Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
Jesús sigue estando a prueba y con él su Cuerpo que es la Iglesia. Hoy siglo XXI el hombre pide pruebas a Dios de su fidelidad y de su amor. Intenta buscar algún defecto, como hacían los fariseos, para tener de qué acusarle. Cuando no encuentran acusación van en contra de la Iglesia y empiezan a criticarla por los pecados cometidos por los hombres. Aun hoy día sufrimos persecuciones como las padeció Jesús por los fariseos. La pregunta es ¿Cómo le hacemos frente a ellas? ¿Cómo nos defendemos? El amor es la clave, llevar un estilo de vida diferente a los demás, llevar en nuestra carne y en nuestras obras el mandamiento de Dios: “amaras al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser y al prójimo como a uno mismo”.
El amor al prójimo es el camino que utiliza el Señor para llegar al ser humano de hoy. Es precisamente el llamado que nos hace Yahvé, Dios, en la lectura del Éxodo. El principio del amor es la justicia y la compasión, dar a cada uno lo que le corresponde. Cuando la justicia reina en nuestra relación con el prójimo su fruto es la paz. Por eso es importante examinar con detenimiento nuestro comportamiento y preguntarnos si estamos dando un trato justo al otro. Cuando hablamos de trato justo, no nos referimos solamente al aspecto material sino también al espiritual y al humano. Es muy fácil dar de lo que tenemos en el “bolsillo”, pero el Señor muchas veces nos pedirá lo que tenemos en el corazón.
Para caminar en la presencia del Señor debemos asumir el mandamiento principal anunciado por la Ley y los por los profetas: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. Cuando decimos seguir a Dios le decimos que no al pecado. No es sencillo amar a Dios y mucho menos al prójimo. Por eso Dios nos ha enviado a su Hijo amado para enseñarnos a amar. Jesús es nuestro ejemplo y nos enseñó con su vida a orar, a perseverar y acoger a aquellos que viven de un modo distinto. La vida de Cristo nos libera del mal, del pecado y de la tristeza. Nos purifica los pensamientos y el corazón. Pero sobre todo nos dispone a hacer la voluntad de Dios y nos libera de los odios, de los rencores y de los apegos.