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“Laetare”, domingo de la alegría

3/30/2019

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Por Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es

En nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua, hoy la Iglesia nos invita a alegrarnos. Celebramos el cuarto domingo de Cuaresma, conocido como domingo “Laetare”, domingo de la alegría. En medio de este camino penitencial, hoy la liturgia nos invita a la alegría. Si el domingo pasado la palabra de Dios nos urgía a la conversión, hoy las lecturas que hemos escuchado nos empujan a volver de nuevo a la casa del Padre, como el Hijo Pródigo, como el Pueblo de Israel a su llegada a la tierra prometida. Éste ha de ser el verdadero motivo de nuestra alegría.


1. Alegría porque Dios cumple siempre sus promesas. Hace dos domingos escuchábamos en la primera lectura la promesa de Dios a Abrahán: le dará una descendencia más numerosa que las estrellas del cielo y le dará una tierra que mana leche y miel. El domingo pasado escuchábamos en la primera lectura la vocación de Moisés, enviado por Dios para sacar de la esclavitud a su pueblo y conducirlo hasta la tierra prometida. Hoy en la primera lectura, escuchamos el relato de la entrada del pueblo de Israel en la tierra prometida. Dios exclama a Josué, quien ha sucedido a Moisés en la guía del pueblo de Israel hasta la tierra prometida: “Hoy os he despojado del oprobio de Egipto”. Dios ha cumplido su promesa ya ha hecho llegar a los israelitas hasta una tierra que será suya, una tierra que mana leche y miel. El pueblo de Israel celebra la Pascua, fiesta que recuerda la salida de Egipto, y toman posesión de la tierra. Cuando el pueblo entra en su tierra ya no necesita del maná, el alimento que Dios había regalado a los israelitas durante su peregrinación por el desierto, cuando carecían de comida. Ahora, ya asentados en su tierra, pueden comer de los frutos de la tierra, que son siempre un regalo de Dios. Los israelitas han conseguido la libertad que Dios les había prometido, una libertad que se manifiesta en que pueden comer de los frutos de la tierra, de sus cosechas. Si la cuaresma es el camino hacia la Pascua, hoy miramos con esperanza la entrada de Israel en la tierra prometida como un anticipo de la Pascua, de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, la puerta que nos da entrada a la tierra de promisión que es para nosotros el Cielo. Vivamos con alegría esta espera dichosa de la Pascua, con la confianza de que Dios cumple siempre sus promesas, y lo mismo que le concedió al Pueblo de Israel la tierra prometida, también a nosotros nos concederá la entrada en la Patria del Cielo. Por eso, llenos de gozo, cantamos con el salmista: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
2. Alegría porque Dios nos reconcilia consigo por medio de Cristo. En este camino hacia la Pascua, hoy san Pablo nos recuerda la alegría de la reconciliación. Lo antiguo ha pasado ya, y ahora, por Cristo, somos criaturas nuevas. Ya no nos sirven a nosotros las promesas antiguas hechas a Abrahán. Ya no buscamos una tierra que nos dé cosechas y donde poder habitar en paz. Ahora nosotros estamos llamados a otra tierra, una tierra que está en el Cielo. Y para llegar a ella, Dios nos ha reconciliado. Ésta es una palabra central en la Cuaresma, y que de forma especial nos la recuerda la liturgia de este domingo. La Cuaresma es tiempo de reconciliación. Dios no nos pide cuentas de nuestros pecados, nos recuerda san Pablo. Así nos lo explica con todo detalle el mismo Jesús en la parábola del Hijo Pródigo. Dios desea volver a la amistad con nosotros, y lo hace a través de Cristo. Él, por su muerte y resurrección, nos reconcilia con el Padre. Al que no había pecado, Dios lo hace expiación por nuestro pecado, para que nosotros recibamos, unidos a Él, la justificación de Dios. Ésta es nuestra alegría, la de un Dios que nos ama con locura, que llega al extremo de dar la vida por nosotros, a pesar de nuestro pecado, precisamente para borrar el pecado de nuestra vida y devolvernos a la amistad con Él. Por eso la Iglesia nos ofrece, durante todo el año, pero especialmente en este tiempo de Cuaresma, el don del sacramento de la reconciliación. A través de este sacramento, Dios nos da su perdón cuando volvemos a Él arrepentidos, borra nuestras culpas y nos devuelve la amistad que por nuestro pecado habíamos perdido.
3. Alegría de volver a la casa del Padre. La reconciliación, tema importante en este domingo, nos la explica Jesús en la parábola del Evangelio de hoy. Nosotros, como el Hijo Pródigo, nos hemos apartado de Dios muchas veces. Lo hacemos cada vez que nos dejamos llevar por el pecado, cada vez que damos la espalda a Dios. Pero si nos arrepentimos, nos ponemos en pie y volvemos de nuevo a Dios, pidiéndole perdón, con un corazón arrepentido, Él no nos negará su perdón. Como el padre de la parábola, Dios está esperándonos para abrazarnos, para devolvernos la amistad que habíamos perdido. En esto consiste la conversión. Éste es el camino que hemos de hacer durante la Cuaresma: un camino de vuelta a la casa del Padre. Caminamos con la confianza de que Dios, cuando volvamos a Él, no nos echará en cara nuestro pecado, no nos recriminará por nuestras faltas y delitos, sino que, como el padre de la parábola, saldrá corriendo hacia nosotros, con los ojos llenos de lágrimas de alegría, nos abrazará y nos llenará de besos, y hará fiesta por nuestra vuelta. Dios se alegra y hace fiesta por la vuelta de sus hijos que se habían separado de Él.
Sigamos viviendo de verdad este tiempo de Cuaresma. Levantémonos y pongámonos en camino hacia la casa del Padre. Dios nos espera con los brazos abiertos. Vivamos la alegría de volver de nuevo a casa. Celebremos la fiesta de la reconciliación. Dios nos ha prometido su amor y su misericordia, y Dios siempre cumple sus promesas. Celebremos con gozo pleno esta Eucaristía mientras seguimos avanzando hacia la Pascua. Que María, causa de nuestra alegría, la que escuchó el anuncia de Dios: “Alégrate, llena de gracia”, nos acompañe en este camino y nos tienda su mano para que vivíamos con gozo este tiempo de gracia y de reconciliación.
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Un liberador para el pueblo

3/24/2019

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Fernando Torres cmf
https://www.ciudadredonda.org

La primera de las lecturas de este domingo nos trae a la memoria el gran relato de la liberación de Egipto. Allí los israelitas vivían en la esclavitud. Pero llega un momento en que el Señor ve la opresión del pueblo, escucha sus quejas y los libra de esa situación para llevarlos a la tierra prometida, una tierra que mana leche y miel. ¿Quién es ese liberador? ¿Cómo tiene que responder Moisés cuando su pueblo le pregunta quién lo envía? “Yo soy el que soy”. Dios es el que es y en su ser es el fundamento de nuestro propio ser, de nuestra libertad, de nuestra vida. Somos sus criaturas. Y él quiere la vida para nosotros, la vida en plenitud, la vida en libertad. Para el pueblo oprimido por la esclavitud se abrió un horizonte de esperanza. Dios, el Dios de sus padres, el Dios de la vida, se acercaba a ellos. Moisés era su profeta. Les ofrecía la libertad y un futuro nuevo en una tierra nueva.
Pero, ¿qué hacemos con esa liberación que Dios nos ofrece? El hecho de que Dios nos libere no quiere decir que automáticamente alcancemos la libertad. Al preso no basta con abrirle la puerta de la cárcel. Tiene que levantarse y salir por su propio pie. Tiene que asumir su parte en su propia liberación. O dicho con las palabras de Jesús: “Si no os convertís, todos pereceréis”. Pero hay que poner esta palabra en conexión con la parábola final. En ella podemos comprender la inmensa misericordia de Dios que una y otra vez sigue tendiendo su mano salvadora, liberadora, hacia nosotros. El dueño llevaba ya tres años gastando tiempo y dinero en una viña que no daba fruto. Quiere cortarla, arrancarla y ocupar el terreno en otra cosa. Pero el viñador quiere seguir probando. Piensa que todavía es posible que dé fruto. Es cuestión de paciencia y trabajo. La misma paciencia que Dios sigue teniendo con nosotros. Hasta que seamos capaces de vivir como hombres y mujeres libres y responsables. 
Cuaresma no es tiempo para sentirnos desesperanzados o desanimados. Es cierto que al mirar a nuestras vidas descubrimos que hemos desperdiciado la herencia preciosa que recibimos de nuestros padres, que no vivimos como debiéramos la fe cristiana que nos transmitieron. Quizá me dé cuenta de que en muchos aspectos mi vida deja mucho que desear. Pero no es menos cierto que tenemos un liberador que una y otra vez nos sigue tendiendo su mano. Para que salgamos de nuestra cárcel. Para que caminemos en libertad. Para que vivamos en plenitud. Las lecturas de este domingo son causa de esperanza. Nos confirman, una vez más, que Dios no abandona a su pueblo. Aunque a veces la vida se nos haga tan dura que así nos lo llegue a parecer. 


Para la reflexión
      Piensa en tu vida de familia, en el trabajo, con los amigos,¿qué situaciones o cosas me hacen sentirme esclavo? ¿De qué creo que me tendría que liberar? Sabiendo que tengo el apoyo de Jesús, ¿qué pasos concretos tendría que dar para alcanzar la liberación? No te hagas más que un propósito o dos, pero ¡cúmplelos!

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Revitalizar nuestra fe

3/16/2019

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Fernando Torres cmf
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/hoy

   Si el domingo pasado se nos recordaba nuestra identidad cristiana como parte fundamental de nuestro ser, las lecturas de este domingo nos invitan a tomar conciencia de que esa identidad no la poseemos todavía. Aunque la hayamos recibido como herencia, la tenemos que hacer nuestra. La fe nos viene dada por haber nacido en una familia cristiana, la fe pertenece a nuestra herencia cultural, pero es nuestra responsabilidad convertir esa herencia en una realidad viva. Del mismo modo que nuestros mayores la vivieron y a través de ellos, de su testimonio vital, la hemos recibido, igualmente sólo seremos capaces de entregársela a la próxima generación en la medida en que la fe forme parte de nuestra vida cotidiana. 
      El Evangelio de hoy nos relata la historia de la transfiguración. El hecho de que Jesús se transfigurara ante los apóstoles pone de manifiesto que aquellos no poseían todavía la fe plena.No eran capaces de verle tal cual era. No eran capaces de verle todavía con los ojos de la fe. Lo veían apenas como un hombre. Un hombre grande, ciertamente. Pero apenas un hombre. Jesús se transfigura delante de ellos para que se den cuenta de quien es. A los apóstoles les queda todavía un largo camino de maduración en la fe, de ir creciendo al lado de Jesús, de aprender a vivir de acuerdo con el Evangelio. Lo mejor de esta historia es que Jesús no les deja solos en ese proceso. Está con ellos, los acompaña, los ayuda, los orienta. Es paciente con sus errores. Cuando caen, los levanta y los anima para que sigan caminando con él. La transfiguración no es más que una etapa en el camino de seguir a Jesús. Suben al monte y luego bajan. Sigue el camino, a veces difícil, pero los apóstoles saben ahora que tienen a Jesús con ellos. Que no les va a dejar de su mano.
      Nosotros estamos en una situación parecida. De nuestros padres, de nuestros mayores, hemos recibido una herencia cristiana, una herencia de fe. Fue el mejor tesoro que nos pudieron dar. Nos lo dieron con amor. Ahora es nuestra responsabilidad que esa fe esté viva, que ser cristianos sea algo más que un mero nombre. No siempre es fácil vivir como cristiano. En el trabajo, en casa, con los amigos, con los hijos. A veces surgen problemas. Hay momentos difíciles. Pero sabemos que Jesús siempre está con nosotros. Podemos confiar en él porque nunca nos abandona. En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos pide que revitalicemos nuestra fe. Para que nuestra herencia cristiana no sea como ese tesoro que se entierra y no sirve para nada. Para que sea como el campo que trabajado, abonado y regado da muchos frutos de vida para nosotros y para nuestras familias. 

​
Para la reflexión
      Ser cristiano, vivir y actuar como tal, ¿es algo que sólo es de los domingos por la mañana, cuando voy a misa? ¿Que significa para mí ser cristiano en el trabajo? ¿Y con mi familia, con mis hijos? ¿Qué tendría que cambiar en mi vida para que ser cristiano algo más que de nombre?



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Jesús es fiel a la misión que ha  recibido

3/9/2019

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Por José María Martín OSA
www.betania.com

1.- La palabra de Dios ayuda a vencer la tentación. Jesús se retiró al desierto para orar y prepararse para su misión. La experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra vida de fe. En el desierto Jesús es tentado. En la primera tentación, el diablo pretende que Jesús resuelva sus propios problemas, el hambre, utilizando para sí el poder que ha recibido del Padre. Es la tentación de bajar de la cruz y no beber el cáliz que el Padre le ha preparado: "A otros ha salvado y a sí mismo no puede salvarse. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él". Jesús vence con la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Toma su argumento y su defensa del Deuteronomio. La palabra de Dios, expresión de la voluntad del Padre, es poderosa para mantener al hombre en la verdadera vida. Ella es el auténtico alimento de Jesús. En la segunda tentación el diablo muestra a Jesús fantásticamente, "en un instante", todos los reinos del mundo. Se vanagloria de que todos le pertenecen y se los ofrece con tal de que se haga su esclavo. Si hubiera cedido a la tentación del poder, Jesús no hubiera muerto en la cruz. Pero Jesús prefirió luchar contra esa tentación, recurriendo también a la palabra de Dios. La tercera tentación enlaza mejor con la primera. Pues el diablo toma pie en la confianza de Jesús en la palabra de Dios: Si se vive de la palabra de Dios, ¿por qué ha de temer la muerte el que confía en esa palabra? El diablo quiere inducir a Jesús a un abuso de confianza en la palabra de Dios, que promete proteger al justo. Es la tentación de disponer a ultranza de Dios y de tomarle la palabra, en vez de ponerse confiadamente a su disposición. Jesús responde de nuevo con otra cita bíblica.
2.- Las tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras: el hambre, que simboliza todas las “reivindicaciones” del cuerpo; la necesidad de seguridad y fama, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo; la sed de poder, el temible instinto de dominación.Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio, lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.
3.- Dios nos acompaña en la tribulación. Dios no quiere exponernos al mal, sino que es cada uno el que es probado por la concupiscencia que le arrastra y le seduce. Dios es el que nos da la fuerza para vencer la tentación y salir victoriosos sobre nuestros instintos. El no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas; antes bien, “con la prueba dará también la salida”. La gran tentación es “pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar”. Está bien que pongamos en juego los medios de nuestra inteligencia y voluntad, pero no debemos olvidar que sin Cristo no podemos hacer nada. Así lo pedimos en el Salmo: “Acompáñame, Señor, en la tribulación”.
3.- La hora de la conversión. Hoy se nos hace una llamada a la conversión, entendida como “metanoia” (cambio de mente y de corazón). Es el momento de ahondar en nuestra experiencia de encuentro con Cristo. No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable, nos dice el Papa en su mensaje de Cuaresma: “Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagamos prójimos a nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación”.

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Cuidemos Nuestras Palabras y Nuestras Obras en las Relaciones con los Demás

3/3/2019

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Por Gabriel González del Estal
www.betania.es

1.- ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? - ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? – Cada árbol se conoce por su fruto. – De lo que rebosa el corazón habla la boca.
En este relato evangélico, según san Lucas, Jesús propone a sus discípulos cuatro reflexiones sapienciales, que eran dichos populares, para que reflexionen sobre ellos y los tengan en cuenta durante su vida diaria. Nosotros debemos reflexionar sobre ellos como si Jesús nos los hubiera dicho a cada uno de nosotros. El primero --¿acaso puede un ciego guiar a otro ciego? -- está dirigido especialmente a todos los que, de una manera o de otra, tenemos la obligación de guiar y educar a los demás: padres, profesores, educadores, catequistas, escritores, etc. Tenemos la obligación de ser autocríticos, social y moralmente, a la hora de juzgar y hablar de los demás; que nadie pueda aplicarnos el otro dicho popular: consejos vendo, pero para mí no tengo. Seamos consecuentes y lógicos antes de atrevernos a aconsejar o criticar a los demás. Que todas las personas a las que tenemos la obligación de guiar puedan vernos moralmente como a auténticos guías morales. Al segundo -- ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? -- le pedimos aplicar todo lo que hemos dicho sobre el primero, porque el que pretende guiar a una persona tiene que conocerlo y juzgarlo de alguna manera. El tercero – Cada árbol se conoce por su fruto-- se refiere a la necesaria relación que debe existir entre nuestra profesión social y pública y lo que realmente hacemos cada día, entre lo que públicamente somos y los que públicamente hacemos. A todos los políticos y escritores les vendrá muy bien que reflexionen sobre este dicho. El cuarto – de lo que rebosa el corazón habla la boca- nos dice que si queremos cambiar de verdad de conducta debemos empezar por cambiar previamente nuestro corazón. “Cambia tu corazón y cambiarán tus obras”, nos dice san Agustín. Si somos buenos de corazón, seremos compasivos y misericordiosos con los demás y no querremos nunca hacer mal a nadie. Jesús tenía un corazón manso y humilde y, por eso, quería de verdad a todas las personas y, de una manera especial, a los que más necesitaban ayuda y comprensión: pobres, marginados, pecadores… El corazón es siempre la fuente primera de donde nacen todas nuestras buenas obras. Pidamos hoy todos a Dios que nos dé un corazón manso y humilde, porque sólo así podremos llamarnos de verdad discípulos de Cristo.
2.- Cuando la persona habla se descubren sus defectos, la persona es probada en su conversación, la palabra revela el corazón de la persona. Todo lo que nos dice esta lectura del libro del Eclesiástico está yo suficientemente explicado en el comentario del relato evangélico.
3.- Cuando esto visible se vista de incorrupción se cumplirá la palabra que está escrita “La muerte ha sido absorbida por la victoria”. De modo que, hermanos míos, entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor.
Como nos dice hoy san Pablo en esta su carta a los Corintios, si somos buenos discípulos de Cristo la muerte física de nuestro cuerpo no será nunca una victoria sobre la verdadera vida que Cristo nos ha ganado con su vida, muerte y resurrección. Seremos eternos junto a Dios gracias a los méritos de nuestro Señor Jesucristo. Digamos, pues, con el salmo responsorial “es bueno dar gracias siempre al Señor”.
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