Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
Las lecturas de este domingo giran en torno a la persona de Jesús. ¿Quién es Jesús? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su origen? En el tiempo que vivimos muchos se preguntan quién es el Señor verdaderamente. Algunos dirán que fue un filántropo, otros que un “hippie antiguo”, un maestro de la ley, entre tantos comentarios más. Sin embargo, todos los comentarios que digan de Cristo son insuficientes sino van acompañados de una declaración de fe: “tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
La fe de la Iglesia confiesa a Cristo como Señor y Salvador del género humano. Giramos en torno a esta verdad. Si alguien quiere conocer a Cristo, nada mejor que la Iglesia. Por esa verdad, “las puertas del infierno no podrán prevalecer sobre ella”. ¿Por qué? Porque esta en las manos del Salvador. El Señor no solo busca salvar a los que andan errando por la vida. Busca salvar primero a los que confiesan que él es el Mesías. Por tal razón un cristiano debe sentirse salvado por el Señor Jesús. Si no nos sentimos salvados por el Señor, ¿dónde esta nuestra confianza? Si no entregamos nuestra vida a Dios, ¿dónde la estamos depositando? Cristo no es un personaje más en la historia de la humanidad: es el Salvador, el que tenía que venir al mundo.
La Iglesia esta llamada a guardar esta confesión de fe. El apóstol Pedro y sus sucesores son los que están a cargo de guardar la fe en su pureza: “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. La Iglesia ha reconocido en Pedro desde sus inicios una figura de autoridad. Esta potestad recae en proteger, guardar y transmitir lo que se le ha confiado. Pedro viene ha ser como el mayordomo del Reino de los Cielos. El Santo Padre tiene como oficio principal guardar el depósito de la fe. Esto incluye sacramentos, leyes, mandamientos, dogmas, unidad entre las iglesias particulares y anuncio fiel del Evangelio.
Jesús colocó a Pedro a cargo de la Iglesia por un factor fundamental: él es la garantía de la fe y de la unidad. Una anécdota que nos puede interesar para iluminar lo fundamental que es el oficio petrino. En la década de los ochenta había un obispo llamado Mons. Lefebvre, el cual no estaba muy contento con el Concilio Vaticano II. Intentó tener conversaciones con el entonces papa, Juan Pablo II. Todo parecía que iba bien e incluso había indicios de unidad. Sin embargo, Lefebvre se distanció del Santo Padre y quiso ordenar obispos y sacerdotes por su cuenta, sin el permiso del papa. El entonces Cardenal Ratzinger le persuadía de no desobedecer las directrices de Juan Pablo II diciéndole: “hermano, ¿no te das cuenta? sin el santo Padre eres nada”. No es que pongamos la fe en el hombre sino reconocer lo que ese hombre representa. El Santo Padre es el vicario de Cristo en la tierra. Es el colaborador más cercano del Espíritu Santo. Estar cerca del Papa, de lo que anuncia, de lo que enseña y exhorta es estar cerca de Cristo. En efecto, escuchar al Sumo Pontífice es escuchar la voz de Cristo en su pureza.