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En un mundo donde siempre nos parece tener más derechos que obligaciones, estamos perdiendo algo tan sencillo como difícil: el arte de dar las gracias. La gratitud es camino abierto a nuevas generosidades, a otros detalles o a que, aquel que salió a nuestro encuentro cuando le necesitábamos, vuelva a brindarse otra vez cuando haga falta. Muy al contrario, la ingratitud, es una actitud que nos cierra muchas ventanas. “Es la amnesia del corazón” (Gaspar Betancourt)
1.- Es de agradecer que, personas que no tienen compromiso alguno con otras terceras, se detengan en su camino para socorrer. Algo así ocurrió en aquel encuentro de Jesús con los leprosos: se detuvo, miró su estado físico, espiritual y corporal… y los curó. Tan sólo uno de ellos tuvo la gentileza de, volviendo sobre sus pasos, darle las gracias por aquella curación.
Hemos avanzado mucho en la sociedad que nos toca vivir pero, también es verdad, que en algunos aspectos hemos ido dejado por el camino valores que –hasta hace cuatro días- formaban parte de la buena educación, de las mínimas normas de urbanidad o del respeto hacia los otros: el dar las gracias.
Nuestros padres o nuestros profesores, nuestros sacerdotes o los responsables de nuestra educación cuando éramos pequeños –al recibir un regalo- siempre nos solían enunciar: ¡qué se dice! Y, a continuación, conscientes de nuestro olvido respondíamos: ¡gracias!
2.- También, respecto a Dios, somos tremendamente desagradecidos. Pensamos que los destinos del mundo, el día y la noche, el sol y la luna, la salud y el bienestar…depende exclusivamente del ser humano. ¿Por qué dar gracias? ¡Tengo derecho a la luz, a vivir, a ser feliz! Es un pensamiento habitual, incluso, en personas que nos decimos creyentes.
La eucaristía de cada domingo es un retroceder en nuestro caminar para dar gracias a Dios por los muchos beneficios que nos da; por la vida y por el trabajo, por los amigos y por la fe, por el presente y sobre todo por el futuro que junto a Él nos espera: el cielo.
3.- El mes de octubre, además de ser un tiempo especialmente indicado para iniciar o recuperar el rezo del Santo Rosario, es un espacio reservado para dar gracias al Señor: los del campo por aquello que han recogido, los profesores por el curso recién iniciado, los padres por los hijos y por la familia, los sacerdotes porque –de nuevo- se nos envía a salir al encuentro de los que necesitan sanación o consuelo.
4.- Pero, sobre todo, más allá del oportunismo, de lo que podemos considerar como imprescindible o válido para dar gracias a Dios que, hoy, no nos olvidemos de darle gracias por la fe. Una fe que nos hace confiar en Él, esperar en Él, apoyarnos en Él y curar nuestras dolencias en Él.
Hay mucho desagradecido suelto. Mucho hijo de Dios que, teniéndose como tal, olvida el rezar un padrenuestro antes de salir de casa o una jaculatoria mariana antes de acostarse. El mundo de las prisas, del individualismo y del egocentrismo hace que, también a nosotros, nos pase factura: pensamos que todo lo bueno viene de cualquier sitio… menos de Dios. Y, eso, no es así.
5.- QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
Darte las gracias por lo mucho que me das
y de esperar, cuando tardas en llegar
Darte las gracias por los detalles insignificantes
por los dones que, de tantas personas, recibo sin saberlo
por las sonrisas que, por la calle, se me regalan
por los rostros que no me son indiferentes.
QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De ver tu mano allá donde sólo veo el mundo
De abrir mi corazón a tu presencia
De tener mis ojos despiertos a tu paso
De abrir mis manos a quien lo necesita
QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De cultivar la gratitud cuando tanto se me da
De decir “gracias” por pequeñas o grandes cosas
De agradecer la fe como don y como tarea
De pedir cuanto necesite
aunque no sea a la hora que yo lo espere
QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De cuidar el corazón, con la vitamina de la gratitud
De fortalecer mi fe, con el arma de la oración
De robustecer mi alma, con savia de la caridad
De curar mi espíritu, con mi confianza en Ti
Amén