Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
Entramos en la mitad de este camino cuaresmal, es el Domingo de Laetare. Se llama así por la antífona de entrada para la misa: "Alégrate, Jerusalén, y todos ustedes los que la aman, reúnanse. Regocíjense con ella todos los que participaban de su duelo y quedarán saciados con la abundancia de sus consuelos" (Is 66, 10-11). Es un día festivo, se puede usar rosa en los ornamentos mas poner flores en la iglesia. También nos indica la proximidad de la Pascua.
En el Evangelio de Juan (9, 1-41) encontramos el milagro del ciego de nacimiento, que es uno de los pasajes más llenos de vida de San Juan. "Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: 'Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?' Jesús respondió: 'Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo'. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos y le dijo: 'Ve a lavarte en la piscina de Siloé' (que significa Enviado). El fue, se lavó y volvió con vista..." Es un relato lleno de dramatismo, pues trata de simbolizar la situación de ceguera en la que se encuentran los seres humanos si Dios no viene a su encuentro para abrirle los ojos. Es la realidad del pueblo de Israel en tiempos de Jesús, y es la realidad también de nuestros tiempos: tan ciegos, cerrados o indiferentes para vivir a la luz del evangelio de Jesús.
Por eso, el tema de este domingo de Laetare es el contraste entre la luz y las tinieblas (que combaten implacablemente). La luz, en este contraste, no se da únicamente cuando nos unimos por primera vez a Jesús por la fe y el bautismo, como nos recuerda Pablo en Efesios 5, 8 , sino que tiene que ser algo más permanente que se extiende a todos los momentos de nuestra existencia. Por lo que Pablo nos invita a vivir como "hijos de la luz" y a no participar en las obras de las tinieblas sino a denunciarlas y reprobarlas donde quiera que estén.
No nos basta como cristianos ser, en lo personal, con nuestras obras testigos de la luz. ¡Tenemos que ser la voz profética de Jesús! Hay que denunciar sin miedo las injusticias, los pecados que hay en el mundo de hoy que no nos dejan ser testigos de la luz. El pecado y la indiferencia nos quieren envolver en las tinieblas del error y en la obscuridad que nos lleva a la muerte y condenación. La luz nos lleva a la vida, a la gracia, a vivir plenamente la Pascua, porque la luz de Cristo se nos hace presente en cada Eucaristía y continua iluminando nuestros corazones y nuestras vidas.