre, a celebrar nuestra fe, a saciarnos de los favores de Dios. Seríamos necios si no aprovecháramos este alimento que nos regala. Vivamos con intensidad cada gesto, cada palabra de la Eucaristía con actitudes sinceras de agradecimiento, alabanza, perdón, petición de ayuda y ofrecimiento de nuestra vida. ¿Hay algo más maravilloso en nuestro mundo?
2.- Un texto cargado de simbolismo. El milagro de la multiplicación de los panes está en los cuatro evangelistas. El número de cinco panes y dos peces (5 + 2 = 7) significa la plenitud del don de Dios. Y las «doce canastas» de sobras están significando la superabundancia de los dones de Dios. El número 5.000 representa simbólicamente una gran muchedumbre. Los apóstoles, acomodando a las gentes, repartiendo el pan y recogiendo las sobras, hacen referencia a la Iglesia, dispensadora del pan de los pobres y del pan de la Palabra y la Eucaristía. Jesús une la palabra y el pan. La Iglesia, si quiere ser fiel a Cristo, ha de unir a la palabra el pan de la caridad. Si mi prójimo dice: «tengo hambre», es un hecho físico para el hermano y moral para mí. Basta que pongamos nuestros cinco panes y dos peces. Y estos cinco panes y dos peces pueden ser quizá mis muchas o pocas virtudes, mis logros, triunfos pero también mis caídas y fracasos. En definitiva basta que nos abramos completamente a Jesús y le demos todo lo que tengamos sea poco o mucho, de esto Él se encarga.
2.- El gran milagro es el del “compartir” los dones que Dios nos ha dado. Los pastores de la Iglesia hemos de dar ese pan y ayudar a compartirlo. Debemos ayudar a que llegue a todos el pan que acaba con el hambre del cuerpo, y el pan de la palabra y la Eucaristía, que sacia el hambre más existencial del hombre. La lacra del hambre es consecuencia de nuestro pecado, pues Dios ha puesto los bienes del mundo al servicio de todos, no de unos pocos. Nosotros podemos saciar el hambre, Jesús nos lo pide: "Dadles vosotros de comer". En este milagro de la multiplicación de los panes se ven como diseñadas las tareas pastorales de la Iglesia: predicar la palabra, repartir el pan eucarístico y servir el pan a los pobres.
3.- Compromiso de amor con los necesitados. La Eucaristía, sacramento de amor y de unidad, nos mueve a entregarnos como Jesús en favor de los que sufren o no tienen lo necesario para vivir una vida digna. “Hacer de nuestra vida una entrega creíble en todo momento a los `heridos por la vida´”, es el lema del Día de Caridad que han presentado los obispos españoles: “es reconfortante saber que el amor de Dios, nuestro Creador, no nos deja: camina y trabaja junto a nosotros dándonos su luz y su fuerza para encontrar nuevos caminos que aviven el gozo de la esperanza. En la solemnidad del Corpus Christi, día de la Caridad, el Señor nos llama a descubrirle y a encontrarnos con su imagen en todos los hombres y mujeres, sirviéndole en cada uno de ellos, de modo especial, y con inmensa misericordia y compasión, en los más pobres, frágiles y necesitados Hoy, día de la Caridad, la Iglesia nos recuerda que la Eucaristía sin caridad se convierte en culto vacío. El Cuerpo de Cristo nos urge a acompañar a los pobres y construirles andamios de esperanza en un futuro mejor, como Dios quiere. No olvidemos que Jesús mismo nos ha dicho en una página solemne del Evangelio, que lo que hagamos o dejemos de hacer con los necesitados, a Él mismo se lo hacemos”.
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La Santísima Trinidad, Misterio Insondable

6/15/2019

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Por Antonio García-Moreno
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1.- EN LA CUMBRE. "Esto dice la sabiduría de Dios: El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas" (Pr 8, 22)Palabras que se pierden en la bruma de los tiempos, palabras que nos llegan envueltas en los tupidos velos del misterio. Nos hablan de cuando no había nada, de un tiempo fuera del tiempo. Quisiéramos que todo fuera claro y sencillo. Contemplar con nuestros ojos la hondura de la esencia de Dios, sin comparaciones ni metáforas. Pero es imposible, Dios no cabe en nuestras palabras, no podemos conocerlo directamente. Tan sólo llegamos hasta él por analogía, por aproximación. No obstante, es suficiente esa aproximación para que podamos entrever algo tan sublime, que nos rindamos ante tanta grandeza. Sí, por la revelación de Dios podemos llegar hasta donde nuestro pobre entendimiento no pudo si soñar, hasta la misma cumbre divina. Y desde ese alto picacho, el hombre sólo puede hacer una cosa, adorar en silencio. Estamos ante lo sagrado, lo trascendente, lo inefable. Pretender preguntar siempre, querer saberlo todo es profanar la revelación, pisar torpemente esas palabras llenas de la sabiduría de Dios.
"Cuando ponía un límite al mar; y las aguas no traspasaban mis mandatos...” (Pr 8, 29). Dios uno y trino. Tres personas y una naturaleza. El Padre, Dios, dando forma y color al mundo, haciendo brotar de las tinieblas un torrente de luz, colgando sin hilos los millones de astros que pueblan los espacios siderales, tallando en hielo las imponderables filigranas de una brizna de escarcha... El Hijo, Dios hecho hombre, nacido de madre virgen. Trabajando sobre nuestra tierra, mojando con el sudor de sus manos de carpintero la madera tosca de nuestros árboles, predicando la Buena Nueva y curando a los enfermos, amando a los hombres hasta morir por ellos colgado de una cruz... El Espíritu Santo, Dios que procede del Padre y del Hijo. Que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas... Ezequiel nos narra una visión maravillosa. Ve un campo lleno de huesos secos. De pronto el Espíritu sopla sobre ellos y cobran vida y cuerpo. El Espíritu da la vida, es el soplo de Dios. La fuerza que transforma, el viento que empuja con su impulso el barco de velas que es la Iglesia... Verdadera y única Trinidad, única y suma Deidad, santa y única Unidad. Sólo nos queda decir: Creo, espero, amo. Gracias a Ti.
2.- DIOS UNO Y TRINO. "Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará..." (Jn 16, 13). El Evangelio según san Juan es considerado por la liturgia como el Evangelio pascual por excelencia. Estas dominicas que preceden a Pentecostés nos presentan una y otra vez sus páginas inspiradas, transidas por el recuerdo luminoso del Discípulo amado. Páginas cargadas en ocasiones de sugerencia y misterio, de amor velado y profundo. En especial las escenas y diálogos de la Ultima Cena tienen el acento entrañable de una despedida cargada de promesas y de ternura. Jesús dijo entonces a los suyos, y nos lo dice ahora a nosotros, que muchas cosas tiene que enseñarnos, pero que todavía no podemos cargar con ellas; aún no podemos comprenderle del todo. Se refiere el Señor a la riqueza inagotable e inabarcable de los tesoros divinos que, poco a poco, a lo ancho y lo largo de la vida terrena, vamos recibiendo. Dios se adapta a nuestra capacidad limitada y se nos va acercando más y más, para descubrirnos paulatinamente su grandeza sin límites. Jesús sabía que los suyos no comprenderían el sentido de las persecuciones y sufrimientos, ni incluso después de haber resucitado. Pero no se desanima y les dice que cuando venga el Espíritu Santo los guiará hasta la verdad plena. Él será quien culmine la obra de la redención, quien habite en nuestros corazones y actúe, día a día, hasta transformarnos en hombres nuevos, siempre que nosotros secundemos con docilidad su acción sobre nuestra alma.
Él me glorificará, sigue diciendo el Maestro, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Los apóstoles comprendieron entonces, cuando llegó el Espíritu de la Verdad, lo que Jesús era y significaba realmente para todos los hombres. Desde entonces su amor y entusiasmo por Jesucristo creció hasta límites insospechados, por Él serían capaces de los mayores sacrificios, héroes de las más grandes hazañas. Jesús es confesado como perfecto hombre y como perfecto Dios, es proclamado ante todos los hombres a través de todos los tiempos y sobre todos los espacios, amado y venerado como ningún otro hombre, como ningún otro dios. Él es el Hombre por excelencia, pero también el único y verdadero Dios. Al decir que todo lo que tiene el Padre es suyo, Jesús nos revela su igualdad de naturaleza y dignidad con el Padre y Creador del universo. También lo que anuncia el Espíritu Santo, y por tanto también con Él es uno es de Jesucristo e igual a Él. Estamos en los umbrales del misterio de la Santísima Trinidad, misterio insondable e incomprensible, ante el que sólo cabe la aceptación humilde y gozosa. Misterio imposible de captar ni de entender. La grandeza divina es tan inmensa que la más penetrante inteligencia humana se siente embotada y lerda para comprender, y mucho más para comprehender. Esta incapacidad en lugar de entristecernos nos ha de alegrar. Ello significa que Dios Nuestro Señor es inmenso en todos sus atributos y perfecciones, digno de nuestro amor y nuestra fe, mantenedor firme de nuestra esperanza.
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¡PENTECOSTES: UNA IGLESIA EN MARCHA!

6/9/2019

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Por Javier Leoz
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1.- Podemos pensar que aquellos hombres a los que el Resucitado enviaba por aquellos mundos de Dios… eran distintos a nosotros.
Podemos pensar que todos, sin excepción, vestían el traje de la perfección
Podemos pensar que, al ser tan tocados y elegidos por Dios, no había ventana abierta para la duda ni para la desesperanza, para el pecado o la deserción.
Podemos pensar eso y llegar a equivocarnos con esa imagen idílica de lo que fueron y, tal vez, en algo no lo fueron tanto.
Uno, cuando entra en la Palabra de Dios, concluye que aquellos sobre los que el Espíritu descendía en aquel primer Pentecostés, estaban tan traspasados de dudas como actualmente lo podemos estar nosotros. Tan llenos de miserias como de contradicciones está poblada nuestra misma vida. Tan condicionados por las debilidades como nosotros inmersos y atacados por el vacío espiritual que lo invade todo y lo penetra todo. 2000 años después de aquel tiempo inaugurado por el Espíritu Santo, el tiempo de la Iglesia, seguimos con las mismas luchas y con los mismos condicionantes para vivir como testigos del Resucitado.
2.- Unos quieren vivir esa experiencia al margen de la iglesia. La ven como algo desfasado y cerrada en sí misma. Como que, hace tiempo, que dejó de escuchar la voz del Espíritu que le llama a la renovación personal y comunitaria.
Otros, aun siendo conscientes de sus limitaciones y traiciones al espíritu del Evangelio, la queremos porque sabemos que si la Iglesia fuese perfecta y santa al cien por cien… no tendríamos cabida en ella y, porque la sentimos tan nuestra, trabajamos, ponemos la crucecita en nuestra declaración de la renta, formamos parte diferentes grupos, movimiento o nos desvivimos hasta la muerte por lo que es grande en ella: JESUCRISTO
3.- Hoy, en Pentecostés, damos gracias a Dios por esta gran casa en la que todos tenemos un sitio y algo que ofrecer y realizar: LA IGLESIA.
-Una iglesia que se hace fuerte e irrompible cuando siente y se agarra a la comunión de hermanos en la misma fe y unidos por la misma esperanza
-Una iglesia que se lanza al futuro sin miedo alguno sabiendo que lleva entre manos la mayor riqueza que el mundo puede esperar: EL EVANGELIO
-Una iglesia que habla sin tapujos, sin vergüenza y que, precisamente por ello, su mensaje provocará chispas cuando puede más la sinrazón que el sentido común, la banalidad de las cosas que la dignidad humana, el personalismo más que lo comunitario, el cosmos más que el propio hombre.
-Una iglesia a la que no le importa mirar de reojo, pero con afán de superación, a los orígenes de su nacimiento. En aquel alumbramiento la comunión de bienes y el perdón, la fraternidad y la alegría, la valentía y la audacia para presentar a Jesucristo…rompieron esquemas y tradiciones, corazones y modos de vida.
-Unos hombres y mujeres que llamaban la atención y que fueron formando esa gran familia que ha llegado hasta nuestros días. ¿Por qué hoy nuestra iglesia brilla más por el esplendor de su riqueza artística que por el estilo de vida que muchos cristianos no llevamos dentro de ella?
4.- Pentecostés…a los cincuenta días entonces, y 2019 años después, es un soplo que nos viene bien para lanzarnos como iglesia a la conquista de ese mundo tan duro para entender y comprender, vivir y amar las cosas de Dios.
Pentecostés…con todo lo que la Iglesia ha sido y es, supone un abrir de par en par la creatividad de todo creyente para que el mensaje de salvación de Jesucristo no quede clavado en las cuatro paredes de una sacristía o adornando la belleza de un templo.
Pentecostés…con nuestras fatigas e incoherencias nos infunde aires nuevos y bríos nuevos, ganas e ilusión, compañía y fortaleza, honestidad y transparencia, vitalidad y ansias de conquistas para Dios.
5.- VIVIR SEGÚN EL ESPÍRITU SANTO
Vivir según el Espíritu Santo, es difícil.
Vivir con el Espíritu Santo, no lo es tanto.
Es bueno pensar que, El,
nos acompaña aunque no nos demos cuenta;
nos habla, aunque no lo escuchemos;
nos conduce, aunque acabemos eligiendo el camino contrario;
nos transforma, aunque pensemos que, todo, es obra nuestra.


VIVIR PENTECOSTES
es pedirle a Dios, que nos ayude a construir
la gran familia de la Iglesia
es orar a Dios, para sacar de cada uno lo mejor de nosotros mismos
es leer la Palabra y pensar: “esto lo dice Jesús para mí”
es comer la Eucaristía,
y sentir el milagro de la presencia real de Cristo
es rezar, y palpar –con escalofríos- el rostro de un Dios que nos ama.


¡PENTECOSTES ES EL DIOS INVISIBLE!
El Dios que camina hasta el día en que nos llame a su presencia
El Dios que nos da nuevos bríos e ilusiones
El Dios que nos levanta, cuando caemos
El Dios que nos une, cuando estamos dispersos
El Dios que nos atrae, cuando nos divorciamos de El


¡PENTECOSTES ES EL DIOS DE LA BRISA!
El Dios que nos rodea con su silencio
El Dios que nos indica con su consejo
El Dios que nos alza con su fortaleza
El Dios que nos hace grandes con su sabiduría
El Dios que nos hace felices con su entendimiento
El Dios que nos hace reflexivos con su santo temor
El Dios que nos hace comprometidos, con el don de piedad
El Dios que nos hace expertos, por el don de la ciencia
Pentecostés, entre otras cosas,
es valorar, vivir, comprender y estar orgullosos de
todo lo que nos prometió Jesús de Nazaret.
¿Cómo? Dejándonos guiar por su Espíritu.
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SE NOS ENCOMIENDA UNA MISIÓN

6/3/2019

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Por José María Martín OSA
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1.- Ahora nos toca a nosotros. Entre el Señor que marcha y el que ha de venir se halla el tiempo del testimonio de la iglesia. Aquí queda fundada la espera (esperanza) de los cristianos, que en el tiempo de los apóstoles estuvo impregnada de una fuerte convicción de la inmediata llegada de la parusía. Ha terminado la obra de Jesús y debe comenzar ahora la misión en el mundo de la comunidad de Jesús. Se abre un paréntesis para la responsabilidad de los creyentes. Entre la primera y la segunda venida del Señor, se extiende la misión de la iglesia. No podemos quedarnos con la boca abierta viendo visiones. El Reino tenemos que construirlo nosotros mismos, si bien Dios con su providencia amorosa velará por ayudarnos. Ahora nos toca a cada uno de nosotros asumir la misión que Dios nos encomienda.
2- La hora de servir. La gran tentación que tenemos es quedarnos parados mirando al cielo: "¿qué hacéis ahí plantados?". Hoy día también somos tentados si vivimos una fe desencarnada de la vida. La Iglesia somos todos los cristianos, luego todos tenemos que implicarnos más en la defensa de la dignidad del ser humano, de la vida, de la paz, de la justicia. ¿Cómo vivo yo el encargo que Jesús me hace de anunciar su Evangelio?, ¿qué estoy haciendo para que mi fe me lleve a la transformación de este mundo?, ¿cómo asumo el compromiso de la Eucaristía, la misión que cada domingo se me encomienda en la mesa del compartir? La Eucaristía es el sacramento del servicio…a Dios y al hermano. Para poder ascender hay que descender primero. Para llegar a Dios hay que acoger al hermano.
3.- El camino del cristiano tiene que ser igual que el suyo. Primero estar al lado de hermano que sufre, del hermano que pasa dificultades, del hermano solo y abandonado. Sólo así podrá ascender. Mira a la cruz: ves en ella un brazo vertical que se eleva hacia el cielo, pero también tiene un brazo horizontal que mira a la tierra. Si quieres seguir el ejemplo de Jesús asume la cruz, pero con los dos brazos, mirando al hermano y acogiéndote a la gracia y al amor que Dios te brinda. Él no vino a servirse de los hombres, sino a servir y dar su vida. La Ascensión es la culminación de su vida. La ascensión de Cristo, más que una "subida" es un paso, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible o lo invisible, de la inmanencia a la trascendencia, de la oscuridad del mundo a la luz divina, de los hombres a Dios. Es un anticipo de lo que nos pasará a nosotros. Así lo expresa San Agustín:
De una manera participamos ahora y de otra participaremos entonces. Ahora tiene lugar por la fe y la esperanza en el mismo Espíritu; entonces, en cambio, tendrá lugar la realidad, la especie: el mismo Espíritu, el mismo Dios, la misma plenitud. Quien llama a los que aún están ausentes, se les mostrará cuando ya estén presentes; quien llama a los peregrinos, los nutrirá y alimentará en la patria. (San Agustín Sermón 170)
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