Parroquia San Miguel Arcangel- Cabo Rojo P.R.
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Humildad es andar en verdad

10/27/2019

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Por Gabriel González del Estal
www.betania.es
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1.- Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás. Yo creo que la frase de Santa Teresa, en su libro de las Moradas y en algunos sitios más, define bien lo que realmente es la verdad. Precisamente, los dos errores mayores que cometía el fariseo de la parábola eran precisamente esos: que se consideraba justo y que despreciaba a los demás porque los consideraba “ladrones, adúlteros e injustos”. Ante Dios ninguno podemos considerarnos justos, porque todos nacemos con inclinaciones al mal y todos morimos habiendo hecho más de una vez lo que no era justo. El acierto, en cambio, del publicano consistía en que él se consideraba pecador ante Dios y, por eso, le pedía compasión. Humildad es no considerarnos ni mejores, ni peores de lo que somos. Debemos saber ver nuestras buenas cualidades y saber darle gracias a Dios por ello; debemos, además, saber explotar nuestras buenas cualidades en beneficio propio y en beneficio de los demás. Igualmente, debemos ver nuestros defectos y luchar todos los días contra ellos, pidiendo a Dios que nos ayude a conseguirlo. Para andar en verdad, pues, deberemos hacer todos los días un buen examen de conciencia, tratando de ser sinceros y verdaderos con nosotros mismos. Lo que no debemos hacer nunca es despreciar a los demás, porque nosotros no conocemos a los demás suficientemente, las causas de su comportamiento, ni su interior; a los demás dejemos que sea Dios el que los juzgue, porque es el único que los conoce suficientemente. Lo mejor, pues, siempre es eso: no considerarnos a nosotros mismos ni mejores, ni peores de lo que somos, y no despreciar nunca a nadie. Eso, creo yo, es “nadar en verdad”.


2.- El Señor es juez, para él no cuenta el prestigio de las personas en el juicio de los pobres… la oración del humilde atraviesa las nubes… el Señor no tardará. Tal como se nos dice en este pasaje del libro del Eclesiástico, el Señor no mira tanto el prestigio o fortaleza exterior y social de las personas, sino que el Señor mira sobre todo al corazón. El ser personal y socialmente fuerte y de buena posición no depende muchas veces de los méritos personales de una persona, sino de las circunstancias sociales en las uno ha nacido y se ha criado. Una persona que nace de padres pobres y psicológicamente débiles y enfermos difícilmente podrá ser él fuerte y con una posición social alta y bien considerada. Miremos también nosotros el corazón de las personas y ayudemos en lo que podamos a los más débiles y necesitados de ayuda. Dios no dejará nunca abandonado al que tiene un corazón humilde y sincero, aunque sus obras externas nos parezcan criticables. Hagamos nosotros lo mismo.
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3.- He combatido bien mi combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. San Pablo le dice a su discípulo Timoteo que su vida ha sido difícil y que se ha visto abandonado por muchos de sus discípulos, a los que él había predicado el evangelio de Cristo, pero que él nunca perdió la fe y combatió con fortaleza hasta el final. Por eso, le dice, “el Señor, juez justo, me dará la corona de la justicia”. También nosotros, cuando tengamos dificultades, o nos veamos incomprendidos y abandonados, mantengamos firme nuestra esperanza y nuestra fortaleza interior, sabiendo que Dios nunca nos abandonará y premiará nuestra fe y nuestras buenas obras.
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ORAR Y COLABORAR CON DIOS

10/20/2019

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Por José María Martín OSA
www.betania.es

1.- Es necesario pedir con confianza. Si el domingo pasado Jesús nos recordaba que tenemos que dar gracias en nuestra oración por los dones que Dios nos regala, hoy nos recuerda que también es bueno pedir. La verdad es que no hace falta que nos recuerde que pidamos, pues es lo que hacemos habitualmente, más difícil nos resulta dar gracias. Sin embargo, también es bueno pedir, por eso Jesús cuenta la parábola del juez inicuo para explicar cómo tenemos que orar siempre sin desanimarnos. Al pedir reconocemos nuestra limitación y ponemos nuestra confianza en Dios. Como dice San Agustín "la fe es la fuente de la oración, no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua". Es decir, quien pide es porque cree y confía. Pero, al mismo tiempo la oración alimenta nuestra fe, por eso le pedimos a Dios que "ayude nuestra incredulidad".

2.- Pedir y colaborar para conseguir lo que se pide. Ocurre que frecuentemente no sabemos pedir y nos decepcionamos si Dios no nos concede lo que pedimos. No puede ser que Dios conceda a todos acertar el número de la lotería y es imposible que conceda a la vez la victoria a dos aficionados de dos equipos distintos que se enfrentan entre sí. Dios no es un talismán, o un mago que nos soluciona los problemas. Cuando pedimos algo nos implicamos en eso que pedimos y nos comprometemos con lo que suplicamos. Por ejemplo, si pedimos por la paz nos estamos comprometiendo nosotros mismos en ser pacíficos y constructores de paz. Lo otro es pedir a Dios que nos saque las castañas del fuego sin mover nosotros un solo dedo. Jesús nos anima a perseverar en la oración con insistencia, pues entonces estamos demostrando nuestra total confianza en Dios. Pero no pidamos imposibles, no podemos obligar a Dios a alterar el ritmo de la naturaleza. Pidamos mejor que sepamos aceptar nuestras limitaciones y sobre todo sabiduría para asumir lo que no podemos cambiar. Cuando llega el dolor o la enfermedad tan importante es pedir la curación como aceptación y confianza serena ante la enfermedad.

3. – Pedir en comunidad por las necesidades de los hermanos. No cabe duda de que la oración en común tiene más sentido y me atrevería a decir que más fuerza. En el momento de las preces de la Eucaristía alguien lee o presenta la petición y todos nos unimos a él/ella diciendo "¡Te rogamos óyenos!". Hemos de pedir no sólo por nosotros o por los nuestros, sino también por todos los que lo necesitan. No olvidemos que somos el cuerpo de Cristo y cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre. A veces las peticiones que hacemos en la Eucaristía resultan demasiado formalistas o rutinarias. Deberíamos dejar campo a la espontaneidad y dar oportunidad para que el que quiera exprese su necesidad para unirnos en su oración. Es verdad que Dios conoce lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, también un padre sabe lo que necesita su hijo, pero le gusta que se lo diga, pues es señal de confianza en él. Dios te dice cada día: "si me pides soy don para ti, si me necesitas, te digo: estoy aquí, dentro de ti".

4.- ¿Cómo orar? Hay 5 detalles que hemos de tener en cuenta al ponernos en oración: buscar el lugar adecuado, hacer silencio, hablar con Dios, escucharle y darle gracias. En la era del teléfono móvil o celular voy a mostrar ocho reglas para hablar con Dios:

*1.- Marca el prefijo correcto, no a lo loco.
*2.- Una conversación telefónica con Dios no es un monólogo. No hables sin parar, escucha al que te habla desde el otro lado.
*3.- Si la conversación se interrumpe, comprueba si has sido tú el causante del "corte".
*4.- No adoptes la costumbre de llamar sólo en casos de urgencia. Eso no es trato de amigos.
*5.- No seas tacaño. No llames sólo a horas de "tarifa reducida"; es decir, cuando toca o en fines de semana. Una llamada breve en cualquier momento del día sería ideal.
*6.- Las llamadas son gratuitas y no pagan impuestos.
*7.- No olvides decirle a Dios que te deje en el contestador todos los mensajes que quiera o cuando quiera.
*8.- Toma nota de las indicaciones que Él te diga para que no las eches en olvido.

5.- “Bautizados y enviados”. El Domund de este año presenta el lema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”, propuesto por el papa Francisco para la celebración del Mes Misionero Extraordinario de octubre de 2019, a los cien años del gran documento misionero de Benedicto XV Maximum illud. El lema nos recuerda que en el bautismo hemos recibido la vida divina, y, gracias a eso, somos profetas, es decir, anunciadores del misterio de Cristo, por Él enviados. Nos situamos, pues, en el punto de partida de nuestro envío al mundo: como la Iglesia es misionera por naturaleza, así nosotros somos misioneros por nuestro bautismo. Pidamos en este día del Domund por todos los misioneros que anuncian con valentía y entusiasmo el evangelio en todo el mundo.
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Y… ¿QUÉ SE DICE?

10/14/2019

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Por Javier Leoz
www.betania.es

En un mundo donde siempre nos parece tener más derechos que obligaciones, estamos perdiendo algo tan sencillo como difícil: el arte de dar las gracias. La gratitud es camino abierto a nuevas generosidades, a otros detalles o a que, aquel que salió a nuestro encuentro cuando le necesitábamos, vuelva a brindarse otra vez cuando haga falta. Muy al contrario, la ingratitud, es una actitud que nos cierra muchas ventanas. “Es la amnesia del corazón” (Gaspar Betancourt)

1.- Es de agradecer que, personas que no tienen compromiso alguno con otras terceras, se detengan en su camino para socorrer. Algo así ocurrió en aquel encuentro de Jesús con los leprosos: se detuvo, miró su estado físico, espiritual y corporal… y los curó. Tan sólo uno de ellos tuvo la gentileza de, volviendo sobre sus pasos, darle las gracias por aquella curación.
Hemos avanzado mucho en la sociedad que nos toca vivir pero, también es verdad, que en algunos aspectos hemos ido dejado por el camino valores que –hasta hace cuatro días- formaban parte de la buena educación, de las mínimas normas de urbanidad o del respeto hacia los otros: el dar las gracias.
Nuestros padres o nuestros profesores, nuestros sacerdotes o los responsables de nuestra educación cuando éramos pequeños –al recibir un regalo- siempre nos solían enunciar: ¡qué se dice! Y, a continuación, conscientes de nuestro olvido respondíamos: ¡gracias!

2.- También, respecto a Dios, somos tremendamente desagradecidos. Pensamos que los destinos del mundo, el día y la noche, el sol y la luna, la salud y el bienestar…depende exclusivamente del ser humano. ¿Por qué dar gracias? ¡Tengo derecho a la luz, a vivir, a ser feliz! Es un pensamiento habitual, incluso, en personas que nos decimos creyentes.
La eucaristía de cada domingo es un retroceder en nuestro caminar para dar gracias a Dios por los muchos beneficios que nos da; por la vida y por el trabajo, por los amigos y por la fe, por el presente y sobre todo por el futuro que junto a Él nos espera: el cielo.

3.- El mes de octubre, además de ser un tiempo especialmente indicado para iniciar o recuperar el rezo del Santo Rosario, es un espacio reservado para dar gracias al Señor: los del campo por aquello que han recogido, los profesores por el curso recién iniciado, los padres por los hijos y por la familia, los sacerdotes porque –de nuevo- se nos envía a salir al encuentro de los que necesitan sanación o consuelo.
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4.- Pero, sobre todo, más allá del oportunismo, de lo que podemos considerar como imprescindible o válido para dar gracias a Dios que, hoy, no nos olvidemos de darle gracias por la fe. Una fe que nos hace confiar en Él, esperar en Él, apoyarnos en Él y curar nuestras dolencias en Él.
Hay mucho desagradecido suelto. Mucho hijo de Dios que, teniéndose como tal, olvida el rezar un padrenuestro antes de salir de casa o una jaculatoria mariana antes de acostarse. El mundo de las prisas, del individualismo y del egocentrismo hace que, también a nosotros, nos pase factura: pensamos que todo lo bueno viene de cualquier sitio… menos de Dios. Y, eso, no es así.


5.- QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
Darte las gracias por lo mucho que me das
y de esperar, cuando tardas en llegar
Darte las gracias por los detalles insignificantes
por los dones que, de tantas personas, recibo sin saberlo
por las sonrisas que, por la calle, se me regalan
por los rostros que no me son indiferentes.


QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De ver tu mano allá donde sólo veo el mundo
De abrir mi corazón a tu presencia
De tener mis ojos despiertos a tu paso
De abrir mis manos a quien lo necesita
QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De cultivar la gratitud cuando tanto se me da
De decir “gracias” por pequeñas o grandes cosas
De agradecer la fe como don y como tarea
De pedir cuanto necesite
aunque no sea a la hora que yo lo espere


QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De cuidar el corazón, con la vitamina de la gratitud
De fortalecer mi fe, con el arma de la oración
De robustecer mi alma, con savia de la caridad
De curar mi espíritu, con mi confianza en Ti
Amén
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DAR RAZÓN DE NUESTRA FE EN UN MUNDO DIFÍCIL

10/6/2019

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Por José María Martín, OSA
www.betania.es

1.- "El justo vivirá por la fe". La profecía de Habacuc plantea el eterno problema del sentido del mal en el mundo. Es el grito desesperado: "¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? El profeta contempla y sufre desgracias, trabajos, violencias, catástrofes, luchas y contiendas. ¿Dónde está Dios?, ¿Hay noticias suyas?, ¿Qué hemos de responder ante estos interrogantes? Dios es quien da la única respuesta posible: "El justo vivirá por la fe". Es la fe el don de Dios que Timoteo debe reavivar según Pablo. Creer es confiar es fiarse de Alguien, Jesús de Nazaret, que no puede defraudarte porque es garante de salvación. Recuerdo la famosa parábola brasileña de la huella en la arena. En los momentos felices hay dos pares de pisadas, pero cuando peor lo estaba pasando el protagonista sólo había un par: era la huella de Dios que te llevaba sobre sus brazos cuando tus fuerzas habían decaído.


2.- Una fe que no es comprometida no es auténtica. Es la hora urgente de ser consecuentes con las exigencias de nuestra fe. Lo recuerda Pablo en la Carta a Timoteo. No tenemos que tener miedo a dar razón de nuestra fe y dar la cara en los duros trabajos del evangelio. Quizá las situaciones difíciles y duras que se nos avecinan sean un acicate y una oportunidad para despertar nuestra fe adormecida. Cuando todo va bien políticamente decae el compromiso y la autenticidad. No vale lamentarse, tampoco sirve emprender una cruzada para recristianizar. Lo que hay que hacer es ser coherentes con nuestra fe. Entonces seremos fermentos en medio de la masa. Más claro no lo puede decir San Pablo a Timoteo: "no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor", "toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios", "vive con fe y amor en Cristo Jesús". "guarda este precioso depósito". Lo que nunca nos va a faltar es la ayuda del Espíritu Santo, "que habita en nosotros". Y todo ello realizado con humildad, pues podremos decir "que hemos hecho lo que teníamos que hacer".
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3.- Fe es adhesión personal a Jesucristo. Con ella superaremos todo. Es lo que nos enseña el Evangelio de hoy y lo que nos dice la Madre Teresa de Calcuta en una preciosa oración: "¿La fuerza más potente del mundo?: La fe". El que tiene fe consigue el objetivo que se propone. Un pesimista no vale para trabajar en el Reino de Dios. Con la fe todo es posible, hasta arrancar moreras y plantarla en el mar. Que los tiempos son difíciles, lo sabemos. Pero tenemos que estar convencidos de que merece la pena seguir luchando por la implantación de la civilización del amor. Aunque pasemos penalidades nos daremos cuenta de que es posible un mundo nuevo si yo experimento la fuerza de saberme amado por Dios y transmito esta misma certeza a los que me rodean. Debemos vivir desde la fe en Jesucristo, no desde una vivencia puramente sociológica de la religión. En el nivel religioso representa una necesidad sicológica del hombre y el nivel de fe una adhesión incondicional a una persona. El nivel religioso busca un esquema de verdades que proporcionen una seguridad o tranquilidad al individuo, y el nivel de fe busca una vivencia espontánea y sin miedo al riesgo. El nivel religioso prefiere los mandamientos como programa, y el nivel de fe escoge las bienaventuranzas. El nivel religioso tiene por meta los actos de culto y para el nivel de fe la meta es la militancia comprometida. El nivel religioso representa el mantenimiento de la cultura establecida, y el nivel de fe representa la conciencia crítica de cualquier cultura. El nivel religioso se aproxima a la denominación actual de "cristiano-católico", y el nivel de fe a la de "cristiano-creyente".
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