Autor: P. Harry López
En el evangelio de hoy (Jn 4, 5-42), Jesús llega a Samaria y, en pleno desierto, se sienta al borde del pozo de Jacob. En un área desértica, el agua es signo de vida. La carencia de agua llevaría al hombre a la muerte. Por ésto, para el pueblo de Sicar, este pozo es importante.
Dentro de la sociedad judía de la época, era función de la mujer el ir todas las mañanas -cuando el sol es menos fuerte- a buscar y sacar agua al pozo. Jesús se sienta a esperar a la mujer que va a ir a buscar agua. Esta mujer, que esta evitando encontrarse con alguien, se encuentra con Jesús junto al pozo. Es una mujer pecadora: vive con un hombre que no es su marido. Él establece un diálogo: "si supieras quién te pide de beber..." Le ofrece algo superior a lo que ella va a buscar.
Jesús promete a la mujer un "agua viva" que literalmente es agua en movimiento (en contraposición a la del pozo que es agua estancada). Cristo quiere darle la oportunidad de una fuente sobrenatural que la llenará de vida, la pondrá en movimiento; que la hará salir del pecado donde se encuentra, salir al encuentro de Dios y anunciar la buena noticia de la salvación obrada por Jesús.
Jesús, el Cristo, nos ofrece una fuente de agua viva. El hombre que se acerca y bebe, queda saciado. Si nos acercamos a Jesús, él colmará plenamente nuestro deseo de Dios. Él nos dará al Espíritu Santo que, en el alma del hombre, será la fuente de vida sobrenatural que nos llevará al encuentro de Dios Padre.