Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
Con la entrada de Jesús a la ciudad de Jerusalén damos comienzo a la Solemne Semana Santa o Semana Mayor. Recordamos ese momento en que Jesús llega a la ciudad principal de la religión judía para celebrar la Pascua y es recibido como si fuera un rey o el mesías esperado. Llegó sobre un burro joven (que nadie había montado); fue aclamado con cantos y ramos de olivos alfombrando el piso. Los cánticos nos hablan por sí solos: "Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor"; "¡viva el rey de los judíos!". Lo recibieron con toda la alegría y el entusiasmo típico de la llegada de alguien importante a su ciudad en el inicio de la Pascua judía.
En realidad Jesús es el Mesías, el Hijo del Hombre, el enviado de Dios; es la persona más importante que ha venido a este mundo porque sobre todo es Dios-con-nosotros que vino a salvarnos. Este Domingo de Ramos o de la Pasión del Señor se mira como un compendio de todo lo que pasó con Jesús para salvar al hombre. Por eso escuchamos el relato de la Pasión del Señor en el Evangelio de la Misa y vemos el signo de la cruz, dónde lo condenan a muerte, como el madero que nos trae la redención.
En el Salmo 21 dice: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Jesús en su Pasión sintió el abandono de Dios pero más el abandono del hombre. Unos días antes lo aclamaron con cánticos y fiesta como su Rey y luego lo abandonaron, lo dejaron solo, lo menospreciaron y lo condenaron a muerte.
Hoy Domingo de Ramos muchas personas buscan su ramito de palma bendito y después que cogen el ramito en la procesión no se quedan en el templo: no participan en la Misa, ni de los sacramentos, ni en la vida de su parroquia y vuelven a dejar solo y abandonado a Jesús. Si te llevas el ramito bendito debe ser un signo visible de que como cristiano católico vas a acompañar a Jesús en su Pasión, en su cruz. Llevar el ramito debe ser signo de que queremos dar testimonio con nuestra vida, de que nos unimos a la Pasión de Jesús para así vivir la Pascua: para pasar de la cruz a la resurrección, de la muerte a la vida