Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
Pentecostés es la fiesta grande del Espíritu Santo: celebramos el nacimiento de la Iglesia. Gracias a que Jesús subió al cielo se cumple su promesa de enviarnos el Espíritu Santo. Podemos decir sin miedo a equivocarnos que en Pentecostés empieza el tiempo y la acción del Espíritu de Dios en la Iglesia. En aquel momento todo ya estaba listo: los apóstoles, reunidos después de la Ascensión, escogieron (entre un tal José y Matías) a Matías para sustituir a Judas el traidor; ya los doce estaban en la espera con la Virgen María y los primeros discípulos de los apóstoles.
El Espíritu Santo viene, la escena nos la narra Lucas en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-11). En ese día de Pentecostés ocurre una teofanía, es decir, una manifestación divina (parecida a lo que pasó en el Monte Sinaí con Moisés). El Padre y el Hijo como nuevo Moisés nos envían al Espíritu Santo, o sea, su propio Espíritu. Por eso, como en el Monte Sinaí, en el cenáculo hubo viento impetuoso, fuego, truenos; estos signos evocan la presencia y trascendencia de Dios. Se abre el cielo y viene el Espíritu Santo en forma de paloma y lenguas de fuego.
Los apóstoles, al recibir el Espíritu Santo, pierden el miedo, les llega la gracia; se llenan de alegría, entusiasmo, hablan lenguas nuevas y se lanzan a predicar el Evangelio. Todo esto pasa ante el asombro de toda la gente, de diversos pueblos y naciones del mundo de su época, que por motivo de la Fiesta había llegado a Jerusalén. Esta gente de diversas culturas y lenguas escucha a los apóstoles predicar en su propio idioma. Según las diversas lenguas dividieron a la gente en la construcción de la Torre de Babel (Gn 11, 1-9) ahora el Espíritu Santo con lenguas nuevas une al pueblo allí reunido, que es la Iglesia naciente.
Así nace la Iglesia de Cristo (la católica) como una gran familia unida por el Espíritu Santo. Todos los bautizados somos la gran familia, la Iglesia del pueblo de Dios que nació aquel día de Pentecostés. En las misas luego de la Ascensión se nos dice, en el tercer prefacio de la Ascensión, que Jesucristo "pastor y obispo de nuestras almas, nos invita a la plegaria unánime, a ejemplo de María y los apóstoles, en espera de un nuevo Pentecostés".
Llenos de la gracia que nos trajo el Espíritu Santo, perdamos el miedo de ser apóstoles y discípulos misioneros de hoy. Con la fuerza del Espíritu Santo anunciemos el Evangelio de Jesús. Pidamos todos: "Envía tu Espíritu Señor y renueva la faz de la tierra" (Salmo 104).