Vicario Parroquia San Miguel Arcángel - Cabo Rojo
El Buen Pastor es el que da la vida por sus ovejas. Dicho pastoreo es entregado por Cristo a los apóstoles y éstos a los sucesores de los apóstoles, los obispos, y en sus colaboradores los presbíteros. Ellos comparten los mismos sentimientos de Cristo Jesús y por esos sentimientos las ovejas reconocen la voz del Supremo Pastor, Jesucristo, porque son Otro Cristo; el mismo Cristo. Por eso el Buen Pastor se conoce por tres cualidades: hablar al corazón hasta conmoverlo, inspira la confianza y es capaz de dar la vida por los que están a su alrededor, de modo especial en los sacramentos.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos muestra la primera llamada del Buen Pastor: la conversión de los pecados. San Pedro, vicario de Cristo en la tierra, manifestación clara de la voz del Buen Pastor, llama a los que le escuchan a arrepentirse de sus pecados. Es la primera llamada del Señor a la oveja descarriada, “el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 14). Jesús conoce la herida de las ovejas. Esa herida es el pecado y es necesario sanarla por el bautismo para que el corazón sea libre y entre en comunión con Dios. Con el bautismo Cristo ofrece la verdadera vida a su rebaño. En el bautismo podemos encontrar la llamada amorosa a volver al camino correcto.
Esta búsqueda constante del Buen Pastor suscita en el corazón del creyente esperanza y fe. El apóstol San Pedro nos motiva a poner la confianza en el Señor y permanecer en el redil. El redil de Cristo es la Iglesia. Allí encontramos la voz del Pastor que nos nutre la esperanza y el pasto seguro de la Eucaristía que nos alimenta el alma. También encontramos la paz en el sacramento de la penitencia cuando la herida del pecado se vuelve a abrir por la tentación y la lucha constante. En este redil que es la Iglesia se cumplen a su vez las palabras del salmista: “en verdes praderas me hace recostar, me conduce a las fuentes tranquilas” (Ps. 23, 3).
El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. Ese Pastor es Cristo que dio su vida en la cruz para que el hombre tuviera vida eterna. Cada palabra, cada milagro era un signo de querer entregar la vida libremente por aquellos que la habían perdido por el pecado. En Él encontramos la verdadera vuelta al rebaño, al verdadero camino de salvación. Sólo Él puede llevarnos al encuentro verdadero con Dios. Por eso Cristo dice “Yo soy el Buen Pastor; el buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10, 11).
El Señor, luego de su resurrección y ascensión a los cielos, no ha dejado desprovista a la Iglesia de Pastores que le guíen. El día de la última cena ha establecido el sacerdocio ministerial para ofrecer su cuerpo y su sangre para seguir dando vida al rebaño. En la última cena el Señor hace realidad la promesa de Yahvé Dios a Jeremías: “os daré pastores según mi corazón” (Jer. 3, 15). Los sacerdotes son los pastores del rebaño de Dios, son los que ayudan al pueblo a encontrarse con el verdadero Pastor. San Pablo recalca que todo sacerdote debe tener los “mismos sentimientos de Cristo” (Flp. 2, 5). Estos sentimientos manifiestan la llamada de Dios que hace a los hombres participar de su único sacerdocio. Sólo existe un Sumo Sacerdote del cual participan de modo especial cada obispo, presbítero y diácono. Como es un único sacerdocio, debe ser a su vez un único sentimiento: “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Por tanto, todo aquel que se acerque con motivos ajenos, no es de Cristo, sino del enemigo vestido de cordero.
Esta semana la Iglesia nos provee un espacio para orar por las vocaciones sacerdotales. Es una oportunidad para pedir al Señor sacerdotes con corazón de pastor, con olor a oveja y que compartan los mismos sentimientos de Cristo; pero ante todo que nos pongan en sintonía con Dios. Para ello debemos pedir que sean oyentes asiduos del corazón de las ovejas, que brinden palabras de esperanza, pero sobre todo que den la vida por su rebaño. Para ello debemos orar y motivar a los jóvenes que tengan la inquietud de seguir al Señor como ministros de su Evangelio. Sin sacerdotes no hay Eucaristía; sin Eucaristía, no hay Iglesia; sin Iglesia, no hay Salvador; sin Salvador no hay salvación.