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¡Señor, que Yo vea!

10/28/2018

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Por Antonio García-Moreno
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1.- EL GOZO DE JEREMÍAS. "Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos, alabad y bendecid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel" (Jr 31, 7). El profeta de los lamentos, el hombre de las maldiciones duras, Jeremías, el plañidero. En este pasaje su alma se derrama en exclamaciones de gozo. Ante su mirada clarividente de profeta se despliega el espectáculo maravilloso de la Redención. Ese pueblo que ha sido destrozado, ese pueblo que tuvo que abandonar la tierra, y caminar hacia países lejanos bajo el yugo del extranjero, ese pueblo deportado a un exilio deprimente, ese pueblo, el suyo, ha sido salvado, ha recobrado la libertad.
Todo parecía perdido. Como si Dios hubiera desatado totalmente su ira y el castigo fuera el aniquilamiento definitivo. Pero no, Dios no podía olvidarse de su pueblo. Le amaba demasiado. Y a pesar de sus mil traiciones, le perdona, le vuelve a recoger de entre la dispersión en donde vivían y morían... Esta realidad palpitante que se sigue repitiendo sin cesar, debe mantenernos en la confianza en el amor de Dios. Nunca es tarde, nunca es mucho, nunca es demasiado. Nada puede apagar nuestra esperanza. Nada ni nadie puede cerrarnos al amor. La capacidad infinita de perdón que tiene Dios, su actitud permanente de brazos abiertos pide y provoca espontáneamente una correspondencia generosa, un sí decidido y constante a cada exigencia de nuestra condición de hijos de Dios.
"Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano que no tropezarán" (Jr 31, 9). Caminar por una ruta retorcida, dura y empinada. Dejando el hogar cada vez más lejos, los rincones que nos vieron crecer, los recuerdos de los momentos decisivos, las alegrías y las penas, la tierra donde la vida propia echó sus raíces y sus ramas, sus flores y sus frutos. Marchar. Teniendo por delante un horizonte desconocido, un paisaje envuelto en el azul difuso de las distancias, con unas personas diferentes, entreviendo situaciones difíciles, con la inquietante duda de lo que se ignora. Una caravana que avanza perezosamente entre cantos de nostalgias, en el silencio de las lágrimas.
Pero Dios nos traerá nuevamente hasta nuestra buena tierra. Nos guiará entre consuelos. Y las lágrimas se cambiarán en risas, los lamentos en canciones alegres. Dios nos devolverá el gozo del corazón. Nos colocará junto al torrente de las aguas, nos llevará por un camino ancho y llano, en el que no hay posible tropiezo.
Señor, mira nuestra vida afincada en el destierro, sembrada en este valle de lágrimas. Compadécete de nosotros, de este pueblo que camina doliente por esta tierra extraña y triste. Allana el camino, abre nuevas sendas, deja que nos apoyemos en ti. Estate siempre muy cercano, quédate con nosotros que la tarde se muere y la noche negra nos atemoriza.
2.- COMO BARTIMEO. "Hijo de David, ten compasión de mí" (Mc 10, 47). Bartimeo era un pobre ciego que pedía limosna al borde del camino que, procedente de Jerusalén, llega a Jericó. Hasta que un día pasó Jesús cerca de él. Al principio, el ciego sólo percibía el rumor de la gente que pasaba, más bulliciosa que de costumbre. Extrañado ante aquel alboroto preguntó que ocurría: Es Jesús de Nazaret que pasa, le dijeron. Entonces la oscuridad que le envolvía se tornó luminosa y clara por la fuerza de su fe, y lleno de esperanza comenzó a gritar con todas las fuerzas: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí..."
También nosotros somos muchas veces pobres ciegos sentados a la orilla del camino, pordioseando a unos y otros un poco de luz y de amor para nuestra vida oscura y fría. Sumidos como Bartimeo en las tinieblas de nuestro egoísmo o de nuestra sensualidad. Quizá escuchamos el rumor de quienes acompañan a Jesús, pero no aprovechamos su cercanía y seguimos sentados e indolentes, tranquilos en nuestra soledad y apagamiento. Es preciso reaccionar, es necesario recurrir a Jesucristo, nuestro Mesías y Salvador. Gritarle una y otra vez que tenga compasión de nosotros.
La voz del ciego se alzaba sobre el bullicio de la gente, tanto que era una nota discordante y estridente, molesta para todos. Cállate ya, le decían. Pero él gritaba aún más. Jesús no quiso hacerle esperar y llevado de su inmensa compasión llamó a Bartimeo. Cuando el mendigo escuchó que el Maestro lo llamaba, arrojó su manto, loco de contento, dio un salto y se acercó como pudo a Jesús.
Eran sentimientos de júbilo indescriptible, que también han de embargar nuestros corazones, pues también a nosotros nos llama Cristo para preguntarnos como a Bartimeo: "¿Qué quieres que haga yo por ti?”. Bartimeo no dudó ni un momento en suplicar: "Maestro, que pueda ver". Jesús tampoco retarda su respuesta: "Anda, tu fe te ha curado". Y al instante la oscuridad del ciego se disipa bajo una luz que le permite contemplar extasiado cuanto le rodea, ese espectáculo único que es la vida misma.
Vamos a seguir clamando con la misma plegaria en el fondo de nuestra alma, sin cansarnos jamás: Señor, que yo vea. Señor, que pueda contemplar tu grandeza divina en las mil minucias humanas y materiales que nos circundan, que tu luz mantenga encendido nuestro amor y brillante nuestra esperanza.

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Dar la vida por amor

10/21/2018

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Por Francisco Javier Colomina Campos
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El pasado domingo escuchábamos como Jesús, en su camino hacia Jerusalén, se encontró con aquel joven rico. Tras este encuentro, y ya muy cerca de Jerusalén, Jesús vuelve a anunciar su pasión y resurrección por tercera vez a sus discípulos. Después de esto, como escuchamos en el Evangelio de este domingo, dos de los apóstoles, Santiago y Juan, piden a Jesús sentarse a su lado en su gloria. Jesús aprovecha para explicar una vez más cómo ha de ser un verdadero discípulo suyo.
1. Los apóstoles no habían comprendido todavía qué significaba eso de dar la vida por amor. Por eso, aunque Jesús les estaba explicando que Él iba a dar la vida muriendo en la cruz y que iba a resucitar al tercer día, sin embargo los apóstoles estaban pensando en su interior cómo ser el más importante. Así, vemos cómo Santiago y Juan se acercan al Señor para presentarle una exigencia. No era una simple petición que le hacían a Jesús, sino que era una verdadera exigencia: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Y lo que le exigen a Jesús es ni más ni menos que ocupar los primeros puestos en su gloria. Jesús había hablado en muchas ocasiones del Reino de Dios, y los discípulos, que entendían este Reino como si de un reino terrenal cualquiera se tratase, estaban esperando que Jesús les ofreciese los primeros puestos a ellos que lo habían dejado todo por seguirle. ¡Todo lo contrario a lo que Jesús estaba enseñando! Ante esta petición, Jesús responde: “No sabéis lo que pedís”. Ciertamente aquellos apóstoles no habían comprendido nada del mensaje del Maestro. Resulta curioso que Jesús no responde ni afirmativa ni negativamente a la exigencia de los apóstoles. Tan sólo les pregunta si van a ser capaces de beber el cáliz que Él va a beber y de ser bautizados con el bautismo con el que Él va a ser bautizado. Jesús no les dice ni sí ni no, sin embargo les señala cuál es el camino por el que se va a la gloria: el cáliz y el bautismo del que habla Jesús aquí hacen referencia a su pasión y muerte, a entregar la vida. Así, Jesús les enseña que para entrar en la gloria, hay que pasar primero por dar la vida, como Él mismo hará cuando llegue a Jerusalén.
2. Pero no nos quedemos pensando que sólo Santiago y Juan eran los que buscaban los primeros puestos. Los demás apóstoles pensaban igual que ellos dos, pues después de esta exigencia a Jesús, los otros diez se indignaron, pensando “quiénes son estos dos para quedarse con los mejores puestos sin contar con nosotros”. Esta actitud de los apóstoles, tanto la de Santiago y Juan como la de los otros diez, lamentablemente se sigue repitiendo tantas veces hoy en nuestra Iglesia, entre nosotros los cristianos. Nos gusta muchos a los cristianos eso de ver quién es el que manda, de buscar la autoridad y el poder, incluso dentro de la comunidad, en la parroquia, en la Iglesia. Por eso nos viene muy bien escuchar de nuevo las palabras que Jesús les dirigió a los apóstoles: “Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Éste es el único camino para llegar a la gloria: ser el servidor y el esclavo de los demás. No dejemos que la mundanidad entre en nuestra Iglesia y entre los cristianos. Mientras que el mundo se pelea por mandar más y por tener más poder, los cristianos hemos de preocuparnos más bien por servir, por ponernos a disposición de todos. Y Jesús no ha dicho que hemos de ser esclavos de algunos, de nuestros amigos o de los que nos caen bien. Ha dicho que hemos de ser esclavos de todos. Es el amor al prójimo que se manifiesta en las obras, en nuestra actitud de servicio. Pues no podemos decir que amamos a los demás si no somos capaces de ponernos a su servicio. Así es el amor de Dios, y así nos pide Dios que vivamos el amor.
3. Este modo de vivir sirviendo y entregando nuestra vida por los demás, es lo mismo que ha hecho Cristo por nosotros: “Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Así lo podemos leer en la primera lectura de hoy, del libro de Isaías, un fragmento que pertenece al cuarto cántico del Siervo de Yahvé. Este Siervo, que nosotros identificamos con Cristo, ha traído la justificación por medio de su sufrimiento y de la entrega de su vida. Es el sufrimiento el que nos salva. Pero no un sufrimiento vacío de sentido, sino el sufrimiento que viene del amor, de la entrega. De nada sirve sufrir por sufrir si no es por amor. Así es la pasión y la muerte del Señor: por amor a nosotros. Y ese sufrimiento es redentor. Del mismo modo, en la segunda lectura, el autor de la carta a los Hebreos nos presenta a Cristo como el Sumo Sacerdote capaz de comprendernos porque Él mismo ha sido probado en todo, como nosotros, excepto en el pecado.
4.- Cristo, el esclavo de todos, el siervo sufriente, entrega su vida por amor. Y esa entrega nos redime y nos salva. Pero si queremos entrar en su gloria, hemos de vivir nosotros ese mismo amor, hemos de ser también nosotros siervos de los demás, hemos de beber del mismo cáliz y recibir el mismo bautismo de Cristo. Ése es el camino para la gloria, bien distinto de los caminos que nos ofrece el mundo, caminos de poder, de autoridad. Que María, que se proclamó a sí misma la esclava del Señor, nos ayude a vivir de este modo, siendo como ella servidores del Señor y esclavos los unos de los otros, para llegar así a la gloria que Cristo nos ha prometido.

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El Señor gusta de los corazones apasionados

10/15/2018

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Por Antonio García-Moren
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1.- DANOS TU SABIDURÍA. - "Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría" (Sb 7, 7). El autor del libro sagrado exulta de gozo. Ha rogado a Dios que le conceda la sabiduría y Dios le ha escuchado, ha satisfecho su deseo. Él no pedía riquezas, ni salud, ni prosperidad. Él sólo quiso ser prudente, tener la justa medida de las cosas, poseer la sabiduría que le hiciera comprender el sentido real de la vida y de la muerte, capaz de verlo todo bajo el prisma mismo de Dios.

Cómo tenemos que aprender a pedir al Señor lo que más nos conviene, lo que en verdad es mejor para nosotros. A veces, por no decir siempre, pedimos solamente cosas materiales, cosas que duran poco o que no sirven para gran cosa: éxito en los negocios, suerte en la lotería o en las quinielas, salud para el cuerpo, una vida confortable y sin complicaciones. Cosas que son buenas, sí, pero que no son las más importantes, ni las más necesarias. Cosas que se quedan en la materia, sin tener en cuenta las exigencias del espíritu. Cosas que a menudo son incluso un estorbo para vivir mejor nuestro cristianismo. Cosas que, a la larga, nos alejan del Señor. Si todo lo tuviéramos solucionado, terminaríamos olvidándonos de Dios.

Hoy, reflexionando ante la oración del sabio de la Biblia, vamos a pedirte con él, Señor, que nos concedas la sabiduría. Ese don del Espíritu Santo que nos haga vivir de otro modo. Más conscientes del valor relativo que tienen las cosas materiales. Persuadidos de que una sola cosa es necesaria, sólo una es imprescindible, sólo una es definitiva: vivir y morir plenamente nuestra fe de cristianos, esta aventura fabulosa de amarte sobre todas las cosas, y de querer sinceramente a los demás. Somos torpes, pobres ciegos incapaces de descubrir la luz, caminando sin rumbo por una noche perenne. Sé tú, Señor, nuestro buen lazarillo, atiende nuestra súplica y concédenos la sabiduría.

"La preferí a los cetros y a los tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza. No la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena, y junto a ella la plata vale lo que el barro". Palabras extrañas para nuestros oídos, incomprensibles para nuestra corta inteligencia. Y, sin embargo, es la verdadera ciencia, la oculta sabiduría de los que realmente saben.

"La preferí a la salud y a la belleza, me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Todos los bienes juntos me vinieron con ella, había en sus manos riquezas incontables". Todo viene con la sabiduría de Dios. El alma se llena de alegría sin fin. El cuerpo, también el cuerpo, se transforma. La paz sin sombras invade la vida. Una paz imperdurable. Y en medio de la lucha de cada día, en medio de las rudas tempestades del vivir de siempre, las aguas se remansan en el fondo del corazón. Dándonos una calma serena que domina cada situación... Otra vez, Señor, te lo pedimos: danos tu sabiduría. La preferimos -díselo de veras, aunque te cueste entender-, la preferimos a todos los bienes de la tierra.

2.- ¡SÍGUEME! - El joven rico del Evangelio de hoy ha quedado como prototipo de vocación frustrada, de ilusiones rotas, de deseos fallidos. Él tenía buena voluntad e inquietud por ser cada vez mejor, por alcanzar metas más altas. Aspiraba nada menos que a conquistar la vida eterna. En esto es ya un ejemplo para cada uno de nosotros, tan conformistas a veces, tan aburguesados a menudo, tan amigos de la postura horizontal, tan dados a no querer complicarnos la vida, como si fuera suficiente un ir tirando para lograr el premio final. No nos engañemos y despertemos de nuestro cómodo dormitar en una mediocridad anodina. Sólo los esforzados, los violentos, los que luchan por mejorar cada día, alcanzarán la dicha de los justos.

El Señor responde a aquel muchacho que tantas ganas tenía de ser perfecto. Primero es preciso cumplir los mandamientos de la Ley de Dios. Ese es el principio, los cimientos sobre los que hemos de edificar nuestra amistad con Dios. Nadie, en efecto, puede ser amigo suyo y al mismo tiempo no cumplir sus mandatos. Eso sería una paradoja, un absurdo, una mentira. Vosotros sois mis amigos nos dice Jesús, si hacéis lo que os mando.

Pero ese muchacho quiere más, su espíritu anhela volar alto, llegar hasta la cima más elevada de la perfección. Al verle tan audaz y entusiasmado, Jesús le mira con amor. El Señor gusta de corazones apasionados, capaces de grandes sueños, de proyectos imposibles e ilusiones juveniles, de espíritus con aire deportivo que luchan por llegar lo más arriba posible en el itinerario hacia Dios. Lástima que este muchacho se echara atrás en el momento decisivo. Su mirada clara y luminosa se ensombreció, su corazón joven envejeció de pronto, se anquilosó. El que vino con tanta urgencia se quedó parado en su marcha hacia adelante, se retiró entristecido. El que hubiera sido quizá otro discípulo amado, otro apóstol apasionado y valiente, se quedó enmarcado en ese personaje triste que dijo que no a la llamada de Dios.

También hoy pasa Jesús por nuestras calles, también hoy muchos corren tras de él con el corazón cargado de ilusiones y de buenos deseos. Como entonces, hay quienes le siguen después de haberlo abandonado todo por él, encontrando luego cien veces más de cuanto dejaron. Otros, como el joven rico, se echan atrás cuando oyen la voz del Señor que los llama a una vida abnegada y generosa, se quedan tristes y aburridos, agarrados a esas riquezas caducas que de poco les servirán.

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Dios, Diálogo y Detalles

10/7/2018

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Por José María Martín OSA
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1.- “El amor es comprensivo”. En el matrimonio, tanto el hombre como la mujer "son una sola carne" y, por tanto, busca siempre el uno la felicidad del otro. Ya no se preguntará si "yo soy feliz", sino si "estoy haciendo feliz al otro". Porque en la medida en que el esposo haga feliz a su mujer, será también él feliz y viceversa. En el matrimonio hay un compromiso de amar para siempre, pero para que esto sea posible "hay que cuidar el amor", como cuidamos una planta para que no se seque. Y sólo se cuida el amor cuando se dedica el tiempo necesario al otro, cuando se es capaz de renunciar a uno mismo en favor del otro, cuando el diálogo y la tolerancia tienen cabida dentro del hogar. Pregunté a un matrimonio en la celebración de sus bodas de oro cuál era el secreto de que se quisieran tanto y me respondieron al unísono: "comprensión, mucha comprensión……. Comprender al otro es ponerse en su lugar, es ser capaz de sufrir y alegrarse cuando el otro sufre o se alegra, igual que todo nuestro cuerpo sufre cuando le duele un miembro. Amar de verdad es ser capaz de decir "lo siento" y "te perdono", igual que se dice "te quiero". Para conseguir el éxito en el matrimonio hay que tener presente las tres “D”: Dios, diálogo y detalles
3.- Es un amor que toma la iniciativa. El proyecto de amor según Dios exige permanencia y tiene ansias de plenitud y para siempre, "hasta que la muerte nos separe". Pero la realidad es que este ideal no se puede vivir por diversas razones. En este caso la Iglesia debe ser acogedora. Así lo manifestado repetidas veces el Papa Francisco y lo destacó en la “Amoris laetitia”. Hay tres palabras claves para el Papa en el matrimonio: “permiso, perdón y gracias”. El respeto, el perdón y el agradecimiento son fundamentales en la vida del matrimonio. El verdadero amor no espera que el otro dé el primer paso. Se lanza el primero para hacerle feliz. Además, es comprensivo, disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites. El amor lleva a aceptar al oro como es, sin pretender cambiarlo, ni dominarlo, ni anularlo…. Quiere la realización del orto sin esclavitudes. Es como tener al ser querido como en un pedestal, buscando en todo momento su bien.
3.- Un amor total, fecundo y fiel. Supone entrega total de uno mismo. Pone en juego todo lo que somos. La persona es corazón: amar es darse. Cada uno se ofrece al otro su cariño para hacer feliz al otro. La persona es libertad, decisión: los esposos se dan un sí que compromete toda su vida. Es como si se dijeran; “Mi vida eres tú”, o “sin ti no soy nada”. El amor mutuo es el mejor camino para entender y amar a Dios. Necesita salir de sí mismo, dar vida: los hijos, fruto del amor. Pero debe ser fecundo para los demás. No se trata solamente de mirarse el uno al otro, sino también de mirar juntos a los demás, para que el amor sea también bendición para otros muchos. Es un amor fiel, que tiene que crecer y que hay que cuidar No podemos ser ingenuos y pensar que crece sólo. Se cuida cada día con los pequeños detalles, la comunicación y el dedicar tiempo al otro… Hay que evitar todo aquello que pone en peligro al amor y favorecer lo que lo hace crecer, como dice esta parábola:
“Un esposo fue a visitar a un sabio consejero y le dijo que ya no quería a su esposa y que pensaba separarse.
El sabio lo escuchó, lo miró a los ojos y solamente le dijo una palabra: Ámala, luego guardó silencio.
-Pero es que ya no siento nada por ella.
Ámala, repuso el sabio.
Y ante el desconcierto del señor, después de un oportuno silencio, el viejo sabio agregó lo siguiente: Amar es una decisión, no un sentimiento; Amar es dedicación y entrega, amar es un verbo y el fruto de esa acción es el amor.
El Amor es un ejercicio de jardinería: arranca lo que le puede hacer daño a tu jardín, prepara el terreno, siembra, sé paciente, riega y cuida. Debes estar preparado porque habrá plagas, sequías o excesos de lluvias, mas no por eso abandone tu jardín.
Ama a tu pareja, es decir, acéptala, valórala, respétela, dale afecto y ternura, admírala y compréndela. Eso es todo, Ámala”.


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