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JESÚS REMUEVE NUESTRA CONCIENCIA

8/17/2019

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Por José María Martín, OSA
www.betania.com

1.- Perseguido por ser consecuente. ¡Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados! Esta es una vieja historia en la que el que anuncia lo peor es acusado de ser el autor de ello. Se trata de matar al mensajero para evitar la responsabilidad. En el caso de Jeremías la palabra que tiene que anunciar le molesta y le complica la vida. La vida y la misión del profeta no es fácil. A Jeremías le meten en prisión y a punto estuvo de perder la vida. Pero él fue honrado al avisar del peligro inminente de la llegada de los babilonios. Intentan acallar su voz, pero el desastre va a venir precisamente porque no le escucharon. Nosotros debemos ser consecuentes. Aunque no esté de moda ser cristiano, aunque nos critiquen o se metan con nosotros, tenemos que anunciar la verdad y denunciar el peligro que acecha a nuestro mundo cuando los criterios dominantes son los del materialismo o los de la violencia. Cristo Jesús soportó la cruz, despreciando la ignominia, nos dice la Carta a los Hebreos. Ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Por eso nos invita a no perder el ánimo en nuestra lucha contra el pecado. El salmo 39 nos invita a volvernos más bien hacia Dios, en la desgracia. Nos consuelan las palabras del salmista: "Dios se inclinó sobre mí para escuchar mi clamor... El asentó mis pies". Distinta esta actitud de confianza de la de los falsos agoreros que anuncian toda clase de desgracias sin proponer solución. Ya advirtió Juan XXIII que desconfiáramos de los profetas de desgracias que se creen enviado por Dios para oscurecer nuestro universo.
2.- El fuego que transforma. "He venido a prender fuego al mundo". El fuego era un elemento importante en la vida de Israel: para cocer los alimentos, para calentarse, para alumbrarse. También se servían de él para destruir lo que era contagioso y malo, como los ídolos. En el Templo se debía siempre mantener el fuego del altar de los holocaustos para los sacrificios. El fuego es frecuentemente relacionado con la aparición de Dios (a Moisés en una brasa ardiente, en la columna de fuego en el desierto, cuando Ezequiel es escogido como profeta, el día de Pentecostés en forma de lenguas de fuego...). El fuego es calor y luz, signo del Espíritu. El fuego está también ligado a la purificación de Dios y al juicio final. Es sin duda este aspecto del fuego del que Jesús habla cuando dice haber venido para traer fuego sobre la tierra. El fuego de su amor purificará el mundo el día de la Pasión, de ahí el deseo de Cristo: "¡Cuánto desearía que ya estuviera encendido!".
3.- Jesús quiere que reaccionemos. "No he venido a traer la paz". Jesús quiere decir que no ha venido a traer la falsa paz. La paz verdadera no es la de la tranquilidad (cuando tranquilidad viene de tranca y de miedo), ni la paz de la falta de compromiso, ni la falsa paz basada en la injusticia. La verdad, la libertad y la justicia son difíciles de establecer en la tierra. El pacifismo cristiano no es aprobación del desorden o de la división. Para que "estalle" la paz es necesario provocar cierta violencia interior para no quedarnos tranquilos con nuestro cristianismo acomodado y aburguesado. Cristo viene a despertar nuestra conciencia, a provocarnos en cierto modo. La respuesta a esta provocación puede generar falta de comprensión en la familia. ¿Qué decir cuando un hijo opta por irse al Tercer Mundo o abraza la vocación sacerdotal o religiosa? En muchos casos se produce la división en la propia familia, "el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre". Jesucristo no ha venido al mundo para dejar las cosas como están, para tranquilizar nuestras conciencias, para que nos olvidemos de las sangrantes injusticias de nuestro mundo. La paz que El anuncia se basa en la justicia y en la lucha por la transformación de las estructuras injustas. No es simplemente ausencia de guerra, es trabajo constante para derribar lo que impide la consecución de un mundo más humano. 
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El principal tesoro de un cristiano es su Fe en Dios

8/10/2019

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Por Gabriel González del Estal
​www.betania.es

1.- Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Parece evidente que durante siglos la fe en Dios ha sido el principal tesoro que ha dirigido el corazón de muchos cristianos. No me refiero, en este momento, a los líderes o protagonistas principales de la historia, sino a los millones de personas anónimas para quienes la fe en Dios fue su principal sostén y alimento. “Vela ahí, Dios lo ha querido”; “estaría de Dios”; “que sea lo que Dios quiera”; “gracias a Dios”; “que Dios nos coja confesaos”; “cuando Dios nos lo manda, por algo será”. Estas expresiones y otras muchas parecidas que decían tan frecuentemente nuestros abuelos y abuelas eran fruto y consecuencia de una actitud de resignación y consuelo que sólo encontraban explicación y razón de ser en su fe en Dios. Sin la fe en Dios muchas de esas personas se hubieran derrumbado y desesperado. Todavía hoy día, aunque en número muchísimo menor, se encuentran personas profundamente creyentes que, ante una grave enfermedad, o ante una gran desgracia, encuentran fuerza y ánimo para luchar gracias a su fe en Dios. Es cierto que la fe en Dios tiene hoy, para la mayor parte de las personas, una importancia menor, pero sigue siendo verdad que, en general, la fe en Dios es, para los que la tienen, fuente de fortaleza y de ánimo. Encauzar rectamente la fuerza que nos debe proporcionar nuestra fe en Dios es una tarea psicológica y espiritual que no debemos abandonar nunca.

2.- Los hijos piadosos… se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes. Los “hijos piadosos” a los que se refiere el libro de la Sabiduría son los judíos del tiempo del éxodo que vieron y sintieron a Dios como la causa primera de su liberación. El sentirse hijos del mismo Dios los animaba a comportarse como hermanos, ayudándose mutuamente en los peligros y compartiendo los bienes. Para estos judíos piadosos era evidente que su fe en Dios debía ser siempre su principal fuerza para vencer al mal y hacer el bien. Nosotros, los cristianos, creemos que nuestra fe en Dios nos obliga a ser solidarios no sólo con “los santos”, o con los de nuestra misma religión, sino con todas las personas, porque todos somos hijos del mismo Dios, de un Dios liberador.

3.. La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. La esperanza es la fuerza que alimenta la fe. Sin esperanza la fe se desinfla y se pierde. El patriarca Abraham fue capaz de esperar que la promesa de Dios se cumpliría, aun cuando, humanamente hablando, todo hacía prever que no se iba a cumplir. Nuestra esperanza debe ser siempre una esperanza activa, que nos impulse y nos dé fuerza para seguir caminando con fortaleza y ánimo. Una persona que vive animado por una esperanza activa suele ser una persona más eficaz y más alegre que las personas desesperanzadas. El patriarca Abraham debe ser nuestro modelo de fe y nuestro modelo de esperanza.
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4.- Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva. La esperanza activa exige vigilancia activa. Cuando esperamos a alguna persona querida o importante nos preparamos para recibirle lo mejor que sepamos y podamos. Así, nuestra vida debe ser una continua espera vigilante. La vigilancia nos exige una continua preparación y una continua atención. Somos viajeros y caminantes que esperamos encontrarnos, al final de nuestro camino, con nuestra anhelada tierra prometida. Si nuestra fe es firme, también nuestra esperanza y nuestra actitud vigilante serán firmes y continuadas. No es fácil tener fe y esperar en lo que no se puede ver con los ojos del cuerpo, pero así es nuestra fe religiosa. Creemos en Dios y esperamos en Dios, porque nos fiamos de Dios. La fe activa del patriarca Abraham estuvo siempre sostenida por su confianza en Dios.
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LA CONFIANZA PUESTA EN EL SEÑOR

8/7/2019

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Por Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es

Si el domingo pasado la palabra de Dios nos enseñaba la importancia de la oración, y a orar con insistencia intercediendo por los demás, a partir de este domingo escucharemos en el Evangelio algunos pasajes en los que el Señor nos recordará algunas de las actitudes propias del cristiano, del seguidor de Cristo. Hoy la palabra de Dios nos habla de la confianza puesta en el Señor, y no en nosotros mismos o en nuestros bienes.
1. Dos hermanos peleados por la herencia. Cuántas veces hemos visto esto mismo entre los nuestros, ya sea en nuestra propia familia o entre amigos y conocidos. ¡Qué triste es cuando dos hermanos se pelean por la herencia! Así se le presenta a Jesús el caso de un hombre que le pide ayuda: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Este hombre sería probablemente un buen hombre, no tendría maldad, pues le pide a Jesús algo que es justo: que su hermano reparta justamente la herencia de sus padres. No es nada malo lo que el hombre aquel le pide a Jesús. Sin embargo, este buen hombre se equivoca al buscar en Jesús algo que Él no da, pues Dios está por encima de estas cosas materiales. Por eso Jesús le responde: “¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Aquel hombre le pedía con confianza a Dios, como veíamos el domingo pasado, pero se equivocaba en el contenido de su petición. Estaba demasiado preocupado por los bienes materiales, por el dinero, que no veía la grandeza de todo lo que Dios puede darnos, más allá de lo material. Esto va en sintonía con lo que hemos escuchado en la primera lectura, del libro de Qoelet o del Eclesiastés. Este libro sapiencial nos recuerda la vaciedad de las cosas de este mundo. Puede parecer un relato pesimista y amargado. Sin embargo, al leerlo despacio y observando la verdad de nuestro mundo, nos damos cuenta de que más bien se trata de un relato optimista, que nos recuerda que todo lo que un hombre llegue a ganar aquí en este mundo, en este mundo se queda.
2. Guardaos de toda clase de codicia, pues la vida no depende de los bienes. Como respuesta a aquel hombre que le pedía justicia a Jesús para el reparto de la herencia, y como complemento al relato del Qoelet, Jesús nos recuerda en el Evangelio que la vida de un hombre no depende de sus bienes materiales, y propone la parábola de aquel hombre que tuvo una buena cosecha y decidió almacenarlo todo para así poder echarse a la buna vida. Y Jesús concluye esta parábola con aquella pregunta del Señor: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”. Me gusta mucho recordar aquí aquella frase tan ilustrativa que tantas veces repite el papa Francisco: nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un coche de la funeraria. Es bien cierto que todos los bienes materiales los dejamos aquí en la tierra, y que cuando nos vayamos al otro mundo, después de la muerte, no nos llevamos nada material. Y es que, como nos dice hoy Jesús, nuestra vida vale mucho más que los bienes que tengamos. Y por muchos bienes que un hombre llegue a tener, su vida es infinitamente más valiosa e importante. Por ello Jesús nos advierte contra la codicia, que es el deseo vehemente de poseer muchas cosas, y cuanto más, mejor.
3. Buscad los bienes de allá arriba. Y es que la codicia, la sed de tener y de poseer más, nos alejan de Dios. Pues Dios no es material, no entra dentro de la lista de deseos de aquellos que codician tener cada vez más cosas. Por ello, este deseo de poseer y de tener más bienes nos aleja siempre de Dios. Así, san Pablo, en la segunda lectura de hoy, nos ha recordado que hemos de aspirar a los bienes de allá arriba, donde está Cristo, a los bienes del Cielo. Ya que Cristo ha resucitado y está en el Cielo, nuestra aspiración mejor es subir también nosotros al Cielo para estar siempre con Él. Para subir allí, hemos de morir con Cristo, como nos recuerda hoy san Pablo, y esto significa morir también a nuestras codicias y aspiraciones materiales y desearle a Él. Dios es muchos más que el dinero, que las herencias y que los cargos importantes, por ello hemos de darle el valor a lo que tiene de verdad valor. Es cierto que muchas veces en la Iglesia hemos estado, y estamos, preocupados por estas cosas materiales. Es bueno que hoy recordemos esta enseñanza de la palabra de Dios: nuestra aspiración ha de ser al Cielo, no a las cosas de aquí de la tierra. Cuanto más carguemos nuestras maletas de cosas materiales, más va a pesar, y por lo tanto más nos va a costar llegar al Cielo.
En la Eucaristía de hoy vamos a redescubrir lo más valioso que tenemos en la tierra: un poco de pan y un poco de vino que se convierten en la misma carne y sangre de Cristo. No encontraremos sobre la faz de la tierra nada más valioso que esto. Por ello, disfrutemos durante la Eucaristía de hoy de este impresionante tesoro: Dios mismo que se entrega por nosotros. Que esta sea nuestra única aspiración: llegar a conocerle y a amarle. Para ello, dejemos atrás todas aquellas cosas que nos estorban en este camino de seguimiento del Señor.
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