Autor: P. Harry López Vázquez
¿Por qué es tan difícil ser cristiano? ¿Por qué tenemos que convertirnos para seguir a Cristo? ¿Cómo comienza la conversión? Estas son preguntas que nos podemos hacer en el día a día como hijos de Dios. La respuesta es sencilla y difícil a la vez. Sencilla porque el cristianismo exige una metanoia y difícil porque no todo el mundo está dispuesto a un cambio profundo y radical.
Sí, seguir a Cristo exige al hombre un cambio a su forma de pensar -metanoia-. Sería muy fácil seguir a Jesús si su doctrina fuera solamente la realización o no realización de unas acciones concretas. Pero Jesús pide al hombre el dejarse tocar por la fuerza de Dios que lo va a transformar, lo va a hacer un hombre nuevo, con una forma de pensar nueva.
Esta nueva forma de pensar tiene que romper los antiguos esquemas y colocar los nuevos. Ya no podemos seguir mirando y buscando las cosas de aquí y ahora, no; ahora el hombre debe mirar al cielo y colocar allí su esperanza. La meta del cristiano no es amasar riqueza y poder, procurar su bienestar material por encima de todo. No, ahora el cristiano tiene que buscar a Dios y el hacer su voluntad por encima de todo: hay que amasar un tesoro en el cielo, donde la polilla ni la carcoma le corroen.
Esto no es fácil. En el evangelio de hoy (Mt 16, 21-27) vemos a Pedro que es amonestado por Jesús porque se opone a la voluntad salvífica de Dios. Pedro ama a Jesús, espera el reino nuevo, pero lo espera de forma humana: con triunfos y poder. Ahora para Dios la grandeza del hombre estará en saber tomar su cruz, humillarse, convertirse en el servidor de todos. Ahora es más grande el que sirve, no el que es servido.
Debemos pedir a Dios este cambio de mentalidad, de docilidad al Espíritu Santo. Como Cristo: escuchemos al Padre y tengamos por alimento el hacer su voluntad.