Parroquia San Miguel Arcangel- Cabo Rojo P.R.
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Venid vosotros, benditos de mi Padre.

11/25/2023

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Alejandro Carbajo, CMF 
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.
Se nos acaba el año litúrgico. Parece que fue ayer, cuando nos alegrábamos por la celebración del nacimiento de Jesús, o por su paso (Pascua) de la muerte a la vida. Delante de nosotros se presenta ya el Adviento. Y celebramos hoy la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Pío XI instituyó esta fiesta a principios del siglo XX, cuando en Europa aparecían los nefastos totalitarismos. Ya sabemos el fruto de esas políticas en el siglo XX. El Papa escribió la encíclica “Quas primas” para recordarnos a todos Quién es el verdadero Rey del Universo. Y que es Cristo quien debe reinar en nuestros corazones.

Es que ha habido muchos reyes que intentaron gobernar sobre bases equivocadas. Sobre la violencia o la fuerza, la mentira o la falta de respeto a los derechos más elementales no se edifica nada bueno. Una sociedad así construida es un gigante con pies de barro. Y no puede acabar bien. Nada bien. Multitudes de víctimas inocentes nos lo recuerdan. En el siglo XX y en el siglo XXI, que ha empezado también prometiendo mucho…

Frente a estos reyezuelos con ínfulas de eternidad, se nos presenta la vida de nuestro Rey, Jesús. No tenía ni poder económico, ni ejército, ni corte glamurosa. No nació en un palacio, sino en un pesebre. No vivía de las rentas, sino que trabajaba para ganarse el pan. No tenía el respaldo de un banco central, sino solo el poder de convicción de su Palabra. No se basaba en la fuerza, sino en el enamoramiento, en el dejarse encontrar y querer por todos. Mateo, la samaritana, Zaqueo… Muchos se convencieron por el ejemplo y el testimonio de Cristo. Un Rey muy especial.

Puede que a ti te haya pasado lo mismo, por cierto. Es muy posible que muchos de nosotros también nos hayamos dejado ganar por Jesús y su mensaje. Un mensaje que habla de amor y, sobre todo, del Reino. Es un rey al servicio del Reino de Dios. El Reino es el centro de su predicación y de su vida entera. El centro de su mensaje es ese Reino y la transmisión de la Buena Nueva, de que Dios está de nuestra parte siempre, hasta el punto de hacerse uno de nosotros.

No se debe perder de vista el final del camino. Lo que con palabros teológicos se llama la “dimensión escatológica”: el final de los tiempos, nuestro ineludible caminar en la historia, el "juicio final". La conclusión del año litúrgico nos debe hacer reflexionar sobre el final mismo de la historia, y el final también de nuestras vidas personales. Porque la vida tiene dos tiempos, el terrenal, tiempo propicio, de salvación (cf. 2 Cor 6,2), donde decidimos cómo vivir, siguiendo a Cristo, el Buen Pastor o no, para salvarnos o no – que de nosotros depende, está en nuestras manos – y el final, cuando Cristo se siente a juzgar a vivos y muertos, como recordamos en el Credo, y dé a cada uno lo suyo, según hayamos vivido.

La Palabra de Dios de este último domingo del año litúrgico nos llama a esta reflexión. Sabiendo que el Señor es nuestro Pastor, que nada nos falta con Él. Porque la parábola de hoy está escrita para saber cómo comportarnos hoy. No mañana, ni dentro de unos meses o de unos años, sino hoy y aquí. Mientras estamos en el tiempo terrenal, podemos acoger o no la Palabra. Dejar que penetre en nuestro corazón, o endurecerlo para no complicarnos la vida, con eso de “no hagas de tu problema mi problema”. Tranquilidad aquí, quizá, pero después…

Es que sólo tenemos una vida, esta vida, para hacer lo que Dios quiere. Para entregarnos a los demás, para hacer todo el bien que podamos, como hizo Jesús. Usando los talentos que Dios nos ha dado, y siempre vigilando, en guardia, para poder reconocer la llegada del Novio. Esta vida es un regalo muy valioso, y Jesús nos sugiere cómo podemos vivirla plenamente.

Llama la atención en el texto la sorpresa de todos, tanto de los buenos como de los malos, cuando el Hijo del Hombre dicta su sentencia. Ninguno es consciente de haber atendido a Cristo en los hermanos o de no haberlo hecho. Ahí hay un buen punto para la reflexión. Se trata de, como dice el refrán, de “hacer el bien y no mirar a quién”. Desinteresadamente, sin buscar recompensa o reconocimiento. Amar por amar, como nos enseñó el Maestro.

Cada año, durante el Adviento, en mi parroquia se confiesa muchísima gente. Además de reconocerse pecadores, los animo a dar gracias por todo lo bueno que hay en sus vidas, para ser justos con Dios. Es darse cuenta de que somos, a  veces, ovejas y a veces, cabras. Se trata de ver que somos ovejas al hacer el bien, y cabras cuando no. Y, aunque seas una cabra muy grande, siempre se puede cambiar. Se puede dejar de ser pecador, se puede llegar a vivir bien, a ser santo incluso, cuando nos apoyamos en Cristo. Por Cristo vuelve la vida. Sabemos que nos va a juzgar, sí, pero con amor. Y sabemos lo que tenemos que hacer. Por así decirlo, tenemos las preguntas del examen final, el más importante de nuestra vida. El sueño de todo estudiante. Se trata de aplicarse, de poner todo de nuestra parte y de elegir.
​

De ti depende, amigo, decidir. Seguir postrados o hacer algo ¿Quieres ser parte de una historia llena de esperanza? Está terminando el año litúrgico. Revisa tu vida, y prepárate para que el Adviento, que está llamando a las puertas, no te sorprenda desprevenido. Puedes ser amigo de un Rey que no inspira miedo, sino dulzura; que no busca castigarte, sino hacerte feliz; que no limita tu libertad, sino que la desarrolla hasta el máximo... Un Rey distinto, que te invita a ser de los suyos. Él te espera. Tú decides.

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Siervo fiel y cumplidor.

11/19/2023

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Alejandro, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.
El domingo pasado contemplábamos a un grupo de jóvenes que se quedaban sin entrar en el banquete de bodas, sin pasar al Reino, por haber dejado apagar las lámparas y no tener una reserva de aceite. Aquella parábola terminaba con una invitación: «velad, porque no sabéis el día ni la hora». Y para explicarnos en qué consiste estar despiertos, qué quiere decir tener aceite en las lámparas, Jesús nos cuenta una nueva parábola: los talentos. Hoy, parece, se nos dice que tenemos que trabajar. Pues vaya. Es que salvarse está al alcance de todos, pero hay que poner de nuestra parte. Cada uno, con sus dones, o sea, con sus talentos.

Textos tan conocidos pueden ser «peligrosos», Empezamos a leer y, rápidamente pensamos que ya lo sabemos, «ah, esto es lo de los talentos» y casi no terminamos de leer. Y nos perdemos los detalles, que pueden ser importantes.

Parece que el señor que se iba de viaje conocía bien a sus empleados. No les da a todos lo mismo, sino que a cada uno le da lo suyo. Cinco, dos y un talento. Según sus capacidades. Una cantidad enorme de dinero, algo así como veinte años de salario, como quizá ya sepamos. Y me parece muy interesante que el dueño no deja ninguna indicación concreta sobre el modo de obrar con esa suma ingente. Parece que, conociendo a los empleados, les da total libertad, tiene plena y absoluta confianza en que lo harán bien, y sabe que son eficientes, operativos, capaces de rendir.

Dos de los tres siervos se ponen «en seguida» a negociar, y pronto doblan el capital. El otro, confundiendo quizá la prudencia con la cobardía – qué fina es la línea entre estos dos conceptos – opta por no hacer nada. Es muy «conservador». Y no hace nada malo. Aparentemente. En realidad, no hace nada de nada.

La dación de cuentas ante el señor pone a cada uno en su lugar. El amo que vuelve a «su tierra» pide cuentas de los talentos que repartió en su día. Esta es una afirmación de la fe que repetimos en el credo: «desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos». Aquí se nos informa sobre un aspecto: hemos recibido unos talentos que no son nuestros, que pertenecen al Señor, y nos pedirá explicaciones de lo que hayamos hecho con ellos. Hay cristianos que han «decidido» que no hay juicio ni condena, enmendándole la plana al mismísimo Dios. Allá ellos.

Los dos primeros, trabajadores, ven recompensado sus esfuerzos con un «cargo importante». Y reciben la alabanza de su amo. «Siervo fiel y cumplidor». Es una bonita frase. Ojalá siempre nos la pudieran decir a cada uno (aunque luego haya que decir eso de «siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer», pero eso es ya otra historia).
Peor lo pasa el tercero. El que, en principio, no había hecho nada. Sus propias palabras le delatan. Conoce a su señor, sabe que es muy exigente, y llevado por el miedo, entierra lo recibido. Lo de «empleado negligente y holgazán» ya no suena tan bien. Y lo de ser arrojado fuera, tampoco apetece. Llanto y crujir de dientes no es una buena perspectiva. Por miedoso.

Es mala la temeridad, pero también es malo el miedo. Si él gobierna nuestra vida, no damos un solo paso. El miedo ayuda, nos muestra los peligros, y no las oportunidades. Nos vuelve inhibidos y, por tanto, estériles. La seguridad que nos ofrece es a un precio demasiado alto: sencillamente, no nos deja vivir. A veces puede ser una verdadera enfermedad, causa de un gran sufrimiento. A veces puede parecernos que es un buen consejero, porque también podemos pecar de temeridad; pero en ese caso, más que de miedo, hay que hablar de prudencia, de saber calcular los riesgos de una operación de cualquier orden. Lo que es cierto es que nunca debe ser el árbitro de nuestras decisiones. Fue una lección que aprendió tarde y mal aquel empleado.

No es difícil traducir la parábola a nuestras propias vidas. A cada uno de nosotros se nos ha confiado una tarea, para que la riqueza del Señor dé mucho fruto. Según el carisma de cada uno, como nos recuerda san Pablo (1 Cor 12, 28-30). Todos tenemos valores, cualidades, talentos m.as que suficientes. Todos. Y es nuestra responsabilidad hacerlos rendir.

Hay quienes siempre se sienten peores que los demás, que no tienen cualidades, que no sirven para nada, que siempre les parece que estorban o están de más en todas partes; que nunca se atreven a asumir una responsabilidad, a cargarse con complicaciones, que piensan que todos les critican, que nunca se sienten suficientemente queridos, que en el fondo se desprecian.  Aunque parezca lo contrario, a esta gente le falta humildad. La humildad bíblica implica valorarse a sí mismo y valorar en su justo término a los demás, y así ni lo inferior de uno mismo abruma, ni molesta lo superior que se ve en los otros. Con frase de Santa Teresa de Jesús, humildad es andar en verdad, reconocer los dones que todos, como hijos, hemos recibido de nuestro Creador, para poderlos poner al servicio de los demás, como nos recuerda esta parábola de los talentos. 
​

Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados. Y aprovechando nuestros talentos.



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No sabéis el día ni la hora

11/12/2023

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Alejandro Carbajo, CMF
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.
Quedan pocos días para el final del año litúrgico. En dos semanas celebraremos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Por ello, las lecturas huelen a final. Y hablan de final. Es que hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora. Sería un buen modo de terminar la homilía, preguntando si estás preparado, pero resultaría muy corta, así que vamos a reflexionar un poco más.

Todos esperamos algo. El bebé aguarda las caricias de su madre; y la llama llorando si tarda. El niño aguarda en el patio del colegio a que vengan a buscarlo, y aguarda con ansia el día de su cumpleaños o Navidad y con mucho tiempo anda pensando lo que le van a regalar. El adolescente aguarda a sus amigos: los necesita, está perdido sin ellos. Se siente nervioso si el teléfono móvil no suena para avisarle dónde y cuándo salen. El estudiante espera los resultados de su último examen; y pregunta al profesor con insistencia: ¿han salido bien?, ¿hay muchos suspensos? El enamorado aguarda a su amada en ese sitio donde siempre quedan. Puede que llegue un poco tarde, pero llegará, y entonces se olvidarán del reloj. La madre aguarda el nacimiento de su bebé, lo va sintiendo dentro, lo acaricia desde fuera, y hasta le habla, y prepara todo con cuidado para cuando llegue. Y pone especial atención en no hacer nada que puede dañar al bebé: ¡es tan débil! El trabajador espera su paga, la renovación del contrato temporal, el ascenso y se inquieta pensando qué pasará si alguna de estas cosas falla. Los padres aguardan al hijo que salió de viaje, a que la hija les traiga el nieto a casa. El preso cuenta los días que le faltan para salir en libertad, y el enfermo que no consigue dormir espera que de una vez pase la noche y amanezca. El anciano que vive solo está deseando que el cartero le traiga noticias, que suenen el teléfono o el timbre de la puerta...

Todos aguardamos algo o a alguien: el resultado de una prueba médica, unas vacaciones o un viaje, el día de la boda, una fiesta familiar, un puesto de trabajo, el sorteo de lotería, a un amigo... Quien no espera nada ni a nadie está ya como muerto. La espera da ritmo y emoción a nuestra vida, y la imaginación hace ya presente aquello que estamos esperando, y el corazón va preparándose, gradualmente, para recibir y gozar de lo bueno.

Pero: ¿esperamos nosotros a Cristo? ¿Os ha sonado rara la pregunta? ¿Tiene algo que ver con todo lo que venimos diciendo? ¿Inquietud? ¿Preparación del corazón? ¿Ilusión? ¿Nervios? Parece que estas palabras tuvieran poco o nada que ver con «esperar al Señor.» ¿Es que tiene que venir? ¿Y para cuándo? ¿Y para qué nos hace falta? ¿Y cómo hay que prepararse? ¿Y para qué nos va a servir suponiendo que venga? Incluso hasta puede que estorbe o moleste...

El Evangelio de hoy se sitúa en esta clave: diez muchachas jóvenes estaban esperando al novio. Llevaban lámparas, tenían ilusión en que llegara: les esperaba una fiesta de bodas nada menos. Algunas han previsto que la espera fuera más larga de la cuenta, y se han llevado aceite. Pero todas se quedaron dormidas. Esa espera es muy habitual es la Escritura. En muchos salmos se habla de la espera. En la misma celebración eucarística, rezamos en diversas ocasiones:
- Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡Ven, Señor Jesús! Aquí tenéis: le estamos llamando.
- En el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino».
- Después del Padrenuestro: Líbranos, Señor, de todos los males... mientras aguardamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
- En la plegaria eucarística: ... Mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos en esta acción de gracias el sacrificio vivo y santo...

Así pues, decimos que esperamos. Y decimos que buscamos a Dios, o que lo intentamos. Pero, a menudo, nos cansamos. Nos quedamos dormidos. Y no somos previsores. Necesitamos, pues, el aceite de la Palabra de Dios, que viene a sacudirnos, a despertarnos. En la lámpara de nuestra fe hay que poner mucha Palabra, para que nuestra fe no decaiga. En el Bautismo nos ungieron, en la Confirmación nos ungieron con el aceite sagrado. Es muy posible que todavía te quede algo de ese aceite. Y, si lo has descuidado, los demás no te podrán dar del suyo, es personal e intransferible. Si te falta, siempre hay remedio. Tendrás que pedírselo con fuerza al Único que te lo puede dar. Ponte a buscarle otra vez, reza, escúchate dentro y, sobre todo, no te canses. Sigue rezando y leyendo la Palabra.


Porque llegará el Señor a tu encuentro. Eso es seguro. Antes o después. Lo llamamos con frecuencia, aunque sea porque la Liturgia nos lleva. Y si viene y encuentra que te quedaste sin aceite, que dejaste de esperarlo, Él entrará y cerrará la puerta, después de decir que no te conoce. Algo muy duro.

Estad atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora. Pero seguro que vendrá. ¡Vaya si vendrá! ¡Y le encuentran los que le buscan! (Como nos recordaba la primera lectura).
​

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

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El primero entre vosotros será vuestro servidor

11/5/2023

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Alejandro, C.M.F.
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.
Mal día hoy para aquellos que hablan y no hacen, o dicen una cosa y hacen otra. En la primera lectura, y en el Evangelio quedan desenmascarados. La vida misma va poniendo a cada uno en su lugar. Porque prometer es muy fácil, más difícil es cumplir lo prometido. Y si no, podemos ver lo que sucede con el cumplimiento de muchos programas de los partidos, después de las elecciones. En fin. Que nos vamos del tema.

La historia, se ve, viene de lejos. Parece que ya, en los tiempos de Pablo, había gente que vivía del cuento. Mientras que Pablo, con amor de madre – y ya sabemos lo que está dispuesta a hacer una madre por sus hijos – lo ponía todo en la predicación, algunos se aprovechaban. Trabajar para no ser gravoso a nadie, el ora et labora benedictino, versión paulina. Porque, aunque Pablo defiende el derecho de los apóstoles a vivir de la predicación evangélica, él mismo y sus cooperadores renunciaron siempre a ser mantenidos por los recién convertidos a la Buena Nueva. Lo hacía así, para que su predicación quedara a salvo de toda sospecha de lucro. Pablo acepta voluntariamente y de buen grado las fatigas de un trabajo necesario para subsistir sin ser gravoso a los habitantes de Tesalónica. Trabajar y predicar, su estilo de vida. Sin esperar mucho a cambio. Por puro amor de Dios y a Dios.

Desde el comienzo, en estos textos se ven claras dos formas de ejercer la autoridad. Por un lado, el autoritarismo de los fariseos, que imponían cargas pesadas, según vimos la semana pasada, con las más de seiscientas normas que debían cumplirse, y por otro, el estilo de servicio de Jesús.
Podemos entender por qué a los fariseos les gustaba que les llamaran “maestros”. A todo el mundo le apetece el reconocimiento, que sepan quién eres y te digan lo bien que haces las cosas. Es que a nadie le amarga un dulce. Un nutrido grupo de discípulos era señal de que el maestro era bueno. Los gestos de respeto hacia ellos rozaban la servidumbre (calzarlos y descalzarlos, por ejemplo, de ahí lo de no ser digno de desatarle las sandalias del Bautista a Jesús) y, me parece, uno se puede acostumbrar a que todos estén pendientes de tus palabras, y hagan todo por ti. Lo que está muy lejos del servicio que nos enseña Cristo. Los preceptos legales formaban parte de su indumentaria (las filacterias) y eran llevados como “distintivos y borlas grandes en el manto”, presumiendo de su propia piedad y dedicación a Dios. Otra forma de distanciarse de la gente.

Esta práctica la realizaban para acrecentar su respetabilidad. Jesús critica todo ese interés en encumbrarse sobre los demás, pues uno es nuestro Padre y, todos, nuestros hermanos. La crítica de Jesús a letrados y fariseos alcanza literalmente a todo clericalismo, también al de nuestros días, pues hoy podemos caer en lo mismo que Jesús critica. Un mensaje para los que ostentan cargos en la jerarquía, pero no solo. Hay que rechazar todo privilegio ya que la comunidad cristiana debe entenderse como una fraternidad, donde la misión y el servicio de cada uno debe ser puesta en referencia con Jesús y con su Padre. Muy sinodal todo, en la línea que nos presenta el Sínodo recién finalizado.

Y es que, muy importante, esto va para todos. Porque, aunque se habla de los “fariseos”, a lo largo de estos versículos siempre están presentes “la multitud y los discípulos”, a los que se menciona en el primer versículo. Una advertencia para los que algo “mandamos”, pero no solo. También para los que “obedecen”. Es muy fácil que se peguen actitudes y conductas no muy cristianas. Por eso hay que estar atentos. Y saber lo que tenemos que hacer. Y no porque nos vaya a caer la maldición a la que hace referencia la primera lectura, sino porque es lo que Dios quiere.

Decir y hacer. Acabamos de celebrar la solemnidad de Todos los Santos. En ellos, gente muy distinta, de campo y de ciudad, iletrados y cultivados, jóvenes y mayores, altos y bajos, podemos encontrar un buen modelo para imitar. A esa multitud de santos les une que fueron buenos discípulos de Cristo. Hablaron e hicieron. Si quiero ser discípulo de Jesucristo como ellos, si quiero seguirle y que le sigan los demás, he de dar primero buen ejemplo. Como los santos.
​

¿De qué manera voy a explicar a los demás que el trabajo y el estudio son medios de santificación, si luego no tengo prestigio profesional, si hago las cosas de cualquier manera, o me conformo con cumplir los mínimos o ir aprobando? Y no sólo en el trabajo, sino también en mi relación con los demás, en el uso de los bienes materiales, en las diversiones, en el descanso, en las dificultades, etc. San Agustín (Comentario al salmo 36, III) nos aconseja: Cualquiera que sea yo, atiende a lo que se dice no por quién se dice... Si hablo cosas buenas y las hago imítame; si no hago lo que digo, tienes el consejo del Señor: haz lo que digo, no hagas lo que hago, pero no te apartes de la cátedra católica. Pues eso.

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