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1.- Perseguido por ser consecuente. ¡Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados! Esta es una vieja historia en la que el que anuncia lo peor es acusado de ser el autor de ello. Se trata de matar al mensajero para evitar la responsabilidad. En el caso de Jeremías la palabra que tiene que anunciar le molesta y le complica la vida. La vida y la misión del profeta no es fácil. A Jeremías le meten en prisión y a punto estuvo de perder la vida. Pero él fue honrado al avisar del peligro inminente de la llegada de los babilonios. Intentan acallar su voz, pero el desastre va a venir precisamente porque no le escucharon. Nosotros debemos ser consecuentes. Aunque no esté de moda ser cristiano, aunque nos critiquen o se metan con nosotros, tenemos que anunciar la verdad y denunciar el peligro que acecha a nuestro mundo cuando los criterios dominantes son los del materialismo o los de la violencia. Cristo Jesús soportó la cruz, despreciando la ignominia, nos dice la Carta a los Hebreos. Ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Por eso nos invita a no perder el ánimo en nuestra lucha contra el pecado. El salmo 39 nos invita a volvernos más bien hacia Dios, en la desgracia. Nos consuelan las palabras del salmista: "Dios se inclinó sobre mí para escuchar mi clamor... El asentó mis pies". Distinta esta actitud de confianza de la de los falsos agoreros que anuncian toda clase de desgracias sin proponer solución. Ya advirtió Juan XXIII que desconfiáramos de los profetas de desgracias que se creen enviado por Dios para oscurecer nuestro universo.
2.- El fuego que transforma. "He venido a prender fuego al mundo". El fuego era un elemento importante en la vida de Israel: para cocer los alimentos, para calentarse, para alumbrarse. También se servían de él para destruir lo que era contagioso y malo, como los ídolos. En el Templo se debía siempre mantener el fuego del altar de los holocaustos para los sacrificios. El fuego es frecuentemente relacionado con la aparición de Dios (a Moisés en una brasa ardiente, en la columna de fuego en el desierto, cuando Ezequiel es escogido como profeta, el día de Pentecostés en forma de lenguas de fuego...). El fuego es calor y luz, signo del Espíritu. El fuego está también ligado a la purificación de Dios y al juicio final. Es sin duda este aspecto del fuego del que Jesús habla cuando dice haber venido para traer fuego sobre la tierra. El fuego de su amor purificará el mundo el día de la Pasión, de ahí el deseo de Cristo: "¡Cuánto desearía que ya estuviera encendido!".
3.- Jesús quiere que reaccionemos. "No he venido a traer la paz". Jesús quiere decir que no ha venido a traer la falsa paz. La paz verdadera no es la de la tranquilidad (cuando tranquilidad viene de tranca y de miedo), ni la paz de la falta de compromiso, ni la falsa paz basada en la injusticia. La verdad, la libertad y la justicia son difíciles de establecer en la tierra. El pacifismo cristiano no es aprobación del desorden o de la división. Para que "estalle" la paz es necesario provocar cierta violencia interior para no quedarnos tranquilos con nuestro cristianismo acomodado y aburguesado. Cristo viene a despertar nuestra conciencia, a provocarnos en cierto modo. La respuesta a esta provocación puede generar falta de comprensión en la familia. ¿Qué decir cuando un hijo opta por irse al Tercer Mundo o abraza la vocación sacerdotal o religiosa? En muchos casos se produce la división en la propia familia, "el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre". Jesucristo no ha venido al mundo para dejar las cosas como están, para tranquilizar nuestras conciencias, para que nos olvidemos de las sangrantes injusticias de nuestro mundo. La paz que El anuncia se basa en la justicia y en la lucha por la transformación de las estructuras injustas. No es simplemente ausencia de guerra, es trabajo constante para derribar lo que impide la consecución de un mundo más humano.