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No sabéis el día ni la hora

11/12/2023

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Alejandro Carbajo, CMF
https://www.ciudadredonda.org

Queridos hermanos, paz y bien.
Quedan pocos días para el final del año litúrgico. En dos semanas celebraremos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Por ello, las lecturas huelen a final. Y hablan de final. Es que hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora. Sería un buen modo de terminar la homilía, preguntando si estás preparado, pero resultaría muy corta, así que vamos a reflexionar un poco más.

Todos esperamos algo. El bebé aguarda las caricias de su madre; y la llama llorando si tarda. El niño aguarda en el patio del colegio a que vengan a buscarlo, y aguarda con ansia el día de su cumpleaños o Navidad y con mucho tiempo anda pensando lo que le van a regalar. El adolescente aguarda a sus amigos: los necesita, está perdido sin ellos. Se siente nervioso si el teléfono móvil no suena para avisarle dónde y cuándo salen. El estudiante espera los resultados de su último examen; y pregunta al profesor con insistencia: ¿han salido bien?, ¿hay muchos suspensos? El enamorado aguarda a su amada en ese sitio donde siempre quedan. Puede que llegue un poco tarde, pero llegará, y entonces se olvidarán del reloj. La madre aguarda el nacimiento de su bebé, lo va sintiendo dentro, lo acaricia desde fuera, y hasta le habla, y prepara todo con cuidado para cuando llegue. Y pone especial atención en no hacer nada que puede dañar al bebé: ¡es tan débil! El trabajador espera su paga, la renovación del contrato temporal, el ascenso y se inquieta pensando qué pasará si alguna de estas cosas falla. Los padres aguardan al hijo que salió de viaje, a que la hija les traiga el nieto a casa. El preso cuenta los días que le faltan para salir en libertad, y el enfermo que no consigue dormir espera que de una vez pase la noche y amanezca. El anciano que vive solo está deseando que el cartero le traiga noticias, que suenen el teléfono o el timbre de la puerta...

Todos aguardamos algo o a alguien: el resultado de una prueba médica, unas vacaciones o un viaje, el día de la boda, una fiesta familiar, un puesto de trabajo, el sorteo de lotería, a un amigo... Quien no espera nada ni a nadie está ya como muerto. La espera da ritmo y emoción a nuestra vida, y la imaginación hace ya presente aquello que estamos esperando, y el corazón va preparándose, gradualmente, para recibir y gozar de lo bueno.

Pero: ¿esperamos nosotros a Cristo? ¿Os ha sonado rara la pregunta? ¿Tiene algo que ver con todo lo que venimos diciendo? ¿Inquietud? ¿Preparación del corazón? ¿Ilusión? ¿Nervios? Parece que estas palabras tuvieran poco o nada que ver con «esperar al Señor.» ¿Es que tiene que venir? ¿Y para cuándo? ¿Y para qué nos hace falta? ¿Y cómo hay que prepararse? ¿Y para qué nos va a servir suponiendo que venga? Incluso hasta puede que estorbe o moleste...

El Evangelio de hoy se sitúa en esta clave: diez muchachas jóvenes estaban esperando al novio. Llevaban lámparas, tenían ilusión en que llegara: les esperaba una fiesta de bodas nada menos. Algunas han previsto que la espera fuera más larga de la cuenta, y se han llevado aceite. Pero todas se quedaron dormidas. Esa espera es muy habitual es la Escritura. En muchos salmos se habla de la espera. En la misma celebración eucarística, rezamos en diversas ocasiones:
- Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡Ven, Señor Jesús! Aquí tenéis: le estamos llamando.
- En el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino».
- Después del Padrenuestro: Líbranos, Señor, de todos los males... mientras aguardamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
- En la plegaria eucarística: ... Mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos en esta acción de gracias el sacrificio vivo y santo...

Así pues, decimos que esperamos. Y decimos que buscamos a Dios, o que lo intentamos. Pero, a menudo, nos cansamos. Nos quedamos dormidos. Y no somos previsores. Necesitamos, pues, el aceite de la Palabra de Dios, que viene a sacudirnos, a despertarnos. En la lámpara de nuestra fe hay que poner mucha Palabra, para que nuestra fe no decaiga. En el Bautismo nos ungieron, en la Confirmación nos ungieron con el aceite sagrado. Es muy posible que todavía te quede algo de ese aceite. Y, si lo has descuidado, los demás no te podrán dar del suyo, es personal e intransferible. Si te falta, siempre hay remedio. Tendrás que pedírselo con fuerza al Único que te lo puede dar. Ponte a buscarle otra vez, reza, escúchate dentro y, sobre todo, no te canses. Sigue rezando y leyendo la Palabra.


Porque llegará el Señor a tu encuentro. Eso es seguro. Antes o después. Lo llamamos con frecuencia, aunque sea porque la Liturgia nos lleva. Y si viene y encuentra que te quedaste sin aceite, que dejaste de esperarlo, Él entrará y cerrará la puerta, después de decir que no te conoce. Algo muy duro.

Estad atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora. Pero seguro que vendrá. ¡Vaya si vendrá! ¡Y le encuentran los que le buscan! (Como nos recordaba la primera lectura).
​

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

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