Parroquia San Miguel Arcangel- Cabo Rojo P.R.
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Los Nuestros … y los Otros

9/30/2018

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Por Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es

“Seguir a Cristo no es simplemente pertenecer a un grupo”
En el Evangelio de este domingo escuchamos cómo el apóstol San Juan quiere impedir a uno “que no es de los nuestros” que eche demonios en nombre de Jesús, y cómo Jesús le reprende por esta actitud y aprovecha la ocasión para darnos una importante lección.
1. Cuántas veces, lamentablemente, encontramos en algunos cristianos, y también en algunos grupos eclesiales, la misma actitud de Juan: como éste no es de los nuestros… Esto ha sucedido tantas veces a lo largo de la historia de la Iglesia, y sigue sucediendo hoy en día. Hay cristianos, incluso nosotros mismos lo hacemos muchas veces, que no aceptan a otro cristiano, a otro creyente en Jesús como nosotros, simplemente porque no es de nuestro grupo, o de nuestro movimiento, o porque no piensa como nosotros o no hace las cosas como las hacemos nosotros. Así le pasó a Juan, que vio a uno que echaba demonios en nombre de Jesús y se lo quiso impedir. ¿Qué había hecho mal aquel hombre? Estaba expulsando un demonio, es decir, estaba luchando contra el mal, y lo estaba haciendo en nombre de Jesús. Este hombre era cristiano, creía en Cristo, buscaba el bien y lo hacía en nombre de Jesús. Pero no era del grupo de los apóstoles, y esto no lo aceptaba el apóstol Juan, por eso se lo quiso impedir. Sin embargo, la reacción de Jesús fue muy clara: “No se lo impidáis”. Si este hombre hace el bien en nombre de Cristo, no está contra Él. ¿Por qué hay que impedírselo entonces? Jesús lo deja bien claro: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Esta frase de Jesús nos la hemos de recordar frecuentemente los cristianos, que tantas veces tenemos la misma mentalidad exclusivista de Juan. Si hay alguien que cree en Jesús y que en su nombre hace el bien, aunque no sea de nuestra comunidad, o de nuestro movimiento, o de nuestro grupo, hemos de respetarle, porque él también está a favor nuestro. Nos recuerda esto la respuesta que Moisés dio a Josué cuando éste le advirtió que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento, y que escuchamos en la primera lectura del libro del Deuteronomio: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”. Éste debería ser nuestro deseo, que todos fueran discípulos de Cristo y que todos en su nombre hicieran el bien, sin excluir a nadie simplemente por no ser de los nuestros.
2. Jesús aprovecha entonces este diálogo con Juan para recordarnos cómo hemos de ser verdaderamente los cristianos. Y es que no basta con ser del grupo, de la comunidad o del movimiento para ser un buen cristiano. Hace falta algo más, y Jesús lo explica a continuación. Jesús advierte: “El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen una piedra de molino y lo echasen al mar”. Son duras estas palabras de Jesús, pero dejan claro que uno de los pecados más graves de un cristiano es escandalizar a otro cristiano. Esto también sucede mucho entre nosotros, y es muy triste que suceda también entre los sacerdotes (sólo basta ver las noticias acerca de ciertos curas que están saliendo estos días en los medios de comunicación). Jesús advierte así que más importante que ser del grupo o no serlo, es no ser causa de escándalo para los que creen. Un cristiano ha de ser coherente con lo que cree, y especialmente un sacerdote debe ser coherente con lo predica. Si no, estaremos escandalizando a los demás, y entonces da igual que seamos del grupo o no.
3. Pero la enseñanza que hoy nos da Jesús va más allá. Ser cristiano, más allá que pertenecer a un grupo, e incluso más allá que evitar el escándalo, consiste fundamentalmente en dedicarnos a Dios sobre todo, con todo nuestro corazón, amándole sobre todas las cosas y poniéndole en el centro de nuestra vida. Y si hay algo que nos aparta de Dios, hemos de dejarlo atrás, hemos de deshacernos de ello. No se trata de que nos saquemos los ojos o que vayamos cortándonos las manos y los pies. Ésta es una forma de hablar exagerada de Jesús. Sin embargo, más allá de esta exageración, hemos de quedarnos con lo que el Señor nos dice: dejar atrás, quitar de nuestra vida, arrancarnos todo aquello que nos aleje de Él. Así, el apóstol Santiago, en la segunda lectura, nos invita a no perseguir las riquezas, y menos aún a perseguirlas por encima del bien y de la justicia hacia los demás. De nada nos sirven las riquezas si nos perdemos a nosotros mismos, como escuchábamos hace algún domingo en el Evangelio. Busquemos primero a Dios, dejando atrás todo lo que nos aparte de Él. Eso es lo que quiere Jesús de nosotros.
Por lo tanto, no basta simplemente pertenecer a un grupo, a un movimiento, a una comunidad, para ser un buen cristiano. Seguir a Cristo no depende únicamente del grupo. Sobre todo hemos de ser coherentes en nuestra vida cristiana, para no ser motivo de escándalo para los demás. Esto es algo que no nos da simplemente la pertenencia a un grupo. Pero además, hemos de poner cada uno, personalmente, a Dios en el centro de nuestra vida, como lo más importante para nosotros, dejando atrás todo aquello que nos aleje de Él.

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El Discípulo de Jesús debe tener clara su Vocación de Servidor

9/23/2018

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Por Gabriel González del Estal
https://www.betania.es/

1.- Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, y como todos vosotros sabéis, los discípulos de Jesús, antes de su muerte, creían en un Jesús Mesías triunfante y vencedor, que, por supuesto, era y sería el primero de todos en lo político, en lo social y en lo religioso. Por eso, discutían por el camino entre ellos quién de ellos iba a ser el primero, después de Jesús, en el reino del que Jesús sería el Rey y Jefe supremo. La respuesta de Jesús es clara y contundente: yo he venido a este mundo para servir, para salvar, para redimir a los hombres, no para ser jefe político y social de los demás; por eso, quien de vosotros quiera seguirme a mí debe tener clara su condición de servidor de los demás, no de jefe. El ejemplo que les pone de acoger a los niños hay que entenderlo también en este sentido: los niños en tiempo de Jesús no mandaban, confiaban en sus padres. Lo mismo nosotros, los discípulos de Jesús, debemos confiar en nuestro Padre Dios, y en su Hijo Jesucristo Y si Jesús vino para servir, no para mandar, los mismo debemos hacer nosotros, servir a los demás y confiar en Dios. Es evidente que en la vida ordinaria la persona adulta debe comportarse ante los demás como persona adulta, no como un niño, pero ante Dios y ante Jesús todos nosotros debemos comportarnos como niños y confiar no en nuestras propias fuerzas, sino en el poder y la misericordia de Dios. El servicio a los demás y la confianza en Dios son, pues, los dos mensajes principales de este relato del evangelista Marcos. Y, como para ser servidores de los demás hace falta ser humildes y sacrificados, pues hagamos hoy nosotros el propósito de ser en nuestra vida personas humildes, sacrificadas y con mucha confianza en Dios. Al fin de cuentas, como dice el salmo responsorial, salmo 53, espiritualmente no son nuestras fuerzas personales, sino nuestro Dios y su hijo Jesucristo los que sostienen nuestra vida y nos ayudan a vencer las tentaciones y adversidades de este mundo.
2.- Acechemos al justo, que nos resulta incómodo… Si el justo es hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos: lo someteremos a prueba y a tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupe de él. Este texto del libro de la Sabiduría lo podemos aplicar muy bien a Cristo, a todos los mártires cristianos y a muchas personas que, a lo largo de su vida, han sufrido desprecios y sufrimientos por manifestar públicamente su fe. La vida de una persona justa y buena, que obra públicamente según su conciencia cristiana, no está nunca exenta de sufrimiento y mortificación. Apliquémonos nosotros este texto a nosotros mismos y hagamos el propósito de ser siempre fieles a nuestra conciencia cristiana, aunque esto muchas veces nos suponga mortificación y sacrificios. Ser buena persona y fiel a nuestra conciencia cristiana en todo momento nos va a suponer, seguro, mucha paciencia y fortaleza cristiana. Cristo no sufrió el desprecio y la muerte por gusto, sino porque fue el precio que tuvo que pagar por cumplir la voluntad de su Padre, Dios. Cuando nos lleguen a nosotros momentos de tener que sufrir por mantener públicamente nuestra fe cristiana aceptemos el sufrimiento, sabiendo que sólo así seremos fieles discípulos de nuestro Señor Jesucristo.
3.- Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y obras buenas, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. Se ve que ya en tiempos del apóstol Santiago, en las primeras comunidades cristianas había envidias y rivalidades. No es fácil actuar siempre con la sabiduría de Dios, sembrando la paz y actuando con justicia. Examinémonos a nosotros mismos y a la comunidad cristiana donde nosotros vivimos ahora y veamos si somos personas de paz, que sembramos la paz y actuamos siempre con justicia. Las envidias y las rivalidades son, casi siempre, fruto de nuestro deseo innato de ser primeros y no parecer menos que los demás. Como hemos dicho al principio, si queremos ser buenos discípulos de Cristo no nos esforcemos tanto por mandar y ser primeros, sino por ser buenos servidores de los demás. Y confiemos siempre en Dios, que es, como nos dice el salmo 3, el que sostiene nuestra vida.

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Experimentar a Jesús y después responder

9/16/2018

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Por José María Martín OSA
www.bestania.es

1.- “Para ti quién soy yo?”. La pregunta de Jesús a sus discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada uno de nosotros y pide una respuesta. Una respuesta que no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús. Hoy escuchamos muchas veces dentro de nosotros la misma pregunta dirigida por Jesús a los apóstoles. Jesús se dirige a nosotros y nos pregunta: “para ti, ¿quién soy yo?” Seguramente daremos la misma respuesta de Pedro, la que hemos aprendido en el catecismo: “¡Tú eres el Hijo de Dios vivo, Tú eres el Redentor, Tú eres el Señor!”. Pedro fue ciertamente el más valiente ese día, cuando Jesús preguntó a los discípulos. Pedro respondió con firmeza: “Tú eres el Mesías”. Y después de esta confesión probablemente se sintió satisfecho dentro de sí: ¡he respondido bien! Sin embargo, el diálogo con Jesús no termina así: “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Pedro no lo entendía. No estaba de acuerdo con lo que había oído, no le gustaba ese camino proyectado por Jesús. Él razonaba así: “¡Tú eres el Mesías! ¡Tú vences y vamos adelante!”. Por esta razón no comprendía este camino de sufrimiento indicado por Jesús.
2.- Conocemos a Jesús como discípulos. Para responder a la pregunta de Jesús es necesario hacer el camino que hizo Pedro. En efecto, después de esta humillación, Pedro siguió adelante con Jesús, contempló los milagros que hacía Jesús, vio sus poderes... Sin embargo, Pedro negó a Jesús, traicionó a Jesús. Precisamente en ese momento aprendió esa difícil ciencia —más que ciencia, sabiduría— de las lágrimas, del llanto. Pedro pidió perdón al Señor. Reconoció en Jesús al “Siervo de Yahvé”, del que habla el profeta Isaías, que sufre los ultrajes y salivazos, que es apaleado sin tener ninguna culpa. Para conocer a Jesús no es necesario solo un estudio de teología, sino una vida de discípulo. De este modo, caminando con Jesús aprendemos quién es Él, aprendemos esa ciencia de Jesús. Conocemos a Jesús como discípulos. Lo conocemos en el encuentro cotidiano con el Señor, todos los días. Con nuestras victorias y nuestras debilidades. Por lo tanto, la pregunta a Pedro —¿Quién soy yo para vosotros, para ti? — se comprende sólo a lo largo del camino, después de un largo camino. Una senda de gracia y de pecado. Es el camino del discípulo. En efecto, Jesús no dijo a Pedro y a sus apóstoles: ¡conóceme! Dijo: ¡sígueme! Y precisamente este seguir a Jesús nos hace conocer a Jesús. Seguir a Jesús con nuestras virtudes y también con nuestros pecados. Pero seguir siempre a Jesús…… Se trata de un camino que no podemos hacer solos. Por lo tanto, se conoce a Jesús como discípulos por el camino de la vida, siguiéndole a Él.
3.- Todavía no estamos convertidos a Jesucristo. Quizá porque todavía no ha pasado por nuestra vida Jesús de Nazaret, quizá porque todavía no hemos tenido experiencia de Él. Tenemos un barniz de cristianos, pero por dentro no se nota que Jesús haya transformado nuestra vida. Gandhi dijo que los cristianos nos parecemos a una piedra arrojada al fondo de un lago. Por fuera parece que está mojada, pero el agua no ha penetrado por sus poros y no ha conseguido empaparla. Así ocurre con nosotros cuando no dejamos que la Palabra de Dios penetre en nuestro interior. Por eso nuestra fe es tan poco radical y nos conformamos con cumplir. Lo peor es que somos piedra de escándalo para muchos, porque es una fe sin obras que está muerta como dice la Carta de Santiago.
4.- Llevar la cruz de cada día. Es más fácil cumplir preceptos que no alteran nuestra vida que "mojarse" de verdad y dejar que el Evangelio cuestione nuestra vida y nuestras seguridades. No se trata de adaptar el Evangelio a nuestra vida, sino nuestra vida al Evangelio. Es más fácil responder de memoria, como un loro, que Jesucristo es el Hijo de Dios, que asumir el escándalo de la cruz. La cruz no hay que buscarla fuera. Está junto a ti, cuando reconoces tus debilidades, cuando las cosas no te salen bien, cuando llega el dolor o la enfermedad. No se trata de mera resignación, sino de ver en la cruz un sentido de liberación. Y, por supuesto, estar dispuesto a ayudar a los demás a llevar su cruz. Hay que ser capaces de dar la propia vida por Jesús y por el Evangelio para poder recuperarla. ¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? Si tienes este propósito, no te equivocarás, pues aunque aparentemente pierdas tu vida, encontrarás la vida de verdad, la que Él te ofrece. Entonces podrás experimentar la grata seguridad del profeta Isaías de que "El Señor te ayuda", y que "El sostiene tu vida", como nos dice el autor del Salmo 53.

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¡Danos, Señor, Oídos Atentos y Lenguas Desatada!

9/9/2018

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Por José María Martín, OSA
www.betania.es

1- Su mensaje es una Buena Noticia. El texto de Isaías de la primera lectura es el mismo que leyó Jesús allá en la sinagoga de su pueblo. Todos los judíos conocían este texto que anunciaba la liberación de Israel. Estaban ya cansados de tanta opresión. Se anuncia la vuelta de los desterrados con imágenes muy palpables: "se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará". Es la victoria sobre todo los impedimentos físicos y el resurgir de la naturaleza: "han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque; lo reseco un manantial". Pero hay una frase que omitirá Jesús. El no anunciará "el desquite" de Dios, pues Jesús, en cambio, anunciará "el año de gracia". He aquí la diferencia: en las palabras de Jesús no hay anuncio de venganza, sino de reconciliación y salvación para todos. Por eso su mensaje es una Buena Noticia. Pero necesita que nosotros colaboremos para que esta Buena Noticia sea una realidad, abriendo nuestros ojos, nuestros oídos y nuestra boca
2.- Los “excluidos” son los preferidos de Dios. Jesús hace realidad las palabras del salmo 145: "El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos. El Señor sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados". Esta es la Gran Noticia: Dios está a favor de los débiles, de los pobres y necesitados. En aquella época los pobres eran los huérfanos y las viudas, que no tenían ninguna pensión para mantenerse. ¿Quiénes son hoy día los pobres y oprimidos?... Pensemos en los inmigrantes que llegan a nuestras costas y después son devueltos a su país o repartidos por diversos lugares. Pensemos en los ancianos que viven solos. Pensemos en las mujeres y los hombres víctimas de la "violencia de género". Pensemos en los enfermos del sida y en los que mueren en la guerra. Pensemos en los niños de familias desestructuradas que tienen de todo menos lo que necesitan de verdad. ¡Hay tantos pobres y oprimidos a nuestro alrededor! Son los que el Papa Francisco llama “excluidos de nuestro mundo”. Sin embargo, Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman.
3.- Abrirse a Dios y a los hermanos. No sabemos si el sordo que apenas podía hablar era judío o pagano. Probablemente era pagano. Jesús no rehúsa hacer un milagro también en tierra de paganos, pues el anuncio de su salvación es universal, sin distinciones. Se presenta a Jesús como una especie de taumaturgo o mago que realiza curaciones. Pero Jesús no es eso: mira al cielo antes de ayudar a aquel pobre hombre. Realiza la curación en nombre de Dios y movido por el poder de la oración. Le dice con fuerza: ¡Ábrete! Le pide que se abra a la fe. También nosotros necesitamos abrir nuestros ojos y nuestro corazón a Dios y a los hermanos. Ábrete a los que necesitan tu amistad, ábrete al que necesita tu cariño, ábrete al que necesita que alguien le escuche, ábrete a ese hermano que te resulta tan pesado, ábrete al enfermo que espera tu visita en el hospital, ábrete a aquél que no te saluda, ábrete a aquél que está llorando con lágrimas de desaliento y soledad. También te dice: escucha los gemidos del triste, escucha los lamentos de aquél que la vida trata injustamente, escucha a aquél que ya no puede ni hablar, pero te está diciendo todo con sus gestos. No seas mudo ni sordo, deja que el Señor abra tu boca y tus oídos. Unos discípulos “sordos” a su mensaje, estarán “mudos” al anunciar el evangelio. Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, ni captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero, entonces, no sabremos anunciar ninguna noticia buena. Deformaremos el mensaje de Jesús. A muchos se les hará difícil entender nuestro “evangelio”. Es urgente que todos escuchemos a Jesús: “Ábrete”. ¡Danos, señor, oídos atentos y lenguas desatadas!

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Lo que Dios quiere

9/2/2018

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Por José María Martín OSA
www.betania.es

1.- Ser fieles a la voluntad de Dios. Los tres primeros capítulos del libro del Deuteronomio ponen ante el lector las obras de Dios en favor de su pueblo, y, como consecuencia, tienden a inculcar la fidelidad hacia el Señor. La ley de Moisés, o "Torah" en hebreo, era entendida como un todo que señalaba al hombre cuál era la voluntad de Dios, el proyecto de vida que el Señor trazaba para su pueblo para que pueda vivir en comunión con él. Cumplir la Ley era para el pueblo hebreo la manera concreta de vivir en comunión con Dios, manifestar su fidelidad en la vida de cada día. La verdadera Sabiduría, que presentaba como ideal de vida todo el movimiento sapiencial, hallaba su concreción en las prescripciones de la Ley de Moisés. El ideal del sabio era vivir según los mandamientos y decretos de la Torah. Por todo ello el autor del Deuteronomio puede afirmar que Dios se hace presente en el pueblo de Israel por medio de su Torah. Cumplir la Ley de Moisés será, para la mentalidad judía, la manera de hacer presente y de acercar a Dios al mundo, a las naciones, y de aproximar más y más el Reino definitivo de Dios al mundo entero. El Salmo 14 remarca el núcleo central de la Ley: la vida honesta, la práctica de la justicia y el temor del Señor. Quien lo practica puede “hospedarse en su tienda”
2.- “Cumplir” y olvidarse de lo fundamental. Un grupo de fariseos del lugar y algunos letrados o rabinos de Jerusalén se escandalizan al ver que los discípulos comían sin lavarse las manos según ordenaba la tradición de los mayores. El evangelista Marcos, que escribe para los romanos, informa a sus lectores acerca de las costumbres judías. Los lavatorios de los judíos no respondían a una inexplicable necesidad de higiene, sino a exigencias religiosas. Eran purificaciones rituales. Los fariseos universalizan lo que no era otra cosa que un hecho anecdótico y acusan al Maestro de que permita a sus discípulos un comportamiento en contra de la "tradición de los mayores". Jesús acepta en principio el planteamiento de la cuestión y, citando al profeta Isaías, devuelve la pelota a los fariseos. Les dice que ellos practican un culto vacío, un culto de los labios y no del corazón. Además, que se atienen a preceptos humanos y quebrantan sin escrúpulos los mandamientos de Dios. Pero aún, con el pretexto de dar culto a Dios, le ofende dejando en la miseria a sus propios padres. Se olvidan de la justicia……
3.- Lo que importa es la pureza del corazón, la buena voluntad. Pues lo que mancha al hombre no viene de fuera, sino que sale del interior. Jesús muestra su autoridad lo mismo que en las famosas antítesis del Sermón de la Montaña. Éste puede ser también nuestro gran pecado. Una vez que hemos establecido nuestras normas y tradiciones, las colocamos en el lugar que sólo debe ocupar Dios. Las respetamos por encima incluso de su voluntad. En esta religión lo que importa no es Dios sino otro tipo de intereses. Con el tiempo, no echamos en falta a Jesús; olvidamos qué es mirar la vida con sus ojos. El peligro es agarrarnos como por instinto a una religión sin fuerza para transformar las vidas. Seguir honrando a Dios sólo con los labios, resistirnos a la conversión y vivir olvidando el proyecto de Jesús: la construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios. Esto es lo que Dios quiere.

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