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Ser muy humildes y sinceros

8/26/2018

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Por Antonio García-Moreno
www. betania .es


1.- Mujer y marido.- "Las mujeres que se sometan a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer; así como Cristo es cabeza de la Iglesia" (Ef 5, 22). Estas palabras de San Pablo dan la impresión de que era un tanto antifeminista, como si estuviera en contra de la igualdad del hombre y de la mujer. Pero hay que reconocer que sólo es una impresión, sacada además de unas frases sueltas. El mismo apóstol dirá en otro lugar que ante Cristo no hay griego ni judío, ni hombre ni mujer, sino que todos son iguales ante el Señor. Palabras que sin duda resultaban atrevidas en el tiempo en que se dijeron, cuando la misma sociedad consideraba a la mujer como un ser inferior respecto del hombre.

Y, en realidad, esa condición de la mujer sobre la que habla aquí el Apóstol no supone un menoscabo hacia ella, como si fuese una especie de esclava de su marido, o de criada gratuita, sin voz ni voto, con la única finalidad de trabajar y de dar hijos al marido… En realidad, lo que Pablo quiere decir es que la mujer ha de estar dispuesta a ser esposa y madre, con todo lo que eso lleva consigo de honor y de responsabilidad. Desligarse de esas dos facetas de su vida familiar, como mujer casada, es destruirse a sí misma y hacer del hogar un infierno en donde no se puede vivir.
San Pablo pasa luego al reverso de la medalla. Se enfrenta con el hombre y le recuerda la gravedad de la misión que, al casarse, ha puesto Dios sobre sus hombros. Ante todo ha de amar a su esposa como Cristo amó a su Iglesia, nada menos. Y sigue diciendo: "Él se entregó a sí mismo por ella para consagrarla, purificándola con el baño del agua y de la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino casta e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son".

"Amar a su mujer es amarse a sí mismo, añade -San Pablo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne..." Ojalá, tanto la mujer como el marido, se percaten de lo que significan estas palabras y se esfuercen por vivirlas. Sólo así se salvará la familia y con ella toda la sociedad.

2.- Sólo los humildes.- Este modo de hablar es inadmisible, dijeron muchos de los que escucharon las palabras del Maestro divino, sobre la necesidad de comer su carne y de beber su sangre. Hoy también hay quienes repiten lo mismo, quienes se echan atrás a la hora de ser consecuentes con las exigencias, a veces duras, que comporta la fe. Son los que ven las cosas con criterios humanos, juzgan los hechos con medidas terrenas; olvidan que sólo con la fe y la esperanza, con un grande y profundo amor, podremos entender y aceptar la revelación de Dios.
Jesús les explica de alguna manera el sentido de sus palabras sobre la Eucaristía. Les hace comprender que lo que ha dicho tiene un sentido más profundo, del que parece a simple vista. Su carne y su sangre son ciertamente comida y bebida, pero no en un sentido meramente físico, como si se tratase de una forma de canibalismo. Se trata de algo muy distinto que, en definitiva, sólo por medio de la fe se puede aceptar y, en cierto modo, hasta entender.

Lo que sí hay que destacar es que Jesús no se desdice de lo que ha dicho acerca de su presencia real en la Eucaristía, y sobre la inmolación de su cuerpo y su sangre en sacrificio redentor por todos los hombres. Por otra parte, es preciso subrayar que en ocasiones seguir a Cristo supone negarse a sí mismo, dejar el propio criterio y abandonarse en la palabra y en las manos de Dios.
Para eso hay que ser muy humildes y sinceros con nosotros mismos. En el fondo, humildad y sinceridad se identifican. Se trata, en una palabra, de reconocer la propia limitación de entendimiento y comprensión, aceptar que uno es muy poca cosa para captar bien todo lo referente a Dios. Fiarse del más sabio y del más fuerte, saberse pequeño y torpe, escuchar con sencillez al Señor.
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Entonces sí "comprenderemos", entonces sí aceptaremos. Dios que siente debilidad por los humildes, nos iluminará la mente y nos encenderá el corazón, para que la dicha y la paz inunden nuestro espíritu, en ese acercamiento supremo entre Dios y el hombre, que se realiza en la Sagrada Eucaristía.

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La Eucaristía: Sacramento de Comunión

8/19/2018

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Por Gabriel González del Estal
www.betania.es

1.- El padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Seguimos con el capítulo 6 de San Juan, sobre el pan de vida. No quiero repetir lo que ya he comentado en las dos homilías anteriores, referente a las palabras de San Juan, en este mismo capítulo, sobre el pan de vida. Hoy me voy a limitar a escribir algunas frases de San Agustín, cuando habla a sus fieles de Hipona sobre el pan de vida. A san Agustín, asiduo lector de san Pablo, la frase que más le impresiona del Apóstol, cuando habla de la eucaristía, es esta: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Los cristianos somos realmente el cuerpo de Cristo y, si no queremos deshonrar a Cristo, debemos comportarnos como dignos miembros de su cuerpo. Cuando san Agustín habla del cuerpo de Cristo se refiere, evidentemente, al cuerpo místico de Cristo, según la doctrina paulina expuesta en el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios. Cuando comulgamos, dice San Agustín, lo hacemos como parte del Cuerpo que somos y del mismo Cuerpo que vamos a recibir. Literalmente dice: Si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois vosotros. A lo que sois respondéis con el amén. Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea auténtico tu <amén>. Sed lo que veis y recibid lo que sois… Para que exista esta especie visible de pan se han aglutinado muchos granos en una sola masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Escritura a propósito de los fieles: “tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios”. Lo mismo ha de decirse del vino; son muchas las uvas que penden del racimo, pero el zumo de las uvas se mezcla, formando un solo vino… Sed también vosotros una sola cosa amándoos, poseyendo una sola fe, una única esperanza y un solo amor. De la comprensión profunda que tenía san Agustín de la presencia del espíritu de Cristo en cada uno de los miembros del cuerpo místico de Cristo cuando nos amamos de verdad, saca el santo otras muchas y bellas conclusiones que no podemos comentar aquí.


2.- Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. En este texto del libro de los Proverbios el pan y el vino que debemos comer y beber es la Sabiduría con mayúscula. La Sabiduría como encarnación de Dios en un ser humano la referimos los cristianos a Cristo: Cristo es la Sabiduría del Padre. Si nos dejamos guiar por el espíritu de Cristo viviremos sabiamente en nuestra relación con Dios, con el prójimo y con todas las criaturas de Dios. El que tiene el espíritu de Cristo tiene la sabiduría de Dios.
​


3.- No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.El apóstol recuerda en esta carta a los efesios que, en los cultos paganos, el vino llevaba al libertinaje. Ellos, como cristianos, no debían beber de este vino, sino del vino del Espíritu de Cristo. En los tiempos de san Pablo los primeros cristianos sentían frecuentemente la tentación de participar en los cultos paganos, tal como lo habían hecho antes de convertirse a Cristo. Ahora debían abandonar definitivamente las costumbres paganas, comportándose como auténticos discípulos de Cristo. No nos viene mal también a nosotros, los cristianos del siglo XXI, recordar estas palabras de san Pablo. También nosotros nos vemos todos los días tentados a participar de las ideas y costumbres de una sociedad cada día más paganizada; es bueno que también nosotros renovemos todos los días nuestro propósito cristiano de dejarnos guiar y conducir por el Espíritu de Cristo.

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Jesús, alimento que sacia de verdad

8/12/2018

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Por José María Martín OSA
https://www.betania.es
1.- Un alimento providencial. Los israelitas recordaron siempre el maná. Cuando estaban hambrientos y exhaustos Dios no les abandonó. La palabra “maná” significa “¿qué es esto”. Estaban asombrados ante aquel alimento que se les ofrecía gratuitamente. Hoy los estudiosos del Antiguo Testamento nos dicen que existe en la costa occidental de la península del Sinaí un arbusto llamado tamarisco. Produce una secreción dulce que gotea desde las hojas hasta el suelo. Por el frío de la noche se solidifica y hay que recogerla de madrugada antes de que el sol la derrita. ¿Fue este alimento natural el maná que describe la Biblia? Que el maná fuera un alimento natural, aunque extraño y desconocido de los israelitas, nos hace comprender que lo considerasen como "señal" de la protección y ayuda especial de Yahvé a su pueblo. La providencia de Dios actúa a través de las cosas cotidianas. Este es su auténtico milagro. También puede explicarse naturalmente el fenómeno de las codornices. En efecto, sabemos que en las costas mediterráneas de la península del Sinaí todos los años, en primavera y en otoño, aparecen bandadas de codornices, las cuales llegan a veces tan cansadas que pueden cogerse fácilmente con la mano. No cabe duda que para ellos se trató de un alimento providencial. Jesús anunciará la institución de la eucaristía a los judíos, cuando le recuerden el maná con que Dios había alimentado a sus padres en el desierto.


2.- El alimento que perdura. El texto del evangelio recoge la reflexión de Jesús después de la multiplicación de los panes. Jesús les cuestiona el motivo por el que le siguen. Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: "Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna". Pero ¿cómo no nos vamos a preocupar por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Por eso Jesús se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos. Jesús les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. En nosotros hay un hambre de felicidad, de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre "para dar vida al mundo". Este Pan, venido de Dios, "perdura hasta la vida eterna".
​


3.- Sólo Dios permanece para siempre. Alimentar el cuerpo es fácil, pero llenar el alma, el espíritu…sólo Dios tiene poder para hacerlo. El trabajo de los hombres es comer y dar de comer a todos. El trabajo de Jesús es darnos de comer el pan de vida, en este aquí y ahora, para el mañana y para siempre. Recibimos a Jesús en la Eucaristía. Celebrar la Eucaristía no es tanto un acto de piedad individual; mi Dios y yo, en íntima estrechez (a veces egoísta estrechez). Si convertimos la Eucaristía en un acto individualista e intimista, por más santidad y adoración que se le ponga, no deja de ser un culto vacío, que no conduce a la vida, “como el que comieron sus padres y murieron”. Que nuestras eucaristías sean realmente comulgar en todo nuestro ser con Cristo encarnado en el hoy de nuestra historia para tener vida eterna. Lo recuerda San Agustín en el comentario de este evangelio: “Unos por unos motivos, otros por otros, llenan todos los días la Iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús. Me buscáis, no por los signos que habéis presenciado, sino porque habéis comido del pan que os di. Trabajad por el pan que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Me buscáis por algo distinto a mí, buscadme por mí mismo”.
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El pan de la vida

8/5/2018

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Por: Fernando Torres, cmf
https://www.ciudadredonda.org

Hay muchas clases de pan. Quizá porque hay muchas clases de hambre. Hay personas que viven pensando y deseando tanto el pan de mañana que se olvidan de disfrutar el pan que tienen delante ahora mismo. O quizás lloran porque ayer no tuvieron pan, sin ver el banquete que está preparado ante ellos. También están los que sólo son capaces de preocuparse por su propio estómago, incapaces de darse cuenta de que hay hermanos y hermanas cerca que carecen del necesario pan.

Y la mayoría de la humanidad trabaja duramente cada día para procurarse el pan, o el arroz, o el maíz, necesario para sobrevivir, para poder llegar al día siguiente. Sólo ellos saben lo necesario que es el “pan nuestro de cada día”. Y generalmente son ellos los que mejor saben gozar, y agradecer, y disfrutar del pan que tienen en la mesa cada día, tanto si es fruto de su trabajo como si es un regalo. Cuando la vida se vive pendiente de un hilo, todo lo que se tiene es pura gracia y se recibe como un regalo.


Los que habían comido del pan que les había dado Jesús, fueron a buscarle, cuando se dieron cuenta de que había desaparecido. Habían gozado tanto. Estaba tan rico aquel pan. Para aquellos cuya vida había significado sólo lucha y sufrimiento el hecho de haber sido regalados con semejante banquete, un poco de pan y un poco de pescado, fue motivo suficiente para ir a la búsqueda del que se lo había regalado. Por eso, buscan a Jesús.


​Ciertamente aquellos que buscaban a Jesús, de los que nos habla el Evangelio de hoy, no entendieron a la primera lo que significaba que Jesús fuera el “pan de vida”. Ellos lo que entendían con total claridad era el pan y el pescado que comieron, que Jesús les había dado, que les hizo sentirse saciados y quizá les posibilitó hasta dormir una buena siesta. Y lo entendían sencillamente porque tenían hambre. Será necesario un largo proceso hasta que lleguen a pasar del hambre físico al hambre de vida que era el que Jesús les estaba ofreciendo saciar. Pero, al menos, el primer paso ya lo han dado. Por el contrario, los que no tienen hambre desprecian el pan, los que se sienten saciados no necesitan de nada. Jesús puede estar en su vida, pero no pasará de ser un adorno más.




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