Autor: P. Ángel Ortiz Vélez
Los judíos estaban en plena fiesta de Pascua. Había judíos de la diáspora y griegos que tenían curiosidad de ver a Jesús y le pidieron a Felipe que provocara ese encuentro. Se lo comentaron a Jesús y él les respondió: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre" (Jn 12: 23). Jesús vio próxima su muerte (su Pascua) y aprovechó para darnos una gran enseñanza: "Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto" (Jn 12:24).
Jesús con este ejemplo nos habla de su muerte: muerte fecunda, muerte que da la vida. Jesús murió para salvar y dar vida al hombre. El decir que había "llegado la hora de ser glorificado" lo llevó a la angustia: "Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: Padre, líbrame de esta hora? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu Nombre" (Jn 12: 27-28). Como hombre, sintió miedo pero llegó el momento de aceptar la voluntad del Padre Dios.
En este caminar de cuaresma tenemos que prepararnos para acompañar a Jesús. Debemos estar dispuestos a acompañarlo en su subida triunfal a Jerusalén como en su angustia y unir nuestras penas, dolores, enfermedades, angustias, tristezas y momentos difíciles para así decir con Él: "¡Qué angustia siente mi alma!". Pero no nos podemos quedar allí. Como hizo Jesús, tenemos que pedirle al Padre que nos ayude a aceptar su voluntad de ser glorificados con Él. Esto es: pasar también por su muerte, o sea, por su cruz para que un día podamos pasar de la muerte a la vida; de la cruz a la Pascua de vida y resurrección.
Estos días nos ayudan a prepararnos para la Semana Santa, para llegar al Calvario con Jesús y luego llegar a su gloria con la resurrección. Te invito a vivir estos días con sentido profundo de renovación en la gracia y amistad con Jesús.