Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
“Porque yo el Señor, soy un Dios celoso” (Ex 20, 5). El centro de nuestra vida no puede ser otro sino solo Dios. Nada ni nadie puede tomar el lugar del Señor en nuestro corazón. Solo Él puede colmar e iluminar los vacíos de nuestra alma. Precisamente el pecado, la carne, el mundo y el Maligno buscan tomar el lugar de Dios en el corazón del ser humano. El Enemigo busca por todos los medios quitar a Dios del centro para poner cualquier cosa. Le hace pensar al hombre que puede conformarse con menos cuando en realidad está llamado a lo más grande. Mucha razón tenía san Agustín en el inicio de sus Confesiones: “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti” (Confe. 1, 1, 1).
Jesús entra al templo con un celo devorador. Entra al templo y empieza a volcar las mesas, los sacrificios y las ofrendas. La gente se escandaliza, los fariseos se preguntaban, ¿Quién se cree para hacer tal barbaridad? El modo de proceder de Jesús es un signo profético de lo que es el plan de Dios en el corazón del hombre. Cuando Dios entra en nuestra vida saca todo aquello que intente ocupar su lugar. En efecto, los sacrificios, las ofrendas y las oraciones se volvieron vacías en el tiempo de Jesús. Todo quedo como una práctica externa que no interpelaba el interior del ser humano que Dios quiere redimir.
Los gestos de Jesús manifiestan lo que Dios quiere hacer en nuestro interior durante esta cuaresma. El Señor quiere hacer de nosotros un templo nuevo; un hombre nuevo. Jesús entra en nuestra vida para destruir los altares que hemos construido a dioses extraños. Lo primero que viene a destrozar son los pecados capitales como lo son la soberbia, el orgullo, la vanidad, la ira, la gula, la pereza, la envidia y la lujuria. Los celos de Dios son capaces de destruir todo aquello que intente ocupar su lugar. Por eso el nuevo templo de Dios no ha sido hecho por hombres, sino que Dios mismo se ha hecho templo para dar un culto verdadero.
Jesucristo es el templo de Dios. En su cuerpo y por la gracia bautismal podemos dar el culto verdadero, justo y agradable al Señor. Allí dónde son congregados los bautizados, de modo especial en la Eucaristía, se manifiesta la gloria del Señor. Cuando celebramos la Eucaristía nos volvemos una verdadera casa de oración. Es en la Eucaristía donde Dios se hace el centro de nuestra vida. Es en ella dónde Dios toma posesión por medio de su espíritu nuestro corazón.
En esta cuaresma el Señor quiere hacernos templos vivos de su pertenencia. Adorar a Dios en el corazón, por medio de la asamblea litúrgica y en comunión con los hermanos esa es la voluntad del Todopoderoso. El Señor no quiere ser adorado en cualquier lugar, ¡no! El Señor quiere ser adorado en su Hijo Jesucristo que se manifiesta en la Eucaristía. La Eucaristía es manifestación del templo en el cual Dios quiere ser adorado y reconocido. Es cierto que Dios esta en todas partes, pero, no en todas partes se adora al Señor. Hay un lugar especifico que es la Iglesia. Ese es el lugar donde Dios quiere ser adorado, pero para eso debemos sacar fuera los ídolos que hay en nuestro corazón. Debemos dejar que Dios haga de nosotros piedras vivas en la construcción del Reino de los cielos en nuestra vida.