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“Sin cruz no hay paraíso”

2/27/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

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En el Seminario Interdiocesano María Madre de la Providencia de Ponce había un paño de altar blanco, grande y hermoso. En aquel hermoso lienzo se bordó una frase latina que es preciosa. La frase decía: in laetitia, nulla diez sine cruce!, “ni un solo día sin la alegría de la cruz”. Esta frase siempre que la leía me recordaba que la cruz trae consigo renuncia, dolor, sufrimiento e incomprensión. Pero ¿cómo puede existir alegría en algo tan antagónico? Para entender el camino de la cruz debemos seguir a Jesús.

Después de un tiempo turbulento y agotador por la misión el Señor lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan a una montaña alta. En ella Jesús se transfigura, cambia de apariencia y da paz a los discípulos. Tanto así que el mismo Pedro dice: “maestro que bien se esta aquí” (Mc 9, 5). Esto nos da una clave para vivir nuestra cuaresma. Vivimos la cuaresma para acercarnos al Señor. Al igual que Pedro, Santiago y Juan somos llamados a subir a la montaña con el Señor y dejarnos consolar por el misterio pascual. Por la cuaresma vivimos la Pascua de resurrección. Morimos a nosotros mismos para ganar el cielo.

La invitación de esta cuaresma es encontrarnos con el Señor. En medio de nuestros momentos de desierto, de tentación y dolor dejarnos consolar por el Señor. Cuando nos abandonamos en los brazos del Señor podemos asumir con un nuevo ánimo nuestra misión en el mundo. Así el camino de la cruz se vuelve uno redentor que nos conduce a la Pascua de resurrección. Pero para gozar de esa Pascua debemos dejar atrás nuestros pecados. Es decir, estar dispuestos a negarnos nosotros mismos.

Para negarnos a nosotros mismos es necesario realizar un acto de fe en el Señor. Abraham se negó a sí mismo e hizo la voluntad de Yahvé, Dios, al ofrecer a su hijo Jacob. Estaba dispuesto a ofrecer lo más valioso que era su hijo, el único hijo, el hijo que tanto había sufrido delante del Señor. En ese momento Yahvé, Dios provee un cordero para el sacrificio y le hace una promesa a Abraham. Por ese niño la descendencia de Abraham iba a ser más abundante que las estrellas de los cielos. La fe de Abraham le permitió recibir bendiciones sobreabundantes. Por colocar su fe en las manos de Dios, la misma dio buenos frutos. Por negarse acabo ganando en la presencia de Dios. 
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“El desierto: nuestra tierra de combate”

2/20/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
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“El Espíritu empujó a Jesús al desierto” (Mc 1, 12). En la literatura bíblica el desierto tiene una importancia vital. Los desiertos son lugares lejanos, inhóspitos, incomodos y silenciosos. Pero para el israelita era el lugar del encuentro con Dios. Así tenemos que Yahvé, Dios, lleva a su pueblo a través del desierto para hablarle al corazón (cfr. Os 2, 16). Los profetas también recurrían al desierto para ayunar, orar y encontrarse con el Señor. Un ejemplo de ello lo fue el profeta Elías cuando salió al desierto después del altercado con la reina Jezabel y caminó un día entero por el desierto buscando la voz del Señor (cfr. 1 Rey. 19, 4). Jesús también sale al desierto movido por el Espíritu. En ese desierto Jesús emprende un combate con la tentación y el Demonio que aleja a los que tienta del Señor.

El desierto no es solamente el lugar del encuentro con Dios sino también la casa de los demonios. Una de las características de los demonios es alejarnos de Dios. Por tanto, buscaran la forma de apartarnos del desierto cuaresmal. Acechan con la tentación para que nos apartemos de ese lugar saludable de encuentro con Dios. Por ejemplo, supongamos que decidí esta cuaresma no comer dulces y así entro como en un tipo de desierto porque siento que me falta algo. Los demonios buscaran la forma de entrar en nuestro interior para convencernos que esa penitencia no tiene sentido. Fue lo que le sucedió a Jesús cuando a los cuarenta días sintió hambre (cfr. Mt 4, 2). El demonio le acecha diciendo “si tu eres el hijo de Dios di a estas piedras que se conviertan en panes” (Mt 4, 3). Jesús le vence con la escritura y le dice “no solo de pan vive el hombre si no de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Jesús cayó la tentación porque sabía que hacía en el desierto: escuchando la voz del Señor. De esta forma echa a los demonios del desierto y nos narra el evangelio que los ángeles se pusieron a servirles. Jesús con su fuerza y su poder defiende ese lugar sagrado que se llama desierto.

En nuestra actualidad podemos preguntarnos ¿cómo encontramos ese desierto? El desierto que Dios quiere que entremos es nuestro corazón. Entrar en el sigilo de nuestra vida siempre es difícil porque amerita ver los espacios vacíos y silenciosos. Pero así empieza la conversión, la sanación y la liberación. Jesús ha venido a liberar por medio de su misterio pascual la vida del hombre del pecado y de la muerte. Para así darnos una nueva vida en el sacramento del bautismo. Para vivir esta experiencia de desierto debemos alejar el corazón un poco de las cosas cotidianas y acercarlo al Señor. Por ejemplo, volver a la Iglesia los domingos, recibir el sacramento de la confesión, sacar un momento de oración y estar en familia. Sin embargo, debemos estar atentos porque los demonios buscaran la forma de alejarnos de Dios. Así se desata una lucha por el corazón del ser humano.   

Los demonios en la actualidad nos alejan de los momentos de desierto. Por medio de la tentación siembran en nuestro interior preocupaciones para alejarnos de la voz del Señor. Al Maligno no le conviene que el hombre se aparte del ruido de la ciudad, del sonido del radio, de la comodidad del sofá ni de la T.V. porque allí tiene en su posesión el corazón del ser humano. En esta cuaresma Jesús quiere entrar en el desierto de nuestro corazón y caminar junto a nosotros. Quiere vencer en nosotros las tentaciones y las voces que nos llevan a olvidarnos de Dios y del prójimo. El Señor es empujado por el Espíritu al desierto de nuestra vida para que venza la tentación y podamos servirle con amor. Por eso hagamos nuestras las palabras del apóstol Pablo a los Filipenses en el desierto que el Señor nos invita en esta cuaresma: “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Flp. 4, 13).

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“Presentemos al Señor nuestra lepra”

2/13/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

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“Si quieres puedes limpiarme” (Mc 1, 40). La lepra en los tiempos de Jesús era una enfermedad cruel y despiadada. Destruía la piel de quien estaba enfermo y provocaba un aislamiento debido a su contagio. La vida de los leprosos estaba marcada también por el rechazo social. Lo contemplamos en la primera lectura y en el Evangelio. Vivían apartados de la sociedad, rechazados por ellas, como personas olvidadas y sin importancia. Sin embargo, aquel hombre a pesar de su realidad se presenta con su miseria delante del Señor Jesús. Sale de su entorno y decide postrarse delante del Dios hecho hombre y clamarle “si quieres puedes limpiarme”. El Señor mirando la fe de aquel hombre, su historia y su necesidad decide limpiarle de su pecado.

El Señor quiere limpiarnos al igual que el leproso del Evangelio. Cuando Jesús vio la condición de aquel hombre se le conmovieron las entrañas. Dios quiere quitar la lepra que ensucia nuestra alma. Sin embargo, para limpiarla debemos acercarnos con un corazón sincero: es necesario reconocer con humildad nuestro pecado. Si no estamos conscientes de nuestras culpas nunca cambiaremos, nunca pediremos que el Señor nos limpie porque nos sentiremos perfectos y satisfechos. Jesús se conmovió ante la actitud del leproso que reconoció su enfermedad. Si queremos alcanzar la sanación espiritual es necesario humillarnos delante de Dios. Muy bien decía el salmista “un corazón quebrantado y humillado tu no lo desprecias Señor” (Ps. 51, 7). 

Hoy día sufrimos de la lepra espiritual. Esta lepra se manifiesta de varias formas. El primer síntoma de la lepra espiritual es la soberbia. Creer que no necesitamos de nadie ni de Dios. Nos hace sentirnos tan omnipotentes que podemos llegar a creer dioses. En consecuencia, nos amamos tanto a nosotros mismos que podemos llegar al desprecio de Dios. Una de las consecuencias de esta lepra espiritual lo es el aislamiento. Cuando nos aferramos a la soberbia, a la envidia, la vanidad, la ira, la lujuria, la gula y la pereza acabamos por quedarnos solos. No solo rechazamos a Dios sino a todos aquellos que se acercan a nosotros.  

La lepra de hoy día hace que seamos cada vez más distantes unos de otros. El individualismo hace que nos consumamos porque nos hace pensar que estamos solos. Aquel leproso del Evangelio reconoció su soledad y su vacío y se acercó a Jesús, se humilló delante de su Majestad y le dijo: “si quieres puedes limpiarme”. Esta puede ser una hermosa oración antes de ir al sacramento de la penitencia. Así el Señor nos limpia y nos guarda.  
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“Para vencer la rutina haz a Jesús parte de tu vida”

2/6/2021

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P. José L. Ocasio Miranda
Vicario Parroquia San Miguel Arcángel

En el siglo pasado en la construcción de una de las catedrales más famosas de Inglaterra había tres hombres preparando una mezcla de agua, arena, cal y otros materiales. Mientras unían los ingredientes una persona iba de camino y les preguntó: “¿qué hacen?” El primero contestó que estaba haciendo una “argamasa”. El segundo dijo que “estaba colocando ladrillos”. Pero el tercero dijo “estoy haciendo una catedral”. Los tres hacían lo mismo, pero con una visión diferente. Y ¡que diferencia hace esa visión!

Algo parecido nos puede suceder en nuestra relación con Dios y con los hermanos. Algunos verán problemas; otros oportunidades. Por eso es necesario que se nos recuerde que como cristianos estamos edificando el Cuerpo de Cristo. Las pruebas y tareas del día es importante asumirlas como un don de Dios que nos ayuda a madurar en la fe. Es hacer en el fondo el Evangelio parte de mi vida. Ya lo decía san Pablo a los Corintios “me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, algunos”. En efecto, es posible cambiarlo todo cuando hacemos a Cristo parte de nuestra vida.

Hay que tomar la vida desde la mirada de Dios. Job nos muestra en la primera lectura que es fundamental. Nuestra relación con Dios debe ayudarnos a asumir las realidades desde la óptica de la fe. La fe nos ayuda a no vivir nuestra vida como una rutina pesada sino como un encuentro vivo y verdadero con el Señor. El libro del Apocalipsis nos da la clave para renovar el amor a lo que hacemos en nuestra vida de fe: “lo haz hecho todo muy bien, pero has olvidado el primer amor” (Ap. 2, 4). Para no ver la vida como una rutina es necesario mirar siempre renovar el amor a Dios, al prójimo y a nuestra vocación. Si el amor no se renueva se muere y se torna después una relación de derechos y deberes. Corremos el peligro de rezar por rezar, ir a misa por ir a misa, la vida familiar se torna una vida diplomática, entre tantos más.

Jesús asume la vida humana en su totalidad menos en el pecado. El Evangelio de hoy es un día normal de Jesús. Literalmente “pasó haciendo el bien” (Act. 10, 38). Curaba los enfermos, los trataba con ternura, expulsaba los demonios, predicaba el evangelio y al final del día oraba con el Padre del Cielo. Jesús vivía su día en la presencia del Señor. La llamada de este domingo es vivir en la presencia del Señor; a hacer parte de vida a Cristo Jesús. Cuéntale en la oración todo lo que has hecho en tu día y él te escuchará con ternura. Si el día fue pesado o un desastre como el de Job recuerda las palabras de nuestro Señor: “vengan a mi todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré” (Mt. 11, 28). Por eso para vencer la rutina haz a Jesús parte de tu vida.


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