Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
Decían los antiguos cristianos antes de morir en el circo Romano, “no podemos vivir sin el domingo, la misa es nuestra vida”. La misa es el festín que Dios ha preparado a todos los seres humanos. Es el sacrificio real de Cristo en la cruz, es la llave del cielo; el anticipo de lo que esperamos. Cuando reconocemos el amor de Dios en la Eucaristía nuestra vida empieza a tener un giro distinto, nuestras actitudes empiezan a cambiar, nuestro modo de pensar ya no es el mismo, no vemos la vida con los mismos ojos sino con los ojos de Dios.
En la misa empezamos a vivir en la tierra lo que esperamos vivir en el cielo. Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que la Eucaristía es un pedazo del Reino de los Cielos en medio de este valle de lágrimas. Como diría el profeta Isaías, allí se aniquila la muerte porque Cristo la ha vencido; allí se enjugan las lágrimas porque Dios es nuestra paz y nuestro consuelo; allí se hace justicia porque Jesús esta con el desfavorecido. En la misa nos alegramos y gozamos porque en ella se realiza el misterio de nuestra salvación.
Muchas veces no respondemos a la invitación de la Santa Misa como anticipo del Reino de los Cielos. Muchos han antepuesto sus “pequeños reinos” al Reino de Dios. Rechazan la invitación a participar de la gloria de Dios por la del mundo. Muchos anteponen la invitación a la misa por diversas circunstancias, algunas válidas. Sin embargo, cuesta creer que hay tiempo para todo excepto para Dios. Al final de nuestra vida veremos los resultados de nuestras acciones.