Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: "Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: 'Déjale el lugar a éste', y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar para que, cuando venga el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate a la cabecera'. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido". Luego dijo al que lo había invitado: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará cuando resuciten los justos".
Palabra del Señor.
Hablar de la humidad no es fácil. Santa Teresa de Jesús dijo: "La humildad es andar en verdad". Pero descubrir nuestra verdad, reconocer quién soy y cuánto valgo no es fácil. Los hombres solemos valorar a los demás, o reconocer su importancia, por su contexto exterior. Esto es: valoramos a las personas por lo que poseen o por cuanto tienen. Este es un concepto muy materialista. El poseer más o menos riqueza material no nos hace más o menos persona. Si en algo se esforzó Jesús fue en quitar este tipo de etiqueta social donde al hombre se le valoriza por su posición en la sociedad o su riqueza personal.
Tener todo el dinero del mundo y poseer la posición de mayor prestigio o poder nada añade a la persona. El valor del hombre le viene dado por los bienes que Dios le ha otorgado por la creación. El ser humano vale simple y llanamente porque Dios lo creo bueno y participa de las bondades divinas.
No hay hombres más grandes o más pequeños, todos somos iguales. Tenemos diferencias pero esto es para enriquecer la hermandad no para denigrar al que no posee X o Y cualidad. Jesús no hizo diferencia entre los hombres, para Él somos iguales. Al hablar de la grandeza del hombre, puso el acento en la caridad. ¿Quién es más? El que más ama. ¿Quién es primero? El que sirve a los demás. El servicio y la entrega a los demás es lo que engrandece al hombre.