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HOY TAMBIÉN ES EL DOMINGO DE LA MISERICORDIA

4/27/2019

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Por Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es
Hoy concluye la Octava de Pascua. Durante estos ocho días hemos celebrado la alegría de la Resurrección como si de un solo día se tratase. A partir de hoy, continuamos con la cincuentena pascual que concluirá con la solemnidad de Pentecostés. Hoy, ocho días después de la resurrección, escuchamos en el Evangelio la aparición de Cristo resucitado a los apóstoles y la incredulidad de Tomás. Celebramos además el Domingo de la Misericordia, fiesta instituida por san Juan Pablo II. La palabra de Dios nos muestra hoy tres efectos de la Pascua en nosotros:
1. Hemos nacido de nuevo. Comenzábamos la Cuaresma con el lema del mensaje del Papa Francisco para este tiempo cuaresmal: “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”. La Pascua, que es la meta de la Cuaresma, nos da una vida nueva, transforma todas las cosas, cambia nuestro corazón y redime la creación entera. Por eso, los que hemos renacido con Cristo en la Pascua, somos criaturas nuevas. San Pedro nos recuerda en la segunda lectura de hoy: “Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva”. La Pascua es la fiesta de una novedad: Cristo, por su resurrección, ha hecho nuevas todas las cosas. Por eso nosotros somos unas personas nuevas. Cristo, con su muerte y resurrección, ha derrotado el pecado, ha vencido sobre la muerte. Por ello, los cristianos no podemos seguir viviendo en el pecado, sino que hemos de caminar con la luz de la resurrección. La misma comunidad de discípulos fue transformada por la resurrección del Señor. Así, la primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, narra cómo las primeras comunidades cristianas vivían unidas, en comunión, “constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. De este modo, la misma vida de los cristianos era un testimonio para todos los que los veían. Así es como comenzó a crecer la Iglesia, por el testimonio de los primeros cristianos. Hoy, nosotros también estamos llamados a vivir de este modo, llenos de Dios, unidos como verdaderos hermanos. Éste es el primer efecto de la Pascua: una vida nueva que nace de la alegría de la resurrección y que es testimonio para todos aquellos que nos ven.
2. La alegría y la paz, signos de la Resurrección. En el pasaje del Evangelio de hoy hemos escuchado de nuevo un relato de la aparición de Cristo resucitado. En esta ocasión leemos cómo los discípulos estaban encerrados en una casa por miedo a los judíos. La muerte del Señor ha dejado a los discípulos sumidos en el miedo. Si Dios no está con nosotros, nos vienen los miedos, los temores. Pero en medio de la casa, aunque las puertas estaban cerradas, aparece Cristo Resucitado, les da su paz y los discípulos se llenan de alegría al ver al Señor. Éste es el segundo efecto que produce en nosotros la resurrección. La alegría es el signo propio de los cristianos, pues nosotros creemos en un Dios que está vivo y presente entre nosotros. Era cierto lo que Jesús había dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Cristo, tras su muerte, no nos ha abandonado, sino que permanece a nuestro lado para siempre. Y ésta es la mayor de las alegrías que podemos tener. Ya no hay miedo, pues Cristo vive. Además, Cristo nos trae la paz pues, si el pecado es el odio, la ira, la envidia, las críticas, la soberbia, y tantas otras cosas que nos llevan a la muerte, la Resurrección ha vencido al pecado, y por ello Cristo Resucitado es portador de la paz. Es la paz del corazón, la paz que nos une de nuevo a Dios y a los demás, de los que nos habíamos separado por culpa del pecado. Todos nosotros necesitamos de la alegría y de la paz que Cristo nos trae con su resurrección.
3. Domingo de la misericordia. Finalmente, el tercer efecto de la resurrección de Cristo es la misericordia, o mejor, darnos cuenta de verdad que la misericordia del Señor es ciertamente eterna. Así lo hemos rezado juntos en el salmo de hoy: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Que lo digan los fieles del Señor, que lo diga la Iglesia entera, que lo digan todas las criaturas: la misericordia del Señor no tiene fin, es eterna, pues Dios ha vencido a la muerte, ha destruido el pecado, nos ha salvado con su resurrección. San Pedro nos recuerda en la segunda lectura que la misericordia de Dios es grande, y que por esa misericordia nos ha salvado, nos ha hecho vivir de nuevo, nos ha dado una esperanza viva. Es hermoso que san Juan Pablo II dedicara este segundo domingo de Pascua para celebrar la misericordia de Dios, pues si tuviéramos que resumir la Pascua, la pasión muerte y resurrección de Cristo en una sola palabra, tendríamos que decir: es eterna su misericordia. El pecado ha abierto en nosotros unas heridas que nos duelen, que nos dan muerte. Pero Dios, por misericordia, ha cerrado esas heridas al abrir las heridas de su Hijo en la cruz. Ahora, las llagas que quedan para siempre en el cuerpo resucitado de Cristo, esas mismas llagas que Tomás tuvo que tocar para creer en la resurrección, son para nosotros una prueba de que Dios es misericordioso y con sus heridas nos ha curado.
Vivamos con gozo esta fiesta de la Pascua. Cristo resucitado nos da paz y alegría, ha perdonado para siempre nuestros pecados y nos ha hecho renacer de nuevo. No seamos incrédulos como Tomás, que necesitó de una prueba tangible para creer en la resurrección. Vivamos con fe este tiempo de gozo. Cristo vive entre nosotros, él ha dado su vida por nuestros pecados y ha vuelto a la vida. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
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CRISTO HA SALIDO VICTORIOSO DE LA MUERTE

4/21/2019

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Por Francisco Javier Colomina Campos
​www.betania.es

“Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Éste es el primer día de la semana, es el día de la nueva creación. Lo antiguo ha pasado, comienza una nueva vida. Cristo ha resucitado, ha salido victorioso de la muerte. Celebremos con gozo la fiesta de la Pascua.
1. La tumba vacía. Aquél primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro esperando ver un cadáver, el cuerpo sin vida de su Señor. También Pedro y Juan corrieron al sepulcro para ver aquello que contaban las mujeres. Donde esperaban ver un cuerpo sin vida han encontrado un sepulcro vacío. La vida ha vencido a la muerte. Cristo ya no está entre los muertos, ha resucitado y está vivo y presente en medio de nosotros. La tumba vacía es signo de la Resurrección. Pedro, es el primero en entrar en el sepulcro. Aunque Juan había llegado primero, sin embargo, deja la primacía a Pedro, el primero de los apóstoles. Pedro entra en el sepulcro y ve todo como lo habían dicho las mujeres: las vendas por el suelo y el sudario enrollado en un sitio aparte. Pero sólo se queda con el signo: el cuerpo de Jesús no está aquí. Después entra Juan, el discípulo amado, el que había recostado su cabeza sobre el pecho de Jesús en la Última Cena, el único de los apóstoles que había permanecido con las mujeres junto a la cruz de Jesús. Y éste, al entrar y ver el sepulcro vacío, creyó. Sólo el que ha vivido en la intimidad de Jesús, el amado, el que ha permanecido junto a la cruz de Jesús y ha contemplado el amor de Dios manifestado en el Crucificado, es el que es capaz de ver y creer. La resurrección es un hecho cierto, verdadero, pero que sólo se puede creer desde el amor.
2. Una vida nueva. La Resurrección nos trae una vida nueva. Ya no vivimos bajo la antigua ley, sino que Cristo nos ha dado una ley nueva, la ley del amor. La vida nueva que nace de la resurrección es la vida del amor verdadero. Nosotros participamos de esta vida nueva por medio del Bautismo. La fuente que anoche bendecíamos en la solemne Vigilia Pascual es el surtidor de un agua viva que renueva la tierra. Pues, si hemos renacido de nuevo por la resurrección de Cristo, vivamos entonces como hombres nuevos. Ya que hemos resucitado con Él, abandonemos nuestra vida mundana y busquemos los bienes de allá arriba, donde está Cristo. El mundo nuevo ha comenzado hoy con la Resurrección. Un reino de luz y de vida, como hemos rezado en la oración colecta de la misa de hoy.
3. Somos testigos de la Resurrección. Pero esta alegría pascual, esta vida nueva que nace de la Resurrección de Cristo, no es algo que nos podemos quedar para nosotros mismos. Hemos de compartir la luz de la Pascua con todos los hombres. El mundo necesita la luz de Cristo, necesita la alegría de la Resurrección, necesita una vida nueva. Sólo Cristo nos puede dar esta nueva vida de la que el mundo está sediento. Por ello, al celebrar hoy la fiesta de la Pascua, nos convertimos cada uno de nosotros en apóstoles, en testigos de la Resurrección de Cristo. Como Pedro, también nosotros hemos comido y bebido con Cristo. Cada día, en la Eucaristía, compartimos su cuerpo y su sangre, pan de vida y bebida de salvación. Como Pedro, también nosotros estamos llamados a salir sin miedo para anunciar al mundo entero la nueva gozosa de la Resurrección. Somos testigos de la vida, no sólo con palabras, sino también, y sobre todo, con nuestras obras. Las obras de los cristianos, nuestras obras, han de ser luz en medio de la oscuridad. Seamos valientes, pues tenemos la fuerza de la vida, el don del Bautismo. El mundo tiene derecho a alegrarse por la Resurrección y nosotros somos sus misioneros.
La Pascua, la fiesta más grande de los cristianos, no termina este día. La Iglesia seguirá durante ocho días, la octava de Pascua, celebrando esta fiesta como si de un mismo día se tratase. Y después continuaremos celebrando la Pascua durante la cincuentena pascual, hasta la solemnidad de Pentecostés. Que María, la Reina del Cielo como la aclamamos en el cántico pascual del Regina Coeli, nos acompañe en este camino de alegría pascual. Que ella, que vivió con los apóstoles la alegría de la Resurrección y esperó con ellos la venida del Espíritu Santo, renueve nuestras fuerzas y nos conceda la esperanza de la vida nueva que hoy ha comenzado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
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La Cruz nos libera

4/14/2019

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Por José María Martín, OSA
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1.- Jesús dio libremente su vida. El himno cristológico de la carta a los Filipenses refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene del griego "kenos", que significa precisamente "vacío". Se concretizó en una obediencia total a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió también el vivirla hasta el final, "hasta la muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que era reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio libremente su vida.
2.- Jesús sigue muriendo hoy día... El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Por la cruz se llega a la luz. El centurión desvela todo el enigma que Marcos ha mantenido en secreto durante todo su evangelio. Sólo en la cruz se desvela el misterio. Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el Cristo, Mesías Ungido y esperado por el pueblo. Este himno nos introduce en el misterio pascual --muerte y resurrección de Cristo-- que vamos a celebrar en el Triduo Santo. Jesús en este domingo de Ramos es aclamado por aquellos que después van a quitarle de en medio. Todo esto ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el dolor de todos los hombres que hoy son "crucificados". Jesús se empeña en estar en todos los líos, se sitúa en las entrañas de la vida, allí donde se juega el futuro de la humanidad. El mundo es su sitio. No le va la muerte ni la marginación -siempre injusta-. Lucha por acabar con todo aquello que degrada al hombre, que le humilla y hunde en el abismo. Fue valiente, por eso le mataron tanto el poder político como el religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día... Nosotros seguimos crucificando a muchos "cristos" y gritando: "¡Crucifícalo!".
3. – Aceptar nuestra propia cruz. No podemos quedarnos con la contemplación piadosa de un cuadro melodramático. La lectura de la pasión debe ayudarnos para descubrir el drama que hoy vive la humanidad y nuestra actitud ante ella. No se proclama la Pasión de Jesús para contemplar o imaginar un espectáculo masoquista que nos muestra cómo unos hombres malos mataron al Hijo de Dios. Tampoco se proclama para que los fieles nos demos golpes de pecho y lloremos desgarradamente por el “pecado de Adán”. No podemos olvidar que Él cargó con nuestros pecados. Aceptar nuestra propia cruz nos cuesta mucho, pero nos puede ayudar a llegar hasta Dios.
“Una vez un joven andaba buscando al Señor, pues quería ser su amigo. El Señor estaba en el bosque preparando cruces para que sus amigos le siguiéramos. El joven encontró al Señor y cargó con una cruz. Era grande, pesada y tenía nudos que le herían en la espalda. Un diablejo se le cruzó y le ofreció un hacha. Fue cortando trozos a la cruz para calentarse por la noche. Cortó los nudos y ya no le dañaba. Así, lisa y pequeña, resultaba bonita. Casi podría colgársela al cuello como adorno. Pero al llegar al reino vio que la puerta estaba en lo alto de la muralla. «Apoya la cruz en la muralla y trepa por los nudos», le dijo el Señor. Pero la había recortado y pulido tanto que no podía subir. «Vuelve sobre tus pasos, le insistió el Señor, y si ves a alguno agobiado, ayúdale y así podréis subir juntos los dos con la cruz de tu amigo”.
Ayudemos nosotros a llevar la cruz a aquellos que sufren su peso… Su cruz puede ayudarnos a subir al Reino…
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JESÚS ANTEPUSO EL AMOR Y LA MISERICORDIA AL CUMPLIMIENTO DE LA LEY ESCRITA

4/7/2019

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Por Gabriel González del Estal
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1.- Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices? En bastantes casos, Jesús antepuso el amor y la misericordia al cumplimiento de la ley de Moisés. Y no es que Jesús despreciara la ley de Moisés; Jesús no había venido a anular la ley, sino a llevarla hasta su máxima perfección. Así lo vemos en sus discusiones con los escribas y fariseos sobre el cumplimiento de la ley escrita del cumplimiento del mandato del sábado y en sus relaciones con prostitutas, pecadores y otras personas marginadas. El caso que este domingo nos presenta el evangelio de san Juan, sobre la mujer sorprendida en flagrante adulterio, es un caso muy claro y significativo. Fue el amor y la misericordia que Jesús sintió hacia esta mujer lo que le hizo enfrentarse a escribas y fariseos. También nosotros, los seguidores de Jesús, hoy, en este siglo XXI, en nuestras relaciones con personas maltratadas por la sociedad e injustamente marginadas debemos anteponer el amor y la misericordia al cumplimiento de las leyes escritas. Tenemos que saber distinguir siempre entre normas legales y normas morales. Hay muchas normas legales que son claramente injustas. Muchos casos de corrupción y más de un enriquecimiento espectacular se han hecho sin incumplir claramente ninguna ley escrita. Esta es una de las causas más claras, creo yo, de lo injusta que es nuestra sociedad en su desigualdad social y económica. Si nos fijamos, sobre todo, en la desigualdad social que existe hoy día entre distintas naciones, empresas y regímenes políticos esto resulta clarísimo. Nuestro mundo no tiene arreglo si pretendemos hacerlo sólo a base de normas legales; como no entre por medio la justicia moral, el amor y la misericordia, el mundo, nuestro mundo, seguirá siendo terriblemente injusto y perjudicial para muchos, y maravilloso sólo para unos pocos. Todos los cristianos, los seguidores de Jesús, debemos anteponer, en nuestras relaciones sociales, políticas y económicas, el amor y la misericordia, al simple cumplimiento de las normas legales establecidas por los que mandan y gobiernan la sociedad.
2.- Esto dice el Señor: No recordéis lo de antaño: mirad que realizo algo nuevo. Este texto del profeta Isaías va dirigido al pueblo judío que, en parte, estaba volviendo del destierro a Jerusalén. El profeta, es nombre de Dios, les dice que deben seguir esperando en el Dios que les sacó de Egipto y que ahora les conducirá de nuevo hacia su patria, abriendo caminos en el destierro y corrientes en la estepa. Este es el mensaje de este texto también hoy para nosotros: no debemos perder nunca la esperanza en el Dios que nos salva. Con mucha más razón aun los que creemos en Jesús como salvador, que no vino a juzgar al mundo, sino a salvarlo, debemos superar siempre los momentos de dificultad y desánimo, no perdiendo nunca la esperanza en Dios. Es cierto que Dios quiere que no dejemos nunca de sentirnos responsables directos de nuestros actos, pero, por encima de nuestras fuerzas, está siempre la gracia y la misericordia de Dios; esta es la razón más profunda de nuestra esperanza cristiana. El Señor estará siempre grande con nosotros, por eso debemos vivir siempre alegres, como nos dice hoy el salmo responsorial, el salmo 125.
3.- Hermanos: todo lo considero pérdida comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe en Cristo. San Pablo, en esta carta a los Filipenses, les recuerda su vida y les dice que él cambió radicalmente de vida y conducta después de haberse encontrado con Cristo. Pues pidamos ahora nosotros al apóstol que también nosotros vivamos, como cristianos que somos, pendientes siempre del evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
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