Vicario Parroquia San Miguel Arcángel
“Velad, pues no sabéis ni el día ni la hora”, dice el Señor (Mt. 25, 13). Este domingo XXII la Iglesia medita en las palabras del Señor referidas a la Parusía o las últimas realidades. El Hijo de Dios vendrá en su gloria para juzgar a vivos y muertos; justos e injustos. Muchos pueden sentir temor y miedo ante esta verdad revelada que rezamos cada domingo. Sin embargo, a nosotros los cristianos debe llenarnos de gozo y alegría pues la razón de nuestra vida es el encuentro vivo y verdadero con Dios Uno y Trino. Por eso debemos estar atentos a la llegada del esposo, pues no sabemos ni el día ni la hora de su llegada.
Jesús nos presenta la actitud que debemos asumir con su retorno: la vigilancia. Cuando vivimos el camino de la fe muchas veces corremos el riesgo de enfriarnos o alejarnos de los caminos del Señor. Nos sucede muchas veces como a las vírgenes necias o imprudentes (Mt 25, 2). Pensaron que el esposo tardaría y no estuvieron vigilantes. Su imprudencia le costó muchísimo. Ellas no prepararon su aceite para recibir al esposo y por ello perdieron la oportunidad de entrar a la boda. ¡Que triste sería llegar al final de nuestra vida sin el aceite de la gracia!
Si queremos entrar en el banquete de bodas con el esposo que es Cristo y la esposa que es la Iglesia, debemos mantener nuestras lámparas con aceite y encendidas. Nuestra vida cristiana es esa lampara que necesita ser constantemente verificada. ¿Cómo llenamos nuestra vida cristiana? Ante todo, con la relación con el Señor, de modo especial en la Eucaristía, la oración, el apostolado y viviendo cada momento como si fuera el último. De esta forma estamos atentos y vigilantes, pidiendo al Señor tener el aceite de la gracia para iluminar nuestra vida. Así el Señor a su llegada nos encontrará resplandecientes; con una vida llena de luz y esperanza pidiendo su glorioso retorno: “anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”.