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Queridos hermanos, paz y bien.
Se nos acaba el año litúrgico. Parece que fue ayer, cuando nos alegrábamos por la celebración del nacimiento de Jesús, o por su paso (Pascua) de la muerte a la vida. Delante de nosotros se presenta ya el Adviento. Y celebramos hoy la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Pío XI instituyó esta fiesta a principios del siglo XX, cuando en Europa aparecían los nefastos totalitarismos. Ya sabemos el fruto de esas políticas en el siglo XX. El Papa escribió la encíclica “Quas primas” para recordarnos a todos Quién es el verdadero Rey del Universo. Y que es Cristo quien debe reinar en nuestros corazones.
Es que ha habido muchos reyes que intentaron gobernar sobre bases equivocadas. Sobre la violencia o la fuerza, la mentira o la falta de respeto a los derechos más elementales no se edifica nada bueno. Una sociedad así construida es un gigante con pies de barro. Y no puede acabar bien. Nada bien. Multitudes de víctimas inocentes nos lo recuerdan. En el siglo XX y en el siglo XXI, que ha empezado también prometiendo mucho…
Frente a estos reyezuelos con ínfulas de eternidad, se nos presenta la vida de nuestro Rey, Jesús. No tenía ni poder económico, ni ejército, ni corte glamurosa. No nació en un palacio, sino en un pesebre. No vivía de las rentas, sino que trabajaba para ganarse el pan. No tenía el respaldo de un banco central, sino solo el poder de convicción de su Palabra. No se basaba en la fuerza, sino en el enamoramiento, en el dejarse encontrar y querer por todos. Mateo, la samaritana, Zaqueo… Muchos se convencieron por el ejemplo y el testimonio de Cristo. Un Rey muy especial.
Puede que a ti te haya pasado lo mismo, por cierto. Es muy posible que muchos de nosotros también nos hayamos dejado ganar por Jesús y su mensaje. Un mensaje que habla de amor y, sobre todo, del Reino. Es un rey al servicio del Reino de Dios. El Reino es el centro de su predicación y de su vida entera. El centro de su mensaje es ese Reino y la transmisión de la Buena Nueva, de que Dios está de nuestra parte siempre, hasta el punto de hacerse uno de nosotros.
No se debe perder de vista el final del camino. Lo que con palabros teológicos se llama la “dimensión escatológica”: el final de los tiempos, nuestro ineludible caminar en la historia, el "juicio final". La conclusión del año litúrgico nos debe hacer reflexionar sobre el final mismo de la historia, y el final también de nuestras vidas personales. Porque la vida tiene dos tiempos, el terrenal, tiempo propicio, de salvación (cf. 2 Cor 6,2), donde decidimos cómo vivir, siguiendo a Cristo, el Buen Pastor o no, para salvarnos o no – que de nosotros depende, está en nuestras manos – y el final, cuando Cristo se siente a juzgar a vivos y muertos, como recordamos en el Credo, y dé a cada uno lo suyo, según hayamos vivido.
La Palabra de Dios de este último domingo del año litúrgico nos llama a esta reflexión. Sabiendo que el Señor es nuestro Pastor, que nada nos falta con Él. Porque la parábola de hoy está escrita para saber cómo comportarnos hoy. No mañana, ni dentro de unos meses o de unos años, sino hoy y aquí. Mientras estamos en el tiempo terrenal, podemos acoger o no la Palabra. Dejar que penetre en nuestro corazón, o endurecerlo para no complicarnos la vida, con eso de “no hagas de tu problema mi problema”. Tranquilidad aquí, quizá, pero después…
Es que sólo tenemos una vida, esta vida, para hacer lo que Dios quiere. Para entregarnos a los demás, para hacer todo el bien que podamos, como hizo Jesús. Usando los talentos que Dios nos ha dado, y siempre vigilando, en guardia, para poder reconocer la llegada del Novio. Esta vida es un regalo muy valioso, y Jesús nos sugiere cómo podemos vivirla plenamente.
Llama la atención en el texto la sorpresa de todos, tanto de los buenos como de los malos, cuando el Hijo del Hombre dicta su sentencia. Ninguno es consciente de haber atendido a Cristo en los hermanos o de no haberlo hecho. Ahí hay un buen punto para la reflexión. Se trata de, como dice el refrán, de “hacer el bien y no mirar a quién”. Desinteresadamente, sin buscar recompensa o reconocimiento. Amar por amar, como nos enseñó el Maestro.
Cada año, durante el Adviento, en mi parroquia se confiesa muchísima gente. Además de reconocerse pecadores, los animo a dar gracias por todo lo bueno que hay en sus vidas, para ser justos con Dios. Es darse cuenta de que somos, a veces, ovejas y a veces, cabras. Se trata de ver que somos ovejas al hacer el bien, y cabras cuando no. Y, aunque seas una cabra muy grande, siempre se puede cambiar. Se puede dejar de ser pecador, se puede llegar a vivir bien, a ser santo incluso, cuando nos apoyamos en Cristo. Por Cristo vuelve la vida. Sabemos que nos va a juzgar, sí, pero con amor. Y sabemos lo que tenemos que hacer. Por así decirlo, tenemos las preguntas del examen final, el más importante de nuestra vida. El sueño de todo estudiante. Se trata de aplicarse, de poner todo de nuestra parte y de elegir.
De ti depende, amigo, decidir. Seguir postrados o hacer algo ¿Quieres ser parte de una historia llena de esperanza? Está terminando el año litúrgico. Revisa tu vida, y prepárate para que el Adviento, que está llamando a las puertas, no te sorprenda desprevenido. Puedes ser amigo de un Rey que no inspira miedo, sino dulzura; que no busca castigarte, sino hacerte feliz; que no limita tu libertad, sino que la desarrolla hasta el máximo... Un Rey distinto, que te invita a ser de los suyos. Él te espera. Tú decides.