Parroquia San Miguel Arcángel, Cabo Rojo
“Tu fe te ha salvado”, dice el Señor. En este domingo contemplamos la escena de Jesús con la mujer cananea. Luego del episodio de la barca Jesús va con sus discípulos a la otra orilla. Lo cual los condujo a la región de Tiro y Sidón. Estos pueblos eran paganos y en la mentalidad judía Dios los había abandonado por sus idolatrías. Aquella región era un lugar dónde no podría brotar la fe y mucho menos realizarse un prodigio milagroso, porque era una tierra que había dado su espalda a Dios. Sin embargo, Jesús escucha a una mujer cananea y aunque al principio pareciera que la ignoraba e incluso rechazaba, ella no se dio por vencida, sino que siguió perseverando y luchando el buen combate de la fe. Aquella mujer quería que su hija fuese liberada de las garras del Maligno y el Señor miro esa fe.
El ejemplo de esta mujer nos debe llevar a pensar en nuestro modo de orar. Muchas veces sentimos que Dios no escucha a nuestras suplicas e incluso nos sentimos rechazados. Aquella mujer cananea se sintió de esa forma, pero no se dio por vencida. ¿Por qué no se dio por vencida? Porque sabía que el Señor le escucharía.
Es una oración de petición que arranca de una fe profunda en que Dios, en este caso Jesús, puede hacer lo que se le pide, y de una confianza ilimitada en que lo hará. La fe es el distintivo esencial del cristiano. Una fe que recibe lo que quiere, porque lo que quiere es la voluntad de Dios. La “lucha” que esta mujer mantiene con Jesús, que la rechaza una y otra vez, resulta paradigmática. Está en la línea de lo mandado por Jesús: “pedid... buscad... llamad...” Esto es lo que define sustantivamente al hombre. De ahí la necesidad de “luchar” con Dios en el terreno de una oración perseverante. La cananea obtuvo lo que pedía porque se mantuvo en esa actitud de esencial pobreza. Ante ella aparece la palabra de Dios: “...recibiréis, ...hallaréis, ...se os abrirá” (7. 7). Dios y el hombre puestos frente a frente y haciendo cada uno lo que le es propio.