Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Es un momento para detenernos y contemplar el amor de Dios que se hace sacramento bajo las especies de pan y de vino. La Eucaristía es el sacramento de la humildad, de la fortaleza y de la unidad. Es un misterio que escapa de la razón humana pero que a la misma vez invita a profundizar en el amor de Dios. Para profundizar en este misterio debemos pedir al Espíritu Santo creer en las palabras del Señor: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo”.
La Eucaristía es el sacramento de la humildad. En el libro del Deuteronomio contemplamos las pruebas que el Señor hizo pasar al pueblo de Israel en el desierto para que conocieran sus sentimientos y sus seguridades. El pueblo pasó por esas pruebas para que entendiera que “no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. El fruto de confiar en la palabra de Dios es la humildad. Su alimento, su sustento era la promesa de una tierra prometida. Aquella promesa hacía que el pueblo caminase por el desierto a pesar de las dificultades que le aquejaban. Sin embargo, Dios pedía del pueblo un acto de confianza y de humildad; un abandono de sus sentimientos y seguridades.
Jesús nos dice que él es el pan de vida. Algunos no quedan muy satisfechos con esta revelación porque no son humildes. Si no somos humildes corremos el riesgo de los judíos: “¿cómo puede darnos éste darnos a comer su carne?” Por esta falta de humildad en algunos miembros de la Iglesia han surgido herejías que niegan la presencia real de Jesús sacramentado. Algunos han llegado a decir que eso es solo un símbolo; una representación que no tiene nada que ver con una presencia real. Otros lo tratan con irreverencia y piensan que es un pedazo de pan y un poco de vino. Pero no es así. La fe que procede de Dios, la que nos hace sensibles y humildes ante el misterio; aquella que ilumina el corazón y la mente nos dice que Jesús esta vivo y esta presente; que es real.
La Eucaristía nos hace ser uno sólo en Cristo: “el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Por la fe en la Eucaristía podemos ser un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo Jesús. Cuando comulgamos el cuerpo de Cristo entramos realmente en comunión con Dios y los hermanos. No solo comulgamos el cuerpo de Cristo, sino que también comemos el cuerpo del hermano en Jesucristo. Por eso debemos cuidar a aquel que esta nuestro lado, aunque caiga un poco pesado; aunque nos haga daño; debemos amarlo como Cristo nos amó a nosotros.
La Eucaristía nos lleva al cielo. Ella alimenta nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza en la vida eterna. Vivimos para Dios por medio de ella y nos podemos acercar cada vez más al altar del cielo. Por tal razón la vida del cristiano es un itinerario que nos acerca cada vez más a Dios. Pero en este camino necesitamos alimentar nuestro espíritu y nuestra confianza en el Señor. Ese alimento no es otro que Jesús sacramentado. Él se da en comida para que tengamos vida eterna.
La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo debe llevarnos a reflexionar. ¿Cómo recibo al Señor en mi corazón? ¿Cada cuánto voy al Santísimo y le alabo con todo el corazón? ¿Aprecio la Eucaristía que recibo cada domingo o simplemente es un cumplimiento? ¿Le pido perdón al Señor por aquellos que lo reciben de un modo indigno, por aquellos que le maldicen, por los sagrarios abandonados, por las celebraciones indignas en las cuales se olvida su presencia? Hoy puede ser un buen día para apreciar el pan vivo bajado del Cielo y volver a empezar. El cuerpo y la Sangre de Cristo es lo más sagrado que podemos recibir; es el alimento del cielo, es la fuerza de los discípulos.
Esta es la fiesta para alabar a Dios por las maravillas que hace con los hombres. Por eso culminamos esta reflexión con el cántico de Santo Tomás de Aquino pidiendo al Señor un corazón limpio para recibirle. Pidamos también a María Santísima, el primer sagrario, que nos ayude a apreciar el cuerpo y la Sangre de su Hijo por eso decimos: “Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte. Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad… ¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura. Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero. Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén” (Santo Tomás de Aquino, Himno Adoro te devote).