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En nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua, hoy la Iglesia nos invita a alegrarnos. Celebramos el cuarto domingo de Cuaresma, conocido como domingo “Laetare”, domingo de la alegría. En medio de este camino penitencial, hoy la liturgia nos invita a la alegría. Si el domingo pasado la palabra de Dios nos urgía a la conversión, hoy las lecturas que hemos escuchado nos empujan a volver de nuevo a la casa del Padre, como el Hijo Pródigo, como el Pueblo de Israel a su llegada a la tierra prometida. Éste ha de ser el verdadero motivo de nuestra alegría.
1. Alegría porque Dios cumple siempre sus promesas. Hace dos domingos escuchábamos en la primera lectura la promesa de Dios a Abrahán: le dará una descendencia más numerosa que las estrellas del cielo y le dará una tierra que mana leche y miel. El domingo pasado escuchábamos en la primera lectura la vocación de Moisés, enviado por Dios para sacar de la esclavitud a su pueblo y conducirlo hasta la tierra prometida. Hoy en la primera lectura, escuchamos el relato de la entrada del pueblo de Israel en la tierra prometida. Dios exclama a Josué, quien ha sucedido a Moisés en la guía del pueblo de Israel hasta la tierra prometida: “Hoy os he despojado del oprobio de Egipto”. Dios ha cumplido su promesa ya ha hecho llegar a los israelitas hasta una tierra que será suya, una tierra que mana leche y miel. El pueblo de Israel celebra la Pascua, fiesta que recuerda la salida de Egipto, y toman posesión de la tierra. Cuando el pueblo entra en su tierra ya no necesita del maná, el alimento que Dios había regalado a los israelitas durante su peregrinación por el desierto, cuando carecían de comida. Ahora, ya asentados en su tierra, pueden comer de los frutos de la tierra, que son siempre un regalo de Dios. Los israelitas han conseguido la libertad que Dios les había prometido, una libertad que se manifiesta en que pueden comer de los frutos de la tierra, de sus cosechas. Si la cuaresma es el camino hacia la Pascua, hoy miramos con esperanza la entrada de Israel en la tierra prometida como un anticipo de la Pascua, de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, la puerta que nos da entrada a la tierra de promisión que es para nosotros el Cielo. Vivamos con alegría esta espera dichosa de la Pascua, con la confianza de que Dios cumple siempre sus promesas, y lo mismo que le concedió al Pueblo de Israel la tierra prometida, también a nosotros nos concederá la entrada en la Patria del Cielo. Por eso, llenos de gozo, cantamos con el salmista: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
2. Alegría porque Dios nos reconcilia consigo por medio de Cristo. En este camino hacia la Pascua, hoy san Pablo nos recuerda la alegría de la reconciliación. Lo antiguo ha pasado ya, y ahora, por Cristo, somos criaturas nuevas. Ya no nos sirven a nosotros las promesas antiguas hechas a Abrahán. Ya no buscamos una tierra que nos dé cosechas y donde poder habitar en paz. Ahora nosotros estamos llamados a otra tierra, una tierra que está en el Cielo. Y para llegar a ella, Dios nos ha reconciliado. Ésta es una palabra central en la Cuaresma, y que de forma especial nos la recuerda la liturgia de este domingo. La Cuaresma es tiempo de reconciliación. Dios no nos pide cuentas de nuestros pecados, nos recuerda san Pablo. Así nos lo explica con todo detalle el mismo Jesús en la parábola del Hijo Pródigo. Dios desea volver a la amistad con nosotros, y lo hace a través de Cristo. Él, por su muerte y resurrección, nos reconcilia con el Padre. Al que no había pecado, Dios lo hace expiación por nuestro pecado, para que nosotros recibamos, unidos a Él, la justificación de Dios. Ésta es nuestra alegría, la de un Dios que nos ama con locura, que llega al extremo de dar la vida por nosotros, a pesar de nuestro pecado, precisamente para borrar el pecado de nuestra vida y devolvernos a la amistad con Él. Por eso la Iglesia nos ofrece, durante todo el año, pero especialmente en este tiempo de Cuaresma, el don del sacramento de la reconciliación. A través de este sacramento, Dios nos da su perdón cuando volvemos a Él arrepentidos, borra nuestras culpas y nos devuelve la amistad que por nuestro pecado habíamos perdido.
3. Alegría de volver a la casa del Padre. La reconciliación, tema importante en este domingo, nos la explica Jesús en la parábola del Evangelio de hoy. Nosotros, como el Hijo Pródigo, nos hemos apartado de Dios muchas veces. Lo hacemos cada vez que nos dejamos llevar por el pecado, cada vez que damos la espalda a Dios. Pero si nos arrepentimos, nos ponemos en pie y volvemos de nuevo a Dios, pidiéndole perdón, con un corazón arrepentido, Él no nos negará su perdón. Como el padre de la parábola, Dios está esperándonos para abrazarnos, para devolvernos la amistad que habíamos perdido. En esto consiste la conversión. Éste es el camino que hemos de hacer durante la Cuaresma: un camino de vuelta a la casa del Padre. Caminamos con la confianza de que Dios, cuando volvamos a Él, no nos echará en cara nuestro pecado, no nos recriminará por nuestras faltas y delitos, sino que, como el padre de la parábola, saldrá corriendo hacia nosotros, con los ojos llenos de lágrimas de alegría, nos abrazará y nos llenará de besos, y hará fiesta por nuestra vuelta. Dios se alegra y hace fiesta por la vuelta de sus hijos que se habían separado de Él.
Sigamos viviendo de verdad este tiempo de Cuaresma. Levantémonos y pongámonos en camino hacia la casa del Padre. Dios nos espera con los brazos abiertos. Vivamos la alegría de volver de nuevo a casa. Celebremos la fiesta de la reconciliación. Dios nos ha prometido su amor y su misericordia, y Dios siempre cumple sus promesas. Celebremos con gozo pleno esta Eucaristía mientras seguimos avanzando hacia la Pascua. Que María, causa de nuestra alegría, la que escuchó el anuncia de Dios: “Alégrate, llena de gracia”, nos acompañe en este camino y nos tienda su mano para que vivíamos con gozo este tiempo de gracia y de reconciliación.