Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
Decía san Agustín: “te amas a ti mismo hasta el desprecio de Dios. O amas a Dios hasta el desprecio de ti mismo” (Ciudad de Dios). La invitación de la cuaresma es morir para vivir en Cristo. Por esa razón durante cinco semanas hemos asumido con intensidad las prácticas del ayuno, la oración y la limosna. Las mismas nos han ayudado a nosotros a identificar nuestras debilidades y aquello que nos aleja de Dios. En efecto nos ha hecho un corazón sensible a las realidades espirituales.
Estamos a las puertas de una nueva alianza. La primera lectura del profeta Jeremías nos expone el deseo de Yahvé, Dios, de escribir en nuestros corazones su Ley. El corazón es el lugar donde se dan las decisiones de nuestra vida. En él, el amor encuentra su lugar. Pero si ese amor esta viciado por el pecado y por inclinaciones contrarias al mandato de Dios, muy difícilmente, el tiempo de Cuaresma y en el peor de los casos el tiempo de Pascua dará su fruto. Nuestra alianza con Dios empieza en el corazón con la decisión de amarle con todo el corazón y con toda el alma. Por eso el salmista nos recita aquel hermoso verso que reza “oh, Dios, crea en mí un corazón puro”.
Cuando Dios empieza a realizar su obra en nosotros sensibiliza el corazón. Por medio de esa sensibilidad espiritual captamos la voluntad de Dios, gozamos de la oración y apreciamos los sacramentos con más provecho. Aunque esto es un poco difícil y más en el mundo materialista que vivimos, no podemos desanimarnos. El autor de la carta a los hebreos nos invita a crear esa sensibilidad del espíritu desde la experiencia de Cristo. Por eso nos muestra con palabras vivas el sufrimiento de Cristo. Ellas son tan profundas y reales que nos llevan a ese momento de entrega radical a la voluntad del Padre.
Una vez el corazón se hace sensible a las mociones del Espíritu se nos hace más fácil ver a Jesús y asumir su voluntad. Contemplamos con mayor claridad aquellas cosas que nos alejan de Dios y las que nos acercan a él. ¿Cómo fomentar esta sensibilidad espiritual? La vida sacramental, la dirección espiritual, el apostolado, la oración y la liturgia son los espacios en los cuales nuestra sensibilidad espiritual puede crecer con grandes frutos. Para eso Cristo nos ha dado el Espíritu Santo para que sus siete dones crezcan y germinen en nuestro corazón.