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1.- “Para ti quién soy yo?”. La pregunta de Jesús a sus discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada uno de nosotros y pide una respuesta. Una respuesta que no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús. Hoy escuchamos muchas veces dentro de nosotros la misma pregunta dirigida por Jesús a los apóstoles. Jesús se dirige a nosotros y nos pregunta: “para ti, ¿quién soy yo?” Seguramente daremos la misma respuesta de Pedro, la que hemos aprendido en el catecismo: “¡Tú eres el Hijo de Dios vivo, Tú eres el Redentor, Tú eres el Señor!”. Pedro fue ciertamente el más valiente ese día, cuando Jesús preguntó a los discípulos. Pedro respondió con firmeza: “Tú eres el Mesías”. Y después de esta confesión probablemente se sintió satisfecho dentro de sí: ¡he respondido bien! Sin embargo, el diálogo con Jesús no termina así: “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Pedro no lo entendía. No estaba de acuerdo con lo que había oído, no le gustaba ese camino proyectado por Jesús. Él razonaba así: “¡Tú eres el Mesías! ¡Tú vences y vamos adelante!”. Por esta razón no comprendía este camino de sufrimiento indicado por Jesús.
2.- Conocemos a Jesús como discípulos. Para responder a la pregunta de Jesús es necesario hacer el camino que hizo Pedro. En efecto, después de esta humillación, Pedro siguió adelante con Jesús, contempló los milagros que hacía Jesús, vio sus poderes... Sin embargo, Pedro negó a Jesús, traicionó a Jesús. Precisamente en ese momento aprendió esa difícil ciencia —más que ciencia, sabiduría— de las lágrimas, del llanto. Pedro pidió perdón al Señor. Reconoció en Jesús al “Siervo de Yahvé”, del que habla el profeta Isaías, que sufre los ultrajes y salivazos, que es apaleado sin tener ninguna culpa. Para conocer a Jesús no es necesario solo un estudio de teología, sino una vida de discípulo. De este modo, caminando con Jesús aprendemos quién es Él, aprendemos esa ciencia de Jesús. Conocemos a Jesús como discípulos. Lo conocemos en el encuentro cotidiano con el Señor, todos los días. Con nuestras victorias y nuestras debilidades. Por lo tanto, la pregunta a Pedro —¿Quién soy yo para vosotros, para ti? — se comprende sólo a lo largo del camino, después de un largo camino. Una senda de gracia y de pecado. Es el camino del discípulo. En efecto, Jesús no dijo a Pedro y a sus apóstoles: ¡conóceme! Dijo: ¡sígueme! Y precisamente este seguir a Jesús nos hace conocer a Jesús. Seguir a Jesús con nuestras virtudes y también con nuestros pecados. Pero seguir siempre a Jesús…… Se trata de un camino que no podemos hacer solos. Por lo tanto, se conoce a Jesús como discípulos por el camino de la vida, siguiéndole a Él.
3.- Todavía no estamos convertidos a Jesucristo. Quizá porque todavía no ha pasado por nuestra vida Jesús de Nazaret, quizá porque todavía no hemos tenido experiencia de Él. Tenemos un barniz de cristianos, pero por dentro no se nota que Jesús haya transformado nuestra vida. Gandhi dijo que los cristianos nos parecemos a una piedra arrojada al fondo de un lago. Por fuera parece que está mojada, pero el agua no ha penetrado por sus poros y no ha conseguido empaparla. Así ocurre con nosotros cuando no dejamos que la Palabra de Dios penetre en nuestro interior. Por eso nuestra fe es tan poco radical y nos conformamos con cumplir. Lo peor es que somos piedra de escándalo para muchos, porque es una fe sin obras que está muerta como dice la Carta de Santiago.
4.- Llevar la cruz de cada día. Es más fácil cumplir preceptos que no alteran nuestra vida que "mojarse" de verdad y dejar que el Evangelio cuestione nuestra vida y nuestras seguridades. No se trata de adaptar el Evangelio a nuestra vida, sino nuestra vida al Evangelio. Es más fácil responder de memoria, como un loro, que Jesucristo es el Hijo de Dios, que asumir el escándalo de la cruz. La cruz no hay que buscarla fuera. Está junto a ti, cuando reconoces tus debilidades, cuando las cosas no te salen bien, cuando llega el dolor o la enfermedad. No se trata de mera resignación, sino de ver en la cruz un sentido de liberación. Y, por supuesto, estar dispuesto a ayudar a los demás a llevar su cruz. Hay que ser capaces de dar la propia vida por Jesús y por el Evangelio para poder recuperarla. ¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? Si tienes este propósito, no te equivocarás, pues aunque aparentemente pierdas tu vida, encontrarás la vida de verdad, la que Él te ofrece. Entonces podrás experimentar la grata seguridad del profeta Isaías de que "El Señor te ayuda", y que "El sostiene tu vida", como nos dice el autor del Salmo 53.