Por: P. Ángel Ortiz Vélez
Las partidas son tristes, pero hoy celebramos una que es alegre. Jesús, después de resucitado, pasó cuarenta días apareciendose a los discípulos. Con la Asceción, el sube a las alturas, vuelve de donde vino: a la derecha del Padre. El Credo nos dice: "de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen... padeció y fue sepultado y resucitó al tercer día y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre...". Esta partida o subida de Jesús al cielo es la plenitud del misterio de la encarnación.
Jesús nos garantiza la plenitud de la vida: que si nosotros vivimos con Él y morimos con Él, resucitaremos y gozaremos de la plena visión de Dios, a la diestra del Padre. Al subir con su poder al cielo no se ha desaparecido definitivamente sino que sigue haciendose presente en nuestro mundo. Por eso convenía que él se fuera al Padre, para entonces enviarnos el Espíritu Santo y estar con nosotros siempre. Pero antes de subir al cielo y ocultarse entre las nubes (para asombro de los discípulos), Jesús les dice: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y se bautice se salvará, el que se resista a creer será condenado" (Mc 16,15-16). Por lo cual, antes de subir al cielo da esta etonces estncomienda a los once discípulos y desde entonces está la Iglesia en misión.
Hoy día somos nosotros los que tenemos que llevar la BuenNueva, predicar el Evangelio a todo el mundo; predicarlo con alegría y entusiasmo para que la gente se bautice, crea y se salve. Nos acompañarán los signos que hacía Jesús: craremos en su nombre, hablaremos lenguas nuevas y haremos milagros en su nombre. El gran milagro de hoy es que la gente se convierta, crea en Jesús, en su mensaje y en su Iglesia.