Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
“¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!” (Mt 14, 27), dice el Señor a los discípulos. El discípulo que vive consiente de estas palabras del Señor es capaz de vencer las pruebas de la vida por una razón: reconoce a Cristo como su Salvador. Quien anda con Cristo, aunque la tempestad de la vida sea brava y temerosa, no teme porque sabe que su vida está en las manos de Dios. El mismo apóstol San Pablo nos lo dice, “yo sé de quién me he fiado” (2 Tim 1, 12). Ciertamente es humano sentir miedo ante las pruebas. Sin embargo, el miedo y el temor no pueden ser más grande que el amor de Dios. Las fuerzas de la prueba no pueden ir por encima de nuestra fe en Cristo.
El evangelio de este domingo nos recuerda que el Señor nos envía en medio de dificultades que pondrán a prueba nuestra fe. Todos los días nuestra fe será puesta a prueba; será zarandeada por las olas de la vida. Pero he allí esa dulce voz de Cristo que nos dice “¡ánimo, soy yo, no tengan miedo!” (Mt 14, 27). En medio de las pruebas nunca nos faltará el consuelo de Cristo, la veracidad de sus promesas y la fuerza de su gracia. Dios no da una prueba que uno no pueda sobre llevar. Siempre contaremos con su gracia y con su presencia. Él mismo lo ha prometido, “estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20).
Jesús con su poder, porque es Dios y hombre verdadero, les muestra a sus discípulos que está por encima del peligro con un acto milagroso. Ocurrió algo impresionante, Jesús camina sobre las aguas, por encima de la tempestad esta Dios que todo lo puede. Este acontecimiento nos trae una gran enseñanza. Dios está por encima de las cosas inestables y peligrosas. La fuerza de Dios supera todo aquello que puede poner en peligro la vida del ser humano. Sin embargo, los discípulos dudan y tienen miedo.
Pedro mira a lo largo y le pide al Señor caminar hacia él. Mientras tenía la mirada fija en Jesús marchaba por encima del agua. Pero nos cuenta el evangelio que tan pronto sintió la primera ráfaga sintió miedo y empezó a hundirse. Pedro clama al Señor y le dice, “Señor, sálvame” (Mt 14, 30). El Señor lo salva y le reclama, “que poca fe, ¿Por qué dudas?” (Mt 14, 31).
Por medio de este evangelio el Señor nos muestra que sin él nada podemos hacer. Llevar el evangelio no es una obra nuestra sino de Dios; nosotros no somos los protagonistas sino Cristo. Por eso Pedro caminaba sobre las aguas. Mientras tenía su mirada fija en Jesús y en su invitación a no temer, caminaba sobre las aguas. Pero cuando le dio poder al miedo y a la inseguridad de las olas, empezó a hundirse en el mar. Hoy al igual que Pedro el Señor nos da el consuelo de su compañía en medio de las pruebas, pero también nos reclama nuestra falta de fe. La pregunta es contundente, ¿a quién le darás fuerza en tu vida? ¿Creeremos en el consuelo de Dios o en la adversidad de las pruebas? ¿Qué influye más en tu vida? ¿la fuerza de Dios o la fuerza de los problemas?