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1.- Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás. Yo creo que la frase de Santa Teresa, en su libro de las Moradas y en algunos sitios más, define bien lo que realmente es la verdad. Precisamente, los dos errores mayores que cometía el fariseo de la parábola eran precisamente esos: que se consideraba justo y que despreciaba a los demás porque los consideraba “ladrones, adúlteros e injustos”. Ante Dios ninguno podemos considerarnos justos, porque todos nacemos con inclinaciones al mal y todos morimos habiendo hecho más de una vez lo que no era justo. El acierto, en cambio, del publicano consistía en que él se consideraba pecador ante Dios y, por eso, le pedía compasión. Humildad es no considerarnos ni mejores, ni peores de lo que somos. Debemos saber ver nuestras buenas cualidades y saber darle gracias a Dios por ello; debemos, además, saber explotar nuestras buenas cualidades en beneficio propio y en beneficio de los demás. Igualmente, debemos ver nuestros defectos y luchar todos los días contra ellos, pidiendo a Dios que nos ayude a conseguirlo. Para andar en verdad, pues, deberemos hacer todos los días un buen examen de conciencia, tratando de ser sinceros y verdaderos con nosotros mismos. Lo que no debemos hacer nunca es despreciar a los demás, porque nosotros no conocemos a los demás suficientemente, las causas de su comportamiento, ni su interior; a los demás dejemos que sea Dios el que los juzgue, porque es el único que los conoce suficientemente. Lo mejor, pues, siempre es eso: no considerarnos a nosotros mismos ni mejores, ni peores de lo que somos, y no despreciar nunca a nadie. Eso, creo yo, es “nadar en verdad”.
2.- El Señor es juez, para él no cuenta el prestigio de las personas en el juicio de los pobres… la oración del humilde atraviesa las nubes… el Señor no tardará. Tal como se nos dice en este pasaje del libro del Eclesiástico, el Señor no mira tanto el prestigio o fortaleza exterior y social de las personas, sino que el Señor mira sobre todo al corazón. El ser personal y socialmente fuerte y de buena posición no depende muchas veces de los méritos personales de una persona, sino de las circunstancias sociales en las uno ha nacido y se ha criado. Una persona que nace de padres pobres y psicológicamente débiles y enfermos difícilmente podrá ser él fuerte y con una posición social alta y bien considerada. Miremos también nosotros el corazón de las personas y ayudemos en lo que podamos a los más débiles y necesitados de ayuda. Dios no dejará nunca abandonado al que tiene un corazón humilde y sincero, aunque sus obras externas nos parezcan criticables. Hagamos nosotros lo mismo.
3.- He combatido bien mi combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. San Pablo le dice a su discípulo Timoteo que su vida ha sido difícil y que se ha visto abandonado por muchos de sus discípulos, a los que él había predicado el evangelio de Cristo, pero que él nunca perdió la fe y combatió con fortaleza hasta el final. Por eso, le dice, “el Señor, juez justo, me dará la corona de la justicia”. También nosotros, cuando tengamos dificultades, o nos veamos incomprendidos y abandonados, mantengamos firme nuestra esperanza y nuestra fortaleza interior, sabiendo que Dios nunca nos abandonará y premiará nuestra fe y nuestras buenas obras.