https://www.ciudadredonda.org
El Evangelio de este domingo tiene para los creyentes una importancia especial. Recoge el momento en el que Jesús enseña a los discípulos la oración que hoy en día seguimos rezando y que nos identifica como discípulos de Jesús: el Padrenuestro. Es importante subrayar el contexto en el que el evangelio sitúa esta oración. La acompaña de una catequesis en la que Jesús ilumina a los discípulos sobre la insistencia en la oración. Por eso la parábola o el cuento del señor que va a pedir pan a su amigo porque ha tenido una visita. Y sobre la confianza con que debemos rogar a Dios. Por eso la parábola que compara entre la bondad de un padre de los nuestros y la bondad del Padre celestial.
Además la Iglesia en su liturgia hace que este Evangelio esté precedido por la lectura del Génesis en la que Abrahán intercede ante Dios por los habitantes de Sodoma y Gomorra a los que Dios quiere castigar por sus iniquidades. Ahí diría que está la clave en la que nos podemos fijar este domingo. La oración que nos plantea Jesús no es la del que pide de forma egoísta por su propio bien sino la del que intercede por sus hermanos. Abrahán participa en esa especie de subasta a la baja con Dios para intentar encontrar una razón que salve a sus hermanos, los habitantes de Sodoma y Gomorra, del castigo y la muerte que se les avecina. En principio, Abrahán no tiene nada que ver con ellos. En Sodoma tiene un sobrino pero ése va a ser salvado por Dios. Con el resto de los habitantes de esas ciudades no le une ningún lazo más allá de pertenecer a la misma humanidad. Ellos son malos, por eso van a ser castigados, y él es el elegido de Dios para ser padre de un pueblo y depositario de la promesa. Abrahán podía haberse dado la vuelta y no mirar a lo que iba a suceder. O haber comentado con Dios cómo es necesario, aunque triste, tomar decisiones radicales y extirpar el mal de la sociedad humana. Pero hace exactamente lo contrario. Trata desesperadamente de salvar a los que se habían condenado por sus propias acciones. Y Dios cede ante él. La cifra de justos necesaria para salvar la ciudad baja de 50 a 10 ante la insistencia de Abrahán. Algo parecido se puede decir del Evangelio, donde el que va a pedir los panes no lo hace para sí sino para dar de comer a un amigo que le ha llegado a casa.
Podríamos decir que la clave de la oración está en la intercesión. Pedir a Dios por nuestros hermanos y hermanas. Para ello hemos de sentir una gran solidaridad. Es que realmente somos hermanos y hermanas. Su muerte o su fracaso es nuestra muerte y nuestro fracaso. Oremos intercediendo por ellos y ellas porque, si nosotros que somos malos damos cosas buenas a nuestros hijos, cómo no nos va a dar el Espíritu de Vida el Padre del cielo que tanto nos ama.
Para la reflexión
¿Oramos alguna vez? ¿Lo hacemos con las palabras del Padrenuestro? ¿Tenemos en mente las necesidades de nuestros hermanos y hermanas? ¿Siento que son de verdad mías sus necesidades? ¿O acaso sólo miramos por “mis” necesidades?