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El primer anuncio del Evangelio

1/25/2020

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Fernando Torres cmf
www.ciudadredonda.org

    El Evangelio de hoy nos recuerda el momento en que Jesús comenzó a predicar. El evangelista Mateo nos lo presenta como el momento en que se cumple una antigua profecía de Isaías: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande”. Pero para ser sinceros, las palabras son mayores que la realidad. Lo que sucedió fue algo muy sencillo. En una esquina del mundo de aquel tiempo, lejos, muy lejos, de Roma, que era el centro de aquella civilización, un hombre salió a los caminos y comenzó a predicar. Su mensaje era muy sencillo: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. Al principio casi nadie le hizo caso. Apenas unos pocos pescadores --los últimos de la sociedad--, algunas mujeres –igual de mal valoradas– y gente por el estilo. Jesús no era más que un judío marginal y sólo los marginados le hicieron un poco de caso. 
    Si ése fue el modo como Dios quería presentar su salvación a todo el mundo, desde nuestra cultura actual, le diríamos que se equivocó de medio a medio. Hoy hubiésemos planteado toda una campaña en los medios de comunicación, de lanzamiento simultáneo en los países más ricos y desarrollados del mundo (en los países pobres se lanzaría más tarde), que ofreciese con claridad los contenidos más importantes y orientados ante todo a captar la atención de los destinatarios. Para ello, se trataría de ofrecer en primer lugar los aspectos más suaves, fáciles y gratificadores del mensaje. Con suficiente antelación se habría preparado a un gran número de predicadores, conferenciantes y escritores que se entregarían a la tarea de presentar el mensaje de un modo más cercano a la gente. Pero Dios no hizo eso. Más bien lo contrario. En Jesús se acercó a los últimos. Nunca estuvo muy preocupado por el número de sus seguidores ni por su nivel social. Ni siquiera les puso las cosas fáciles. Sus primeras palabras, ponen frente al oyente una exigencia radical: “Convertíos” o lo que es lo mismo, “cambiad de vida”. Pero algo encontraron en él aquellas gentes sencillas y humildes que le siguieron. Con dudas y vacilaciones, pero le siguieron. 
      Hoy, también nosotros somos una pequeña comunidad. No ocupamos el centro del mundo. No tenemos los medios de comunicación a nuestro alcance. Ni falta que nos hacen. Apenas tenemos el Evangelio en medio de nosotros y la fuerza de Jesús para hacer lo que él hizo. Primero, escuchar su mensaje y tratar de convertirnos, de comenzar a vivir de acuerdo con el Evangelio. Y, segundo, ser portadores de ese Evangelio para todos los que nos rodean. No hay que temer porque seamos pocos o pobres. Así es como Dios quiere hacer presente su mensaje en el mundo. En nuestras manos está.



Para la reflexión
      Hemos escuchado a Jesús que nos llama a convertirnos, ¿qué significa eso para nosotros? ¿Qué tengo que hacer para convertirme y vivir como cristiano? ¿Qué deberíamos hacer como comunidad para ser testigos de Jesús en nuestro barrio?

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Segundo Domingo Tiempo Ordinario - 19 de enero 2020

1/19/2020

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Angel Moreno - Viernes, 17 de enero de 2020
www.ciudadredonda.org

El Evangelio de san Juan despliega en seis días el prólogo: la presentación de Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, Dios desde el principio de los tiempos, manifestado en la historia para ofrecer a quienes lo acojan la filiación divina.
Juan Bautista introduce a Jesús, lo señala como Cordero de Dios, figura que personaliza el Mesías, que lleva sobre sí los pecados de la humanidad y se dispone como uno más al bautismo, colocado en la fila de los pecadores.
En otro texto joánico leemos: “Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No solo en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y el testimonio de los tres es único” (1Jn 5, 6-7). Tanto el texto del Evangelio como el de la primera carta de san Juan, hacen referencia al protocolo de los testigos, para que quede autentificada la identidad mesiánica y divina de Jesús. Si para que un testimonio sea válido hacen falta al menos dos testigos, en el caso de Jesús, el agua, la sangre y el Espíritu dan testimonio de que Él es quien tenía que venir.
La imagen del cordero es muy significativa en el contexto bíblico. Si nos remontamos a los tiempos de Abraham, en el momento en que se disponía a sacrificar a su hijo primogénito, la presencia del cordero que sustituyó a Isaac en el sacrificio concurre con la presentación que hace el Bautista, al señalar a Jesús como aquel que va a sacrificarse en favor de toda la humanidad para quitar el pecado del mundo.
Hay quien toma esta identificación de Jesús como Cordero de Dios para explicar la ofrenda de José y de María al subir al templo para presentar a su Hijo primogénito. Para esta ofrenda no llevan cordero en rescate de la vida de Jesús, porque llevan al verdadero Cordero que se inmolará. Y María, abrazando al Hijo de sus entrañas, representa a la zarza que, en tiempos del patriarca, ofreció el cordero.
Sobrecogen las figuras bíblicas personalizadas por Jesús. Él se presenta como viñador y como vid, y se entrega en el cáliz; Jesús toma la imagen del labrador, de quien multiplica y parte el pan, y de quien se da en ese pan partido. Él nos asegura que es el Buen Pastor, que busca la oveja perdida, y llaga a hacerse el Cordero que se inmola por todo el rebaño.
Iniciemos el Tiempo Ordinario reconociendo a quien nos ha precedido y nos ha rescatado, y vivamos confiados y agradecidos, con la certeza de la Redención.

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EL NIÑO DIOS: LA SABIDURÍA, LA LUZ Y LA PALABRA

1/5/2020

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Por Francisco Javier Colomina Campos
​www.betania.es

Seguimos en el tiempo de Navidad, y en este segundo domingo después de Navidad la Iglesia nos invita a detenernos por un momento y a recordar lo que hemos celebrado en estos días pasados. Hoy volvemos a escuchar de nuevo en el Evangelio el prólogo del evangelio de san Juan que escuchábamos el día de Navidad. Hoy es un buen día para asomarnos de nuevo al portal de Belén y volver a contemplar una vez más a ese niño que ha nacido, al Niño Dios que ha venido a salvarnos. Tres símbolos nos recuerdan hoy quién es ese niño: la sabiduría, la luz y la palabra.
​

1. La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido. El libro del Eclesiástico nos presenta en la primera lectura a la sabiduría, que habla en primera persona haciendo un elogio de sí misma. La sabiduría ya existía antes de los siglos, y ahora es enviada por Dios creador para que entre en Israel y ponga su tienda en Jacob. Así, la sabiduría afirma: “He arraigado en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. La sabiduría de Dios, que es representación y figura de Cristo, ha acampado en medio del pueblo. Esta sabiduría no hay que entenderla al modo humano. No es saber mucho. Más bien, esta sabiduría se refiere al conocimiento de Dios mismo y de su misterio. Cuando aquí habla de la sabiduría hemos de entenderla como el don que Dios da para poderle conocer. Y nosotros, desde el nacimiento de Cristo hecho hombre, podemos conocer a Dios por medio del Hijo que se ha encarnado. Cristo, el niño nacido estos días en Belén, es la manifestación de Dios y de su poder, que se nos acerca en la ternura y en la sencillez de un niño recién nacido. Así dirá Jesús en el Evangelio que quien no se haga como un niño no entrará en el Reino de los cielos. Es hermoso en estos días contemplar a Dios que se nos muestra a través de un niño para que le podamos conocer. Esta es la verdadera sabiduría de Dios que ha venido al mundo.

2. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. La segunda imagen que nos presenta hoy la liturgia de la palabra es la de la luz. En medio de la oscuridad, de la tiniebla, brilla una luz. Así lo escuchábamos el día de la nochebuena en la Misa del gallo: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”. La luz es también signo de Cristo, que brilla en medio de la oscuridad. Si misamos nuestro mundo en estos días descubrimos que en verdad hay oscuridad y tinieblas. A pesar de las luces que en estos días hemos encendido en las calles y en los comercios de nuestros pueblos y ciudades, sabemos bien que son luces efímeras, que cuando terminen los días de fiesta se apagan. Son luces que adornan, pero que no iluminan. El mundo sigue en tinieblas a pesar de estas luces, pues el mundo sigue oscurecido por el pecado que trae violencia, envidias y recelos entre nosotros. Pero en medio de la oscuridad en la que nos encontramos, una luz brilla, ilumina. Esta luz la podemos encontrar en el pesebre de Belén. Todas las demás luces son imágenes y representación de esta luz grande que ha brillado. Pero, nos dice san Juan, la tiniebla no recibió a la luz. Así sucede también en nuestro mundo. A pesar de que Dios ha nacido hecho niño en Belén, el mundo sigue a la suya, sin percatarse siquiera que Dios está en medio de nosotros como luz que nos ilumina y que disipa las tinieblas del pecado.

3. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. La Palabra es también otra imagen de Cristo. Así como en el Antiguo Testamento Dios habló a través de su palabra escrita en tablas de piedra que se conservaban en el arca de la alianza, dentro de la tienda del encuentro, ahora la Palabra se ha encarnado, se ha hecho hombre y ha venido a acampar entre nosotros. Este es el gran misterio de la Navidad. Dios ya no habla con mediaciones, pues su palabra se ha hecho como nosotros y habita en medio de nosotros. Es una palabra de consuelo, de esperanza, de guía para nuestro camino. Es una palabra de salvación. Cristo, nacido hecho niño en belén, es esa Palabra que ahora habita entre nosotros. La Palabra creadora de Dios, pues Dios creó el mundo por medio de la Palabra, se ha hecho ahora carne para renovar la creación entera.
La sabiduría, la luz y la palabra son símbolos que nos manifiestan la presencia de Dios con nosotros. Escuchar a Dios en su Palabra, que es Cristo, aprender su sabiduría y dejarse guiar por su luz es a lo que nos invita la palabra de Dios en este segundo domingo después de Navidad. No perdamos de vista el misterio que estamos celebrando: Dios está con nosotros. Escuchémosle y dejémonos guiar por Él. Tanto nos ama que ha venido a estar entre nosotros.
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