Parroquia San Miguel Arcangel- Cabo Rojo P.R.
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3.- EN DIOS VIVIMOS, NOS MOVEMOS Y SOMOS

5/25/2019

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Por Gabriel González del Estal
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1.- El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos mansión en él. En el libro de los Hechos se nos dice que Pablo, cuando fue invitado por los atenienses a que hablara en el Areópago para explicarles lo que afirmaba sobre Cristo, llamándole Dios, les citó a un poeta estoico, Arato, que ya había afirmado tres siglos antes que en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Si vosotros mismos, como dice vuestro poeta, argumentaba san Pablo, dice que todos vivimos, nos movemos y existimos en Dios, no debíais escandalizaros de que yo os diga que el Cristo del que yo os hablo fue Dios. Hasta ahí, parece que los atenienses escucharon con interés a Pablo, pero cuando le oyeron hablar de la resurrección de Cristo le abandonaron, considerándolo un charlatán un poco loco. Bien, nosotros, los cristianos, creemos en la resurrección de Cristo y creemos, como nos dice en el evangelio de hoy san Juan, que si amamos a Dios existimos en Dios, porque Dios viene al alma del que le ama y hace en él su mansión. Si amamos a Dios somos personas habitadas por Dios, espiritualmente llenas de Dios. Lo importante es que nosotros amemos a Dios como verdad y vida de nuestra vida, porque si lo hacemos así Dios no nos va a fallar nunca. Hace ya más de un siglo, una religiosa carmelita, sor Isabel de la Santísima Trinidad, hablaba y gozaba hablando y escribiendo sobre la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo. San Juan, muchos siglos antes, hablaba y gozaba escribiendo esto mismo con otras palabras: puesto que Dios es Amor, Dios vive en toda persona a la que ama. Si amamos al Dios Amor, no podemos vivir de otra manera que amando, porque, de lo contrario, no amaríamos al verdadero Dios. Dejémonos amar por Dios, abramos las puertas de nuestro corazón a Dios, y Dios vivirá en nosotros como amor. Esto, que es algo gratuito por parte de Dios, exigirá de nuestra parte un gran esfuerzo, si de verdad nos decidimos a vivir como linaje de Dios, como hijos amados de Dios. En esta vida no hay nada más difícil que amar a dios y al prójimo de verdad, como Dios quiere que amemos.
2.- La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. El que ama de verdad a Dios y al prójimo vive con el alma llena de paz interior, porque sabe que si Dios está en él y con él nada ni nadie lo podrá derribar espiritualmente. La paz del mundo es una paz llena de sobresaltos físicos, sociales y políticos; la paz de Dios es vivir en Dios, con el alma siempre abierta al bien de los hermanos. Aprendamos a vivir nosotros hoy en paz, en la paz de Dios, aunque las circunstancias sociales y políticas nos inviten a vivir en continuo sobresalto. Los grandes santos fueron almas llenas de paz interior, de la paz de Dios.
3.- Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros ni imponeros más cargas que las indispensables. Esto es lo que nos dice, en síntesis, hoy la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, cuando el problema de la circuncisión obligatoria estaba rompiendo la unidad de la primitiva Iglesia de Jesús. La respuesta de los Apóstoles fue clara: que ni la circuncisión, ni la ley de Moisés entera podrían salvarles; sólo el amor a Dios y al prójimo en Dios pueden salvar. Porque el mandamiento nuevo de Jesús era esencialmente sólo eso: que nos amemos unos a otros como él nos ha amado. No seamos ahora nosotros tan literalmente legalistas, que olvidemos que el espíritu de la ley de Jesús es siempre sólo eso: el amor. La famosa frase de san Agustín, “ama y haz lo que quieras”, bien entendida, quiere decir esto mismo.
4.- El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios… Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La “nueva Jerusalén” de la que nos habla el Apocalipsis es la ciudad ideal, la ciudad en la que reinará Dios, el verdadero reino de Dios. Hacia esa Jerusalén ideal, hacia ese reino de Dios, es adonde debemos aspirar a vivir los cristianos de hoy. Una ciudad y un reino que aún no están por desgracia en este mundo, pero al que los cristianos debemos caminar con nuestro comportamiento y con nuestros deseos, con nuestro amor. Para llegar a ella, nuestra única ley, nuestro único santuario, es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Sólo si Dios es el verdadero rey de nuestros corazones, si de verdad amamos a Dios, podremos decir también nosotros que vivimos, somos y existimos en Dios, porque Dios nos amará y vendrá a nosotros y hará en nuestro corazón su morada, como nos dice san Juan.


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La iglesia de la tierra

5/19/2019

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Por Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es

En este quinto domingo de Pascua, la Iglesia nos invita a dar gracias a Dios por su misericordia. En el salmo hemos rezado juntos “Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey”. Recordamos las hazañas de Dios en nosotros, su misericordia. Y lo hacemos unidos a toda la Iglesia, fundada por el mismo Cristo, que tiene como misión fundamental llevar a todos los pueblos la alegría del Evangelio. Las lecturas de hoy nos hablan de la Iglesia de la tierra, formada por todos nosotros, los bautizados, cuyo signo de identidad es el amor mutuo que Cristo nos enseña en el Evangelio de hoy, pero que está a la espera de llegar al Cielo, donde está la Iglesia triunfante, participando de la gloria de Dios y de Cristo resucitado.

1. La Iglesia de la tierra. En la primera lectura de este domingo escuchamos cómo se va constituyendo la Iglesia ya en los primeros años. Pablo y Bernabé, como hemos escuchado en la lectura del libro de los Hechos de los apóstoles, van recorriendo las ciudades anunciando la buena noticia del Evangelio. Escuchamos como la primera Iglesia era una verdadera comunidad de discípulos, en la que todos se sentían hermanos, que compartían todo, incluso la alegría por la evangelización de nuevos pueblos. Al llegar a una nueva ciudad, Pablo y Bernabé, como los demás discípulos, fundaban una comunidad de cristianos y la estructuraban ya desde el comienzo con presbíteros. La oración era una parte fundamental en las primeras comunidades cristianas, y la fe era el fundamento de éstas. Tenían muy presentes la conciencia de ser enviados, de ser misioneros que se dejaban llevar por Dios que los iba guiando de una ciudad a otra. Cuando se reunían, contaban las maravillas que Dios había hecho por medio de ellos. Así lo hemos escuchado también en el salmo: “que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas”. El testimonio de los cristianos es el mejor modo de evangelizar. Hoy también la Iglesia ha de ser misionera, salir de sí misma, ir a todos los rincones del mundo, para anunciar con alegría la buena noticia del Evangelio. El mejor modo de contagiar a los demás la alegría de la fe es la unión de los cristianos, la oración, el contar con alegría lo que Dios ha hecho con cada uno de nosotros y el ejemplo de una vida de comunión.

2. El mandamiento nuevo del amor. La unidad y la comunión, que es propia de los cristianos, viene del mandamiento que el mismo Cristo nos dejó en el Cenáculo el Jueves Santo y que hemos escuchado hoy en el Evangelio: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la señal que identifica a los cristianos. No podemos decir que somos cristianos si no vivimos con verdad el mandamiento del amor, por mucho que hagamos prácticas religiosas. De nada sirve participar en los sacramentos y en la piedad popular si no va acompañado de una voluntad de vivir aquello que Cristo nos enseñó y que ÉL mismo vivió con nosotros: el amor hasta dar la vida. El mandamiento que nos da el Señor es nuevo, porque ya no se trata de amar al próximo como nos amamos a nosotros mismos, tal como aparecía en la Antigua Alianza. Cristo nos pide algo más: que amemos a los demás como Cristo nos amó a nosotros. Y Cristo nos amó entregando su vida en la cruz. Por eso hoy, la palabra de Dios nos llama a vivir ese mismo amor de Dios hacia los demás. Esto es lo propio de los cristianos. Si todos los cristianos viviéramos así, la Iglesia sería de verdad misionera, llevaría la buena noticia del Evangelio allá donde hubiese cristianos, no tanto por nuestras palabras, sino sobre todo por el ejemplo de nuestra vida, de un amor auténtico.
​

3. La Iglesia del Cielo. Pero la Iglesia no vive sólo aquí en la tierra. Como leemos hoy en la segunda lectura del libro del Apocalipsis, el primer cielo y la primera tierra pasan, porque Cristo, con su muerte y resurrección, ha abierto un nuevo cielo y una nueva tierra. Así nos cuenta el autor del libro del Apocalipsis cómo será esta nueva Iglesia, como la nueva Jerusalén: arreglada como una novia, donde ya no habrá ni llanto, ni luto ni dolor. Un mundo nuevo que Dios nos ha prometido, y que nosotros anhelamos mientras vivimos todavía en esta tierra. Sabemos bien que, para llegar a la Jerusalén del cielo, a la Iglesia triunfante, al Reino de los cielos, hemos de vivir aquí en la tierra como verdaderos hijos de Dios, miembros de esta Iglesia de la tierra, amándonos unos a otros como Cristo mismo nos amó.
Vivamos con alegría la fiesta de la resurrección que celebramos aquí en la tierra en el sacramento de la Eucaristía. En cada Misa, la Iglesia de la tierra mira a la Iglesia del cielo con esperanza. Esa es nuestra patria definitiva. Hasta que lleguemos allí vivamos aquí en la tierra como Cristo nos enseñó, amándonos de verdad unos a otros. Así seremos la señal de Dios en la tierra y alcanzaremos la ciudad futura. Este amor lo celebramos cada día en la Eucaristía: Cristo se entrega como nosotros. Que al salir hoy de Misa tengamos este firme propósito de amar como él nos amó.
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PASTORES CON OLOR A OVEJA

5/11/2019

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Por Gabriel González del Estal
​ww.betania.es

1.- Pastores con olor a oveja y sonrisa de padre. Todos recordamos las palabras que dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa Crismal del Jueves Santo del año pasado. Dijo el Papa que él quería para su Iglesia curas con olor a oveja y sonrisa de padre, no pastores con cara de vinagre, ni pastores aburridos, ni pastores que huelen a perfume caro y te miran desde lejos y desde arriba. Es decir, que el Papa quiere que los curas seamos cercanos, sencillos y humildes, comprometidos con los problemas de la gente; no quiere curas que esperen, atrincherados en la sacristía o en el despacho, sino que salgan fuera y se impliquen y se compliquen directamente con los problemas del pueblo sencillo. El Papa Francisco no quiere esto por capricho, o por snob, sino porque sabe que así lo hizo Jesús, el Buen Pastor. Jesús no se refugió en el templo, o en la sinagoga, sino que recorrió los caminos de Galilea, predicando el reino de Dios, curando enfermos, acercándose con amor a las personas más marginadas y desprotegidas. Así lo indican sus parábolas sobre la oveja perdida, el hijo pródigo, su actitud ante la mujer pecadora, o, sin ir más lejos, las palabras que leemos hoy en este bello relato evangélico de san Juan, referido a Jesús como el Buen pastor. 
2.- Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Que Jesús quiere ser el Buen Pastor no sólo de los curas, sino de todos los fieles cristianos, lo dudamos ninguno de nosotros, los cristianos; ahora bien, que nosotros, los cristianos, queramos ser de verdad ovejas de su rebaño y escuchemos su voz no es tan seguro. Porque es evidente que para que Jesús pueda ser realmente nuestro buen pastor, nosotros tenemos que desear ser ovejas suyas, es decir, escuchar su voz y seguirle. Porque Jesús quiere que le sigamos y escuchemos su voz como personas libres y conscientes, no como animales aborregados. Pidamos, pues, al Buen Pastor que todos los cristianos sigamos caminando en pos de sus pasos y que él siga siendo nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.
3.- Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Pablo y Bernabé, como todos los demás discípulos y apóstoles del Maestro, quisieron cumplir el mandato de Jesús, de predicar el evangelio hasta el extremo de la tierra. Sufrieron muchas persecuciones y fatigas a causa de su predicación, pero nunca desistieron y fueron capaces de sufrir y hasta de dar su vida antes que renunciar al cumplimiento del mandato del Señor. Cuando nosotros tengamos algún problema o contradicción por causa de nuestro comportamiento y de nuestro proceder cristiano, acordémonos de los apóstoles y primeros discípulos de Jesús, porque sabemos que ser ovejas del Buen Pastor, Jesús, supone, por nuestra parte, decisión, entrega y sacrificio.
4.- Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero…Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.  Estas palabras del Apocalipsis van dirigidas a una comunidad que estaba sufriendo persecución y muerte a causa de su fe. Habla de los mártires que ya estaban en el cielo, después de haber lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero. Estamos en tiempo de Pascua de Resurrección y debemos creer firmemente que también nosotros resucitaremos en los brazos de Dios si somos fieles a nuestro Maestro y Buen Pastor. Actuar en tiempos difíciles movidos por la esperanza en la Resurrección no es fácil, porque las potencias de este mundo tiran de nuestro cuerpo y nos incitan a vivir cómodamente aquí en la tierra. Pero si queremos ser buenas ovejas del Buen Pastor debemos saber que nuestra patria definitiva es el cielo, porque allí está él y hasta allí queremos seguirle. Ante el sufrimiento y el dolor sepamos que Dios siempre enjugará las lágrimas de nuestros ojos, si seguimos al Maestro, a nuestro Buen Pastor, hasta el final. Allí, en el cielo, ya no pasaremos hambre ni sed, sufrimiento, ni dolor, porque el primer mundo ya habrá pasado. Este es el principal mensaje que nos da el libro del Apocalipsis.
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REGALO Y EN ABUNDANCIA

5/5/2019

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Por Javier Leoz
​www.betania.es

¿Quieres ver lo qué te valora un amigo? Descubre el regalo que te ofrece y, sobre todo, si te acompaña cuando más lo necesitas o nadie está a tu alcance. Jesús Resucitado, de una forma sorprendente e inequívoca, se aparece a los discípulos y les regala una sustanciosa pesca milagrosa: de no tener nada, pasaron a tenerlo todo.

1.- Como cristianos no podemos perder la esperanza. En algunos momentos, y por diversos cauces, escuchamos que el mundo está perdido. Que no hay solución. ¡Mentira! La Pascua, el paso del Señor Resucitado, nos ha dejado la fuerza y el tesón de los que creen en El. ¿Podemos decepcionar al Señor con nuestro absentismo? ¿Por qué no echar, una y otra vez, las redes de nuestras buenas voluntades allá donde pensamos que todo está acabado? ¿Qué es difícil? ¿Que el cansancio hace mella en nuestro seguimiento a Jesús? No olvidemos que, Pedro, tres veces negó a Jesús y –a Pedro- tres veces Jesús le preguntó: ¿Me amas? En el fondo, en este domingo tercero de la Pascua, se descubre una vez más nuestra fidelidad y adhesión a Cristo. ¿Le amamos o dudamos? ¿Apostamos por Él o nos hemos echado en brazos de la tibieza?
¡Es el Señor! Y, por el Señor, antes y después, ahora, mañana y siempre nos hemos de emplear a fondo para sembrar en su nombre, para remar con Él y para intentar que el mundo, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, conozcan (los que todavía no lo han escuchado), reconozcan (los que lo han olvidado) a un Cristo que trae vida, ilusión y coraje para todos.

2.- Uno de los dramas que estamos padeciendo, a nivel espiritual, es que nunca la Iglesia, los sacerdotes o los agentes evangelizadores hemos empleado tantos medios y esfuerzos para incentivar el aprecio por las cosas de Dios. Hoy, con el evangelio en la mano, el Señor nos dice que no nos agobiemos por la ausencia de frutos. Tal vez, aunque nos cueste admitirlo, el reloj de Dios va a distinto ritmo que el nuestro. Nuestras horas son de sesenta minutos, nuestros años de 365 días pero, tal vez, Dios no cuenta los segundos como nosotros ni pasa las hojas del calendario como nosotros pretendemos. La Pascua, la resurrección de Cristo, nos invita a una obediencia y confianza absoluta en el Padre. Sólo así, como lo entendía Francisco de Asís al contemplar a su congregación con síntomas de decadencia, nos puede aportar un poco de calma, ilusión y serenidad. Toda la pesca no está alcance de nuestra mano ni todos los océanos son tan superficiales como quisiéramos para llegar hasta el fondo de los mismos: las personas.

3.- Los apóstoles, como nosotros en algunos momentos, estaban a punto de renunciar a todo. La pesca había sido infructuosa, decepcionante. Se sentían abandonados y desconcertados. Sólo, cuando apareció el Señor, el panorama cambió de color. Que también nosotros, lejos de abandonar cuando el horizonte es oscuro, imploremos, recemos y miremos al cielo buscando la mano siempre tendida de Jesús que sale en los momentos más amargos de tristeza y de dolor. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! ¡MERECE LA PENA OBEDECER AL SEÑOR!
​

4.- ¡POR TU NOMBRE, SEÑOR!
Echaré las redes de mi vida,
para que otros tengan savia y en abundancia
Esperaré a que el sol se imponga sobre las tinieblas
y comprender que, no hay noche que dure una eternidad
Miraré al fondo de los acontecimientos
y confiare en que, Tú y sólo Tú,
eres quien iluminas las sombras de la existencia humana


¡POR TU NOMBRE, SEÑOR!
Me desgastaré, en cuerpo y alma,
para llevar almas y corazones a tu encuentro
para que, el mundo, tan colapsado de cosas como vacío de sentido
recupere la alegría que nos ofrece tu ser resucitado


¡POR TU NOMBRE, SEÑOR!
Mantendré firme mi amor y fe en Ti
para, luego, ser ardiente antorcha
que irradie luz y paz allá donde me encuentre
Mantendré firme mi esperanza en Ti
para que, el hombre que busca y no encuentra,
sepa que en Ti encontrará siempre una respuesta


¡POR TU NOMBRE, SEÑOR!
Te amaré hasta el final y, amándote como Tú mereces,
sembraré de fraternidad y de perdón mis caminos
de alegría y de belleza los corazones de los que te anhelan
de regocijo y de seguridad
los rostros cansados de tantos caminos retorcidos
Amén
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