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“Seguir a Cristo no es simplemente pertenecer a un grupo”
En el Evangelio de este domingo escuchamos cómo el apóstol San Juan quiere impedir a uno “que no es de los nuestros” que eche demonios en nombre de Jesús, y cómo Jesús le reprende por esta actitud y aprovecha la ocasión para darnos una importante lección.
1. Cuántas veces, lamentablemente, encontramos en algunos cristianos, y también en algunos grupos eclesiales, la misma actitud de Juan: como éste no es de los nuestros… Esto ha sucedido tantas veces a lo largo de la historia de la Iglesia, y sigue sucediendo hoy en día. Hay cristianos, incluso nosotros mismos lo hacemos muchas veces, que no aceptan a otro cristiano, a otro creyente en Jesús como nosotros, simplemente porque no es de nuestro grupo, o de nuestro movimiento, o porque no piensa como nosotros o no hace las cosas como las hacemos nosotros. Así le pasó a Juan, que vio a uno que echaba demonios en nombre de Jesús y se lo quiso impedir. ¿Qué había hecho mal aquel hombre? Estaba expulsando un demonio, es decir, estaba luchando contra el mal, y lo estaba haciendo en nombre de Jesús. Este hombre era cristiano, creía en Cristo, buscaba el bien y lo hacía en nombre de Jesús. Pero no era del grupo de los apóstoles, y esto no lo aceptaba el apóstol Juan, por eso se lo quiso impedir. Sin embargo, la reacción de Jesús fue muy clara: “No se lo impidáis”. Si este hombre hace el bien en nombre de Cristo, no está contra Él. ¿Por qué hay que impedírselo entonces? Jesús lo deja bien claro: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Esta frase de Jesús nos la hemos de recordar frecuentemente los cristianos, que tantas veces tenemos la misma mentalidad exclusivista de Juan. Si hay alguien que cree en Jesús y que en su nombre hace el bien, aunque no sea de nuestra comunidad, o de nuestro movimiento, o de nuestro grupo, hemos de respetarle, porque él también está a favor nuestro. Nos recuerda esto la respuesta que Moisés dio a Josué cuando éste le advirtió que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento, y que escuchamos en la primera lectura del libro del Deuteronomio: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”. Éste debería ser nuestro deseo, que todos fueran discípulos de Cristo y que todos en su nombre hicieran el bien, sin excluir a nadie simplemente por no ser de los nuestros.
2. Jesús aprovecha entonces este diálogo con Juan para recordarnos cómo hemos de ser verdaderamente los cristianos. Y es que no basta con ser del grupo, de la comunidad o del movimiento para ser un buen cristiano. Hace falta algo más, y Jesús lo explica a continuación. Jesús advierte: “El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen una piedra de molino y lo echasen al mar”. Son duras estas palabras de Jesús, pero dejan claro que uno de los pecados más graves de un cristiano es escandalizar a otro cristiano. Esto también sucede mucho entre nosotros, y es muy triste que suceda también entre los sacerdotes (sólo basta ver las noticias acerca de ciertos curas que están saliendo estos días en los medios de comunicación). Jesús advierte así que más importante que ser del grupo o no serlo, es no ser causa de escándalo para los que creen. Un cristiano ha de ser coherente con lo que cree, y especialmente un sacerdote debe ser coherente con lo predica. Si no, estaremos escandalizando a los demás, y entonces da igual que seamos del grupo o no.
3. Pero la enseñanza que hoy nos da Jesús va más allá. Ser cristiano, más allá que pertenecer a un grupo, e incluso más allá que evitar el escándalo, consiste fundamentalmente en dedicarnos a Dios sobre todo, con todo nuestro corazón, amándole sobre todas las cosas y poniéndole en el centro de nuestra vida. Y si hay algo que nos aparta de Dios, hemos de dejarlo atrás, hemos de deshacernos de ello. No se trata de que nos saquemos los ojos o que vayamos cortándonos las manos y los pies. Ésta es una forma de hablar exagerada de Jesús. Sin embargo, más allá de esta exageración, hemos de quedarnos con lo que el Señor nos dice: dejar atrás, quitar de nuestra vida, arrancarnos todo aquello que nos aleje de Él. Así, el apóstol Santiago, en la segunda lectura, nos invita a no perseguir las riquezas, y menos aún a perseguirlas por encima del bien y de la justicia hacia los demás. De nada nos sirven las riquezas si nos perdemos a nosotros mismos, como escuchábamos hace algún domingo en el Evangelio. Busquemos primero a Dios, dejando atrás todo lo que nos aparte de Él. Eso es lo que quiere Jesús de nosotros.
Por lo tanto, no basta simplemente pertenecer a un grupo, a un movimiento, a una comunidad, para ser un buen cristiano. Seguir a Cristo no depende únicamente del grupo. Sobre todo hemos de ser coherentes en nuestra vida cristiana, para no ser motivo de escándalo para los demás. Esto es algo que no nos da simplemente la pertenencia a un grupo. Pero además, hemos de poner cada uno, personalmente, a Dios en el centro de nuestra vida, como lo más importante para nosotros, dejando atrás todo aquello que nos aleje de Él.