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“El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”

4/24/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo

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El Buen Pastor es el que da la vida por sus ovejas. Dicho pastoreo es entregado por Cristo a los apóstoles y éstos a los sucesores de los apóstoles, los obispos, y en sus colaboradores los presbíteros. Ellos comparten los mismos sentimientos de Cristo Jesús y por esos sentimientos las ovejas reconocen la voz del Supremo Pastor, Jesucristo, porque son Otro Cristo; el mismo Cristo. Por eso el Buen Pastor se conoce por tres cualidades: hablar al corazón hasta conmoverlo, inspira la confianza y es capaz de dar la vida por los que están a su alrededor, de modo especial en los sacramentos.

La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos muestra la primera llamada del Buen Pastor: la conversión de los pecados. San Pedro, vicario de Cristo en la tierra, manifestación clara de la voz del Buen Pastor, llama a los que le escuchan a arrepentirse de sus pecados. Es la primera llamada del Señor a la oveja descarriada, “el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 14). Jesús conoce la herida de las ovejas. Esa herida es el pecado y es necesario sanarla por el bautismo para que el corazón sea libre y entre en comunión con Dios. Con el bautismo Cristo ofrece la verdadera vida a su rebaño. En el bautismo podemos encontrar la llamada amorosa a volver al camino correcto.

Esta búsqueda constante del Buen Pastor suscita en el corazón del creyente esperanza y fe. El apóstol San Pedro nos motiva a poner la confianza en el Señor y permanecer en el redil. El redil de Cristo es la Iglesia. Allí encontramos la voz del Pastor que nos nutre la esperanza y el pasto seguro de la Eucaristía que nos alimenta el alma. También encontramos la paz en el sacramento de la penitencia cuando la herida del pecado se vuelve a abrir por la tentación y la lucha constante. En este redil que es la Iglesia se cumplen a su vez las palabras del salmista: “en verdes praderas me hace recostar, me conduce a las fuentes tranquilas” (Ps. 23, 3).

El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. Ese Pastor es Cristo que dio su vida en la cruz para que el hombre tuviera vida eterna. Cada palabra, cada milagro era un signo de querer entregar la vida libremente por aquellos que la habían perdido por el pecado. En Él encontramos la verdadera vuelta al rebaño, al verdadero camino de salvación. Sólo Él puede llevarnos al encuentro verdadero con Dios. Por eso Cristo dice “Yo soy el Buen Pastor; el buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10, 11).

El Señor, luego de su resurrección y ascensión a los cielos, no ha dejado desprovista a la Iglesia de Pastores que le guíen. El día de la última cena ha establecido el sacerdocio ministerial para ofrecer su cuerpo y su sangre para seguir dando vida al rebaño. En la última cena el Señor hace realidad la promesa de Yahvé Dios a Jeremías: “os daré pastores según mi corazón” (Jer. 3, 15). Los sacerdotes son los pastores del rebaño de Dios, son los que ayudan al pueblo a encontrarse con el verdadero Pastor. San Pablo recalca que todo sacerdote debe tener los “mismos sentimientos de Cristo” (Flp. 2, 5). Estos sentimientos manifiestan la llamada de Dios que hace a los hombres participar de su único sacerdocio. Sólo existe un Sumo Sacerdote del cual participan de modo especial cada obispo, presbítero y diácono. Como es un único sacerdocio, debe ser a su vez un único sentimiento: “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Por tanto, todo aquel que se acerque con motivos ajenos, no es de Cristo, sino del enemigo vestido de cordero.
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Esta semana la Iglesia nos provee un espacio para orar por las vocaciones sacerdotales. Es una oportunidad para pedir al Señor sacerdotes con corazón de pastor, con olor a oveja y que compartan los mismos sentimientos de Cristo; pero ante todo que nos pongan en sintonía con Dios. Para ello debemos pedir que sean oyentes asiduos del corazón de las ovejas, que brinden palabras de esperanza, pero sobre todo que den la vida por su rebaño. Para ello debemos orar y motivar a los jóvenes que tengan la inquietud de seguir al Señor como ministros de su Evangelio. Sin sacerdotes no hay Eucaristía; sin Eucaristía, no hay Iglesia; sin Iglesia, no hay Salvador; sin Salvador no hay salvación.
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“Jesús y las Escrituras”

4/16/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo

“Ignorar las Escrituras es ignorar a Jesucristo”, decía san Jerónimo. En este tercer domingo de Pascua el Señor se les presenta a los discípulos para consolarlos con su Palabra. No solo eso, sino que también les abre el entendimiento para que comprendieran las Escrituras a la luz de su vida. En efecto, la historia de la salvación no tendría sentido si no se mira tras la vida del Resucitado. Es Cristo quien le da sentido y unidad a toda la Sagrada Escritura. Precisamente les dice a los apóstoles unas palabras claves: “que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse” (Lc 24, 44). Jesús les da a sus discípulos la clave del cómo deben leer las Escrituras y lo que viene a traer al Nuevo Testamento que es la conversión y el perdón de los pecados.

Cuando las Escrituras no se ven a la luz de la vida de Cristo se fragmentan. Muchos han caído en el error de interpretar las Escrituras a su forma de pensar. Incluso, han utilizado las Escrituras para justificar su punto de vista. San Pablo era tajante en este aspecto con la comunidad de los Corintios. Él les decía que “la letra mata; el espíritu da vida” (2 Cor. 3, 6). Para preservar ese espíritu de salvación Jesucristo estableció un colegio apostólico que hoy se hace visible en la sucesión apostólica en comunión con el Santo Padre. En efecto, el Señor ha dado autoridad a los obispos en comunión con el Papa de interpretar las Sagradas Escrituras a la luz de su misterio Pascual. Por eso el Santo Padre goza de la gracia de la inefabilidad papal. Esto consiste en que no puede equivocarse en cuestión de fe y moral por la asistencia del Espíritu Santo. Por tanto, el que cree en la Iglesia puede tener la seguridad que recibe la enseñanza y la promesa de parte de Dios.

La Escritura siempre nos lleva a la verdad cuando la leemos a la luz de Cristo. Muchos judíos se convirtieron al cristianismo porque leyeron la historia de salvación a la luz de la vida del Señor. Hoy nosotros debemos retomar este amor por las Escrituras y leerlas a la luz de la vida de Jesucristo resucitado. ¿Cómo las leemos a la luz del resucitado? Ante todo, con la predicación de Cristo. Jesús anuncio un Reino de salvación, de amor y belleza. Pero ese Reino tiene un precio. Ese precio Cristo nos lo ha pagado por su entrega en la cruz. También nosotros tenemos que tomar la cruz y dejar atrás el pecado. Las Escrituras a la luz de Cristo Resucitado nos sacan de la comodidad de nuestra vida y nos lanzan a la misión. Las Escrituras a la luz de la vida de Jesús nos hacen comprometernos con nuestra salvación. Ese compromiso se refuerza con los sacramentos, la ración, el apostolado y lectura de la Sagrada Escritura.

Cuando leemos las Escrituras nos encontramos con Jesucristo. Por medio de las Sagradas letras nos encontramos con nuestro consuelo y con nuestra paz. Nos muestra como a los discípulos sus manos y sus pies; su victoria sobre la muerte y el pecado. Las Escrituras nos narran el amor de Dios por cada uno de nosotros. Ese amor extremo que se manifiesta en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Cada vez que leemos la Palabra nos identificamos con ella. Es como si Dios nos hablara al corazón y nos dijera que nos entiende. Pero eso solo es posible cuando nos acercamos a la Palabra con un corazón sincero; con un deseo genuino de seguir al Señor y conocerle. De lo contrario tendremos delante palabras lindas que no tienen mucho que decirnos.

La Sagrada Escritura nos invita a nosotros a mirar nuestra vida a la luz de la vida de Cristo. Estamos llamados a identificarnos con el Señor. El apóstol san Pablo decía a la comunidad de los Colosenses que él unía su vida a la de Cristo (cfr. Col. 1, 24). Cuando hacemos eso recibimos el consuelo del Señor y nuestra vida toma un nuevo giro. La esperanza se renueva a la luz de Cristo muerto y Resucitado. Jesús quiere mostrarnos su victoria sobre la muerte como lo hizo con los discípulos al presentar sus manos y sus pies. Ese es el signo de que Dios esta por encima de todo; que no entrega la vida de sus fieles a la perdición, sino que esta vivo para interceder por cada uno de nosotros ante el Padre. Que Santa María interceda por nosotros para entender nuestra vida a la luz de Jesucristo.       
 

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“Mira las llagas de Cristo allí encontrarás la misericordia de Dios”

4/11/2021

 
P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

En el año 1515 había en la región de Erfurt, Alemania, había un monje agustino que se pasaba pensando en sus pecados. Día y noche era atormentado por los escrúpulos y el maligno constantemente le acechaba diciendo, “no tienes perdón de Dios”. Aquel monje no encontraba la paz, su conciencia le atormentaba y se decía a sí mismo, “quisiera creer en la misericordia que predico y experimentar la paz que tanto necesito”. Un día el superior del Monasterio contempló el tormento que tenía aquel monje y ambos empezaron hablar. El monje dijo a su superior, “no encuentro razones que me justifiquen ante Dios, creo que me condenaré”. Luego de largas horas de diálogo el abad dijo al monje: “mira las llagas de Cristo allí encontrarás tu justificación ante Dios, solo en su misericordia verás el amor que Él te tiene”.

Quisiera que viéramos las palabras del sabio abad: “mira las llagas de Cristo, allí encontrarás tu justificación”. La justificación es la razón por la cual Dios nos salva. La misma la alcanzamos en el bautismo, la acrecentamos con la Eucaristía, el apostolado, la oración, la entrega del día a día y si caemos en pecado la recuperamos en la confesión. Por medio de la justificación Dios nos hace santos. La justificación tiene su raíz en la misericordia. El cristiano se salva porque cree que la misericordia de Dios lo salvará. Por eso decimos con el salmista, “dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Ps. 117, 1).  

El centro de la vida cristiana es la misericordia de Dios. Por eso Jesús al aparecerse a los discípulos se pone en medio de ellos. Se pone en el medio como queriendo decir que es la piedra angular de nuestra salvación; se pone en el medio como la roca fuerte capaz de sostener a aquellos que van a caer y les dice: “la paz este con ustedes”. Cristo le devuelve la paz y muestra sus manos y sus pies como signo de aquella amistad que Dios quiere regalar a los hombres. Tan pronto los discípulos vieron aquellas llagas y el rostro resplandeciente del Señor encontraron la alegría, “dieron gracias a Dios porque es bueno porque es eterna su misericordia…porque libró su vida de la muerte” (Ps. 117, 1. 4.).

 La misericordia de Dios la recibimos en la Iglesia, Cuerpo de Cristo vivificado por el Espíritu. Por eso el Señor sopla sobre los discípulos y les entrega el Espíritu Santo para que vean que no es obra de hombres sino de Dios: “recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan le quedan retenidos”. Con el soplo del Espíritu Santo entrega a la Iglesia el sacramento de la reconciliación; el sacramento de la misericordia de Dios. De esta forma el cristiano puede luchar contra el pecado y deja que la misericordia rinda frutos en su corazón por medio de las obras.

Este domingo de la misericordia debe movernos a nosotros a depositar nuestra esperanza en el amor de Dios. San Pablo decía, “donde abundó el pecado sobre abundó la gracia” (Rom 5, 20). Ten fe en la misericordia de Dios, ella es la que te justifica. Por eso mira las llagas de Cristo, allí resplandece tu justificación, las razones por las cuales Dios te quiere salvar. Pero recuerda que Dios espera de ti una respuesta de fe ante su misericordia. San Agustín decía, “el que te hizo sin ti no te salvará sin ti” (Sermón 171, 16). Esto quiere decir que Dios hace su parte, solo hace falta que pongamos de nuestra parte. ¿Cuál será tu respuesta a la misericordia que Dios te ofrece en las llagas de su Hijo? Cristiano, hijo e hija de Dios, ¿Cuál es tu respuesta a la misericordia de Dios?  
 



LA EXPERIENCIA DEL RESUCITADO

4/4/2021

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Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
https://www.ciudadredonda.org

Es bien llamativo que el Resucitado elija a unas mujeres para su primera aparición. Anoche en la Vigilia, la versión de san Marcos nos hablaba de unas cuantas mujeres camino del sepulcro. Y hoy Juan nos presenta la aparición a María Magdalena. El caso es que el Resucitado no se ha presentado ni a Pilato para darle un tirón de orejas por irresponsable y corrupto. Ni mucho menos al gran César de Roma. Tampoco al todopoderoso Sanhedrín o a las autoridades del Templo, que lo habían condenado en Nombre de Dios y su sagrada Ley. Ni siquiera a aquellos Doce discípulos «varones» con los que tanto tiempo había pasado. Fue como una pequeña broma del Resucitado. 
     Las mujeres, que en aquella época de la sociedad judía, no pintaban nada, no contaban para nada, tenían  al menos dos cosas a su favor: querían a Jesús con toda su alma. Tanto, que se pusieron en camino sin preocuparse de pedir que las acompañara algún hombre para retirar la enorme piedra a la entrada del sepulcro. Y lo segundo: no tienen miedo de dar la cara, de que otros se enteren de que ellas sí le conocían, que  sí habían estado con él, y aun muerto y despreciado, siguen queriéndole. Valentía y amor.
      Después de ellas, poco a poco, los discípulos y demás apóstoles irán teniendo experiencias parecidas. Pero no penséis que la experiencia de resurrección fue de golpe y porrazo, todos a la vez, todos el mismo día. Ni tampoco creyeron todos inmediatamente. La versión de Juan dice que el discípulo amado «vio y creyó», pero de Pedro no lo dice. La tumba vacía no fue suficiente para él. 
     A lo largo de semanas, meses y hasta de años (pensad en San Pablo), los que conocieron a Jesús (y alguno que no le conoció en persona) fueron experimentando que estaba vivo, y que eso alteraba totalmente sus vidas. Ya no podían seguir como hasta ahora. Si Él estaba vivo después de haber muerto, significaba que todo su mensaje, todo su estilo, toda su vida habían sido ratificadas por el Padre que lo resucita. Nunca olvidemos que el Resucitado es un Crucificado, y que lo fue por unos hombres muy concretos y unas motivaciones muy concretas: Porque Jesús había hecho determinadas opciones, se había enfrentado con ciertas mentalidades, había denunciado muchas cosas... Y entonces, al ser resucitado, es como si el Padre estampase su firma sobre la vida y testamento vital de Jesús... ¡Por lo tanto valía la pena tomarlo en serio! Con nadie más había actuado Dios tan clara y definitivamente. Había mucho que replantear y cambiar. 
    Hace unos días, me comentaba alguien: «el Jueves Santo es el día más importante de la Semana Santa». Y mirando la religiosidad popular, parece que los Nazarenos, las coronas de espinas, el Santo Sepulcro, los latigazos y las Dolorosas se llevan la parte del león, y podrían darnos la impresión de que el Viernes es el día más significativo. Pero no. Si las cosas fueran así, estaríamos haciendo «memoria» de la enésima muerte injusta de un inocente en manos de los poderosos. Y la «memoria» es importante, claro que sí. Pero por sí misma no resuelve nada. Sacaríamos la conclusión de que ganan los de siempre, sin que Dios haga absolutamente nada al respecto.  
     Menos mal que no es así. La resurrección de Jesús significa que sólo una vida planteada, vivida y ofrecida/entregada desde el amor... tiene sentido, es más poderosa que la muerte. Y por tanto, no es indiferente cómo sea el estilo de vida personal de cada uno. Hay vidas que se «pierden», se desperdician, se condenan. Y otras que están en las manos de Dios, Señor de la Historia y de la Vida, para ser llevadas a la plenitud («Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»).
     El sepulcro vacío y la ausencia del cadáver del Maestro... no demuestran nada. Los primeros «remisos» en creer que el Señor estaba vivo fueron los propios discípulos. Lo que les contasen las mujeres (y sobre todo ellas) u otros testigos... no era suficiente. La fe no es creer lo que otros han vivido, o nos han contado, sino tener nuestra PROPIA EXPERIENCIA PERSONAL, habernos encontrado con él, experimentar que está vivo y me salva. Este el centro de nuestra fe. 
Algunas sencillas pistas que podrían facilitar esta experiencia, atendiendo a la experiencia de los primeros discípulso:
     ♠ En primer lugar sienten a Jesús como uno de ellos cuanto están reunidos «en su nombre». Es decir, en la COMUNIDAD. Por libre no hay nada que hacer. Hay que estar entre los suyos, con los  suyos y aceptar  ser de los suyos.
     ♠ En segundo lugar, la EUCARISTÍA. Cuando hacen lo mismo que él hizo, parten el pan, beben la copa y se comprometen a vivir su mismo estilo de vida, él se les hace presente. Con el paso del tiempo, algunos podrán llegar a decir con san Pablo: "Ya no soy yo el que está vivo, sino que es Cristo quien vive en mí". Cada discípulo de Jesús se irá transformando en otro Cristo que seguirá haciendo las mismas cosas que hizo entonces.
     ♠ En tercer lugar, CUANDO ORAN, dejándose cuestionar por lo que Jesús había dicho y hecho. Cuando escuchan con el corazón, como María, y no sólo con la cabeza, para llevarlo a la vida. Cuando preguntan a las Escrituras: Señor, ¿qué tengo que hacer para entrar en el Reino? ¿cuál es tu voluntad sobre mí?. Cuando se van atreviendo a hacer suyas las oraciones que otros hicieron antes y fueron escuchados: Si quieres, puedes curarme; Señor, que vea; Señor, mi hija está muy enferma; Soy un pecador, he pecado contra el cielo y contra ti" y tantas otras.
      ♠ Y también, cuando impulsados por la misericordia, reconocen al Señor en aquellos con los que especialmente él se quiso identificarse: Quien acoge a uno de estos niños, a mí me acoge; y el que dé de comer al hambriento, de beber al sediento, el que viste al desnudo, el que hace compañía al enfermo, el que acoge a un refugiado ... a él se lo hacemos. Ahí le seguimos encontrando.
    Os decía antes que la experiencia de que Cristo había resucitado fue poco a poco. Y también los apóstoles fueron cambiando, haciéndose hombres nuevos, poco a poco. Por eso la Iglesia celebra este día de Pascua durante 50 días, como diciendo: ya irás resucitando. Y aún más: el último empujón resucitador, el que abrirá nuestras puertas cerradas, nuestros corazones de piedra nos lo dará el Espíritu del Resucitado, el Espíritu Santo.
Por eso: oremos con insistencia durante todo este tiempo pascual, deseando resucitar, deseando que el Señor nos resucite (no es cosa de nuestra voluntad) y repitamos a menudo: ¡Ven, Espíritu Santo! Una de las mejores oraciones posibles.
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