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“Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”

8/21/2020

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Rev. D. José L. Ocasio Miranda
Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo

Las lecturas de este domingo giran en torno a la persona de Jesús. ¿Quién es Jesús? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su origen? En el tiempo que vivimos muchos se preguntan quién es el Señor verdaderamente. Algunos dirán que fue un filántropo, otros que un “hippie antiguo”, un maestro de la ley, entre tantos comentarios más. Sin embargo, todos los comentarios que digan de Cristo son insuficientes sino van acompañados de una declaración de fe: “tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

La fe de la Iglesia confiesa a Cristo como Señor y Salvador del género humano. Giramos en torno a esta verdad. Si alguien quiere conocer a Cristo, nada mejor que la Iglesia. Por esa verdad, “las puertas del infierno no podrán prevalecer sobre ella”. ¿Por qué? Porque esta en las manos del Salvador. El Señor no solo busca salvar a los que andan errando por la vida. Busca salvar primero a los que confiesan que él es el Mesías. Por tal razón un cristiano debe sentirse salvado por el Señor Jesús. Si no nos sentimos salvados por el Señor, ¿dónde esta nuestra confianza? Si no entregamos nuestra vida a Dios, ¿dónde la estamos depositando? Cristo no es un personaje más en la historia de la humanidad: es el Salvador, el que tenía que venir al mundo.

La Iglesia esta llamada a guardar esta confesión de fe. El apóstol Pedro y sus sucesores son los que están a cargo de guardar la fe en su pureza: “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. La Iglesia ha reconocido en Pedro desde sus inicios una figura de autoridad. Esta potestad recae en proteger, guardar y transmitir lo que se le ha confiado. Pedro viene ha ser como el mayordomo del Reino de los Cielos. El Santo Padre tiene como oficio principal guardar el depósito de la fe. Esto incluye sacramentos, leyes, mandamientos, dogmas, unidad entre las iglesias particulares y anuncio fiel del Evangelio.

Jesús colocó a Pedro a cargo de la Iglesia por un factor fundamental: él es la garantía de la fe y de la unidad. Una anécdota que nos puede interesar para iluminar lo fundamental que es el oficio petrino. En la década de los ochenta había un obispo llamado Mons. Lefebvre, el cual no estaba muy contento con el Concilio Vaticano II. Intentó tener conversaciones con el entonces papa, Juan Pablo II. Todo parecía que iba bien e incluso había indicios de unidad. Sin embargo, Lefebvre se distanció del Santo Padre y quiso ordenar obispos y sacerdotes por su cuenta, sin el permiso del papa. El entonces Cardenal Ratzinger le persuadía de no desobedecer las directrices de Juan Pablo II diciéndole: “hermano, ¿no te das cuenta? sin el santo Padre eres nada”. No es que pongamos la fe en el hombre sino reconocer lo que ese hombre representa. El Santo Padre es el vicario de Cristo en la tierra. Es el colaborador más cercano del Espíritu Santo. Estar cerca del Papa, de lo que anuncia, de lo que enseña y exhorta es estar cerca de Cristo. En efecto, escuchar al Sumo Pontífice es escuchar la voz de Cristo en su pureza.
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“Perseverar en la oración”

8/15/2020

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Rev. D. José L. Ocasio Miranda
Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo

“Tu fe te ha salvado”, dice el Señor. En este domingo contemplamos la escena de Jesús con la mujer cananea. Luego del episodio de la barca Jesús va con sus discípulos a la otra orilla. Lo cual los condujo a la región de Tiro y Sidón. Estos pueblos eran paganos y en la mentalidad judía Dios los había abandonado por sus idolatrías. Aquella región era un lugar dónde no podría brotar la fe y mucho menos realizarse un prodigio milagroso, porque era una tierra que había dado su espalda a Dios. Sin embargo, Jesús escucha a una mujer cananea y aunque al principio pareciera que la ignoraba e incluso rechazaba, ella no se dio por vencida, sino que siguió perseverando y luchando el buen combate de la fe. Aquella mujer quería que su hija fuese liberada de las garras del Maligno y el Señor miro esa fe.

El ejemplo de esta mujer nos debe llevar a pensar en nuestro modo de orar. Muchas veces sentimos que Dios no escucha a nuestras suplicas e incluso nos sentimos rechazados. Aquella mujer cananea se sintió de esa forma, pero no se dio por vencida. ¿Por qué no se dio por vencida? Porque sabía que el Señor le escucharía.

Es una oración de petición que arranca de una fe profunda en que Dios, en este caso Jesús, puede hacer lo que se le pide, y de una confianza ilimitada en que lo hará. La fe es el distintivo esencial del cristiano. Una fe que recibe lo que quiere, porque lo que quiere es la voluntad de Dios. La “lucha” que esta mujer mantiene con Jesús, que la rechaza una y otra vez, resulta paradigmática. Está en la línea de lo mandado por Jesús: “pedid... buscad... llamad...” Esto es lo que define sustantivamente al hombre. De ahí la necesidad de “luchar” con Dios en el terreno de una oración perseverante. La cananea obtuvo lo que pedía porque se mantuvo en esa actitud de esencial pobreza. Ante ella aparece la palabra de Dios: “...recibiréis, ...hallaréis, ...se os abrirá” (7. 7). Dios y el hombre puestos frente a frente y haciendo cada uno lo que le es propio.


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La fe y las pruebas

8/9/2020

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Rev. D. José L. Ocasio Miranda
Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo

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“¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!” (Mt 14, 27), dice el Señor a los discípulos. El discípulo que vive consiente de estas palabras del Señor es capaz de vencer las pruebas de la vida por una razón: reconoce a Cristo como su Salvador. Quien anda con Cristo, aunque la tempestad de la vida sea brava y temerosa, no teme porque sabe que su vida está en las manos de Dios. El mismo apóstol San Pablo nos lo dice, “yo sé de quién me he fiado” (2 Tim 1, 12). Ciertamente es humano sentir miedo ante las pruebas. Sin embargo, el miedo y el temor no pueden ser más grande que el amor de Dios. Las fuerzas de la prueba no pueden ir por encima de nuestra fe en Cristo.

El evangelio de este domingo nos recuerda que el Señor nos envía en medio de dificultades que pondrán a prueba nuestra fe. Todos los días nuestra fe será puesta a prueba; será zarandeada por las olas de la vida. Pero he allí esa dulce voz de Cristo que nos dice “¡ánimo, soy yo, no tengan miedo!” (Mt 14, 27). En medio de las pruebas nunca nos faltará el consuelo de Cristo, la veracidad de sus promesas y la fuerza de su gracia. Dios no da una prueba que uno no pueda sobre llevar. Siempre contaremos con su gracia y con su presencia. Él mismo lo ha prometido, “estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20).  

Jesús con su poder, porque es Dios y hombre verdadero, les muestra a sus discípulos que está por encima del peligro con un acto milagroso. Ocurrió algo impresionante, Jesús camina sobre las aguas, por encima de la tempestad esta Dios que todo lo puede. Este acontecimiento nos trae una gran enseñanza. Dios está por encima de las cosas inestables y peligrosas. La fuerza de Dios supera todo aquello que puede poner en peligro la vida del ser humano. Sin embargo, los discípulos dudan y tienen miedo.

Pedro mira a lo largo y le pide al Señor caminar hacia él. Mientras tenía la mirada fija en Jesús marchaba por encima del agua. Pero nos cuenta el evangelio que tan pronto sintió la primera ráfaga sintió miedo y empezó a hundirse. Pedro clama al Señor y le dice, “Señor, sálvame” (Mt 14, 30). El Señor lo salva y le reclama, “que poca fe, ¿Por qué dudas?” (Mt 14, 31).

Por medio de este evangelio el Señor nos muestra que sin él nada podemos hacer. Llevar el evangelio no es una obra nuestra sino de Dios; nosotros no somos los protagonistas sino Cristo. Por eso Pedro caminaba sobre las aguas. Mientras tenía su mirada fija en Jesús y en su invitación a no temer, caminaba sobre las aguas. Pero cuando le dio poder al miedo y a la inseguridad de las olas, empezó a hundirse en el mar. Hoy al igual que Pedro el Señor nos da el consuelo de su compañía en medio de las pruebas, pero también nos reclama nuestra falta de fe. La pregunta es contundente, ¿a quién le darás fuerza en tu vida? ¿Creeremos en el consuelo de Dios o en la adversidad de las pruebas? ¿Qué influye más en tu vida? ¿la fuerza de Dios o la fuerza de los problemas?
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“La compasión de Dios: un llamado a la Iglesia”

8/2/2020

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Rev. D. José L. Ocasio Miranda
Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo

Dice un refrán popular “obras son amores y no buenas razones”. Si aplicamos esta frase a la Revelación que Dios nos ha hecho en su Hijo Jesucristo, podremos apreciar mejor la obra de la redención. Dios no tiene razones para salvarnos, ni para liberarnos de nuestras ataduras. Tenía mil y una razón más para abandonarnos a nuestra suerte. Sin embargo, su obra de amor no iba basada en las razones, sino en el amor que nos ha tenido. Por eso envío a su Hijo unigénito para la salvación del género humano. Esto denota una de las cualidades más hermosas de Dios después de la misericordia y el perdón: la compasión. Dios se ha compadecido de nuestras miserias y pecados; de nuestra carencia espiritual y mental; de nuestros problemas materiales y sociales. Dios por la encarnación del Verbo se ha compadecido del ser humano y le ha dado la oportunidad de una vida nueva.

Jesús mostró compasión con los más necesitados. La compasión de Cristo es un mensaje al mundo de hoy: Dios no se queda pasivo ante las necesidades humanas. En el evangelio contemplamos a una muchedumbre que se quedó hasta tarde con Jesús porque sintió compasión de aquella multitud y a pesar de su cansancio se puso a servirle con los discípulos. Por medio de la compasión el Señor se hace cercano a las necesidades de los hombres. Tan cercano que no solo los curó, sino que también les dio de comer. Las palabras de Jesús no eran como la de los fariseos que decían mucho y hacían poco. Cuando Cristo anunciaba el Evangelio del Reino lo ponía por obra. Con este acto compasivo Dios nos muestra que él no se queda como un espectador en nuestras necesidades, sino que busca hacerse parte de ellas.

Jesús enseña a los discípulos a compadecerse de las necesidades de los demás. En el Evangelio contemplamos a unos discípulos inquietos por la noche y la multitud que tenían delante. Tanto así que le dicen a Jesús que los “despache” porque se hace tarde y puedan comprar comida en las ciudades. Sin embargo, Jesús los sorprende “denles ustedes de comer”. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por medio de ella el Señor sigue realizando su obra. Jesús nos pide hacernos parte de las necesidades de los demás, que tengamos un corazón compasivo con aquellos que son excluidos. El papa Francisco hablaba de esta capacidad compasiva del cristiano. No somos ciertamente una ONG, o una organización sin fines de lucro. Somos los hijos e hijas de Dios que respondemos al llamado del Señor. Compartimos el amor de Dios, damos de lo poco que tenemos porque el Señor lo ha dado todo por nosotros. El mismo Señor nos lo pide, “dad por gracia lo que por gracia han recibido” (Mt 10, 8).

Para llevar a cabo un acto de compasión, no es necesario una buena razón, sino el impulso del Espíritu en nuestro corazón. Si buscamos razones, en el fondo perseguimos intereses. El cristiano no busca otro interés sino el de la salvación. Pidamos al Señor un corazón compasivo que pueda ver las necesidades de aquellos que nos rodean.   
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