Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
En el Seminario Interdiocesano María Madre de la Providencia de Ponce había un paño de altar blanco, grande y hermoso. En aquel hermoso lienzo se bordó una frase latina que es preciosa. La frase decía: in laetitia, nulla diez sine cruce!, “ni un solo día sin la alegría de la cruz”. Esta frase siempre que la leía me recordaba que la cruz trae consigo renuncia, dolor, sufrimiento e incomprensión. Pero ¿cómo puede existir alegría en algo tan antagónico? Para entender el camino de la cruz debemos seguir a Jesús.
Después de un tiempo turbulento y agotador por la misión el Señor lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan a una montaña alta. En ella Jesús se transfigura, cambia de apariencia y da paz a los discípulos. Tanto así que el mismo Pedro dice: “maestro que bien se esta aquí” (Mc 9, 5). Esto nos da una clave para vivir nuestra cuaresma. Vivimos la cuaresma para acercarnos al Señor. Al igual que Pedro, Santiago y Juan somos llamados a subir a la montaña con el Señor y dejarnos consolar por el misterio pascual. Por la cuaresma vivimos la Pascua de resurrección. Morimos a nosotros mismos para ganar el cielo.
La invitación de esta cuaresma es encontrarnos con el Señor. En medio de nuestros momentos de desierto, de tentación y dolor dejarnos consolar por el Señor. Cuando nos abandonamos en los brazos del Señor podemos asumir con un nuevo ánimo nuestra misión en el mundo. Así el camino de la cruz se vuelve uno redentor que nos conduce a la Pascua de resurrección. Pero para gozar de esa Pascua debemos dejar atrás nuestros pecados. Es decir, estar dispuestos a negarnos nosotros mismos.
Para negarnos a nosotros mismos es necesario realizar un acto de fe en el Señor. Abraham se negó a sí mismo e hizo la voluntad de Yahvé, Dios, al ofrecer a su hijo Jacob. Estaba dispuesto a ofrecer lo más valioso que era su hijo, el único hijo, el hijo que tanto había sufrido delante del Señor. En ese momento Yahvé, Dios provee un cordero para el sacrificio y le hace una promesa a Abraham. Por ese niño la descendencia de Abraham iba a ser más abundante que las estrellas de los cielos. La fe de Abraham le permitió recibir bendiciones sobreabundantes. Por colocar su fe en las manos de Dios, la misma dio buenos frutos. Por negarse acabo ganando en la presencia de Dios.