Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
Este domingo el Señor nos invita a reflexionar sobre nuestros temores y miedos. El miedo en nuestra vida es manifestación de aquello que tememos perder. Tenemos miedo a perder amigos, familiares, estilos de vida, etc. Pero por guardar esas cosas dejamos escapar el verdadero tesoro que es Dios. No solo eso, sino que también reina la desconfianza de unos y de otros porque pensamos que todos viven para hacernos daño. El miedo nos mueve siempre a confiar solo en nosotros mismos; en una autosuficiencia enfermiza que al final solo manifiesta nuestra debilidad. El miedo nos lleva al final a quedarnos solos, con nuestros pensamientos sin nadie que nos entienda. Hoy el Señor nos quiere salvar del miedo diciéndonos “no temas” porque “el verdadero amor vence el temor” (1 Jn 4, 18).
¿Cuál es el gran peligro del miedo? El miedo nos puede llevar a negar y herir a aquellos que amamos. El miedo fue lo que llevó a Adam y a Eva a esconderse de Dios; el miedo fue lo que llevó al rey Saul a desconfiar de Dios y buscar la ayuda de una nigromante; el miedo fue lo que llevó a Judas a ahorcarse, el miedo llevó a Pedro a negar al Señor. La pregunta es, ¿Qué te lleva a hacer a ti el miedo? No podemos ser movidos por el miedo sino por la verdad y el amor de Dios. La verdad y el amor nos ponen los pies en la tierra, nos enfrentan con nuestra realidad y nos enfrenta con los signos de los tiempos.
El miedo nos aparta de Dios; mientras que el amor y la fe nos acercan a él. Aun en los peligros podemos experimentar la cercanía de Dios. Los problemas y las dificultades deben volverse oportunidades para afianzar nuestra confianza en el Señor. Es lo que nos muestra la primera lectura, donde el profeta Jeremías es constantemente acechado por predicar la verdad que viene de Dios. Sin embargo, el profeta no se intimidó por sus perseguidores, sino que depositó su confianza en el Señor: “cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos” (Jer 20, 13).
Jesucristo invita a los discípulos a no tener miedo. Hemos recibido un espíritu de fortaleza y no de cobardía. No temas en reconocer tus pecados en la confesión, no temas en lo que te pueden hacer los demás; tu vida esta en las manos de Dios. Dice el apóstol San Pablo que “los que aman a Dios, toda obra para bien” (Rom 8, 24). Por eso debemos pedir siempre la virtud de la fortaleza al Espíritu Santo y no huir de las pruebas que se nos puedan presentar en el camino.
Enfrentemos nuestros miedos con la luz de Cristo. Luchemos contra ellos, nada hay por encima de Dios. Cuando luchas contra tus miedos te acercas más al amor de Dios; te acercas a tu prójimo, te conoces a ti mismo. Quien lucha contra el miedo con la gracia y la fuerza de Dios es capaz de vencer cualquier situación. Pidamos al Señor el don de la fortaleza para vencer nuestros miedos y aquellas cosas que nos alejan del Señor.