Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
In latitie, nulle die sine cruce, “ni un solo día sin la alegría de la cruz”. Esta frase latina está inscrita en un paño del seminario Mayor Regina Cleri. Aquel paño cada vez que los seminaristas lo colocaban para celebrar la Santa Eucaristía, le recordaba que el camino al sacerdocio ministerial está muy ligado a la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Lo interesante es que, sin esa cruz en el camino, no hay sacerdocio, no hay camino de santidad, no hay encuentro con Cristo, pero sobre todo no hay alegría en la vida del cristiano. De la misma forma sucede en la vida de cada cristiano. No existe santidad sin el camino de la cruz.
La cruz es el reflejo de nuestra realidad. Cuando Cristo muere en la cruz, muestra al mundo la realidad en la cual estaba sumido. En el calvario podemos presenciar las burlas de los hombres, la realidad en la cual estaban los corazones. Son aquellas realidades limites donde se muestra el interior; los verdaderos sentimientos del ser humano.
Es en la cruz dónde percibimos el estado real de nuestra vida. Con la cruz caen las apariencias. En la cruz cae el maquillaje del pecado y queda al descubierto el rostro del ser humano herido por su desidia. En efecto, no queda nada que esconder en el momento de la muerte, la vanidad no sirve de nada. Allí se cumplen las palabras del Señor “¿De qué le vale al hombre ganar el mundo si al final pierde su vida?”
Aunque la cruz trae un momento de agonía, no es menos cierto que es un momento de liberación. Por ella morimos en Cristo para poder vivir en Él. Morimos al pecado para vivir en la gracia. ¿Cómo sabemos que morimos al pecado? Cuando experimentamos la alegría en el desprendimiento. El desprendimiento es dejar atrás aquellas cosas, personas y circunstancias que me apartan del amor de Dios. Cuando nos alejamos del pecado, nos acercamos a Dios. En efecto, la cruz de Cristo trae a cada creyente, a cada hijo de Dios una nueva vida.
La cruz es sólo el inicio de un nuevo camino. Por la cruz Cristo nos ha liberado del Reino del Pecado y nos ha introducido en una nueva condición: en la vida de los hijos e hijas de Dios. Para liberarnos del pecado hay que tomar la cruz, nuestra realidad. Aquellas realidades que nos hacen llorar e incluso avergonzarnos. Tomar la cruz es dejar a un lado aquellas cosas que me alejan de la alegría de la Resurrección, es morir a aquellas actitudes que traen a mi corazón amargura y tristeza. Es un dejar atrás el pecado que me agobia para asumir la vida de Cristo que me transforma.
La cruz libera el corazón del hombre. Cristo por su muerte en cruz nos alcanzó la justificación, la liberación del pecado. Su muerte en cruz fue un morir al pecado. Por tanto, la cruz salva. Asumir nuestra cruz no es otra cosa que dar muerte a nuestros pecados. Es romper con la fuerza que nos atan el corazón y destruyen nuestra relación con Dios. Es en ese dolor paradójico donde nace la alegría. Pues no vivimos estas contrariedades sin un sentido, sino que el propósito de esta muerte no es otro que liberarnos de nosotros mismos para ser más libres para Dios.