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¿Quieres ver lo qué te valora un amigo? Descubre el regalo que te ofrece y, sobre todo, si te acompaña cuando más lo necesitas o nadie está a tu alcance. Jesús Resucitado, de una forma sorprendente e inequívoca, se aparece a los discípulos y les regala una sustanciosa pesca milagrosa: de no tener nada, pasaron a tenerlo todo.
1.- Como cristianos no podemos perder la esperanza. En algunos momentos, y por diversos cauces, escuchamos que el mundo está perdido. Que no hay solución. ¡Mentira! La Pascua, el paso del Señor Resucitado, nos ha dejado la fuerza y el tesón de los que creen en El. ¿Podemos decepcionar al Señor con nuestro absentismo? ¿Por qué no echar, una y otra vez, las redes de nuestras buenas voluntades allá donde pensamos que todo está acabado? ¿Qué es difícil? ¿Que el cansancio hace mella en nuestro seguimiento a Jesús? No olvidemos que, Pedro, tres veces negó a Jesús y –a Pedro- tres veces Jesús le preguntó: ¿Me amas? En el fondo, en este domingo tercero de la Pascua, se descubre una vez más nuestra fidelidad y adhesión a Cristo. ¿Le amamos o dudamos? ¿Apostamos por Él o nos hemos echado en brazos de la tibieza?
¡Es el Señor! Y, por el Señor, antes y después, ahora, mañana y siempre nos hemos de emplear a fondo para sembrar en su nombre, para remar con Él y para intentar que el mundo, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, conozcan (los que todavía no lo han escuchado), reconozcan (los que lo han olvidado) a un Cristo que trae vida, ilusión y coraje para todos.
2.- Uno de los dramas que estamos padeciendo, a nivel espiritual, es que nunca la Iglesia, los sacerdotes o los agentes evangelizadores hemos empleado tantos medios y esfuerzos para incentivar el aprecio por las cosas de Dios. Hoy, con el evangelio en la mano, el Señor nos dice que no nos agobiemos por la ausencia de frutos. Tal vez, aunque nos cueste admitirlo, el reloj de Dios va a distinto ritmo que el nuestro. Nuestras horas son de sesenta minutos, nuestros años de 365 días pero, tal vez, Dios no cuenta los segundos como nosotros ni pasa las hojas del calendario como nosotros pretendemos. La Pascua, la resurrección de Cristo, nos invita a una obediencia y confianza absoluta en el Padre. Sólo así, como lo entendía Francisco de Asís al contemplar a su congregación con síntomas de decadencia, nos puede aportar un poco de calma, ilusión y serenidad. Toda la pesca no está alcance de nuestra mano ni todos los océanos son tan superficiales como quisiéramos para llegar hasta el fondo de los mismos: las personas.
3.- Los apóstoles, como nosotros en algunos momentos, estaban a punto de renunciar a todo. La pesca había sido infructuosa, decepcionante. Se sentían abandonados y desconcertados. Sólo, cuando apareció el Señor, el panorama cambió de color. Que también nosotros, lejos de abandonar cuando el horizonte es oscuro, imploremos, recemos y miremos al cielo buscando la mano siempre tendida de Jesús que sale en los momentos más amargos de tristeza y de dolor. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! ¡MERECE LA PENA OBEDECER AL SEÑOR!
4.- ¡POR TU NOMBRE, SEÑOR!
Echaré las redes de mi vida,
para que otros tengan savia y en abundancia
Esperaré a que el sol se imponga sobre las tinieblas
y comprender que, no hay noche que dure una eternidad
Miraré al fondo de los acontecimientos
y confiare en que, Tú y sólo Tú,
eres quien iluminas las sombras de la existencia humana
¡POR TU NOMBRE, SEÑOR!
Me desgastaré, en cuerpo y alma,
para llevar almas y corazones a tu encuentro
para que, el mundo, tan colapsado de cosas como vacío de sentido
recupere la alegría que nos ofrece tu ser resucitado
¡POR TU NOMBRE, SEÑOR!
Mantendré firme mi amor y fe en Ti
para, luego, ser ardiente antorcha
que irradie luz y paz allá donde me encuentre
Mantendré firme mi esperanza en Ti
para que, el hombre que busca y no encuentra,
sepa que en Ti encontrará siempre una respuesta
¡POR TU NOMBRE, SEÑOR!
Te amaré hasta el final y, amándote como Tú mereces,
sembraré de fraternidad y de perdón mis caminos
de alegría y de belleza los corazones de los que te anhelan
de regocijo y de seguridad
los rostros cansados de tantos caminos retorcidos
Amén