Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
“Si quieres puedes limpiarme” (Mc 1, 40). La lepra en los tiempos de Jesús era una enfermedad cruel y despiadada. Destruía la piel de quien estaba enfermo y provocaba un aislamiento debido a su contagio. La vida de los leprosos estaba marcada también por el rechazo social. Lo contemplamos en la primera lectura y en el Evangelio. Vivían apartados de la sociedad, rechazados por ellas, como personas olvidadas y sin importancia. Sin embargo, aquel hombre a pesar de su realidad se presenta con su miseria delante del Señor Jesús. Sale de su entorno y decide postrarse delante del Dios hecho hombre y clamarle “si quieres puedes limpiarme”. El Señor mirando la fe de aquel hombre, su historia y su necesidad decide limpiarle de su pecado.
El Señor quiere limpiarnos al igual que el leproso del Evangelio. Cuando Jesús vio la condición de aquel hombre se le conmovieron las entrañas. Dios quiere quitar la lepra que ensucia nuestra alma. Sin embargo, para limpiarla debemos acercarnos con un corazón sincero: es necesario reconocer con humildad nuestro pecado. Si no estamos conscientes de nuestras culpas nunca cambiaremos, nunca pediremos que el Señor nos limpie porque nos sentiremos perfectos y satisfechos. Jesús se conmovió ante la actitud del leproso que reconoció su enfermedad. Si queremos alcanzar la sanación espiritual es necesario humillarnos delante de Dios. Muy bien decía el salmista “un corazón quebrantado y humillado tu no lo desprecias Señor” (Ps. 51, 7).
Hoy día sufrimos de la lepra espiritual. Esta lepra se manifiesta de varias formas. El primer síntoma de la lepra espiritual es la soberbia. Creer que no necesitamos de nadie ni de Dios. Nos hace sentirnos tan omnipotentes que podemos llegar a creer dioses. En consecuencia, nos amamos tanto a nosotros mismos que podemos llegar al desprecio de Dios. Una de las consecuencias de esta lepra espiritual lo es el aislamiento. Cuando nos aferramos a la soberbia, a la envidia, la vanidad, la ira, la lujuria, la gula y la pereza acabamos por quedarnos solos. No solo rechazamos a Dios sino a todos aquellos que se acercan a nosotros.
La lepra de hoy día hace que seamos cada vez más distantes unos de otros. El individualismo hace que nos consumamos porque nos hace pensar que estamos solos. Aquel leproso del Evangelio reconoció su soledad y su vacío y se acercó a Jesús, se humilló delante de su Majestad y le dijo: “si quieres puedes limpiarme”. Esta puede ser una hermosa oración antes de ir al sacramento de la penitencia. Así el Señor nos limpia y nos guarda.