Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
En el año 1515 había en la región de Erfurt, Alemania, había un monje agustino que se pasaba pensando en sus pecados. Día y noche era atormentado por los escrúpulos y el maligno constantemente le acechaba diciendo, “no tienes perdón de Dios”. Aquel monje no encontraba la paz, su conciencia le atormentaba y se decía a sí mismo, “quisiera creer en la misericordia que predico y experimentar la paz que tanto necesito”. Un día el superior del Monasterio contempló el tormento que tenía aquel monje y ambos empezaron hablar. El monje dijo a su superior, “no encuentro razones que me justifiquen ante Dios, creo que me condenaré”. Luego de largas horas de diálogo el abad dijo al monje: “mira las llagas de Cristo allí encontrarás tu justificación ante Dios, solo en su misericordia verás el amor que Él te tiene”.
Quisiera que viéramos las palabras del sabio abad: “mira las llagas de Cristo, allí encontrarás tu justificación”. La justificación es la razón por la cual Dios nos salva. La misma la alcanzamos en el bautismo, la acrecentamos con la Eucaristía, el apostolado, la oración, la entrega del día a día y si caemos en pecado la recuperamos en la confesión. Por medio de la justificación Dios nos hace santos. La justificación tiene su raíz en la misericordia. El cristiano se salva porque cree que la misericordia de Dios lo salvará. Por eso decimos con el salmista, “dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Ps. 117, 1).
El centro de la vida cristiana es la misericordia de Dios. Por eso Jesús al aparecerse a los discípulos se pone en medio de ellos. Se pone en el medio como queriendo decir que es la piedra angular de nuestra salvación; se pone en el medio como la roca fuerte capaz de sostener a aquellos que van a caer y les dice: “la paz este con ustedes”. Cristo le devuelve la paz y muestra sus manos y sus pies como signo de aquella amistad que Dios quiere regalar a los hombres. Tan pronto los discípulos vieron aquellas llagas y el rostro resplandeciente del Señor encontraron la alegría, “dieron gracias a Dios porque es bueno porque es eterna su misericordia…porque libró su vida de la muerte” (Ps. 117, 1. 4.).
La misericordia de Dios la recibimos en la Iglesia, Cuerpo de Cristo vivificado por el Espíritu. Por eso el Señor sopla sobre los discípulos y les entrega el Espíritu Santo para que vean que no es obra de hombres sino de Dios: “recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan le quedan retenidos”. Con el soplo del Espíritu Santo entrega a la Iglesia el sacramento de la reconciliación; el sacramento de la misericordia de Dios. De esta forma el cristiano puede luchar contra el pecado y deja que la misericordia rinda frutos en su corazón por medio de las obras.
Este domingo de la misericordia debe movernos a nosotros a depositar nuestra esperanza en el amor de Dios. San Pablo decía, “donde abundó el pecado sobre abundó la gracia” (Rom 5, 20). Ten fe en la misericordia de Dios, ella es la que te justifica. Por eso mira las llagas de Cristo, allí resplandece tu justificación, las razones por las cuales Dios te quiere salvar. Pero recuerda que Dios espera de ti una respuesta de fe ante su misericordia. San Agustín decía, “el que te hizo sin ti no te salvará sin ti” (Sermón 171, 16). Esto quiere decir que Dios hace su parte, solo hace falta que pongamos de nuestra parte. ¿Cuál será tu respuesta a la misericordia que Dios te ofrece en las llagas de su Hijo? Cristiano, hijo e hija de Dios, ¿Cuál es tu respuesta a la misericordia de Dios?