Parroquia San Miguel Arcangel- Cabo Rojo P.R.
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LA PASIÓN: UNA HISTORIA QUE SE REPITE

3/28/2021

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Por: Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
https://www.ciudadredonda.org

Hoy la liturgia pide que seamos muy breves en nuestro comentario a la Palabra, que es la auténtica protagonista, especialmente el relato de la Pasión, narrada este año por San Marcos.  Daré pues solamente unas pinceladas, sin entrar en matices:
      • En primer lugar una invitación a tomarnos en serio las palabras de San Pablo en la segunda lectura. Es frecuente entre nosotros mirar a Jesús como alguien que tenía claro que su misión era «morir por nosotros» en la cruz, con esa muerte dolorosa que hoy hemos meditado, porque así lo habría pedido/querido su Padre Dios. Y como era Dios, «ya sabía» que a los tres días iba a resucitar victorioso de la tumba... y asunto resuelto, misión cumplida. Esta es una verdad de fe bastante incompleta.
San Pablo ha afirmado que Cristo «a pesar de su condición divina» se despojó de todos sus atributos divinos y se convirtió «en uno de tantos». Es decir: que fue como tú y como yo, y al ser "semejante a los hombres", tuvo que ir descubriendo su camino, su proyecto, la «voluntad del Padre» para él. Progresivamente tuvo que buscar, no pocas veces entre dudas y oscuridad, y tomar decisiones. Su «lucha/agonía» en Getsemaní fue muy real: «terror y angustia». Su camino no era ni fácil ni evidente. Tenía que discernir. Sintió como su proyecto del Reino había fracasado ante las autoridades religiosas, ante el Pueblo al que tan intensamente se había dedicado, ante sus propios discípulos... e incluso sintió el silencio y el abandono de Dios. Precisamente las únicas palabras que Marcos nos ha guardado de Jesús en la cruz dicen: «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?». Un grito desgarrador que nos revela los sentimientos profundos de su dolor hasta la cruz. 
      • En cuanto a las razones históricas de su condena y de su muerte están muy bien descritas por el evangelista: Jesús y su proyecto del Reino estorban a las autoridades religiosas, que lo tachan de blasfemo, de intentar alterar sus ideas religiosas, sus interpretaciones de las Escrituras, y sus «cargos» de poder. El Pueblo, por su parte, esperaba a alguien que les solucionara sus problemas concretos de todo tipo... Y lo aclaman a su entrada en Jerusalem y le gritan «Hosanna» (=que Dios tenga piedad y nos salve). Pero al verse decepcionados por este «Hijo de David», que llega en un humilde pollino, y en actitud pacífica... acaban prefiriendo la libertad de un criminal, que la de un justo inocente, dejándose manipular por las autoridades. Políticos, como Pilato, lo que quieren es «dar gusto a la gente» y evitarse problemas y responsabilidades. Y con respecto a sus discípulos, tienen miedo, se duermen, huyen, le traicionan, se esconden, desaparecen de escena: «ni sé ni entiendo de qué hablas».
     En resumen: las razones o causas por las que Jesús termina crucificado hay que buscarlas, en primer lugar y por encima de todo, en el rechazo de su misión y su mensaje. No conviene olvidarlo, para no «descontextualizar» ni «espiritualizar» la historia de una tremenda injusticia que dejó a todos muy desconcertados. Y porque esas luchas y enfrentamientos de Jesús han de ser ahora y siempre las nuestras, las de sus discípulos, puesto que el «panorama» no ha cambiado mucho que digamos. Sólo después, con la suficiente distancia, y ayudados por la Escritura (la Primera Lectura de hoy, por ejemplo) vendrán las interpretaciones teológicas sobre el sentido y significado de su muerte. 
      • Por eso mismo, no podemos asistir a los acontecimientos de la Semana Santa del Señor como «espectadores» de una historia que ocurrió hace dos milenios, y sobrecogernos y asombrarnos de todo lo que le pasó al Hijo de Dios... sin dejarnos afectar personalmente. Repasar y revivir la Pasión del Hijo de Dios tiene que servir para que reaccionemos y nos indignemos por tantos «hijos de Dios» que viven HOY similares circunstancias, y que también son eliminados, machacados, silenciados... por oscuros intereses de todo tipo. El «desorden» que mató a Jesús está detrás de los tejemanejes de las industrias farmacéuticas, alimentarias, del comercio de armas, de las manipulaciones políticas y económicas de todos los colores... Aquella historia del Hijo de Dios está hoy muy viva y es muy actual, y tenemos que tener mucho cuidado... para no ser sus nuevos protagonistas: nuevos Pilatos, nuevas autoridades, nuevas gentes manipuladas, nuevos discípulos cobardes, etc. etc. No es coherente que nos conmocionen las heridas, las caídas, los latigazos, y todo lo demás que tuvo que soportar Jesús... por ser quien era... y dejar en el olvido que él fue «uno de tantos» (como decía la anterior traducción litúrgica) que corren hoy su misma suerte. 
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“Morir a nosotros mismos para vivir con Cristo: la sensibilidad espiritual”

3/21/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

Decía san Agustín: “te amas a ti mismo hasta el desprecio de Dios. O amas a Dios hasta el desprecio de ti mismo” (Ciudad de Dios). La invitación de la cuaresma es morir para vivir en Cristo. Por esa razón durante cinco semanas hemos asumido con intensidad las prácticas del ayuno, la oración y la limosna. Las mismas nos han ayudado a nosotros a identificar nuestras debilidades y aquello que nos aleja de Dios. En efecto nos ha hecho un corazón sensible a las realidades espirituales.

Estamos a las puertas de una nueva alianza. La primera lectura del profeta Jeremías nos expone el deseo de Yahvé, Dios, de escribir en nuestros corazones su Ley. El corazón es el lugar donde se dan las decisiones de nuestra vida. En él, el amor encuentra su lugar. Pero si ese amor esta viciado por el pecado y por inclinaciones contrarias al mandato de Dios, muy difícilmente, el tiempo de Cuaresma y en el peor de los casos el tiempo de Pascua dará su fruto. Nuestra alianza con Dios empieza en el corazón con la decisión de amarle con todo el corazón y con toda el alma. Por eso el salmista nos recita aquel hermoso verso que reza “oh, Dios, crea en mí un corazón puro”.

Cuando Dios empieza a realizar su obra en nosotros sensibiliza el corazón. Por medio de esa sensibilidad espiritual captamos la voluntad de Dios, gozamos de la oración y apreciamos los sacramentos con más provecho. Aunque esto es un poco difícil y más en el mundo materialista que vivimos, no podemos desanimarnos. El autor de la carta a los hebreos nos invita a crear esa sensibilidad del espíritu desde la experiencia de Cristo. Por eso nos muestra con palabras vivas el sufrimiento de Cristo. Ellas son tan profundas y reales que nos llevan a ese momento de entrega radical a la voluntad del Padre.

Una vez el corazón se hace sensible a las mociones del Espíritu se nos hace más fácil ver a Jesús y asumir su voluntad. Contemplamos con mayor claridad aquellas cosas que nos alejan de Dios y las que nos acercan a él. ¿Cómo fomentar esta sensibilidad espiritual? La vida sacramental, la dirección espiritual, el apostolado, la oración y la liturgia son los espacios en los cuales nuestra sensibilidad espiritual puede crecer con grandes frutos. Para eso Cristo nos ha dado el Espíritu Santo para que sus siete dones crezcan y germinen en nuestro corazón.  


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“La cruz es la mayor prueba del amor de Dios”

3/14/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 14). Este cuarto domingo del tiempo de cuaresma se conoce como el Laetare. Esta palabra latina significa regocíjate y es tomada del salmo 147. En ella el salmista invita a regocijarnos por la salvación que Dios ofrece en su Hijo Jesucristo. Mirar con fe a Cristo resucitado es dejarse salvar por Dios de nuestros pecados. ¡No hay regocijo más grande que mirar la cruz y darnos cuenta del amor de Dios por nosotros!

El Señor envía a su Hijo para morir por los pecadores y devolverles la alegría que el pecado ha arrebatado de nuestras vidas. La primera lectura del Segundo libro de las Crónicas nos cuenta la deportación de Israel a Babilonia. Narra la caída del templo por causa de los pecados de su pueblo, la desolación de los deportados y las humillaciones que debieron atravesar en tierras extranjeras. Es lo que nos sucede a nosotros cuando pecamos o no reconocemos nuestra culpa ante Dios. El pecado destruye nuestra vida, la sumerge en una tristeza amarga en la cual el odio es la única salida. Pero Dios ha prometido un salvador que sanaría esas heridas provocadas por los pecados.

Dice el apóstol san Pablo “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó: estando muertos por los pecados nos ha hecho revivir con Cristo” (Ef 2, 4). Cuando depositamos nuestra confianza en el amor de Dios, Él por medio de su Hijo nos libera del pecado y de la muerte. Bastaría ver la vida de las personas, el testimonio de muchos santos que después de su encuentro con Cristo su vida no volvió a ser la misma. Bastaría con mencionar a personas como san Pablo, san Agustín, san Francisco de Asís, Santa Benedicta de la Cruz, entre tantos más que muertos por sus pecados se dejaron salvar por Cristo.

El amor de Dios es inagotable, inextinguible e inabarcable. El mismo Señor le dice a Nicodemo, “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para la remisión de los pecados para que todo el que crea en Él no muera sino tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Dejándose clavar en la cruz Jesucristo nos da el testimonio del amor de Dios Padre por cada uno de nosotros. Muy bien dice una frase popular, “no fueron los clavos los que sostuvieron a Cristo en la cruz, sino el amor por ti y por mí”. Muy cierta es aquella canción que cantamos en nuestras Eucaristías en la cual dice que “nadie te ama como yo, mira la cruz allí esta mi más grande prueba”. Cuando contemplamos la cruz nos hacemos consientes del amor de Dios.

Cuando no creemos en el amor de Dios podemos estar seguros de que ya estamos condenados. Bastaría con mirar la vida de aquellos que viven de espaldas a Dios. ¿Viven felices? Ciertamente no ¿Viven complacidos con lo que tienen? Les aseguro que tampoco ¿Viven llenos de amor? Cuando entramos en sus vidas solo encontramos odios, trifulcas e insatisfacción. Por eso viven un infierno en la tierra, una soledad horrenda, una existencia sin fundamento, una vida sin cielo. Es imposible vivir una vida plena sin la fe en el Hijo del hombre. La paga del pecado siempre es la muerte, la tristeza, el odio, el rencor y la angustia. En cambio, la vida en el Espíritu de Dios por la fe es “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, y castidad” (Gal 5, 22-23). Estos frutos son de vida y brotan de la fe en la cruz de Cristo. Los frutos de esta fe crecen y se derraman en nuestros corazones en cada Eucaristía. En la misa se actualiza y se hace presente el sacrificio de Cristo en la cruz. En cada Eucaristía se entrega el cuerpo de Cristo y se derrama su sangre preciosa sobre cada uno de los presentes. Por su entrega tenemos vida eterna.
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“El nuevo templo de Dios”

3/7/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

“Porque yo el Señor, soy un Dios celoso” (Ex 20, 5). El centro de nuestra vida no puede ser otro sino solo Dios. Nada ni nadie puede tomar el lugar del Señor en nuestro corazón. Solo Él puede colmar e iluminar los vacíos de nuestra alma. Precisamente el pecado, la carne, el mundo y el Maligno buscan tomar el lugar de Dios en el corazón del ser humano. El Enemigo busca por todos los medios quitar a Dios del centro para poner cualquier cosa. Le hace pensar al hombre que puede conformarse con menos cuando en realidad está llamado a lo más grande. Mucha razón tenía san Agustín en el inicio de sus Confesiones: “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti” (Confe. 1, 1, 1).

Jesús entra al templo con un celo devorador. Entra al templo y empieza a volcar las mesas, los sacrificios y las ofrendas. La gente se escandaliza, los fariseos se preguntaban, ¿Quién se cree para hacer tal barbaridad? El modo de proceder de Jesús es un signo profético de lo que es el plan de Dios en el corazón del hombre. Cuando Dios entra en nuestra vida saca todo aquello que intente ocupar su lugar. En efecto, los sacrificios, las ofrendas y las oraciones se volvieron vacías en el tiempo de Jesús. Todo quedo como una práctica externa que no interpelaba el interior del ser humano que Dios quiere redimir.

Los gestos de Jesús manifiestan lo que Dios quiere hacer en nuestro interior durante esta cuaresma. El Señor quiere hacer de nosotros un templo nuevo; un hombre nuevo. Jesús entra en nuestra vida para destruir los altares que hemos construido a dioses extraños. Lo primero que viene a destrozar son los pecados capitales como lo son la soberbia, el orgullo, la vanidad, la ira, la gula, la pereza, la envidia y la lujuria. Los celos de Dios son capaces de destruir todo aquello que intente ocupar su lugar. Por eso el nuevo templo de Dios no ha sido hecho por hombres, sino que Dios mismo se ha hecho templo para dar un culto verdadero.
​
Jesucristo es el templo de Dios. En su cuerpo y por la gracia bautismal podemos dar el culto verdadero, justo y agradable al Señor. Allí dónde son congregados los bautizados, de modo especial en la Eucaristía, se manifiesta la gloria del Señor. Cuando celebramos la Eucaristía nos volvemos una verdadera casa de oración. Es en la Eucaristía donde Dios se hace el centro de nuestra vida. Es en ella dónde Dios toma posesión por medio de su espíritu nuestro corazón.

En esta cuaresma el Señor quiere hacernos templos vivos de su pertenencia. Adorar a Dios en el corazón, por medio de la asamblea litúrgica y en comunión con los hermanos esa es la voluntad del Todopoderoso. El Señor no quiere ser adorado en cualquier lugar, ¡no! El Señor quiere ser adorado en su Hijo Jesucristo que se manifiesta en la Eucaristía. La Eucaristía es manifestación del templo en el cual Dios quiere ser adorado y reconocido. Es cierto que Dios esta en todas partes, pero, no en todas partes se adora al Señor. Hay un lugar especifico que es la Iglesia. Ese es el lugar donde Dios quiere ser adorado, pero para eso debemos sacar fuera los ídolos que hay en nuestro corazón. Debemos dejar que Dios haga de nosotros piedras vivas en la construcción del Reino de los cielos en nuestra vida.
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