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LA FAMILIA DE NAZARET

12/29/2019

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Por Francisco Javier Colomina Campos
​www.betania.es

En estos días de Navidad, días que hemos procurado todos vivir en familia, nos acercamos al portal de Belén, vemos a Dios que ha nacido hecho niño y está acostado en un pesebre, y vemos junto a Él a María y a José. Por eso, en este domingo dentro de la octava de Navidad la Iglesia celebra la solemnidad de la Sagrada Familia. En este mundo nuestro en el que el tema de la familia es tan delicado y sobre el que se habla tanto, la liturgia nos muestra el modelo de todas las familias cristianas: Jesús, José y María, la familia de Nazaret.

1. Dios nace y se educa en una familia. En Navidad celebramos que Dios se hace hombre, y asume todo lo que es propio del ser humano. Si hay algo que forma parte indispensable del ser humano es la familia. Todos hemos nacido y nos hemos educado en una familia, para después formar muchos su propia familia. La familia ha sido y sigue siendo fundamental para cada uno de nosotros, pues de la familia hemos recibido la educación primera y más importante, en ella hemos forjado nuestra propia personalidad, en nuestra familia nos apoyamos cuando tenemos alguna necesidad, y en familia celebramos los acontecimientos más importantes de nuestra vida. Pues del mismo modo que para cualquier persona humana la familia es importante, Dios, al tomar la condición humana, nace también en una familia. Escuchamos en el Evangelio de hoy la responsabilidad de María y de José como padres de Jesús, en su vida diaria y oculta en Nazaret. Es hermoso imaginar cómo Jesús, desde su nacimiento, iría educándose y creciendo de la mano de María, su madre, y de san José. De ellos aprendería tantas cosas, como cualquier niño, y sus padres irían formando poco a poco la naturaleza humana de Jesús. Dios nace y se educa en una familia, como cualquier persona, pues Dios se hizo hombre con todas sus consecuencias.

2. La familia hoy. La familia de Nazaret se convierte para nosotros en modelo de nuestra propia familia. Ellos nos enseñan cómo vivir en familia, nos descubren la importancia que nuestros padres y familiares tienen para nosotros. Pero cuando miramos cómo están las familias hoy en día descubrimos que ciertamente pasan por dificultades y crisis serias. No hay conciencia hoy de la importancia que tiene la familia, y tampoco se favorece que crezca esta importancia en la conciencia de las nuevas generaciones. Hoy no se valora a los ancianos, ni se buscan medidas que protejan a los más pequeños, incluso a los no nacidos. No hay medidas de ayuda a la maternidad, ni a las familias numerosas. No se favorece la conciliación entre el trabajo y la familia. Y así es hoy muy frecuente encontrar familias que sufren, que pasan por crisis a veces muy duras. Es fácil hoy conocer a muchos padres que sufren a causa de sus hijos, a matrimonios que rompen con facilidad la convivencia conyugal, a mujeres que sufren agresiones por parte de sus maridos, hijos que son maltratados por sus padres… Y ante todo esto, la Iglesia nos muestra a la Sagrada Familia de Nazaret como modelo y ayuda para las familias de hoy. Es necesario, hoy especialmente pero también todos los días del año, rezar mucho por las familias, por la nuestra propia y también por las familias que sufren por motivos tan diversos. Que María y José, junto con Jesús, ayuden a todos aquellos que tienen serias dificultades familiares.

3. La Iglesia, la gran familia de los hijos de Dios. Pero no sólo tenemos la familia carnal. Hay otra familia mucho más grande y también muy importante para nosotros: es la familia de la Iglesia. Porque todos somos hijos de Dios por medio de Jesucristo, todos somos también hermanos. Y por tanto, todos los cristianos distribuidos por todo el mundo somos miembros de una misma familia que es la Iglesia. Esta familia se concreta para cada uno de nosotros en nuestra parroquia. Aquí hemos de vivir los mismos valores que vivimos en la familia, como son la solidaridad, la ayuda mutua, la formación… Y como cualquier familia, la Iglesia también se reúne alrededor de una mesa para celebrar los acontecimientos más importantes y para compartir el día a día de la vida de familia. La mesa alrededor de la cual se reúne la familia de la Iglesia es el altar de la Eucaristía. Cada domingo nos reunimos los cristianos para celebrar lo mejor que tenemos en nuestra familia: el amor de Dios Padre que se nos manifiesta en el Hijo.
En este domingo, solemnidad de la Sagrada Familia, no nos olvidemos de dar gracias y de rezar por nuestra familia, pero también por tantas familias que sufren por causas tan diversas. Que todos nosotros, hijos de Dios por Jesucristo, nos sintamos miembros de la familia de la Iglesia, que en ella aprendamos a vivir el amor, a compartir y a ayudarnos mutuamente, viviendo entre nosotros lo que hoy nos enseña la Sagrada Familia de Nazaret.
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Domingo Gaudete, Domingo de la Alegría

12/16/2019

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Por Francisco Javier Colomina Campos
​www.betania.es

En este tercer domingo de Adviento, Domingo Gaudete, Domingo de la Alegría, aparece con fuerza la figura de Juan el Bautista, el precursor. Jesús nos habla hoy del Bautista: “no ha nacido de mujer uno más grande que Juan”. Es el mensajero enviado por Dios para preparar su camino. En Juan Bautista se cumplen las promesas hechas desde antiguo por los profetas. 

1. La esperanza de Israel: Dios viene en persona a salvarnos. Después del pecado original, como escuchábamos el pasado domingo, solemnidad de la Inmaculada, el mundo quedó sometido bajo la esclavitud del pecado. De este modo, el ser humano, por el pecado original, rompió la armonía consigo mismo, con el otro y con Dios. La tierra entera, toda la creación, quedó malograda. Pero Dios no deja que este sea el final de la historia. Ya desde antiguo, Dios había prometido a Israel un Mesías. Los profetas recordaron continuamente esta promesa de Dios. Así lo hemos escuchado, por ejemplo, en la primera lectura, del libreo del profeta Isaías: “Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará”. Este anuncio de la venida de Dios en persona está acompañado de signos: se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo de abrirán, saltará el cojo como un ciervo y la lengua del mudo cantará. En definitiva, desaparecerá toda tristeza y vendrá la alegría y la felicidad. ¿No es eso precisamente lo que tanto echamos en falta en nuestro mundo? Cuando miramos a nuestro alrededor, tantas veces nos cansamos de ver penurias, tristezas, sufrimientos y violencia. Por ello, la esperanza de Israel en la llegada de un Mesías ha de ser también la nuestra. Necesitamos la alegría y el regocijo, necesitamos que los débiles se fortalezcan, necesitamos que desaparezcan las injusticias y los sufrimientos. Por ello, el anuncio del profeta Isaías es tan actual hoy para nosotros: Dios viene en persona a salvarnos. 

2. En Cristo se cumplen las promesas hechas a Israel: Id a decir a Juan lo que estáis viendo y oyendo. No son vanas las esperanzas de un Salvador que ha de venir. Pues nosotros, los cristianos, creemos que ese Mesías ha venido ya en Jesucristo. En Él, el Dios hecho hombre cuyo nacimiento celebraremos bien pronto, Dios ha cumplido su promesa y ha colmado nuestra esperanza. En el Evangelio escuchamos cómo Juan Bautista, el precursor, manda desde la cárcel a dos de sus discípulos para preguntarle a Jesús si es él el Mesías que ha de venir. En Juan Bautista vemos representadas las esperanzas de Israel y también nuestras esperanzas. La respuesta de Jesús a aquellos dos discípulos enviados por Juan es clara: contad a Juan lo que estás viendo y oyendo. Y es que la salvación que Jesús nos trae va acompañada de aquellos signos que Isaías había anunciado. Jesús devuelve la vista a los ciegos, cura a los inválidos, limpia a los leprosos, resucita a los muertos y anuncia el Evangelio a los pobres. Los milagros de Jesús que nos narra el Evangelio son los signos que acompañan la acción salvadora de Cristo. Podemos creer en Él porque hace lo que hasta entonces no había hecho nadie: curar enfermos y resucitar muertos. El certificado de autenticidad de la obra salvadora de Jesucristo son sus signos. 

3. La esperanza del cristiano: Tened paciencia, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. Por eso, los cristianos tenemos la esperanza puesta en Cristo, el Salvador, el que ya vino hace dos mil años en Belén, Dios que vino en persona, pero que también ha de volver de nuevo para juzgar a los vivos y a los muertos. Así lo estamos recordando en este tiempo de Adviento. No sólo recordamos la primera venida de Cristo, también esperamos su segunda venida. Mientras tanto, no debemos desfallecer en la esperanza. El apóstol Santiago, en la segunda lectura, nos llama a mantenernos firmes en la esperanza, a tener paciencia. Es muy ilustrativo el ejemplo que nos pone el apóstol del labrador, que espera paciente el fruto de la tierra, muestras recibe la lluvia. En este tiempo de Adviento, pidámosle al Señor que acreciente nuestra esperanza. Ante este mundo en que vivimos, lleno de tristezas y de sufrimientos, esperamos con paciencia y con confianza al Señor que viene a traernos la alegría y el gozo de la salvación. 
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Este tercer domingo de Adviento es un domingo que nos llena de alegría, es el domingo Gaudete. Es la espera gozosa del Adviento. El Señor viene en persona, y con su llegada vendrá la alegría y el regocijo. Vivamos con paciencia, como nos ha dicho hoy Santiago, la espera del Mesías en este tiempo, pues Él, con su llegada, renovará nuestras fuerzas. Con María, madre de la esperanza y causa de nuestra alegría, seguimos avanzando por el camino del Adviento.
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ADVIENTO: LA LUZ DEL SEÑOR QUE VIENE

12/1/2019

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Por Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es

Comenzamos un nuevo tiempo litúrgico, el Adviento, y con él un nuevo año litúrgico. Como cada año, antes de celebrar el comienzo de nuestra salvación, el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, la Iglesia nos propone estas cuatro semanas de Adviento como un tiempo precioso de espera y de esperanza, un tiempo en el que estamos llamados a caminar en la luz del Señor que viene.
1. El Adviento: espera y esperanza. En este tiempo de Adviento, la Iglesia recuerda por un lado la primera venida de Cristo, que tuvo lugar en Belén, con el nacimiento de Cristo, Dios hecho hombre. Lo celebraremos en Navidad. Por eso, en este tiempo de Adviento, nos preparamos para celebrar con gozo y con alegría ese acontecimiento que ya sucedió en la historia hace más de dos mil años. Pero también recordamos la segunda venida de Cristo, que está por venir. El mismo Señor prometió durante su vida terrena que volvería al final de los tiempos. Por eso, el Adviento es tiempo de espera, de preparación. Nos preparamos para celebrar la primera venida de Cristo en la Navidad, pero nos preparamos también para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos. La liturgia, especialmente al comienzo del Adviento, nos recordará que hemos de estar preparados, que hemos de velar, por el Señor viene el día que menos le pensemos. Pero es también un tiempo de esperanza. La esperanza que trajo al mundo el nacimiento del Salvador, el príncipe de la paz que nació hecho un niño pequeño en Belén. La esperanza de la salvación que nos trajo Cristo al venir a este mundo. Y también la esperanza de una gloria futura, que Dios nos ha prometido, y que alcanzaremos al final de los tiempos cuando Cristo venga de nuevo en su gloria. Por ello hemos de estar preparados, sin dormirnos.
2. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Este es el grito de este primer domingo de Adviento. No podemos dormirnos, como nos indica san Pablo en la segunda lectura. El que duerme no se entera de lo que pasa a su alrededor, y se le puede pasar un acontecimiento importante si no se despierta a tiempo. Así podemos estar también nosotros en nuestra fe y en nuestra esperanza, dormidos. Cristo ha prometido que vendrá en plenitud y en gloria al final de los tiempos. Cuando venga Cristo, los justos serán glorificados con Él y el mundo entero será restaurado. Es la nueva Jerusalén, la patria del Cielo que vislumbra el profeta Isaías en la primera lectura, en la que los hombres viviremos para siempre junto a Dios. El mismo Dios que vino hace dos mil años al mundo para llamarnos a seguirle, vendrá al final de la historia a llevar con Él a aquellos que tomaron en serio su llamada. Por eso Jesús nos dice en el Evangelio que hemos de estar vigilantes, en vela. No sabemos cuándo vendrá el Señor de nuevo, por ello hemos de estar alerta. Pero esta vigilancia no ha de ser pasiva no se trata de quedarnos quietos, a la espera de la venida del Señor. Más bien, se trata de una vigilia activa, en la que hemos de prepararnos, para que cuando llegue el Señor nos encuentre en disposición de seguirle a la patria celestial.
3. Caminemos como en pleno día. Esta vigilancia encuentra un simbolismo en el camino de la luz, que aparece tanto en la primera lectura como en la segunda. Isaías, que es el profeta que nos acompañará a lo largo de todo el Adviento, nos lanza esta invitación: “Venid, caminemos a la luz del Señor”. Y por s parte, san Pablo nos anima a salir de las tinieblas y a ponernos las armas de la luz para caminar como en pleno día. Las tinieblas son signo del pecado. Caminar en tinieblas es vivir alejados de Dios, que es la luz plena. Por ello, caminar en la luz es vivir con Dios y desde Dios. Así, la vigilancia a la que nos invita la palabra de Dios en este primer domingo de Adviento es a vivir en Dios, en la plena luz, no en las tinieblas del pecado y de la muerte. Esa luz plena la encontraremos en Navidad, con el nacimiento del Niño Dios, la luz que nace en las tinieblas, la luz que vio el pueblo que caminaba en tinieblas. Y esa luz es también la claridad de la gloria a la que estamos llamados y la que hemos de ir preparando a lo largo de nuestra vida. El Adviento, por tanto, es un tiempo de espera y de esperanza, y es también un tiempo de luz, la luz de Cristo que desea brillar en nosotros. Salgamos pues de las tinieblas y comencemos a caminar con la luz de Cristo.
Este camino no lo haremos solos. Nos acompaña siempre María, que es la mujer del Adviento. Con ella nos preparamos en este Adviento, llenos de esperanza, al nacimiento de Cristo Salvador, y caminamos en vela, despiertos, entre las tinieblas del mundo, hacia la luz gloriosa de Cristo que ha de venir.
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