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Comunidad de amor

5/29/2015

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Comunidad de amor
Autor: P. Ángel Ortiz Vélez

Dios no es aburrido ni algo estático, es una comunidad alegre de amor que existe desde la eternidad.  No fue creado por nadie. Dios es quien crea todo lo que existe en el cosmos o el universo.  Dios es quien crea todo  y lo saca de la nada.  Esa es la acción dinámica de Dios y la comunidad de amor y alegría que es Dios la llamamos la Santísima Trinidad: tres divinas personas distintas unidas entre si formando un solo Dios.  Nos dice Deuteronomio 4, 39:  "Por tanto, reconoce ahora y trata de convencerte de que el Señor es el único Dios del cielo y de la tierra, y que no hay otro".

Dios es el Padre Creador, es el que envía a su Hijo para salvarnos y de ese amor de Padre e Hijo sale el es Espíritu Santo que es el que viene a traernos la verdad plena y a santificar.  El Espíritu Santo perpetúa la presencia de Dios en el mundo y lo asiste constantemente para guiar e inspirar la Iglesia fundada por Cristo, su Hijo único.  La Santísima Trinidad es la revelación del misterio de Dios.  Jesús mismo, en el Evangelio de Mateo (Mt 28, 16-20), nos revela este misterio y esta realidad de su Ser; es en este evangelio el único lugar donde menciona a la Santísima Trinidad. Cuando nos da la misión nos dice: "Por eso vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos".  Es un envío dinámico del mismo Dios.  Luego de dar la misión Jesús dice: "Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado".

Jesús desde el principio anima a sus discípulos y a la Iglesia a trabajar formando comunidad unida en el amor a la Santísima Trinidad.  Es un llamado de acción; nos pone a trabajar, y nos garantiza su presencia al decir:  "Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo".  En esta fiesta de la Santísima Trinidad reconozcamos la inhabitación de Dios en nuestras almas.  Dios nos da su gracia para que nosotros demos testimonio, prediquemos su amor y reconozcamos que somos templos vivos donde vive la Santísima Trinidad.
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La Iglesia en Pentecostes

5/22/2015

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La Iglesia en Pentecostés
Autor: P. Ángel Ortiz Vélez

Pentecostés es la fiesta grande del Espíritu Santo: celebramos el nacimiento de la Iglesia.  Gracias a que Jesús subió al cielo se cumple su promesa de enviarnos el Espíritu Santo.  Podemos decir sin miedo a equivocarnos que en Pentecostés empieza el tiempo y la acción del Espíritu de Dios en la Iglesia.  En aquel momento todo ya estaba listo: los apóstoles, reunidos después de la Ascensión, escogieron (entre un tal José y Matías) a Matías para sustituir a Judas el traidor; ya los doce estaban en la espera con la Virgen María y los primeros discípulos de los apóstoles.

El Espíritu Santo viene, la escena nos la narra Lucas en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-11).  En ese día de Pentecostés ocurre una teofanía, es decir, una manifestación divina (parecida a lo que pasó en el Monte Sinaí con Moisés).  El Padre y el Hijo como nuevo Moisés nos envían al Espíritu Santo, o sea, su propio Espíritu.  Por eso, como en el Monte Sinaí, en el cenáculo hubo viento impetuoso, fuego, truenos; estos signos evocan la presencia y trascendencia de Dios.  Se abre el cielo y viene el Espíritu Santo en forma de paloma y lenguas de fuego.  

Los apóstoles, al recibir el Espíritu Santo, pierden el miedo, les llega la gracia; se llenan de alegría, entusiasmo, hablan lenguas nuevas y se lanzan a predicar el Evangelio.  Todo esto pasa ante el asombro de toda la gente, de diversos pueblos y naciones del mundo de su época, que por motivo de la Fiesta había llegado a Jerusalén.  Esta gente de diversas culturas y lenguas escucha a los apóstoles predicar en su propio idioma.  Según las diversas lenguas dividieron a la gente en la construcción de la Torre de Babel (Gn 11, 1-9)   ahora el Espíritu Santo con lenguas nuevas une al pueblo allí reunido, que es la Iglesia naciente.  

Así nace la Iglesia de Cristo (la católica) como una gran familia unida por el Espíritu Santo.  Todos los bautizados somos la gran familia, la Iglesia del pueblo de Dios que nació aquel día de Pentecostés.  En las misas luego de la Ascensión se nos dice, en el tercer prefacio de la Ascensión, que Jesucristo "pastor y obispo de nuestras almas, nos invita a la plegaria unánime, a ejemplo de María y los apóstoles, en espera de un nuevo Pentecostés".

Llenos de la gracia que nos trajo el Espíritu Santo, perdamos el miedo de ser apóstoles y discípulos misioneros de hoy.  Con la fuerza del Espíritu Santo anunciemos el Evangelio de Jesús.  Pidamos todos: "Envía tu Espíritu Señor y renueva la faz de la tierra" (Salmo 104).
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A la diestra del Padre

5/15/2015

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A la diestra del Padre
Por: P. Ángel Ortiz Vélez

Las partidas son tristes, pero hoy celebramos una que es alegre.  Jesús, después de resucitado, pasó cuarenta días apareciendose a los discípulos.  Con la Asceción,  el sube a las alturas, vuelve de donde vino: a la derecha del Padre.  El Credo nos dice: "de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen... padeció y fue sepultado y resucitó al tercer día y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre...".  Esta partida o subida de Jesús al cielo es la plenitud del misterio de la encarnación.

Jesús nos garantiza la plenitud de la vida: que si nosotros vivimos con Él y morimos con Él, resucitaremos y gozaremos de la plena visión de Dios, a la diestra del Padre.  Al subir con su poder al cielo no se ha desaparecido definitivamente sino que sigue haciendose presente en nuestro mundo.  Por eso convenía que él se fuera al Padre, para entonces enviarnos el Espíritu Santo y estar con nosotros siempre.  Pero antes de subir al cielo y ocultarse entre las nubes (para asombro de los discípulos), Jesús les dice: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura.  El que crea y se bautice se salvará, el que se resista a creer será condenado" (Mc 16,15-16).  Por lo cual, antes de subir al cielo da esta etonces estncomienda a los once discípulos y desde entonces está la Iglesia en misión.

Hoy día somos nosotros los que tenemos que llevar la BuenNueva, predicar el Evangelio a todo el mundo; predicarlo con alegría y entusiasmo para que la gente se bautice, crea y se salve.  Nos acompañarán los signos que hacía Jesús: craremos en su nombre, hablaremos lenguas nuevas y haremos milagros en su nombre.  El gran milagro de hoy es que la gente se convierta, crea en Jesús, en su mensaje y en su Iglesia.
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Permanecer con Jesus

5/8/2015

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Permanecer con Jesús
Autor: P. Ángel Ortiz Vélez

Hay un verbo que es clave esta sexta semana de la Pascua: permanecer.  Según el diccionario, viene del latín permañere que significa mantenerse sin mutación en un mismo lugar, estado o calidad; estar en algún sitio durante cierto tiempo.  En el evangelio proclamado la semana pasada (Jn 15, 1-8), cuando Jesús habló sobre la vid nos dijo: "Permanezcan en mí  como yo en ustedes" (Jn 15, 4).  Esta semana, en el marco de su última noche (después de la Última Cena), nos dice: "Permanezcan en mi amor.  Si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15, 9-10).

Jesús quiere permanecer con nosotros: estar siempre en nuestras almas; quiere estar con nosotros en todo lugar, en todo momento.  Por eso nos dice: "Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).  Cuando Él hace su morada quiere permanecer para siempre y esto lo hace a través del amor: "Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado" (Jn 15, 12).  

Jesús permanece con nosotros a través del amor, quiere que seamos sus amigos no sus siervos;  nos ha elegido para que demos fruto y ese fruto permanezca.   Hagámos obras por amor a Dios y al prójimo; obras que permanezcan, que produzcan frutos en esta vida para la vida de verdad que nos da Jesús Resucitado.  Que nuestras obras en la vida diaria, con relación al prójimo, sean: 
  • Amar al que está a nuestro lado, al que trabaja o comparte el diario vivir con nosotros.
  • Respetar al hermano, a tu esposo (a), hijos o más allegados.
  • Ser pacientes y tolerantes con el que piensa diferente.
  • Ayudar  a los demás sin esperar nada a cambio.
  • Saber disculpar al que te ofende.
  • Comprender al que tiene sus limitaciones físicas o mentales.
Para con Dios:
  •  Hay que sacar tiempo para estar con Él
  • Disfrutar su permanencia entre nosotros, especialmente en la Eucaristía, en el sagrario.
  • Orar todos los días.
  • Tratar a Dios con intimidad y confianza.
  • Conocer más su Palabra, el Evangelio (que es la buena nueva).
  • Nutrirnos con su amor de entrega y donación en cada Eucaristía y cuando salgamos de ella comunicarla a los demás.

Permanezcamos unidos a Jesús, a su Iglesia, con su gracia, amor, alegría y fidelidad.  La Eucaristía dominical nos ayuda a estar unidos y permanecer con Jesús.  Demos gracias por este alimento que nos ayuda a vivir como cristianos y a permanecer unidos unos con otros en el amor de Jesús.
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La vid y los sarmientos

5/1/2015

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La vid y los sarmientos
Autor: P. Ángel Ortiz Vélez

Jesús nos dice en el Evangelio de Juan: "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Toda rama que no da fruto en mí la corta.  Y todo sarmiento que da fruto lo limpia para que dé más fruto" (Jn 15, 1-2).

A nosotros nos gustan las uvas, ya sea la fruta, en jugo o en vino.  Sin embargo, no es parte de nuestra cultura el sembrarlas.  Para el pueblo judío del tiempo de Jesús tener una vid o un viñedo era algo muy familiar.  Estas plantas necesitan ser cuidadas para que puedan dar fruto: podarlas a su tiempo, abono, etc.

Jesús se nos presenta como la vid que es la planta, el tronco del cual después de la poda brotan ramas nuevas (los sarmientos) donde van a salir las uvas.  Si esos sarmientos no están pegados a la vid no pueden producir fruto.  Jesús es esa vid y nosotros somos los sarmientos.  Tenemos que estar unidos a Jesús para recibir el alimento (como la rama recibe la sabia del tronco) para crecer y dar fruto.  Nosotros como cristianos tenemos que alimentar nuestra vida espiritual con la gracia divina que es el alimento del alma.  Eso nos ayuda a ser fieles y a poder gozar de la misma vida divina.

La clave para vivir unidos a Jesús nos la da Él mismo: "Permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes" (Jn 15, 4).  ¿Qué debemos hacer para estar más unidos a Jesús?  Hay que conocerlo más a través de su Palabra, conocer su mensaje (los evangelios), meditar y conocer las Sagradas Escrituras.  Mediante la formación de nuestra vida espiritual vamos nutriéndonos de la vid que es Jesús y como sus sarmientos daremos fruto.  Esto hay que llevarlo a la vida personal en lo espiritual (con oración y meditación o reflexión); también cuando acudimos al Templo para formar comunidad (viviendo la confesión sacramental y sobre todo en la Eucaristía Dominical).  

Te exhorto a mirar cómo está tu relación con Jesús, a crecer y estar bien unido (a) a la vid para ser un buen sarmiento que de fruto para la gloria de la Iglesia en unidad y fidelidad.
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