Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
Estamos ya en la tercera semana que Jesús, a través de parábolas en el Evangelio de Mateo, nos ayuda a conocer y discernir el valor incalculable que tiene el Reino de Dios. Con la parábola del sembrador, meditamos sobre la fuerza de la Palabra. En las parábolas de la cizaña y el trigo, el grano de mostaza, y la levadura, hemos visto el poder y la paciencia de Dios. Esta semana vemos las parábolas del tesoro escondido, la perla preciosa y la red de los pescadores.
"El Reino de los Cielos se a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra. También se parece el Reino de los Cielos a la red que los pescadores echan al mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación" (Mt 13, 44-50).
Jesús con estas siete parábolas nos ha enseñado los misterios del reino (que existían antes de la creación del mundo), la grandeza y el valor de este. Para conocer el valor del reino, nos ayuda la oración de Salomón (1 Reyes 3, 5-13). Él le pidió a Dios la sabiduría para gobernar y discernimiento para entender el bien y el mal. Esta súplica fue escuchada con agrado por Dios y Él le concedió esa capacidad para gobernar. Hoy, nosotros debemos pedirle a Dios la sabiduría de Salomón y el poder discernir entre el bien y el mal para proclamar, con nuestras obras, vida y testimonio, que ya ha llegado el Reino de Dios y lo estamos viviendo.
El cristiano que encuentre este tesoro y esta perla preciosa que es el reino de la verdad, la justicia, de la paz y el amor, no lo querrá perder. Pidamos a Jesús que podamos valorar su reino. A pesar de que, por nuestra indiferencia, nos cuesta descubrir su reino, nos corresponde hacerlo presente y verlo como el valor supremo de nuestras vidas.