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Ser cristiano es vivir según el espíritu de Jesús

1/24/2019

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Por Gabriel González del Estal
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1.- Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí” … y él comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír.


Lo más importante en la vida de Jesús no son tanto los hechos que hizo, sino el Espíritu con que los hizo. Por supuesto que para saber quién fue Jesús debemos conocer los hechos que hizo, pero para saber quién fue Jesús, como el Ungido de Yahvé y como maestro y redentor nuestro, debemos, sobre todo, conocer e intentar imitar el Espíritu con el que Jesús hizo lo que hizo. Nosotros, como buenos cristianos y como seguidores de Jesús, lo que debemos hacer cada día es examinar con qué espíritu hacemos lo que hacemos. Los hechos que hacemos dependen siempre de las circunstancias físicas y sociales en las que vivimos. No podemos hacer las mismas cosas cuando somos jóvenes, que cuando somos mayores, ni cuando vivimos en unas determinadas condiciones físicas y sociales, que cuando vivimos en otras. Los cristianos, por consiguiente, nos distinguimos de las demás personas no tanto por lo que hacemos como por el espíritu con que lo hacemos. El mismo Jesús, como venimos diciendo, debe ser nuestro modelo espiritual, no nuestro modelo material. Las cosas que hacemos los cristianos en este siglo XXI no pueden ser las cosas que hizo Jesús en el siglo primero de nuestra era. Por eso, vamos a meditar una vez más cómo fue el Espíritu de Jesús, siguiendo el texto del profeta Isaías, tal como lo ha citado el mismo Jesús, en el texto evangélico de este domingo. No perdamos de vista que Jesús nos dice que él ha sido enviado “a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; o poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”. En definitiva, su Espíritu le empujaba siempre a ayudar a los necesitados, y a hacernos a todos más libres y orientados al Señor, nuestro Dios. ¿Actuamos nosotros con el mismo espíritu?
2.- Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza. La lectura de este libro de Nehemías nos habla del inmenso gozo que sintió el pueblo de Israel cuando volvió del destierro y comenzó de nuevo a vivir como auténtico pueblo de Yahvé, en Jerusalén. La Ley fue para ellos auténtico gozo y vida, no sólo el leerla, sino, sobre todo, el practicarla y vivirla. Pues, sustituyamos nosotros la palabra <Ley> por la palabra <evangelio> y preguntémonos a nosotros mismos si la lectura diaria y la práctica diaria del evangelio de Jesús es para cada uno de nosotros espíritu y vida, como se nos dice en el salmo 18, salmo responsorial. El evangelio de Jesús debe ser para nosotros “descanso del alma, alegría del corazón, luz de nuestros ojos, roca y fortaleza nuestra”. El evangelio de Jesús debe ser nuestro gozo y nuestra fortaleza. ¡Qué se note en nuestro vivir diario!
3.. Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo son un solo cuerpo, así es también Cristo… Los miembros son muchos, pero el cuerpo es uno sólo. Ya hemos hablado muchas veces sobre el cuerpo místico de Cristo. La Iglesia de Jesús, todos los cristianos, formamos espiritualmente un solo cuerpo, en el que cada uno tenemos nuestra propia función. Todas las funciones son importantes y nadie puede pensar que su función es insignificante. El Papa, claro, tiene una función más significativa, pero también una anónima monja de clausura, anciana y enferma, por poner un ejemplo extremo, puede contribuir a fortalecer la vida espiritual de la Iglesia, del cuerpo místico de Cristo, rezando humilde y devotamente y ofreciendo a Dios su vida por el bien espiritual del mundo. Que cada uno se examine a sí mismo y hagamos cada uno el propósito de hacer, en el momento presente en el que estemos, todo lo que podamos hacer por el bien de los demás. Así estaremos siendo miembros activos del Cuerpo Místico de Cristo.
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María, madre de la Misericordia

1/20/2019

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Por Antonio García-Moreno
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1.- INEFABLE AMOR. "Ya no me llamarán "abandonada"..." (Is 62, 4). Abandonada, devastada. Tanto, de tal modo, que esa situación calamitosa viene a dar nombre propio a la tierra de Israel. Era el estado doloroso en que quedó el pueblo sumido, después de haberse olvidado de Dios. Momentos de angustia, momentos de tristeza infinita. Los hombres se alejan por el pecado de su Creador, y al estar lejos se sumergen en un mar de lágrimas, en un mundo oscuro y gris. Esa historia colectiva es figura y paradigma de muchas historias individuales, de todas las historias de cada uno de los pecadores, y de una forma u otra todos los somos.
Cuando el hombre peca, en efecto, el alma se queda como tierra baldía, tierra abandonada y devastada. Aflora el miedo, la sensación de vacío, la tristeza. Es cierto que en ocasiones el hombre llega a encallecerse y a no sentir nada ante el pecado, a vivir "tranquilo" sin Dios. Pero en el fondo late el temor ante lo desconocido, el miedo ante lo que pueda ocurrir, la incertidumbre ante el más allá de la muerte, la duda que atormenta. Pero todo eso tiene fin para los que vuelven, arrepentidos y pesarosos, sus ojos a Dios, que como un buen padre está siempre dispuesto al perdón, a la espera del retorno del hijo pródigo, para correr a su encuentro tan pronto lo vea llegar. Entonces se iluminarán nuestros sombríos horizontes y un nuevo capítulo gozoso se iniciará en nuestra historia personal.
“Como un joven se casa con su novia..." (Is 62, 5). Amor de juventud, primer amor. El despertar de los sentidos al amor, ese sentimiento tan hondo, tan humano y tan divino. Las palabras quedan inexpresivas para describir el amor, son un torpe balbuceo que trata inútilmente de expresarse. Es una realidad que sólo cuando se siente, se comprende. Podemos decir que es lo que más se asemeja al ser de Dios. Quizá por eso sea inefable, tan difícil de describirlo, pues el Señor rebasa con mucho nuestra capacidad de entendimiento. Si no fuera porque él mismo se nos ha revelado poco sabríamos de su grandeza. Así y todo, hemos de reconocer que sólo de forma analógica podemos comprender algo de él. Pero esa aproximación es suficiente para asombrarnos, para colmarnos de veneración y de ternura. A través de Isaías, nos dice hoy que nos ama como un adolescente enamorado ama a su primer amor, y que se alegra al vernos lo mismo que el esposo cuando ve a su amada. Ojalá que esta declaración divina de amor, tan inaudita y encendida, nos despierte y nos empuje a corresponderle, a quererle con toda nuestra alma.
2.- BODAS EN CANÁ. "Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda" (Jn 2, 2). La grandeza y divinidad de Jesús no le impedía estar cerca de las cosas pequeñas de la vida humana de cada día. Esta actitud sería luego criticada por sus enemigos, le llamarían comilón y bebedor simplemente porque participaba en fiestas y celebraciones de sus amigos. Hoy nos narra el evangelio las bodas que se celebraron en Caná de Galilea. A ella fueron invitados Jesús con su madre y sus discípulos. De este modo el Señor santificó con su presencia divina ese acontecimiento crucial en la vida del hombre, bendice la unión entre marido y mujer hasta hacer de ella el gran sacramento, el símbolo vivo de su propia unión con la Iglesia, la esposa de Cristo sin defecto ni mancha.
San Juan que vivió con María cuando el Señor se marchó a los cielos; él, que la tomó como madre por encargo de Jesús agonizante en la cruz; él, que fue el discípulo amado, sólo habla dos veces de la Virgen en todo su evangelio; aquí en Caná y luego cuando refiere la crucifixión en el Calvario. Son pocas veces, desde luego, para todo lo que él habría escuchado de labios de Santa María. Sin embargo, cuanto dice es más que suficiente para que podamos conocer la categoría excelsa de Nuestra Señora, la madre de Jesús, como siempre la llama Juan. Ya con este detalle nos está enseñando que María es la madre de Dios, un hecho que es el punto de arranque y la base teológica en donde se apoya toda la grandeza soberana de la Virgen, privilegio singular del que derivan todos los demás.
Con este milagro, realizado gracias a la intervención de María, se pone de manifiesto: Por un lado la ternura de su corazón materno, el desvelo por las necesidades de sus hijos; y por otra parte aparece su poder de intercesión ante su divino Hijo, que se siente incapaz de no atender la súplica de su Madre santísima. Con razón, por tanto, la podemos invocar como Madre de misericordia y como la Omnipotente suplicante.
Cuánto nos ama el Señor. No sólo muere por nosotros en la cruz y derrama toda su sangre para redimirnos. Además nos entrega lo que le era más querido y entrañable, a su propia Madre, para que lo sea también nuestra. Con razón la llamamos "spes nostra", esperanza nuestra y causa de nuestra alegría. Quien confíe en ella no se verá jamás defraudado, lo mismo que nunca defrauda el amor de una buena madre al hijo de sus entrañas.

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Estamos bautizados con el Espíritu Santo y Fuego

1/13/2019

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Por Gabriel González del Estal
www.betania.es

1.- Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. San Juan Bautista bautizaba con agua, Jesús bautizaba con Espíritu Santo y fuego. Juan Bautista bautizaba para que se convirtieran a la Ley y así, mediante las buenas obras que prescribía la Ley, alcanzaran la salvación; Jesús bautizaba para que recibieran el Espíritu Santo y para que el fuego del Santo Espíritu quemara todos sus pecados y les hiciera hijos de Dios. Para Juan era la Ley y las obras de la Ley las que salvaban, para Jesús es el Espíritu Santo el que salva. San Pablo repetirá esto, algunos años más tarde, a las primeras comunidades de la diáspora: no son las obras de la Ley; es Jesús el que salva. Pero el bautismo de Jesús es aún más exigente que el bautismo de Juan, porque bautizarse en el bautismo de Jesús exige fe en Jesús y, consecuentemente, fidelidad a él. San Juan Evangelista, en su evangelio y en sus cartas, nos dirá también esto mismo reiteradamente: el que cree en Jesús está salvado, el que no cree en Jesús es el anticristo. No debemos olvidar que para los hebreos la fe es fidelidad: creer en Dios es fidelidad a Dios y creer en Jesús es ser un buen discípulo de Jesús, serle fiel. Todos nosotros, los que nos llamamos cristianos, estamos bautizados en el Espíritu de Jesús. Si queremos ser fieles al compromiso que adquirimos en nuestro bautismo debemos vivir siendo fieles al Espíritu de Jesús, debemos vivir como auténticos discípulos suyos. El Espíritu es algo vivo, es fuego purificador, es fuerza, es gracia, es ímpetu; ser fieles al Espíritu de Jesús es intentar vivir como él vivió, como Hijo amado del Padre, como su predilecto, predicando y poniendo en marcha el Reino de Dios. Este debe ser el compromiso que debemos asumir hoy cuando renovemos las promesas de nuestro bautismo.

2.- Mirad a mi siervo, sobre él he puesto mi espíritu. El profeta Isaías, en este canto al siervo de Yahveh, nos describe proféticamente los auténticos rasgos de la personalidad de Jesús de Nazaret: humildad y fortaleza, luz de las naciones, implantador del derecho y la justicia, salvador de los pueblos, liberación para todas las personas abatidas, débiles y necesitadas. Y todo eso basado en una ilimitada confianza en su Padre, Dios, que es el que le ha “cogido de la mano y le ha formado”. Estos son, pues, los rasgos que debe tener el discípulo de Jesús, en la medida humana de sus posibilidades. No son, evidentemente, los rasgos que podemos ver plasmados en la personalidad de los líderes políticos y económicos que dirigen nuestras sociedades, pero todo buen discípulo de Jesús debe aspirar a tener los mismos rasgos de personalidad que tuvo su Maestro. Sería bueno que en este día del Bautismo del Señor leyéramos y meditáramos, con recogimiento y profundidad, este texto del profeta Isaías y lo tuviéramos en cuenta a la hora de programar nuestra vida y nuestras actividades durante este año 2019.
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3.- Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Dejémonos nosotros de poner nombres y etiquetas geográficas, políticas y religiosas a las personas con las que convivimos. Dios ama a todo el que le ama y practica la justicia, sea de la nación que sea; hagamos nosotros lo mismo. Jesús, nos dice también Pedro en este mismo texto, “pasó por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Dios está con toda persona buena y que hace el bien; este debe ser nuestro propósito para este año, un propósito corto en palabras, pero largo y profundo en sus intenciones y exigencias. Si el bautismo es un auténtico nacimiento espiritual, al renovar hoy nuestras promesas del bautismo hagamos el propósito de ser, durante toda nuestra vida, personas buenas que hacen el bien, fijándonos siempre con predilección en las personas que viven más oprimidas por el mal y la injusticia.
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Las estrellas que nos guían hasta nuestro Padre Dios

1/5/2019

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Por Gabriel González del Estal
www.betania.es

Epifanía significa <<manifestación hacia>>; en este día la “Epifanía del Señor” se refiere a la manifestación del Cristo niño a los llamados Reyes Magos, a unos personajes no judíos que habían venido de territorios paganos a adorarle y a ofrecerle sus dones: oro, incienso y mirra. Teológicamente, la Epifanía del Señor es el inicio de la catolicidad de nuestra Iglesia Católica, que es una Iglesia universal. Agrandemos, pues, nuestro corazón para abrazar a todas las personas del mundo, considerándolas hermanos nuestros. También la Epifanía del Señor se ha convertido entre nosotros en la fiesta del regalo; regalemos el don de nuestro amor a todas las personas con las que convivamos, y a todas las personas del mundo, niños, mayores y ancianos. Sólo así estaremos celebrando cristianamente esta fiesta de la Epifanía del Señor en la fiesta de nuestra catolicidad como cristianos y de nuestra generosidad como auténticos discípulos del Niño de Belén.

1.- Hemos visto salir su estrella y salimos a adorarlo. Para nosotros, los cristianos, Jesús es la estrella que nos guía por los caminos de este mundo hasta el encuentro con el Padre. Esto lo sabemos y ya lo hemos dicho aquí muchas veces. Pero ahora no voy a referirme a la Estrella, sino a las muchas estrellas que, en nuestras vidas diarias, desde que nacemos hasta que morimos, nos guían y nos orientan. No me refiero, claro, a las estrellas del cielo, sino a las más cercanas estrellas de la tierra. En circunstancias normales, para los niños las primeras estrellas que les alumbran y les guían son, sin duda, sus padres. Los niños nacen teniendo ya unos padres determinados, no al revés. No son los niños los que eligen a sus padres, sino que son los padres los que deciden tener, o no, a los hijos. De ahí la inmensa responsabilidad de ser padre. Los niños nacen dejándose manejar y guiar por sus padres. Es una ley de la naturaleza y nadie podrá sustituir a los padres en la tarea de educar a los hijos en los primeros años de la vida. Otras personas podrán ayudarles, pero nunca sustituirles. Esto, claro, en circunstancias normales, porque excepciones siempre las habrá. Cuando los niños se hacen ya mayorcitos empiezan a buscarse, más o menos libremente, otras estrellas que les guíen, al lado o al margen de sus padres. Suelen ser los amigos y amigas, los educadores, los medios de comunicación, la calle. La mayor parte de los que trabajamos en esta hoja de <Betania> somos educadores o padres de niños. Nuestra responsabilidad es grande, porque, queramos o no, podemos ser luz o estrella para algunas personas. Una luz muy pequeñita, pero, al fin y al cabo, luz. La estrella que guio a los Magos les condujo hacia Jesús; nosotros, ¿hacia dónde guiamos a las personas que buscan en nosotros orientación y guía? La responsabilidad de las estrellas es siempre grande, aún en lo pequeño. Debemos aceptar nuestro papel, y nuestra responsabilidad, de estrellas, sabiendo, eso sí, que como estrellas sólo podemos orientar, no forzar. La estrella aparece para orientar, no para arrastrar. Como la estrella de Belén.
2.- También los gentiles son coherederos. La estrella de Jesús, la estrella de Dios quiere iluminar a toda persona que viene a este mundo. Jesús no fue entonces sólo de los judíos, como ahora no es sólo de los católicos. La luz del evangelio es una luz universal, católica; el sol de Jesús sale cada mañana sobre buenos y malos, indistintamente. La Epifanía es la fiesta de la universalidad de la Iglesia de Cristo, su manifestación al mundo entero. Somos cada uno de nosotros los que tenemos que decidir en cada momento si queremos, o no, dejarnos iluminar por la luz de Cristo. Sin distinción de lenguas, razas, sexos, o economías. Así lo predicó siempre San Pablo y bastantes disgustos y persecuciones le costó esta defensa de la universalidad de la Iglesia de Cristo. En este día de la Epifanía del Señor agrandemos nuestro corazón cristiano, para que puedan caber en él todas las personas de buena voluntad. Todos somos, potencialmente, coherederos de Cristo. No recortemos, con actitudes exclusivistas, o xenófobas, las alas universales de la Iglesia católica de Cristo.
3.- Abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos. Hoy es también el día de los regalos. Es una tradición bonita y muy cristiana: regalar a alguien amor y amistad. Que el regalo sea, por encima de cualquier otra consideración, sólo, o preferentemente, eso: regalar amistad y amor. Podremos necesitar algunas otras cosas, pero lo que todos necesitamos es amar y ser amados. Convirtamos la fiesta del regalo en la fiesta de la amistad y del amor.

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