Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
“El Espíritu empujó a Jesús al desierto” (Mc 1, 12). En la literatura bíblica el desierto tiene una importancia vital. Los desiertos son lugares lejanos, inhóspitos, incomodos y silenciosos. Pero para el israelita era el lugar del encuentro con Dios. Así tenemos que Yahvé, Dios, lleva a su pueblo a través del desierto para hablarle al corazón (cfr. Os 2, 16). Los profetas también recurrían al desierto para ayunar, orar y encontrarse con el Señor. Un ejemplo de ello lo fue el profeta Elías cuando salió al desierto después del altercado con la reina Jezabel y caminó un día entero por el desierto buscando la voz del Señor (cfr. 1 Rey. 19, 4). Jesús también sale al desierto movido por el Espíritu. En ese desierto Jesús emprende un combate con la tentación y el Demonio que aleja a los que tienta del Señor.
El desierto no es solamente el lugar del encuentro con Dios sino también la casa de los demonios. Una de las características de los demonios es alejarnos de Dios. Por tanto, buscaran la forma de apartarnos del desierto cuaresmal. Acechan con la tentación para que nos apartemos de ese lugar saludable de encuentro con Dios. Por ejemplo, supongamos que decidí esta cuaresma no comer dulces y así entro como en un tipo de desierto porque siento que me falta algo. Los demonios buscaran la forma de entrar en nuestro interior para convencernos que esa penitencia no tiene sentido. Fue lo que le sucedió a Jesús cuando a los cuarenta días sintió hambre (cfr. Mt 4, 2). El demonio le acecha diciendo “si tu eres el hijo de Dios di a estas piedras que se conviertan en panes” (Mt 4, 3). Jesús le vence con la escritura y le dice “no solo de pan vive el hombre si no de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Jesús cayó la tentación porque sabía que hacía en el desierto: escuchando la voz del Señor. De esta forma echa a los demonios del desierto y nos narra el evangelio que los ángeles se pusieron a servirles. Jesús con su fuerza y su poder defiende ese lugar sagrado que se llama desierto.
En nuestra actualidad podemos preguntarnos ¿cómo encontramos ese desierto? El desierto que Dios quiere que entremos es nuestro corazón. Entrar en el sigilo de nuestra vida siempre es difícil porque amerita ver los espacios vacíos y silenciosos. Pero así empieza la conversión, la sanación y la liberación. Jesús ha venido a liberar por medio de su misterio pascual la vida del hombre del pecado y de la muerte. Para así darnos una nueva vida en el sacramento del bautismo. Para vivir esta experiencia de desierto debemos alejar el corazón un poco de las cosas cotidianas y acercarlo al Señor. Por ejemplo, volver a la Iglesia los domingos, recibir el sacramento de la confesión, sacar un momento de oración y estar en familia. Sin embargo, debemos estar atentos porque los demonios buscaran la forma de alejarnos de Dios. Así se desata una lucha por el corazón del ser humano.
Los demonios en la actualidad nos alejan de los momentos de desierto. Por medio de la tentación siembran en nuestro interior preocupaciones para alejarnos de la voz del Señor. Al Maligno no le conviene que el hombre se aparte del ruido de la ciudad, del sonido del radio, de la comodidad del sofá ni de la T.V. porque allí tiene en su posesión el corazón del ser humano. En esta cuaresma Jesús quiere entrar en el desierto de nuestro corazón y caminar junto a nosotros. Quiere vencer en nosotros las tentaciones y las voces que nos llevan a olvidarnos de Dios y del prójimo. El Señor es empujado por el Espíritu al desierto de nuestra vida para que venza la tentación y podamos servirle con amor. Por eso hagamos nuestras las palabras del apóstol Pablo a los Filipenses en el desierto que el Señor nos invita en esta cuaresma: “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Flp. 4, 13).