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“Adviento tiempo de esperanza”

11/29/2020

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

“Él os mantendrá firmes hasta el final” (1 Cor 1, 8). Este domingo empezamos el tiempo litúrgico del adviento. El mismo consta de cuatro semanas que nos preparan para la gran fiesta de la navidad. Las primeras dos semanas se habla acerca de la venida del Señor y las últimas dos nos narran la encarnación del Hijo de Dios en las entrañas purísimas de la Virgen María. Contemplaremos la promesa del Mesías, la salvación y liberación de Israel de sus enemigos. Estas promesas se hacen carne en Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro. Él es el Salvador prometido que ha venido a salvarnos del Pecado y de la muerte. Por último, el adviento nos introduce en un tiempo de expectativa en el retorno glorioso de nuestro redentor. Pero ¿qué es el adviento para el cristiano de hoy? ¿Qué es el adviento? El adviento es un tiempo de espera y de expectación. Así como los primeros israelitas esperaban la venida del Mesías nosotros como cristianos esperamos la aparición gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. Aquel que vino en la debilidad humana retornará glorioso para juzgar a vivos y muertos. Por medio de esta pedagogía de la fe Dios nos hace una pregunta contundente: ¿en quién esperas?

La sociedad de hoy día es ajena a la esperanza. Vivimos sumidos en un mundo agitado por la rapidez de las horas y de los trabajos. Es un frenesí que no nos permite ni tan siquiera disfrutar de los momentos que nos regala la vida. El ser humano de hoy no le gusta detenerse, sino que está acostumbrado a que se le resuelva en el momento. Sin embargo, esto es un peligro porque no ha pasado por la experiencia de la espera.

Para crecer en la fe es necesario alimentar la esperanza. Vivimos en un mundo que dice tener fe, pero su esperanza realmente deja mucho que desear. La fe se prueba en la espera y crece en el itinerario de la santidad. En efecto, esto nos debe llevar a una pregunta, ¿Qué tanta fe tengo en lo que espero? San Pablo dijo a Timoteo en un momento difícil de su vida “yo sé en quien tengo puesta mi fe” (2 Tim 1, 12). Por tanto, el tiempo de adviento es un momento para renovar nuestra confianza en Dios y colocar nuestra fe en él.

En estos tiempos difíciles que enfrentamos es crucial esperar en el Señor y no dejarnos seducir por el ajetreo del mundo. No podemos vivir como personas sin esperanza. Es necesario pedirle al Espíritu que nos recuerde que Dios es Fiel. San Pablo nos lo enfatiza en la segunda lectura de este domingo. Coloquemos nuestra esperanza en la fidelidad de Dios y todo lo demás vendrá por añadidura.  


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“Donde pones las palabras coloca también el corazón”

11/22/2020

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

​“La gloria de Dios es que el hombre viva”, dice San Ireneo de Lyon (Adv. Haer, Libro IV, 20, 5-7). ¿Cómo vivimos nuestra vida? ¿Cómo esta nuestra relación con el Señor? ¿Cómo asumimos nuestra vida cristiana? Estas son algunas de las preguntas que deben interpelar el corazón del creyente ante la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. La venida del Señor es inminente. Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios. Ciertamente Dios es misericordioso y ha sido “lento a la ira y rico en clemencia” (Sant. 5, 11) con cada uno de nosotros. Hemos experimentado su amor y nos hemos vuelto ovejas de su rebaño. Pero esa experiencia de amor debe traducirse en obras: si Dios ha sido misericordioso conmigo, yo debo ser compasivo y clemente con mi prójimo.

En el Evangelio Jesús nos llama a estar atentos y vigilantes ante las necesidades del prójimo. Dios no se ha quedado en un espacio cómodo, sino que ha querido caminar con el hombre y redimirlo de su situación de pecado. Por eso envió a su Hijo “para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 14). Nos da lo más sagrado para que tengamos vida en abundancia. De la misma forma el cristiano esta llamado a darse como se dio el Hijo. Para darnos en amor el Señor nos ha dado a su Espíritu Santo. Es el Espíritu quien nos mueve a vivir como los hijos amados de Dios. Por Él podemos darnos cuenta de la necesidad de nuestros hermanos y ayudarles. El camino al cielo se edifica con los actos de amor al prójimo.

Nuestro prójimo no es un obstáculo para ir al cielo. Muchas veces podemos caer en la tentación de decir que los demás son el problema. Sin embargo, muchas veces el problema parte del corazón que no quiere acoger al otro con sus deficiencias. El prójimo siempre costará, pero pensemos en el amor que Dios nos ha tenido. Pensemos por un momento en los sufrimientos, en el rechazo y en la indiferencia que tuvo que pasar Jesús para salvarnos. Nos daremos cuenta de que Él tuvo que pasar más por nosotros y por ese amor nos salvó. Recordemos de san Juan de la Cruz “al final del día me juzgaran en el amor”.
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El juicio de Dios se dictamina en base a nuestro amor y deseo. ¿Qué amamos y qué deseamos en esta vida? El Señor nos ha dado lo esencial de la Ley: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 38). Si Dios ama al ser humano nosotros debemos amarle a través de Él. El que no ama a su prójimo a quien ve, no puede amar a Dios que no puede ver. Por eso nuestro amor a Dios lo manifestamos por medio de las obras de misericordia, de la oración, de la celebración de los sacramentos, de la diligente escucha de la Palabra, de las obras de apostolado y de la entrega generosa a nuestra vocación particular. Cuando vivimos con esa diligencia de modo libre y consciente el Señor nos dirá: “venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.
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“Cuando el temor se vuelve fruto del amor”

11/15/2020

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

​“Cuando el amor llega a eliminar del todo el temor, el mismo temor se convierte en amor” (San Gregorio de Nisa, Homilía, 15). En este domingo el Señor nos sigue invitando a ser vigilantes, pues, no sabemos “ni el día ni la hora de su venida” (Mt 24, 36). Mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor debemos preguntarnos en qué consiste esa vigilancia. La vigilancia del cristiano debe ser una llena de amor y de temor. Por eso la Iglesia hoy nos dice que la vigilancia de los hijos e hijas amados de Dios debe fundamentarse en el don del temor del Señor.

¿En qué consiste el temor de Dios? El Temor de Dios es un don del Espíritu Santo que nos ayuda a no ofender a Dios. En la teología bíblica es el principio de la sabiduría (cfr. Dt 10, 12-13). De este modo el hijo de Dios busca cómo vivir la fe y ponerla siempre al servicio de los demás. Le ayuda a leer los signos de los tiempos, las necesidades de aquellos que le rodean y ayuda a su prójimo encontrar la voluntad de Dios en su vida. Esa es precisamente la misión de la Iglesia y de sus miembros hasta el retorno glorioso de su salvador.

La primera lectura que leemos del libro de los Proverbios nos manifiesta la actitud de la Iglesia ante la venida gloriosa de su Señor. Ella nos habla de la diligencia de la esposa ante los bienes de su marido. Como una mujer sabia administra las pertenencias que su esposo le ha dejado hasta su retorno del campo o de su lugar de trabajo. La mujer de la que se habla en esta lectura es figura de la Iglesia, esposa de Cristo. Con “temor y temblor” (Flp. 2, 12) ella pone al servicio de la humanidad todos los medios que Cristo le ha otorgado para la salvación de todos. La Iglesia es la primera que debe vivir con temor de Dios, pues a ella se le ha confiado la salvación de las almas.
Cuando hablamos de Iglesia no solo nos referimos a los curas y a las monjas, sino a todos los bautizados llamados en Cristo. Todos hemos recibido esta misión de trabajar en el vasto campo de la salvación. Algunos como sacerdotes, otros como laicos comprometidos, unos como religiosos o esposos. Todos hemos recibido algo de Cristo y debemos trabajar para que de un fruto de santidad.

El temor de Dios nos saca de la parálisis espiritual. El Señor nos dice en el Evangelio que todos tenemos una responsabilidad con los dones que Dios nos ha confiado por más insignificantes que parezcan. Jesús es quien hace fructificar los frutos que provienen de su gracia. De nosotros queda el explotarlos y compartirlos con los que nos rodean.

Cuando vivimos el temor de Dios compartimos y transmitimos la verdad cristiana de una forma novedosa. Hoy día muchos dicen que no hay temor de Dios y en cierto sentido es real. Sin embargo, debemos preguntarnos como cristianos si ¿estamos transmitiendo el mensaje que Cristo nos ha confiado con temor y temblor? O ¿lo estamos transmitiendo como una obligación? Las generaciones de hoy día son rebeldes a todo aquello que le suene a obligación. Por eso al momento de proponer la fe debemos evitar la imposición y promover el amor.  


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“Estad atentos”

11/8/2020

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

“Velad, pues no sabéis ni el día ni la hora”, dice el Señor (Mt. 25, 13). Este domingo XXII la Iglesia medita en las palabras del Señor referidas a la Parusía o las últimas realidades. El Hijo de Dios vendrá en su gloria para juzgar a vivos y muertos; justos e injustos. Muchos pueden sentir temor y miedo ante esta verdad revelada que rezamos cada domingo. Sin embargo, a nosotros los cristianos debe llenarnos de gozo y alegría pues la razón de nuestra vida es el encuentro vivo y verdadero con Dios Uno y Trino. Por eso debemos estar atentos a la llegada del esposo, pues no sabemos ni el día ni la hora de su llegada.

Jesús nos presenta la actitud que debemos asumir con su retorno: la vigilancia. Cuando vivimos el camino de la fe muchas veces corremos el riesgo de enfriarnos o alejarnos de los caminos del Señor. Nos sucede muchas veces como a las vírgenes necias o imprudentes (Mt 25, 2). Pensaron que el esposo tardaría y no estuvieron vigilantes. Su imprudencia le costó muchísimo. Ellas no prepararon su aceite para recibir al esposo y por ello perdieron la oportunidad de entrar a la boda. ¡Que triste sería llegar al final de nuestra vida sin el aceite de la gracia!

Si queremos entrar en el banquete de bodas con el esposo que es Cristo y la esposa que es la Iglesia, debemos mantener nuestras lámparas con aceite y encendidas. Nuestra vida cristiana es esa lampara que necesita ser constantemente verificada. ¿Cómo llenamos nuestra vida cristiana? Ante todo, con la relación con el Señor, de modo especial en la Eucaristía, la oración, el apostolado y viviendo cada momento como si fuera el último. De esta forma estamos atentos y vigilantes, pidiendo al Señor tener el aceite de la gracia para iluminar nuestra vida. Así el Señor a su llegada nos encontrará resplandecientes; con una vida llena de luz y esperanza pidiendo su glorioso retorno: “anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”.


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“Día de todos los santos”

11/1/2020

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

Nos dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium n.49 que la Iglesia goza de una comunión de bienes espirituales. El mayor de ellos la Santa Misa. Es en ella donde se encuentran la Iglesia triunfante, la Iglesia peregrina y la Iglesia purgante. Podemos decir que la Eucaristía es el punto de encuentro y de reunión de la Iglesia de Cristo. 

En este día de todos los santos la Iglesia celebra la gloria de los que ya gozan de la presencia de Dios. La comunidad de cristianos que han muerto en la gracia de Dios se les conoce como Iglesia triunfante. Esta Iglesia contempla a Dios cara a cara y gozan de la plenitud eterna de la gloria de Dios. También interceden por las almas de la Iglesia peregrina, los que aun en la tierra peregrinamos a nuestra patria celestial, y por las almas de los fieles difuntos para que purificados de toda mancha contemplen el rostro de Dios.

La santidad no es una moda de la antigüedad sino la llamada de Dios a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, redimidos por la gracia bautismal. Muchos creen que la santidad es algo aburrido, en otras ocasiones inalcanzable y a otros simplemente le da lo mismo. Tampoco es algo inalcanzable pues “Dios no da cargas que uno no pueda sobrellevar” (cfr. 1 Cor 10, 13).  La santidad más allá de ser un premio; es un estilo de vida. Es desear vivir en la tierra lo que esperamos contemplar en el Cielo. En efecto, es una forma de vida que nos pone en comunión con Dios y con los hermanos.

En este tiempo la Iglesia reconoce a los santos sin altar. Es decir, a todos aquellos santos que gozan de la patria celestial pero que no han sido canonizados por la Iglesia. Decía al respecto el papa Francisco: “me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo…Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad” (GE. 7).

La santidad es posible porque para Dios no hay nada imposible. Los santos pueden estar muy cerca de nosotros e incluso estamos llamados a vivir ese estilo de vida. Esto no significa que estaremos todo el tiempo orando, ni que dejaremos de pasar dificultades. Significa que contaremos con la gracia de Dios para caminar por esta vida en su presencia hasta contemplarlo tal cual es. Entonces y solo entonces seremos bienaventurados.  
 

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